Ahí va una reseña que escribí hace años sobre el libro de Diego Cerdán, ‘Eskorbuto: Historia Triste’, y que he visto reproducida por diferentes páginas punks o de tributo a aquel gran grupo. Eskorbuto. «Historia triste» (el libro) yo creo que debe de ser uno de los libros sobre rock más vendido, a la chita callando, o al menos más buscado y solicitado. No constará porque no se despachaba en El Corte Inglés ni siquiera en librerías, lo vendía su propio autor por correo. Para mí que a Diego Cerdán, le sobrepasó todo ello , que esta Historia triste y los eskorbutines se lo tragaron. Hace mucho que no sé de él ni de su Klub Eskorbuto. De momento, creo es la publicación más completa sobre la banda más honrada del mundo, y puede ser el punto de arranque para otras biografías, documentales, novelas… Eskorbuto se merece eso y mucho más.
(También estaba muy bien y era una joya para la bibliografía eskorbutiana aquella maqueta con fanzine, Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones, que yo me compré una vez en un puesto del Paseo Sarasate, en Pamplona (a mí me costó 200 pelas y luego la he visto en ferias de coleccionistas a 60 euros) y que me dejé levantar por partida doble: el fanzine por una chica del instituto que me hacía tilín (y me quedé sin fanzine y sin chica) y la cinta, prestándosela a un amigo para que la derritiera el sol en el salpicadero de su furgoneta. ¡Ay!).
LA HISTORIA TRISTE DE LA BANDA MÁS HONRADA DEL MUNDO
Algún día, si todavía queda algo de honradez, alguien rodará una película que cuente aquella historia triste pero rabiosa que fue Eskorbuto. Una historia a pecho descubierto, en la que se transparente un corazón con dos caras, por una lado sus venas remendadas a picotazos mortales, por otra ese mismo corazón musculado en la rebeldía, la sinceridad brutal, y el valor algo suicida de aquellos que prefirieron morir como cobardes que vivir cobardemente.
Alguien rodará esa película si todavía queda algo de honradez y también de memoria, esa memoria que se pierde entre las páginas de los libros de historia y que sin embargo es la verdadera Historia, la que vivieron los hombres y mujeres anónimos, la de los bares, las fábricas, los bloques de viviendas… La de, en este caso, las calles, las casas ocupadas, las furgonetas de la policía y los siniestros calabozos -algunas cosas nunca cambian-… La historia de una generación perdida, desaparecida, borrada de esa Historia con mayúsculas durante los salvajes y felices años ochenta por aquel holocausto con minúsculas que fue la heroína y el bicho, el SIDA, y también una vida que se quedaba pequeña, aburrida, fea y abocaba por ello inevitablemente a la muerte. Una generación que merece justicia histórica y que, aunque descreída, escéptica, recelosa de etiquetas, idolatrías y cualquier otra palabra que atentara contra la libertad individual, que la diluyera entre una multitud aborregada(las multitudes son un estorbo), tuvo también sus mártires, como Iosu y Jualma, los dos miembros de Eskorbuto muertos en aquel combate contra la rutina y contra aquella emergente democracia de mentirijillas en la que seguía habiendo mucha policía y poca diversión. Una película en tonos grises, oscurecidos por el humo de fábricas que cerraban de un día para otro en la margen izquierda del Nervión, y por la que deambulen de las filas del INEM a los primeros gaztetxes, de las comisarías a las bajeras, jóvenes con pelos largos y caras enfermas que se cagaban en dios, en la patria -daba igual como se llamara- y en un rey por cuya calavera estaban dispuestos a cortarse los testículos.
Entretanto, mientras llega la película, Eskorbuto, al menos ya tiene un libro, una biografía que recoge en buena parte lo que fue la Historia Triste de aquella banda que se hacía llamar la más honrada del mundo. Historia Triste, además de un testimonio histórico de la vida salvaje en los años 80, es una biblia atea para los eskorbutines, los fieles seguidores del grupo, aquellos que en aquella época se convertían en escudos humanos para los hostias que le llovían al mismo tiempo desde todos los lados («En España nos llaman terroristas; en Euskadi nazis», solían decir, pues además de sus enemigos naturales -los militares, los partidos…- se enfrentaron también con lo que ellos consideraban un montaje comercial y político: el Rock Radikal Vasco; arremetieron contra las Gestoras Pro-Amnistía al sentirse desprotegidos tras una detención en Madrid, pasaje del que se da cuenta repetidamente en el libro…), y que pasados los años ven -estos eskorbutines- como muchos de los que en vida odiaban a Iosu y Jualma citan ahora sus frases, aquellas frases que eran puras sentencias.
«Historia triste» reúne una completa biografía del grupo (incluidos algunos memorias del propio Iosu Expósito), todas sus letras, recuerdos de personas que estuvieron próximas a ellos -Fermín Muguruza, Roberto Mosso…-, fotos inéditas, artículos periodísticos… Curiosamente parece que hablar de Eskorbuto forzaba a escribir muy bien (Pablo Cabeza, Josu Arteaga, Oscar Beorlegi), con una profundidad inusitada. Tal vez porque Eskorbuto no era sino una versión encuerada a ritmo punk-rock de la filosofía, las dudas que a lo largo de los siglos han asolado al ser humano: dios, la enfermedad, el sueño, la muerte…
Bolis como este mítico Bic cuatro colores vendía Donan Pher
Ahí va una de la docena de columnas que me dejaron publicar en el diario ADN, edición navarra. «Arrieros somos», me dijo la directora del periódico, cuando pedí explicaciones y aireé en algún que otro blog los malos modos con que me echaron y la columna que me censuraron. Yo pensaba que era una amenaza, pero se ve que no, que la chica tenía dotes adivinatorias, porque al cabo de un tiempo a ellos también los mandaron a la mierda. Ay, chica, qué cosas.
SUPERVIVIENTE
Soy un guarro. Ahora mismo, aquí me tenéis, manoseando el retrete de un bar. Bueno, es sólo una metáfora, en realidad estoy escribiendo esta columna, pero existe un estudio de la Universidad de Arizona, según el cual se encuentran 400 veces más bacterias en el teclado de un ordenador que en la taza de un inodoro. Claro que en la vida hay que arriesgarse. El otro día, por ejemplo, decidí por fin comerme una de las moras que resisten, como una anomalía urbana, en las zarzas de la Cuesta de Santo Domigo. La tenía fichada desde hacía varios días, la veía ahí cada vez que bajaba a comer a casa, desafiando al tigre que se agazapaba en mi estómago. Tan tranquila, orgullosa, sintiéndose una superviviente, convencida de que ningún urbanita milindri sería capaz de zampársela, del mismo modo que no bebería agua del Arga o no permitiría a su hijo chupar los caramelitos que un señor le ha regalado a la puerta del colegio. Pero a mí ninguna mora se me pone chula, y por fin un día, en un arrebato jipi, me la tragué. Fue como volver a aquellos años de colegio y borotas, de tapias y sol, en los que las ovejas ramoneaban en el Campo del moro y las bacterias nos dejaban en paz porque escribíamos con bolis BIC, que nuestras madres compraban por racimos a Donan Pher, el emperador del bolígrafo… Qué tiempos. Después vino la desilusión, resultó que un día uno se daba cuenta de que Donan Pher en realidad quería decir Fernando, si lo leía del revés; o que -muchos años más tarde- una noche, bajando por la Cuesta de Santo Domingo, el tipo que caminaba dando tumbos unos metros por delante de ti echaba una cálida, dorada y prolongada meada justo sobre el zarzal con el que alimentabas todos tus recuerdos de infancia.
En Pompas de papel, el programa sobre literatura de Radio Euskadi, Félix Linares y Enrique Martín hablan de Historia universal de los hombres-gato (de la que dicen que puede ser una de las sopresas de la temporada). Y mañana, Josu Arteaga, el autor del libro estará en directo, en Euskadi Irratia. Será a las 17:30.
Con Josu en la fiesta Hankover de Gruta 77, hace un año y algo pedicos los dos
Para nosotros que no creíamos en nada el punk-rock era una religión. Creo que esa será una buena manera de empezar el libro que algún día escribiré sobre el rock radikal vasco, los ochenta y qué queda de todo eso. Luego vendrá alguno y dirá que soy solo pura pose, que voy de escritor macarra, aunque tenga ya cuarenta tacos y una hipoteca y qué se yo. Por lo visto, uno tiene que renunciar a ciertas cosas cuando cumple años, o, por el contrario tener siempre veinte años, y demostrarlo, dar fe y llevar el carnet de autenticidad en la frente. No lo entiendo muy bien. Algo raro pasa cuando no es la propia vida, ni los que tratan de domesticar tu vida -y tienen las herramientas para hacerlo, por ejemplo, con una hipoteca-, sino gente de a pie los que te exigen entrar al redil, diluirte… El caso es que hace unos días estuve presentando la novela de Josu Arteaga, Historia universal de los hombres-gato, en el gaztetxe de Arrasate-Mondragón, y por la noche Josu me llevó a ver un par de conciertos, en los que se veían huecos, y hablamos de eso, de que para nosotros la música era una religión y los conciertos su eucaristía, había que ir a ellos por devoción y por obligación. La música era la forma de socializarse, de expresarse, de escupirle al mundo y aunque el lapo volviera de regreso a tu cara, tú pensabas que estaba lloviendo y que olía a libertad.. Creo que la música sigue teniendo ese componente religioso para los jóvenes, pero ha perdido la capacidad de socialización, hoy la fe se vive de forma individual y acumulativa, lo que cuenta es el número de discos que tengas en el iPod, y no hay que perder tiempo, hay que intentar oírlos todos, pero no aprenderse las oraciones de memoria, no despegar el auricular ni siquiera cuando estés con tus colegas, tu pareja… Claro que todo esto no lo sé muy bien, efectivamente no tengo veinte años. Vi, de todos modos, en el gaztetxe de Mondra a muchos chavales jóvenes y muy jóvenes gestionando un espacio con entusiasmo y con mucha miga (radio, fanzine, conciertos…). Me cuenta Josu que una de las cosas que los ha espoleado y unido ha sido la muerte repentina de un compañero. A veces eso pasa, la vida te agarra por las solapas y te espabila, le escupes a la cara y esta vez das en el blanco. Me alegró mucho ver a esos chavales tirando palante. Como me alegró lo bien que salió todo en la presentación, y que la culpa de todo la tuviera Josu y los suyos, que se lo montaron como merecía la ocasión, llevaron tortillas, vino, y le despojaron a ese acto (la presentación de un libro, oh) de ese matiz pedante y aburrido que suele llevar implícito, no sé por qué, pues escribimos, entre otras cosas, para entretener, para que la gente pase un buen rato. Nos colocamos allá todos en círculo y hablamos, cada uno como pudo (esto lo digo por mí), en euskara y en castellano, antes y después de la presentación, nos echamos unas risas… Y allá estaba, gente de todas las edades, desde el pequeño Taxio, el hijo de Josu, hasta la tía Eugeni, la primera vez en su vida que pisaba un gaztetxe. Y la gente de Alberdania, la editorial, respaldando y arropando a Josu, y despachando libros de una caja como rosquillas (para cubrir las carencias de las librerías -es increíble que en este negocio el que se lleve la mayor parte sea la distribuidora y que luego cueste tanto conseguir que en tu propio pueblo haya más que los cinco o diez ejemplares, con suerte, de rigor-). Una gozada. Josu me dijo que había descubierto que tiene un montón de amigos, pero cualquiera que lo conozca un poco sabrá que él se los ha ganado a pulso. Y luego la novela, que es maravillosa, cruel y tierna, una salvajada dulce, un libro desde luego diferente. Ya dije en la presentación que los libros hay que leerlos en lugar de hablar de ellos o diseccionarlos como animales muertos. Este libro está vivo y caliente, como un gato callejero. Después de la presentación, lo dicho, cervezas, y bocadillos de setas, y conciertos, y reencuentros sorprendentes con peña de otras épocas y lugares (como Iker Barandiaran, de la revista Putz, en la que aparecí en un número metiéndole mano a Lazkao-Txiki, el bertsolari y meando en la pila de la iglesia, después de que Diego Martiartu me emborrachara en Lazkao, en donde estuve un año aprendiendo euskara para después desaprenderlo sobre todo por una dejadez imperdonable por mi parte pero también porque en Navarra hablar la lingua navarrorum es cada vez más una cosa de marcianos, sospechosa, mal vista…). En cuanto a los conciertos, estuvimos viendo en un bar a Puro Chile, en el que toca Mamen, la que fuera miembro de Las Vulpes y de Anticuerpos y hasta de Cicatriz, entre otros, o Urko Igartiburu, que llegó a tocar en Eskorbuto (ellos podrían ayudarme mucho con esa novela sobre el rock radikal). Yo siempre he tenido debilidad por la voz de Mamen, así que fue una guinda perfecta para el pastel. Luego Josu me puso cama, cuando ya estaba tambaleante (después del otro concierto en el gaztetxe, con varios grupos punks, y un encuentro o encontronazo con unos nazis que luego no lo eran o sí o no quedó claro, pero la cosa no fue a más), y he de decir que es una de las camas más cómodas en las que dormido en mi vida. Tanto que ni siquiera me enteré de que mis anfitriones tuvieron que salir a toda prisa poco después de acostarnos porque Josune, la chica de Josu, tenía una neumonía (nadie lo diría a la mañana siguiente, viéndole coger en brazos a Taxio; una mujer fuerte, sin duda. Un beso para ella, espero que ya esté bien). Me lo pasé muy bien, en definitiva, y como siempre que estoy con Josu, estuve muy a gusto. El punk-rock y la gente del gaztetxe y la Historia universal de los hombres-gato volvieron a darme fe, me sentí como un chaval y si a alguien le pica o piensa que soy pura pose, que se arrasque, y que se prepare porque pienso volver por Mondra y si hay fuerzas y ganas igual la liamos bien gorda, menudos somos los de Olariz y alrededores.