
En abril publicaré una novela de lo más gamberra -me parece a mí- en una nueva editorial madrileña, Eutelequia, al frente de la cual hay una editora extraña, que te mima, te cuida, te anima, te llama, cree en ti… Su proyecto, en el que además hay embarcados unos cuantos amigos, promete mucho y estoy muy contento de formar parte de la tripulación. Estas son las novedades en la sección de narrativa (además tiene otra de filosofía de lo más interesante, que ya lleva algún tiempo rodando y que podéis ver aquí: www.eutelequia.com).

Diario de un escritor delgado es la historia de un hombre ingenuo y primitivo que unos días contempla la vida desde el optimismo más beligerante y otros desde el más profundo desaliento. Sobre unas cosas parece tener las ideas muy claras, sobre otras no tanto, pero su peculiar sentido de la realidad siempre le está empujando a dejar testimonio de todo. Cualquier incidente cotidiano, por insignificante que pueda parecer, le sirve como excusa para ejercitar el lenguaje achulado y en ocasiones barriobajero que le caracteriza, y mientras se cuenta a sí mismo sus andanzas y chismes íntimos, aprovecha para hacer una crítica, a pequeña escala, del mundo mediocre y ruin que le rodea, disparando en todas direcciones sin pensar en las consecuencias. De modo que al final, entre introspección y autoexamen, nuestro escritor delgado consigue enhebrar sus anotaciones para que el anecdotario del día a día acabe cobrando forma de memoria imaginada.
Cuento kilómetros podría ser el diario de un navegante del S. XVI adaptado a nuestro tiempo, un cuaderno de bitácora contemporáneo, pero, en realidad, este compendio de relatos conectados entre sí por distintas voces narra la historia de una pareja que rompe la secuencia espacio-tiempo para fundir sus almas en una sola y viajar lejos, muy lejos. Mario Crespo construye una ficción con entidad de novela mediante relatos cortos que se articulan en torno a las aventuras del personaje de Claudio Rivera y donde el propio autor entra y sale de la narración en un inquietante juego entre la ficción y la realidad de sus vivencias.
Asco cuenta el periplo de una familia a bordo de un crucero por el Adriático, el mismo barco en el que una vez viajó el escritor David Foster Wallace para elaborar uno de sus más célebres reportajes. Durante la travesía, en la que atracan en las costas de Grecia, Croacia e Italia, el narrador empieza a sentir aversión hacia el comportamiento de muchos pasajeros, contaminados por la gula y la falta de respeto.
Asco es una diatriba visceral contra el consumismo y la mala educación, contra todo lo que hay de simple y de egoísta en el hombre. Relato inclasificable, novela que juega con el diario, el ensayo y el libro de viajes, es la última obra narrativa de José Ángel Barrueco.
Pascual se levanta de la cama y descubre que no puede apoyar el pie izquierdo. El médico le dice que sufre una calcificación del talón de Aquiles. Meses después, cuando lo del pie parece que se ha solucionado, el testículo empieza a darle problemas. Entonces cae en la cuenta de que una serie de lesiones y enfermedades que está sufriendo (infección de muelas, contracturas, roturas de huesos, pérdida de visión y de audición, trastornos en el estómago…) se localizan curiosamente en el lado izquierdo de su cuerpo. Analizando la situación llega a la conclusión de que ese lado izquierdo es el que más próximo está de su mujer a la hora de dormir, y que quizá todo se deba a su influencia maligna. Podrían pensar ustedes que eso es algo demencial, pero no conocen a su mujer, Norma, ni sus Leyes Fundamentales escritas en un cuaderno de hule azul.
Así comienza esta hilarante aventura de un hombre a la búsqueda de su destino.
Abriéndolo al azar, en La métrica del olvido escucharemos todo un coro de voces en cualquiera de sus páginas. Aquí resuena el dolor punzante que se provocan las parejas, los comienzos de un romance que nunca llega a consumarse, los enredos de un acusado, las confesiones de los anacoretas de hoy, las reflexiones filosóficas de un prisionero antes de ser ejecutado, los suspiros y anhelos de mujeres despechadas, la búsqueda de uno mismo en los otros, los aullidos hacia una posibilidad de amor siempre en el horizonte o las respuestas duras y certeras de un escritor ante las impertinencias del reportero. Al adentrarnos en sus relatos, sentiremos la obsesión que transmite un lenguaje afilado donde el estilo se convierte en contenido, todo ello bañado con la espuma del humor, enriquecido con un acondicionador de ironía, perfumado con los fluidos del sexo y, por fin, desinfectado de la trivialidad con litros de alcohol. Relatos que permanecerán siempre actuales en una espontaneidad expresada con la palabra digna y orgullosa de ser ella misma.
En los años 80, Dick Grande, un barrendero “heavy” de Pamplona se convierte accidentalmente en estrella internacional del porno. ¿El secreto de su éxito? Su privilegiada herramienta de trabajo (la “blakandeker”), sí, pero sobre todo su aspecto de hombre vulgar: tirillas y difícil de ver, cuando aparece en sus películas haciendo el amor con las mujeres más hermosas del mundo, los hombres solos, tristes y rotos creen que pueden ser como él. Dick Grande recorre los santuarios secretos del porno “amateur” —La Habana, París, Bangkok, Manila, México DF…—, funda un movimiento musical (el porno-rock radikal vasco), financia involuntariamente con sus películas una guerrilla maoísta… Pero él también es un hombre insatisfecho, que solo persigue desesperadamente el corazón de la mujer que le introdujo en el mundo del porno: la dulce y sucia Janis. Brutal y tierna, soez y poética, animal y, por ello, terriblemente humana, ¡Oh Janis, mi dulce y sucia Janis! se convierte, bajo la apariencia de una novela de género (erótico) en un pimpapúm social que no deja títere con cabeza y un artefacto infalible para hacer reír a mandíbula batiente mientras una pantera resopla en nuestra entrepierna. Por fin una novela atrevida (que antes fue novela-blog y recibió medio millón de visitas), escrito a tumba abierta por un autor valiente para lectores valientes cansados de leer solapas de libros que nunca cumplen lo que prometen.




Este es mi primer libro. 1989. Veinte añicos, tenía. Diez cuentos, escritos entre los 16 y los 19. Y un premio, para empezar. 75.ooo pesetas. Me las dieron en un sobre. Bueno, en realidad solo había 25.000 y tuve que reclamar el resto. Unos años después, en un periódico leí que habían procesado al concejal que me entregó el premio, por malversación de fondos. El caso es que con aquel dinero y aquel premio y mi primer libro publicado yo me las prometía muy felices. Han pasado otros veinte años, y una docena de libros, y más pena que gloria, y uno a veces se pregunta «total, ¿
pa qué?». Me pregunto también sino no habré vivido engañado todo este tiempo, si no tendré talento sino solo afición, si los demás se reirán de mí, «mira, uno que se cree escritor», si alguna vez dejaré de esperar el golpe de suerte, o si me conviene hacerlo, poner los pies en la tierra…
No lo sé.
«La línea amarga», el cuento de arriba, es el primer cuento que escribí con intención estética, o algo así. Tenía 16 años. Antes, claro, estaban las redacciones de los viernes, los cuadernos garabateados en casa, llenos de monigotes… Entre los 16 y los veintitantos escribí cuentos por un tubo. Unos trescientos. De los primeros de todos, los diez de «Cuentos de color gris» son una buena muestra. Ahora los leo y me da vergüenza, los errores, la grandilocuencia, la autodestrucción y el victimismo adolescente, pero también están la frescura, la rabia, el descaro… En esos cuentos creo que se apunta mucho de lo que ha venido después. Es pura arqueología, que seguramente a nadie más que a mí interese (aunque por si acaso, lo cuelgo, quién sabe; creo que en realidad escanearé y colgaré el libro completo, que es una rareza, difícil de encontrar -podría haberme inventado, incluso, ese premio, y ese libro). Pero no, con las 75.000 pesetas me fui a un viaje de estudios a Marruecos, para el que no tenía dinero (yo nunca he tenido dinero). Incluso eso me ha pasado después, con otros premios y libros. La literatura no me ha dado para vivir, pero me ha permitido viajar.Y están también, en esos cuentos, la tristeza, el humor, la preocupación social, el gusto por los personajes hechos añicos, por los débiles, por los derrotados y por los que siguen luchando… Suena pomposo y manido, como una solapa promocional, pero creo sinceramente que es así, que eso forma parte muy importante y muy definida de mi obra. (Mi obra ¡ooooh!).
En fin, si alguien le interesa solo tiene que pinchar en las imágenes de arriba. Buenas noches, amigos, y gracias por estar ahí.

Me he acordado de este párrafo de abajo, perteneciente al diario que bajo el título «Dios nunca reza» publicaré el año que viene y que escribí hace dos años, me he acordado de él , decía, estos días, en que los pobres banqueros vuelven a llorar, hablan de precolapso financiero, ya se sabe, quien no llora no mama, y ya les salió bien una vez, acudieron a su rescate, les echaron un salvavidas, mientras los demás nos íbamos hundiendo más y más; estos días en los que el presidente se reune con los superempresarios, los señores del dinero, para buscar soluciones, y las soluciones que estos proponen son siempre que apechugen los de abajo, que se aprieten ellos el cinturón, que se jodan, nosotros tenemos que seguir con la maquinaria en funcionamiento, llenando la caja (por cierto, ¿para qué se reúnen los señores del dinero también con el rey, qué pinta ese hombre en todo esto, qué tiene él que decidir?); estos días, en que los señores de la guerra juegan a soldaditos en el mar amarillo, las guerras, ya se sabe, reactivan la economía, unos miles de cadáveres también sirven para alimentar la máquina; en estos días ya demasiado largos y grises, en que el capital se rearma, la tecnología desplaza a los corazones, en esta época en la que tengo la impresión de que estamos perdiendo algo, de que algo se desintegra, se descompone, y mientras nos hundimos solo miramos, sin movernos, sin reaccionar, como vacas en un matadero, esperando quizás que «pase» algo que «alguien» alce la voz, que dé un manotazo y arrebate los salvavidas a quienes a la vez nos han arrojado al agua …
El diario, lo escribí, como digo, hace dos años, entonces la crisis solo era una palabra que empezaba a oírse, que eran otros quienes pronunciaban, que se oía a lo lejos… Después perdimos nuestros trabajos, y antes de perder nuestros trabajos ya habíamos perdido, nos había arrebatado poco a poco todo lo demás, la sangre, la rabia, la capacidad de pensar por nosotros mismos, las horas de filosofía en los planes de educación, los días de indemnización por despido… Me pregunto si alguna vez perderemos -tal vez sea lo que necesitamos- también los nervios.
Domingo 20 de julio de 2008
En los últimos días se han fundido tres o cuatro bombillas de la casa. Es como si esta intuyera que se acaba un ciclo, que vamos a apagar la luz dentro de poco. Claro que nosotros le damos pistas, ya no limpiamos tan a menudo como antes, acumulamos en las habitaciones, a la vista, trastos que normalmente suelen estar escondidos… Es su pequeña venganza. Además, hace unos días la goma de la puerta del balcón, que había aguantado cinco años suspendida en una posición inverosímil, se despegó definitivamente. Y la pintura de una esquina de techo del cuarto de estar ha comenzado a abombarse.
Así que también intentamos engañarla, por ejemplo, comprandole algún juguete a Urko, que se sume a todos los que hay en su habitación, para hacer creer a esta casa rencorosa y posesiva que no tenemos que trasladarnos dentro de unos días, que todavía hacemos lo que se hace con las casas, llenarlas de cacharros inútiles, como retales de una vida que se va consumiendo y renovando día a día.
El último juguete, ayer, fueron unos muñequitos que representan a los personajes de Peter Pan. Todo un éxito. Urko no ha parado de inventar historias con ellos. Esta mañana incluso, no quería ir a una exposición sobre Mortadelo y Filemón a la que le habíamos prometido llevarle hace ya varios días, antes de San Fermín.
-No, porque luego se me olvida a qué estaba «juegando»- ha protestado.
Y me ha recordado a mí cuando era pequeño, la manera en que me sumergía en mundos imaginarios, desconectando por completo de la realidad, creando la mía propia, mi propia medida del tiempo; mundos de los que no quería salir, porque no sabía si volvería a encontrar el camino de regreso hacia ellos; mundos que se desvanecen para la mayoría de las personas conforme se convierten en adultos. Otros, por el contrario, nos resignamos a crecer, a dejar de ser peterpanes. Escribir, por ejemplo, es solo un juego, la manera en que un hombre de (casi) cuarenta años pueda seguir trasteando todavía con sus geypermanes o sus clicks de Famobil sin resultar ridículo. Me pregunto si Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, se habrá sentido alguna vez ridículo, al pintar sus monigotes. Supongo que no. Hacer reír es algo muy serio. Y él nos ha hecho reír, nos hace reír todavía de lo lindo. Me ha emocionado ver en la exposición (a la que finalmente hemos ido permitiendo a Urko llevarse sus muñequitos) los primeros originales de Mortadelo y Filemón (que al principio llevaba un gorrito y fumaba en pipa), poder ver los trazos de lápiz bajo la tinta china, las correcciones con tipex, los pedacitos de papel con los diálogos escritos a máquina, cortados y pegados sobre la historieta… Pura arqueología del tebeo.
La exposición, además, era en la Fundación Buldain, un pequeño chalet en Huarte (el pueblo de mi madre), dedicada a Patxi Buldain, pintor, desertor y ácrata, que huyó a Francia durante la posguerra. Buldain, en París, alternó con Picasso, Camus, Jacques Brel, fue uno más entre ellos. Pero en Huarte todo lo que saben contarte sobre él (incluso mi madre, a pesar de que el pintor vivió durante algún tiempo en la planta superior de su casa) es que Patxi era un rojo, y que escapó para librarse del servicio militar. Supongo que Buldain cruzó la frontera no solo por ello (una razón más que suficiente), sino también para dejar atrás un país gris, castrante, en el que se trataba a todos como a niños pequeños pero a los que no se les permitía jugar.
Algo ciertamente cruel, porque los niños tienen todos la capacidad innata de crear, de inventar. Y creo que hoy, como entonces, todo parece preparado para despojarles de ella a medida que se hacen mayores, para convertirlos en hombres y mujeres sin otra función que la de producir, consumir, exclusivamente para que puedan conseguir una profesión que desempeñar con precisión mecánica, y obtener un buen sueldo, para hacerles creer que con él pueden comprar todo, incluso los mundos imaginarios que les están arrebatando, reduciendo a escombros..
Todo el mundo en la calle habla de crisis, crisis económica, pero las crisis las crean y las destruyen, les marcan los tiempos, perfectamente, los bancos, los gobiernos, las multinacionales. Nadie, sin embargo, habla de esa otra crisis terrible, que permite que los niños se hagan mayores sin saber apreciar las marcas de lápiz bajo la tinta china. Es como si la casa en que viviremos dentro de unos años también comenzara a quedarse a oscuras, vacía, o fuera a llegar a ella un inquilino que derribara las paredes, sin licencia de obra, sin saber donde están las vigas maestras.