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DOS FOTICOS

Dic 14, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment
Esta es la reinterpretación que José Manuel Vara hace para la antología Viscerales, en la cual participo con un cuento titulado «Reliquias y jorobas», del retrato en el que parecía Quasimodo que me hicieron hace poco para el Diario de Navarra; ahora el monstruo cobra más sentido si cabe, porque si todo el mundo tiene varias caras, un escritor-me parece a mí- todavía más.

Y esta es la del ganador del sorteo de mi libro «Atrapados en el paraíso» que el otro día hicieron Josu Arteaga y sus forajidos de La banda del abuelo tras la actuación de Kutxi Romero y Sor Kampana en el gaztetxe de Arrasate, presentando su espectáculo Las moscas lo devorarán todo, en la que el grupo de Josu les acompaño en acústico, que eso es para verlo (y lo veremos, dentro de poco). A mí estas cosicas, que La banda del abuelo regale libros míos, en sus conciertos, ya lo dije hace algún tiempo, me hace nmucha ilusión y me parece un camino más que apropiado para dar salida a algunas de mis novelas y libros de cuentos.

Mi primera experiencia con las drogas

Dic 12, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

El otro día fui con Hugo al oftalmólogo y me acordé del día en que lo hice yo, hará treinta años, era como revivir un episodio, ahora a través de los ojos de mi hijo. Algunas frases, hasta se repitieron del mismo modo: «Necesita gafas para clase, para ver la tele y para clase». Siento que Hugo ya va llenando su saco de recuerdos, de experiencias que rememorá cuando sea mayor y de algunas que quizás le marquen o determinen algunos aspectos de su vida. No sé si ser un gafoso, un cuatroojos, un empollón, puede ser una de ellas, yo desde luego recuerdo perfecta y algo desagradablemente el día que tuve que ponerme por primera vez la chaflis en clase, cómo dejé el estuche sobre la mesa, miré a mi alrededor y cuando creía que nadie me veía, deslicé lenta y sigilosamente las manos, como si aquel estuche fuera una granada de mano, me puse las gafas, y cómo al poco todo eso estalló: ¡Patxi lleva gafas! gritó el primero que me vio, y luego las risas, la sorpresa, etc. que en mi caso, de todos modos no fueron a más, nadie se cebó conmigo con crueldad infantil ni me supuso ningún trauma, ni nada. A ver qué pasa con Hugo. Lo que sí puedo decir es que él no ha pasado por el episodio de alucinaciones visuales y alteraciones del comportamiento que yo experimenté, como efectos secundarios del colirio dilatador de las pupilas, y que el prospecto marcaba como casos excepcionales. Mi madre me lo recuerda a veces divertida. Si me hubiera ocurrido hoy quizás podría haberlo inmortalizado con el móvil o una videocámara, como al niño ese del youtube que salió del dentista convertido en Ozzy Osbourne, y al que yo me adelanté tres décadas. Fue mi primera e involuntaria experiencia con las drogas sobre la que escribí este cuento:

EFECTOS SECUNDARIOS

En séptimo de EGB me pusieron gafas. Cada vez que escribían algo en la pizarra tenía que preguntarle a mi compañero qué era lo que ponía. Al principio se trataba sólo de algunas palabras, y yo creía que se debía a la mala caligrafía del profesor. Luego fueron frases enteras y como me daba vergüenza preguntarle todo el rato al compañero le copiaba del cuaderno. Al final se lo dije a mi madre y decidió llevarme al oculista. Mi hermana también vino. Antes de entrar en la consulta una enfermera nos echó unas gotitas en los ojos «para dilatar las pupilas». Mientras esperábamos nuestro turno me puse a leer «Las aventuras del pequeño Nicolás», pero de repente las letras se borraron, así que empecé a hablar con mi hermana. Ella dijo: -los minutos hacen gimnasia desnudos- y yo entendí lo que quería decir. Vimos una monja con tres ojos sentada frente a nosotros. La monja se arrancó uno de ellos de la cara, se lo metió en la boca y dijo que sabía a mandarinas. Nos ofreció unos chupetones, pero le contestamos que nos gustaban más las orejas de regaliz de nuestra mamá. Luego le comenté a mi hermana que habíamos fichado a la estatua de la libertad para el equipo de minibasquet del colegio. Ella se alegró por mí y se tiró un pedo de colores.

Cuando entramos a la consulta nos colocaron frente a un cartelito con letras que bailaban rocanrol. Mi hermana, a la que le habían puesto gafas el año anterior, les vio sin ellas las bragas a las letras de la última fila. A mi, que no llevaba gafas, me pareció que aquellas letras fumaban puros, sobre todo las de más abajo. Nos echamos a reír. Todo estaba al revés. El médico se puso un casco de minero, con linterna y todo, y se zambulló de cabeza en mis ojos. Cuando salió traía trocitos de coral que colocó delante de mí hasta que, detrás del humo, conseguí ver todas las letras. La P tenía una espinilla terrible en la frente. La S era una chica haciendo estriptis. Bien. Todo arreglado. Yo necesitaba gafas. Mi hermana no.

—¿Y puedo ponerle las gafas de la chica al chico?—preguntó mi madre.

—Pues sí, qué coincidencia—- dijo el médico —Si le gustan al chaval, sí— añadió, y me miró.

—Sí, me gustan. Son muy magnoliaceas—- dije yo.

A mi madre se le escapó la risa. El médico me miró extrañado. Mi hermana opinaba que a ella las gafas le parecían más bien tripanosómicas.

—Puede ser— pensé, y luego le pregunté al médico si tenía que llevar las gafas siempre.

—No, sólo para ir al cine, en casa, en clase y por la calle— contestó.

—Okey Makey— dijo mi hermana, se puso de pie, le besó la mano y el paquete de tabaco al médico y salimos de la consulta.

En la calle el sol era un espadachín loco. Me puse las gafas. Echaban un película en tecnicolor con miles de hormigas dando volteretas en una discoteca. Entramos al coche. Me quité las gafas. Mi madre arrancó y en medio segundo llegamos a casa. Salimos del coche. Me puse las gafas. Vaya lata.

—¡A la mierda!— grité, y me las volví a quitar, las tiré al suelo, las pisoteé, les dí una patada, las mandé al centro de la carretera, donde una excavadora que conducía el alcalde en persona las apisonó…

—¡No!— gritó mi hermana entonces, y cogió la excavadora, la tiró a una papelera, con alcalde y todo, recuperó las gafas y les hizo un liftin. Quedaron como nuevas. Me las devolvió.

-Ten en cuenta que el año que viene me toca llevarlas a mí- dijo.

Tenía razón, así que me puse otra vez las gafas. Vi pasar un coche de plastilina con gansters que disparaban calcetines de deporte lavados con Ariel.

PAN

Dic 10, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment



«Patxi es uno de los autores más salvajes y provocadores del panorama literario español, como queda patente en sus libros o en su blog. En persona es un pedazo de pan».

Eso es lo que añaden José Ángel Barrueco y Mario Crespo a mi ridiculum (las obras publicadas, etc.) en el perfil para el Facebook de Viscerales, una de las antologías en la que participaré el año que viene. Yo no sé si eso, lo del pedazo de pan, es cierto, me gustaría que fuera así, por supuesto. Aunque, como dice Calamaro, hay algunos hombres que son buenos porque tienen miedo. Yo soy una persona introvertida, cualquiera que me conozca lo sabe. Y tengo miedo, por supuesto, de muchas cosas, Pero no me considero un cobarde. Ni mala persona. De ahí a ser una buena persona supongo que va un trecho, pero siempre es emocionante que las personas a las que aprecias piensen eso de ti.

Creo que por ahí van los tiros, la emoción, también en cuanto a lo otro, lo de salvaje y provocador, eso es algo de lo que busco cuando escribo, no se trata de algo gratuito. Y me gusta que en el Facebook, un escritor como Daniel Ruiz García haya escrito lo siguiente, porque es algo recíproco:

Sintonizo plenamente con su concepción de la literatura, en el fondo y en la forma.

Gracias, compañeros.

MÁS CUENTOS EN WWW.EXPRAI.COM

Dic 7, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
El amigo Exprai sigue rescatando los cuentos que me publicaron en mis sucesivas columnas de los suplementos juveniles de GARA durante cinco años -antes de que aquello acabara de malas maneras- y que si mal no recuerdo respondían (mis secciones) a estos títulos: DIA D HORA H, DULCE VENENO y LA PEDRADA (que era el que más me gustaba). De entre todos aquellos yo hice una selección de 70 (o de 69 más uno) para La polla más grande del mundo, y deseché otros tantos porque aludían a asuntos de actualidad que yo suponía que no resistirían el paso del tiempo. Releyendo ahora muchas de aquellas columnas (aunque yo nunca las consideré como tales, sino como cuentos) veo que, tristemente, muchas todavía aguantan. Y es que algunas cosas nunca cambian, lamentablemente.

¿COLEGAS?

—¿Si alguna vez me metieran en la cárcel vendrías a verme?– recordó la conversación, tantos años después.

—¿A la cárcel? Por Dios! ¿Qué has hecho?

Estaban sentados en una cafetería, junto a un ventanal por el que culebreaban gotitas de lluvia. Algunas de ellas se encontraban y se fundían, otras continuaban zigzagueando desesperadas. Todas terminaban diluyéndose sobre el cristal. Diluyéndose como aquel amor que tanto le hizo sufrir.

Ahora, al volver a verla, después de tanto tiempo, sabía que no había merecido la pena.

—Bah, déjalo, era una tontería– le contestó entonces, aunque supiera que no, que no era ninguna tontería, que tarde o temprano acabaría encerrado. Lo sabía y no podía hacer nada por evitarlo. Del mismo modo que no podía querer a alguien que se avergonzaría de ir a visitarle a la cárcel; o que las gotas de lluvia que recorrían su camino en solitario trazaban rocambolescos caminos con tal de llegar a su destino, a veces incluso arrastrando toda la suciedad aparentemente invisible, pero acumulada sobre el cristal.

—Sigues igual que siempre– decía ahora ella.

A él le habría gustado corresponderle, pero no pudo, ni siquiera por cortesía. Y no se trataba sólo de ella. Todos sus antiguos compañeros de la facultad de periodismo le parecían mayores, aunque él también hubiera echado barriguita y el corazón le hubiera dado algún que otro aviso. Era algo más, algo que les hacía parecer terriblemente cansados y avergonzados y derrotados, y que no podían disimular ni siquiera con los méritos profesionales de los que alardeaban en los corrillos que formaban.

Cada vez que él había intentado incorporarse a uno de ellos se había producido un inoportuno silencio. No le sorprendía. Antes de presentarse en la reunión de antiguos alumnos sabía que habían intentado por todos los medios que él no acudiera. Se había enterado a través del artículo de uno de sus compañeros en el que declaraba una tregua a otro articulista, también presente, con el que pretendía rivalizar, cuando ambos se sentían muy orgullosos de sostener con sus respectivas columnas, desde extremos perfectamente equilibrados, el peso de la opinión pública. Aquella comida era un gesto de fraternidad, un encuentro entre colegas.

A él, sin embargo, no le consideraban como tal, pues nadie le había llamado. Como nadie lo hizo cuando lo quitaron de en medio, tras publicar varios reportajes molestos. Había llegado demasiado lejos. Hasta la raíz. Y había visto que estaba podrida. Ya entonces sabía que si la tocaba todos los nervios del árbol se resentirían. Y sin embargo no pudo evitarlo. Hizo lo que debía, aunque supiera cual era el precio que debía pagar.

Nadie, por supuesto, ningún compañero, fue a visitarle a la cárcel. Ellos también formaban parte del árbol.

Nadie, ni siquiera ella.

—No has cambiado nada – continuaba halagándole ahora, sin embargo.

Pero después, a la hora de sentarse a cenar, le evitó, prefirió hacerlo entre el resto.

Él hubo de colocarse en una esquina de la mesa. Lo cierto que a él tampoco le apetecía nada acudir a aquella comida. Pero al igual que, como una premonición, cuando decidió que quería ser periodista supo que tarde o temprano acabaría entre rejas, también había imaginado durante mucho tiempo aquel reencuentro, y lo había imaginado exactamente así, regresando al rebaño convertido en una oveja negra. Eso era todo lo que quería. Comprobar que era distinto a ellos. Que para él tampoco eran colegas. Que ese algo que les hacía parecer cansados y avergonzados y derrotados, era el lastre de sus propias conciencias sobre las espaldas. Confirmar, cada vez que la sorprendía a ella, mirándole de reojo, añorando todo cuanto echó a perder a cambio de la triste, cobarde tranquilidad de su vida, que no había merecido la pena. Que ninguno de sus antiguos compañeros merecía la pena y que aunque también le miraran de vez en cuando, el brillo con el cual pretendían armar sus miradas no era de desprecio, sino de una envidia que se les disparaba hacia dentro de sí mismos

FIN

MÁS CUENTOS

UN MADERO MIL LAPICEROS

Dic 5, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Hace unos días hablábamos de los señores del dinero, los amiguitos del rey, los que se reúnen con Zapatero para solucionar la crisis, y al poco, ¡toma!, privatizaciones, recortes sociales… Un gobierno que deja desprotegidos, que sacrifica a quienes más expuestos están a la pobreza da mucho miedo. Después, dentro de tres o seis meses, los sindicatos convocarán una huelguita general, y si alguien grita un poco más de lo que esté en el guión le llamarán antisistema, o pactarán unos servicios mínimos para que haya huelga, sí, pero el que quiera trabajar pueda llegar a la hora… Aquí los únicos que hacen huelgas salvajes son los pijos, y de un plumazo los someten a la justicia militar. Y todo el mundo plas, plas, plas… Eso también, a mí por lo menos, me da mucho miedo. Un gobierno que no gobierna para las personas, sino para los mercados, que lo hace a decretazo limpio, que no duda en militarizarse cuando las cosas se ponen feas… Eso antes se llamaba de otra manera ¿no? (por cierto, que puestos a ahorrar y a hacer recortes, es un clásico y si lo mentas pareces un jipi trasnochado, pero ahí está, ¿qué pasa con con los miles de millones de euros que chupa el ministerio de defensa -o los que se desvían o maquillan en partidas de otros ministerios y que son igualmente gastos militares-).
Vete tú a saber, si en la proxima huelguita general los antisistema rompen muchos escaparates lo mismo sacan los tanques a la calle o proclaman el estado de excepción.
De todos modos ¿a quién le importa eso? La gente está muy distraída y muy contenta haciendo cola para adorar la Copa del mundo en El Corte Inglés y sacarse una estampita con ella. Lo único que falta para que se complete la Santísima Trinidad es que les amenicen la espera con una tele encendida y un programa de esos en los que gritan. Ya lo decía El Drogas el otro día. Sabemos más de la biografía de Belén Esteban que de las nuestras abuelas. Y así nos va.
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