¡OH JANIS! EN EL BLOG DE ELÍAS GOROSTIAGA
http://eliasgorostiaga.blogspot.com/2011/08/oh-janis-mi-dulce-y-sucia-janis.html
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Me rindo. Hace demasiado calor, aquí en Aldeacentenera, para escribir un minidiario en directo. Y tampoco tiene mucho sentido. Un diario hay que dejarlo reposar, alejarse… Uno no puedo escribir lo que realmente siente si sabe que las personas de las que habla pueden leer “just in time” lo que tú piensas de ellas. Un diario, para que tenga sentido, tiene que empezar siendo algo privado, íntimo… Así, lo único que puedes conseguir es que te partan la boca, o que te tiren al pilón. Pero sobre todo es el calor. La calor. Y además, a quién le importa… ¿A quién le importan los gatos muertos sobre la carretera, los camiones de orquestas de verano, los remolques de rejoneadores con lo que te cruzas “on the road”?… No tengo ganas de escribir. Quizás mañana, después de comer con Ángel González González en Trujillo y asaltar alguna gasolinera o profanar alguna iglesia, como acostumbramos a hacer cada verano… O eso nos creemos nosotros. Ya tengo el título para la crónica de nuestra próxima fechoría: “Dos flacos en La Troya”.
Hemos venido un rato al hostal a descansar y aprovechando que mi hija Malen, que no para, se ha quedado dormidica, me he puesto a escribir. Sin querer a lo mejor me sale un minidiario, improvisado y familiar y on the road de estas vacaciones. Esta mañana hemos ido a ver las catedrales, después de varias operaciones logísticas (como quitar el coche de la zona azul y llevarlo a un sitio donde no te levanten diez euros los bandoleros municipales). Yo me aburro un poco en ese tipo de sitios, catedrales, iglesias, pero es porque no entiendo. Una vez le hice una entrevista a Julio Llamazares, cuando él andaba escribiendo Las rosas de piedra, y estuvimos en la catedral de Tudela, él habló con algún cantero, restauradores, etc, pero no me acuerdo de mucho, tampoco presté mucha atención porque me parecía que a Julio Llamazares yo le estorbaba un poco y entonces ya me cayó un poco gordo y él también empezó a estorbarme y pensé que no iba a volver a comprar ningún libro suyo, porque además para superar La lluvia amarilla lo iba a tener complicado, total que no he leído Las rosas de piedra ni Los pilares de la tierra ni ninguna de esas novelas en las que dicen que las piedras hablan y que guardan la memoria de los hombres y los siglos, etc.
El caso es que me pregunto que para qué vamos a ver esos lugares, la gente, los turistas, la mayoría de nosotros, cuando visitamos ciudades monumentales como Salamanca, León, Burgos, etc, si nos aburrimos como ostras. Es una especie de obligación, o, al menos en mi caso, una penintencia, reconocer mi ignorancia, mi pequeñez, darme golpes en el pecho preguntándome por qué no seré lo suficientemente instruido para apreciar cada detalle, cada gárgola, los retablos, los latinajos…; por eso o por disfrutar mucho más de la caña y la tapa al salir que de esas maravillas. Hablando de retablos, en uno de las salas capitulares había uno sobre el martirio de Santa Catalina en la que el verdugo que la degollaba tenía un paquete estratosférico, comparable al de mi Dick Grande, no sé si por la excitación del momento o por un capricho de la naturaleza. Esos son los tipos de detalles en los que repara la mía, mi naturaleza chabacana y primitiva. He intentado fotografiarlo pero salía borroso, una y otra vez, lo cual me ha dado algo de yuyú, el altísimo ha debido de enojarse conmigo, no sé si ha tenido que ver también que mientras lo hacía mi hijo Hugo señalaba al suyo en otra parte del retablo y decía «¿Quién es ese tío en calzoncillos?».
No sé qué hacer, ayer el demonio me robó la sombra cuando escapé de la cueva de Salamanca, y hoy Dios la luz del flash. Lo de la leyenda de los hombres sin sombra, aquellos que escapan por los pelos de la escuela de nigromancia que el diablo tenía en la susodicha cueva dejando en prenda el reflejo de sí mismos, es algo que se repite en muchas historias o referida a varios personajes, como Pedro de Axular o Joanes de Bargota, el brujo que regresaba volando desde Salamanca a este pueblo de Navarra y al entrar en la iglesia, en pleno verano, todavía traía hielo en la capa, de rozarse con las nubes. Lo digo porque ambos salen en una novela de piratas que estoy escribiendo. Por lo demás, la capa del brujo de Bargota no vendría nada mal en este agosto por fin tórrido.
También hemos entrado a la Casa de las Conchas. Preparando el terreno, pues tal vez presente pronto en ese «marco incomparable» mi Janis. Algunos compañeros de editorial ya lo han hecho. De momento, en la biblioteca municipal que alberga el edificio yo no existo como autor (solo como antólogo de Simpatía por el relato). En las librerías ni me molesto en mirar. Quizás si escribiera sobre catedrales…
PD: la compra del día: empanada de bacon y dátiles, 1,55 euros. Es lo que me estoy comiendo ahora mismo aquí en el hostal, y así me ahorro un menú del día, que la cosa está muy malita.
Escribo para que la gente se lo pase bien, o mal, depende. No escribo por dinero, aunque me gustaría vivir de lo que escribo. De momento, la literatura no me da para vivir pero me ha permitido viajar. Una vez gané un concurso de relatos de viajes de El País y el premio eran seis mil euros para gastar en un solo viaje. Yo me fui al basurero de Payatas, en Manila. Estuve tres meses allá. Luego escribí un libro (Atrapados en el paraíso), gané otro premio, con ese dinero me fui a México y a Cuba, escribí otro relato con el que gané otro premio, que otra vez era un viaje, a Tailandia, y así… Pero hace ya tiempo que no gano ni me presento a premios, porque tengo dos niños pequeños y no me caben en la mochila.
He publicado novelas (Ciudad Retrete, Odio enamorado…), libros de cuentos (Cuentos sanfermineros, La polla más grande del mundo –no es una autobiografía-, Ajuste de cuentos…), y novelas juveniles, guías de turismo, guiones de cómics… De pequeño tocaba la guitarra con una raqueta de tenis y quería ser rockero, pero como pronto me di cuenta de que no valía, de mayor me desquité coordinando con Esteban Gutiérrez una antología de cuentos escritos por rockeros (Simpatía por el relato) y así algunos me dejaron entrar a sus camerinos. Con Vicente Muñoz edité otra antología, esta de homenaje a Bukowski (Resaca / Hank over), que es un escritor que me gusta mucho pero no es el único. Hace años publiqué uno de los primeros fanzines literarios en internet: Borraska e igual dentro de unos meses lo resucito un poco.
Si queréis saber más sobre mí en septiembre me sacan un diario personal: Dios nunca reza. Ahora os dejo, porque tengo que responder unas preguntas muy raras.
¿Con qué personaje público compartirías un cigarro?
Un día soñé que me fumaba uno en la cama con el rey y Amy Winehouse mientras los tres discutíamos amigablemente sobre la tercera república (bueno, el rey a veces me decía “¿Por qué no te callas?” y me echaba el humo a la cara).
¿Qué es lo más enrollado que has hecho en el último mes?
Un día vi, sin que él me viera a mí, a un tipo leyendo mi libro en el autobús y riéndose. Fue un momento sublime. Otro día mis dos hijos se durmieron a la vez y pude echarme una siesta por primera vez en seis años.
¿Qué te hace perder los papeles?
El abuso de autoridad, los correctores de estilo y el patxarán.
¿A quién le cerrarías la boquilla?
A los que intentar cerrar boquillas.
¿Qué te gustaría que fuera de tamaño King Size?
La cuenta de mi banco… Bueno, me conformaría con poder vivir de mis libros.
¿Qué papel crees que tienen tus creaciones en el panorama actual?
Un papelón. Lo que cuesta que le hagan caso a uno… Creo que aporto una voz diferente, propia, arriesgada, libros que no suenan a otros libros, y libros que sobre todo provocan reacciones: risas, mala leche, ternura…
¿A quién le pasaríais el cigarro?
A mi amigo el dibujante Juan Kalvellido. Él también me lo pasaría a mí.
PD: ah, la compra del día: en un puesto de libros de segunda mano me he pillado por dos euros una novelita juvenil de Jim Dodge titulada ‘Jopa’. Andaba detrás de algo de este escritor desde hace tiempo. Tiene muy buena pinta. Y creo que es un libro robado, porque lleva el sello de una biblioteca pública.