Las últimas adhesiones a la manifestación “Contra las dificultades de la vida moderna” han llegado desde el “Sindicato de empujadores de máquinas expendedoras”, quienes recuerdan que cada día siguen quedándose enganchadas en las mismas cientos de palmeras de chocolate o tubos de Lacasitos, sin que en la mayoría de los casos los responsables de bares, centros comerciales o áreas de descanso se hagan responsables del hurto. “Es más”, añaden, “con frecuencia son detenidos, acusados de vandalismo, algunos de nuestros afiliados al ser sorprendidos aporreando las máquinas, o incluso, y esto nos parece gravísimo, otros que las empujan con un cívico disimulo”.
Recordemos que la convocatoria de esta manifestación partió de la “Plataforma por un carril lento en las cajas de los supermercados”, un grupo de consumidores afectados por la presión a la que son sometidos los clientes en el momento de pagar y recoger sus productos y que no dudan en calificar las cajas registradoras como siniestros símbolos del capitalismo o pequeños tótems consagrados al consumo y las prisas. A ellos no tardaron en sumarse otras asociaciones como la ‘Coordinadora de incapaces de despegar bolsas de compra”, la “Agrupación de afectados por las mañanas enteras perdidas intentando tramitar on line una factura para el Ayuntamiento” o el colectivo “No eres el único que tiene que bajar del coche para pagar en la autopista o meter el tique del parking y que lo hagas no significa necesariamente que seas bracicorto”.
Paco Cheltuyo, responsable de “Hay sitios libres”, otra de las numerosas asociaciones que se ha sumado a esta marea de ciudadanos a los que la tecnología y las supuestas comodidades de la vida moderna convierten la suya en un auténtico calvario, nos indica los motivos por los que ellos han decidido secundar esta protesta: “En nuestro caso, nos parece indignante la conducta de esos conductores –valga la redundancia— que en los parkings de los supermercados deciden aparcar junto a la puerta de los mismos, a pesar de que a solo cincuenta o cien metros haya sitios libres, obstaculizando el recorrido natural de los carritos de la compra, a menudo después de que quienes los empujan hayan pasado un buen rato tratando de conseguir que la cajera les dé de mala gana cambios para insertar una moneda con la que desbloquear uno de los susodichos carritos, que al final siempre resulta ser aquel al que se le atrancan las ruedas o tienden a desviarse hacia las estanterías”.
Durante la manifestación, que pretende tener tono festivo “sin que eso implique necesariamente que vaya a haber una batucada”, ha comentado uno de los convocantes, se escenificará la quema de un parquímetro de los que obligan a introducir el número de matrícula del coche, una máquina de zumos de un hotel con bufet y el manual de instrucciones de un aparato informático. “Bueno, todo eso si finalmente llegamos a celebrarla, porque nos están exigiendo toda una serie de papeleos, trámites burocráticos (muchos de ellos vía telemática o electrónica) que a asociaciones como las nuestras nos resultan difícilmente asumibles, además de provocar contradicciones éticas con el espíritu de la protesta”, nos han confirmado desde el comité organizador de la misma, tras varios intentos fallidos para concertar una entrevista vía skype.
Una vez fui a la tele a hablar de mi libro y me encontré con el Señor Consejero de Cultura. Antes de entrar al plató me pasaron a una salita de espera y ahí estaba Él. “¿Qué es esto, una encerrona?”, recuerdo que pensé, porque el día anterior me habían llamado de un periódico para recabar mi opinión sobre un proyecto que habían impulsado desde su Consejería, y mi opinión no era muy favorable a ese proyecto, y así había aparecido en los papeles esa misma mañana.
—Hola — saludé deportivamente, a pesar de todo.
El Señor Consejero de Cultura, al oír aquel mundanal ruido, levantó los ojos del supermóvil al que los tenía pegados, y me miró durante una milésima de segundo por encima de las gafas de pasta, en sus dos acepciones.
—Hola —respondió Él, y después siguió otra vez apretando botones.
Da un poco de miedo ver a todo un Señor Consejero apretar botones: cada vez que lo hace puede estar tirando diminutas bombas atómicas. A mí, de hecho, me dio por ponerme paranoico y pensé que en ese mismo momento estaba borrándome del mapa cultural, vía cibernética.
Luego llegó un muchacho muy pizpireto, que debía de ser el Señor Jefe de Prensa del Señor Consejero de Cultura, con un juguete en la mano, un móvil atronador, en el que en ese momento se reproducía una canción que me resultaba muy familiar. Me sorprendió gratamente la jocosidad con que ellos dos miraban el video, dándose codazos cómplices. No me imaginaba que un grupo como aquel pudiera gustarles.
—Juo, juo, pero mira a ese, si lleva faldas —se rió, no obstante, el Señor Jefe de Prensa.
—Juo, juo, pero qué pintas ¿Quiénes son? — preguntó después, el Señor Consejero de Cultura.
Y el Señor Jefe de Prensa dijo el nombre del grupo y también que “a estos los hemos metido en el programa ese de promoción de músicos”.
—Para que luego se quejen —apuntilló el Señor Consejero de Cultura.
Yo me quedé de piedra. La letra de la canción que estaban escuchando ¡la había escrito yo! Y lo que era peor, aquellos dos tipos no estaban recochineándose de mí. Me di cuenta inmediatamente de que en realidad no tenían ni idea de quién era ni qué hacía ahí. Yo era invisible para ellos. Yo nunca había aparecido en sus mapas.
Habrá qué ver qué sucede tras las elecciones del pasado 24M, pero tengo no sé si la opinión o la ilusión de que ese día ya sucedió algo, de que algunas cosas pueden empezar a cambiar, y de que a la política pueden o deben de empezar a llegar personas en lugar de marcianos, personas que obedezcan en lugar de mandar a quienes gobiernan (o, lo que es más grave, en lugar de tratarlos con desprecio, invisibilizarlos, mofarse de ellos…). Consejeros de cultura, por ejemplo, que conocen a sus músicos, a sus escritores… Alcaldesas que han sido sacadas a rastras de un desahucio… Personas que nos hagan olvidarnos de todos aquellos políticos de vieja escuela que se consideran elegidos —en el peor de los sentidos— a perpetuidad y que en cuanto han notado que les han movido la silla, que creían tener atornillada al suelo, han comenzado a echar espumarajos apocalípticos y a mostrar su verdadero y preocupante rostro, antidemocrático y feroz. De momento, dos semanas después del 24M, el mundo sigue girando.
Parece que el PAN DURO se despacha bien y ya hay SEGUNDA EDICIÓN. Apenas un mes después de la primera hornada. Y es que ya sabéis: ¡No hay pan duro cuando el unte es bueno!
El patrullero Mancuso se levantó con el cuerpo crujiendo como un mueble viejo, después de una noche demasiado corta en la que sin embargo le dio tiempo a despertarse un millón de veces. Se había quedado hasta tarde repasando la circular en la que les recordaban el reglamento a aplicar para un día como aquel, jornada de reflexión, y en su cabeza le daban vueltas todas las prohibiciones que especificaba la nueva Ley Candado. No obstante, una vez iniciada la patrulla, no tardó en entrar en acción y desentumecer los músculos. A la salida del supermercado inspeccionó el carrito de la compra de un sospechoso y descubrió varias latas de cerveza.
—¿Acaso no sabe usted que hoy está prohibido el consumo de bebidas alcohólicas?
—Por supuesto, patrullero, pero las estoy reservando para mañana, cuando den las doce de la noche y los primeros resultados anuncien que hemos ganado las elecciones.
El patrullero Mancuso se rascó la cabeza. Aquel listillo seguramente le estaba tomando el pelo, pero su argumento era irrefutable. Sin embargo, el comentario que había hecho ¿podía ser considerado como proselitismo? Sí, ¿pero a favor de quién? ¿Qué significaba ese “hemos”? ¿Le incluía a él? ¿O era aquel tipo un comunista?…
—Y además, son sin alcohol —añadió el sospechoso, antes de escurrirse con su carrito hasta su coche, que, para más inri, estaba perfectamente estacionado.
Pero pronto el patrullero Mancuso descubrió a un grupito de delincuentes con los que resarcirse. Eran diez o doce, todos llevaban coleta y estaban apoyados sobre una pared fumando y escupiendo circulitos de humo. Un caso flagrante de propaganda electoral. Mancuso decidió acercarse a ellos de incógnito, disfrazado de rapero, con la gorra del revés, una de las galletas María de su almuerzo colgando del pecho y la camiseta remangada hasta el ombligo para dejar al descubierto los calzoncillos-faja. Se metió tanto en su papel de antisistema que mientras avanzaba hacia ellos, al ver aquel humo elevándose al cielo, vino a su memoria un recuerdo infantil que lo torturaba desde que tenía conciencia democrática: aquella tarde en que, durante otra campaña electoral, al salir de la escuela junto con otros compañeros hicieron acopio por sedes de partidos y mitines de todo tipo de propaganda —folletos, papeletas…—, la apilaron en un descampado, prendieron fuego y vieron como todos los rostros de los candidatos, sus programas y promesas, se consumían y subían al cielo en una columna negra, que el viento acababa por difuminar.
Trató de borrar aquella imagen horrible de su mente y se centró en la conversación de los sospechosos: “¡Buah, primo!”, dijo uno de ellos, “¡Primo, buah!”, contestó otro, y así estuvieron durante media hora. A no ser que hablaran en clave, nada de aquello parecía atentar contra la Ley Candado. De modo que tras tragar pasivamente el humo de aquellos cigarrillos, que olían muy raro, el patrullero Mancuso continuó su ronda, amonestando alegremente a gente que hablaba en grupos de más de tres personas, o en idiomas autonómicos, y también tuvo que echar una mano a los antidisturbios en seis desahucios y un motín en la cola del banco de alimentos. Después, al acabar su jornada, regresó a casa y se puso a reflexionar, pero solo estuvo un rato, porque él ya tenía muy claro desde hacía tiempo quién le pagaba y a quién iba a votar, aparte de que si pensaba mucho al patrullero Mancuso le dolía la cabeza.