“Quizás sea un náufrago, pero es que la cordura de la tierra me espanta”
Kike Suárez, cantante y escritor
Kike Suárez y La Desbandada presentan su nuevo disco, “Sueño a la vista”, en una minigira por Iruñea, Irun y Errenteria, los días 6, 7 y 8 de agosto. El artista madrileño y su inconfundible voz diseñada para contar historias vuelven a casa, el escenario, tras un viaje familiar alrededor del mundo.
Patxi Irurzun. Iruñea
Kike Suárez, el artista antes conocido como Kike Babas (King Putreak, The Vientre, Huevos Canos…) ha vuelto a casa, después de dar la vuelta al mundo acompañado de su compañera y sus dos hijos, demostrando que para una aventura de ese calado no hace falta ser millonario, excepto en amigos y curiosidad. Antes de partir, guardó en el frigorífico de los sueños, que en su caso nunca deja que se quede vacío, un puñado de canciones. Son las que componen el último disco que ha publicado junto con La Desbandada, “Sueño a la vista”, y en las que la caverna en la voz de Kike se nos muestra de nuevo profunda, llena de recovecos y grietas en los que crecen historias de barrio, carcelarias o hermosas baladas a la paternidad, narradas todas ellas con el inconfundible sello de su banda a ritmo de rock, rumba, tango… El de Hortaleza presentará en los próximos días “Sueño a la vista” en una minigira por Euskalherria a cuyo fin promete llevarse en la boca un regusto a sangre.
¿Qué le lleva a lanzarse a dar la vuelta al mundo y de ese modo: con la familia y, supongo, poco dinero?
Se dio el momento y además la posibilidad de endeudarme. Me fui un año con los dos peques y la madre: una inmejorable fotografía de familia, luego los polluelos crecen o las parejas se separan, así que capturamos el instante, nos dimos el regalo.
¿Y qué se trajo de ese viaje?
Del viaje me traje un cuento que acaba de editarse “Housito y la vuelta al mundo en familia”, ilustrado por Ramone, que cuenta la superación de miedos de mi hijo menor a lo largo de un trayecto que circunvala el globo. También me traje una fuerte sensación de que el capitalismo no es el camino para una coherente convivencia humana, antes bien… aunque de eso algo ya intuía.
-¿Hay algo de ese viaje en el disco nuevo, “Sueño a la vista”?
Las canciones que hice por el mundo irán al próximo trabajo. Mi nuevo “Sueño a la vista” lo dejé grabado a falta de mezclar y masterizar. El año fuera me vino bien para alejarme del disco, tomar perspectiva y retomar a la vuelta, al disco le ha sentado bien.
-¿Las canciones, dice, son para usted sueños, ¿qué ha soñado esta vez, con este disco?
Tengo sueños recurrentes: en el barrio, por aquello del exceso químico, hubo épocas que nos dimos ‘mala vida’ y la falta de libertad o de cordura es una constante onírica que viene de ahí, yo no invento personajes. Al latir del corazón también le saco estrofas: amor-desamor, ausencias, paternidad. Y siempre está el pellizco social, es algo inherente a mi personaje, por ejemplo “Vis a Vis”, cuya música es de Leiva, que la hizo con enorme sensibilidad.
-“Sueño a la vista”. ¿La música, las canciones, son para usted una forma de evitar el naufragio, de poder llegar a tierra, poder pisar sobre ella sin volverse loco?
Para mi desarrollar la creatividad -musicando o escribiendo- hace que el mundo tenga sentido. Quizás sea un náufrago que camina sobre las aguas, pero es que la cordura de la tierra me espanta.
-¿Cómo es, por cierto, el proceso creativo con La Desbandada, ese tránsito desde la almohada, donde dice que sueña las canciones, hasta el local de ensayo?
No sé tocar ningún instrumento, desconozco las notas. Las canciones se me quedan en la cabeza, las canto al aire con estructura. Si alguna se olvida es que no valía. Actualmente las que se quedan se las canto primero a mis hijos, que son los que opinan si el tema merece, y después a La Desbandada, que hacen de aquello una canción de verdad.
-¿Y qué tipo de conciertos o de formato van a ofrecer en esta minigira por Euskal Herria?
Nuestra cita primera es el jueves en El Caballo Blanco, de Iruñea, nos presentamos terriblemente ilusionados y con la banda al completo (menos Esther la vocalista de baja por maternidad); hay una relación de cariño y respeto mutuo con Alfredo & co… Como diría El Drogas: “A gusto”. El viernes en trío acústico de voz, acordeón y bajo -¿curioso, no?- haremos el Onki Xin, tambén en Iruñea, y con esa misma formación el sábado haremos doblete en Errenteria (Zuketz) e Irun (Kabigorri). Lo suyo será llegar al final de la minigira con un cierto regusto a sangre en la boca… ¡de bien cantao!
Yo soy un ser morfológicamente incapacitado para ser feliz. Cada vez que me río fuerte o durante un rato largo comienzo a sentir un dolor insoportable en la parte trasera de la cabeza. Como si bajo la bóveda craneal tuviera a una banda de rufianes, de aguafiestas, acogidos en sagrado (aquella potestad medieval que otorgaba impunidad en recintos religiosos a los perseguidos por la justicia)… Como si una panda de neonazis armados con bates o de tertulianos cavernícolas con micrófonos irrumpiera en una fiesta.
Una limitación física de ese tipo imprime carácter, pero lo imprime solo con el cartucho de tinta negra, mientras el de colores se seca reservado para días que nunca llegan. Soy, pues, un tipo irónico y contenido, con tendencia a la melancolía. Por prescripción médica. Me consuelo leyendo, como si fueran prospectos de un medicamento, sentencias filosóficas o literarias sobre la felicidad, como aquellas que dicen que la felicidad consiste sencillamente en tener mala memoria (Ingrid Bergman); que la felicidad la dan pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña joya…( Groucho Marx); o que hay dos maneras de conseguir ser felices: una, hacerse el idiota; otra, serlo (Jardiel Poncela).
Es cierto, ser feliz es insolidario, es ir por la vida con anteojeras, cambiar de canal a la hora del telediario… Pero a mí me gustaría, de vez en cuando, poderme reír a carcajadas, partirme de risa, sentir que mi cabeza revienta y las carcajadas caen sobre quienes me rodean como una metralla de buen rollo, como un gas de la risa que contagia incluso a los que me hacen infeliz, a los que firman desahucios o te incluyen en listas negras, a los que aparcan en doble fila, a los antidisturbios… Que pudiera quitarme la mordaza, reírme a mandíbula batiente, disparar el cartucho de colores y que todos ellos murieran de risa.
Se puede morir, de hecho, de risa. Me lo contó un compañero de trabajo una vez. Que su padre murió atragantado por sus propias risas. Y mientras me lo contaba yo me imaginaba la situación y luchaba contra mí mismo por contener las mías, mis propias carcajadas.
Esa es la parte que compensa mi incapacidad para ser feliz. O un efecto secundario. Del mismo modo que la presión craneal aplasta mis carcajadas debo luchar contra mí mismo para que en momentos solemnes no se me escape una risa inoportuna. No hay nada peor que reírse en un funeral. O en un discurso. O durante un desfile (en este último caso no porque no lo pida el cuerpo, que sí, sino porque te enfrentas a gente peligrosa y armada).
Lo cierto es que, pese a la vida misma y pese a los periodistas de la caverna mediática, estamos diseñados para reírnos: sonreímos al observar a las personas a las que amamos, al dar las gracias, cuando a alguien se le cae un pedo… Y eso está bien, hay que reírse, aunque el chiste sea malo o la realidad apeste. Hay que intentar ser feliz aunque nos duela la cabeza. Porque hay brillando una pequeña joya en los momentos más domésticos. “Vivimos como queremos”, dijo un día mi hijo, mientras compartíamos un pincho de tortilla de patata en un bar. Y después, cuando yo me reí y comenzó a dolerme la cabeza, pensé que quizás fuera porque se me estaba quedando grabado en ella, a cincel, un momento como aquel, tan parecido a la felicidad.
Colaboración para ‘Rubio de bote’, sección del magazine semanal ON (Grupo Noticias). 1-08-2015
Nunca he tragado con los que piensan que “más vale malo conocido”. Eso es tener mentalidad de esclavos
Mikel Zuza, escritor
Después de tres libros de relatos en los que el escritor, historiador y bibliotecario pamplonés Mikel Zuza ya jugaba con ucronías y distorsiones históricas sobre el reino de Navarra, en “Causa perdida” novela una Navarra que asombra al mundo con valores y armas invencibles como los libros, su principal industria.
Patxi Irurzun. Iruñea
“Navarra será el asombro del mundo”. Lo escribió Shakespeare y, de hecho, cuando lo hizo, Navarra ya comenzaba a ser ese país modélico al que todos admiran; ese país que acoge para su causa a artistas y perseguidos de todo el mundo. Es así, al menos, en Causa perdida, la novela que el pamplonés Mikel Zuza (1970) acaba de publicar, en la que el rey Juan de Labrit recupera el reino de Navarra tras la invasión castellana y la convierte en un lugar, ciertamente, asombroso, y a la que se suma una no menos asombrosa, deliciosa, historia de vampiros, con el telón de fondo del proceso a las brujas de Zugarramurdi.
-‘Causa perdida’ es una ucronía que sugiere la posibilidad histórica de otra Navarra y se ha publicado coincidiendo con un momento también histórico, una nueva etapa de cambio en Navarra. ¿Feliz coincidencia, premonición?
Evidentemente, si estoy de acuerdo con cambiar nuestra historia del siglo XVI, no iba a ser menos con la del XXI, y aunque confieso que había perdido ya la esperanza de llegar a conocerlo, este cambio que ahora mismo estamos viviendo me llena de ilusión. Nunca he tragado con los que piensan que “más vale malo conocido”. Eso es tener mentalidad de esclavos. Al contrario: creo que lo bueno siempre está por llegar, y espero que todos podamos comprobarlo cuanto antes.
-Esa Navarra culta, tolerante, integradora que ha imaginado ¿es una utopía, o ha habido momentos a lo largo de nuestra historia en que las cosas podían haber sido de otro modo?
Siempre es mejor ser cabeza de ratón y tomar tus propias decisiones, que cola de león, por muy imperial que este sea. Los reyes Juan de Labrit y Catalina de Foix habían conseguido poner fin a la guerra civil que desde hacía más de sesenta años desangraba Navarra. ¿Qué mejor punto de partida que ese para llegar a ser el país que asombraría al mundo, como dejó escrito Shakespeare? En lugar de eso nos convirtieron en un territorio periférico y sin más interés que servir de baluarte defensivo contra Francia. Y en vez de muchos Shakespeare, lo que acabó saliendo de aquí a partir de entonces fueron bastantes “shaCaspare”, que suena parecido, pero –desafortunadamente para todos- no es lo mismo.
-Usted es bibliotecario y en su novela los libros tienen una importancia vital, ¿cree que ellos o la cultura pueden tener esa capacidad de cambiar el curso de las cosas?
No se me escapa que basar el porvenir de un país en los libros, como hago yo en mi novela, puede parecer un tanto ingenuo, pero lo cierto es que juegan un papel tan importante en mi vida que darles el protagonismo de mi historia me pareció lo más lógico. No tengo la menor duda de que la mejor parte de mí proviene de las miles de páginas que he leído y de las miles que me quedan por leer aún. Así que si, como creo, los libros tienen la capacidad de cambiar a las personas, por igual motivo necesito creer también que pueden ayudar a mejorar el mundo.
-La novela está llena de guiños a personajes y acontecimientos históricos: Johanes de Bargota, convertido en obispo de Pamplona, Pierre de Lancre, Mozart, la fuga de San Cristóbal…
Lo bueno de las ucronías es que a partir del punto concreto en el que cambia la historia que todos conocemos, puedes recontextualizar personajes y acontecimientos dándoles una vida nueva. En ese sentido todos los personajes que aparecen en mi novela, tanto los reales como los que son evidentes homenajes literarios y hasta cinematográficos, muestran mis afinidades y antipatías como si se tratase de un espejo. Un espejo que fui puliendo letra a letra mientras escribía mi libro y en el que me reconozco por completo: estoy en todos esos personajes, y todos esos personajes están también dentro de mí.
-Además de su interés por la historia, y por jugar con ella, alterarla, que ya ha mostrado en otros libros, en este añade también un homenaje a las novelas de vampiros o de terror, con esa novela dentro de la novela… ¿Cómo ha sido el encaje de esta historia dentro de Causa Perdida?
Siempre me tentó homenajear a mi novela favorita: Drácula, y vi que esta era la ocasión perfecta para ello. Por eso imaginar por completo –aunque con la inestimable colaboración de todos los autores que se han ocupado del apasionante tema de la brujería navarra- la figura de Estefanía de Lanbroa es una de las mejores cosas que me han pasado escribiendo este libro. Como digo en las notas explicativas del final de mi novela, me hubiese encantado conocer a una mujer así. No pierdo la esperanza…
-¿Cree, por último, y volviendo al principio, que alguna vez será posible esa Navarra que imagina, que es la admiración del mundo?
Yo quiero creer que sí. Es más, necesito creer que será así. Y la cultura debe jugar un papel crucial para lograrlo. Pero la cultura entendida como el elemento que nos hace verdaderamente humanos, porque saca lo mejor de nosotros mismos. Y sobre todo hay que dejar atrás de una vez verla como un mero entretenimiento, que es lo que muchos desde las instituciones responsables han defendido hasta ahora. Reitero mi ilusión por la época que se está abriendo, y en la medida de mis posibilidades, colaboraré todo lo que pueda.
* Pan duro. De Patxi Irurzun.Pamiela. Salta este escritor navarro del realismo sucio (bando en el que ha demostrado estar más que dotado) al realismo mágico en este cuento para todas las edades repleto de humor y ternura, y lo mejor es que lo hace facturando una novela de altura. Con ecos de ‘Amanece que no es poco’ y ‘Bitelchús’, dos filmes de referencia, Irurzun nos traslada a Zarraluki, pueblo que no aparece en los mapas.