Publicado en Rubio de bote, magazine ON diarios Grupo Noticias (14/09/24)
Hace unos días, en una entretenida y divertida conferencia sobre la
relación de la pelota vasca con la Iglesia, el ponente, Santiago
Lesmes, iniciaba su intervención botando una pelota contra el suelo
(que era además el del refectorio de la Catedral de Pamplona) y
hablando del poder evocador de los sonidos, capaz de retrotraernos a
otras épocas de nuestra vida, de remover recuerdos, de unirnos
incluso de una manera atávica con la tierra o con nuestros
ancestros… Hay algo de todo eso en el repique y el eco, como un
disparo, de una pelota contra el frontón: la piedra, el cuero, el
impacto contra la chapa cuando se yerra el golpe (los errores siempre
resultan más estruendosos).
Al escuchar a Lesmes comencé a pensar en mis propias magdalenas
acústicas de Proust y me acordé, por ejemplo, del bote de un balón
de baloncesto. Durante muchos años de mi infancia y adolescencia el
baloncesto fue mi vida, todo giraba alrededor de él, y ese sonido lo
percibía como el latido de un corazón. Años más tarde viví
durante algún tiempo en un piso cuyas ventanas daban a unas pistas
con canastas en las que a todas horas había grupos de chavales
jugando. A algunos de mis vecinos aquel ruido les molestaba. A mí,
por el contrario, me gustaba, me tranquilizaba, era una especie de
cordón umbilical que me conectaba con mi juventud. A nadie le
molesta el sonido de su propio corazón.
Las evocaciones acústicas, no obstante, no siempre o no solo traen
buenos recuerdos, a menudo dejan en la memoria un regusto agridulce.
El ruido de una llave en la cerradura puede suponer un alivio para
quien espera con los ojos abiertos y el alma en vilo el regreso de
una hija o un hijo desde los abismos de la noche, pero también puede
ser angustioso para quien ha vivido algún infierno doméstico.
El inventario de sonidos terroríficos o inquietantes podría ser
interminable: el tic-tac de un reloj de pared en una noche blanca de
insomnio, el murmullo peligroso de las muchedumbres, la canica o la
moneda rodando en el piso superior, el rumor del viento despeinando
los árboles antes de la tormenta, el rugido de los estómagos en los
exámenes, las toses recorriendo los pasillos en las noches de
hospital, el ulular de las ambulancias atravesando la ciudad, la
llamada telefónica en mitad de la madrugada…
Aunque puestos a evocar, ¿por qué no quedarnos -volviendo al
baloncesto- con el suspiro de la red tras una canasta limpia? ¿O por
qué no con el aplauso fervoroso y unánime al artista talentoso, con
la carcajada contagiosa como un virus, con el chorro vigoroso de la
orina largamente contenida? ¿Y por qué no, en fin, con algunos
sonidos en peligro de extinción: el crujido de la aguja sobre el
vinilo, el chiflo del afilador, el remache de la tecla de la máquina
de escribir poniendo el punto final de un artículo?
Entre el 6 y el 28 de septiembre se celebra en Iruñea el Salón del Cómic de Nafarroa. Es ya la decimoquinta edición y en esta ocasión han bordado, literalmente, el cartel, con la presencia de invitados como la autora de dicho cartel, Bea Lema, una docena de exposiciones o algunos descubrimientos sorprendentes, como el de la joven promesa local Josefina Altuna, de 91 años.
Mientras a solo unas horas del inicio del Salón del Cómic de
Nafarroa, su director Javier Pérez de Zabalza, atiende alguna
llamada o da los últimos toques a alguna de la exposiciones que
ocupan las tres plantas del Palacio de Condestable de Iruñea, su
cabeza está ya puesta en la edición del próximo año. Esta es la
decimoquinta cita del que es ya un evento cultural asentado en la
ciudad y también en el mundillo del cómic estatal, pero que a pesar
de su veteranía mantiene toda la efervescencia, frescura e ímpetu
propios de los quinceañeros. Pérez de Zabalza no cree que sea él
quien deba decir que el Salón es un festival de referencia para los
autores y aficionados al noveno arte pero sí reconoce que a los
artistas no les cuesta demasiado acercarse a una capital de
provincias, pequeña y apañada, como Iruñea. “Creo que en parte
tiene que ver con que los tratamos muy bien. Como el festival es
largo, dura casi un mes, podemos recibirlos por separado, llevarlos
de un lado a otro, incluso a veces emborracharnos con ellos.
Nosotros, en el fondo, somos fans y estamos encantados de conocerlos,
esa es de hecho una de las principales motivaciones para invitarlos”.
El kiliki Demonio y los bordados de Bea Lema
Por el Salón del Cómic, organizado por la Asociación de ilustradores navarros TIZA, además de la nutrida y talentosa escena local, han desfilado a lo largo de sus diferentes ediciones lo más granado del cómic estatal (Paco Roca, Alfonso Zapico, Flavita Banana…) y también estrellas internacionales como Edmond Baudoin. Y este año la programación no le va a la zaga. La gallega Bea Lema, autora de la premiadísima El cuerpo de Cristo, una novela grafica publicada por Astiberri en la que aborda una dura historia familiar utilizando de manera brillante recursos gráficos como el bordado a mano, ha recurrido también a esa técnica artesanal para elaborar el cartel anunciador, en el que ha elegido como protagonista al kiliki Demonio de Irurtzun. “Ha sido una sorpresa, nosotros esperábamos una ilustración y nos hemos encontrado con este bordado, que ella misma ha hecho, al igual que en su cómic. En el Salón vamos a aprovechar ese recurso y a Bea Lema la tendremos impartiendo un taller de arpilleras en Condestable el 14 de septiembre, y el día anterior en el Museo del Carlismo de Lizarra dialogando con Esther Vital, directora de cine navarra que también está utilizando bordados en sus obras de animación”.
El increíble Hulk en el balcón de Condestable
Talleres, charlas, firmas y encuentros con autores… La lista de eventos es larga. En lo que se refiere a las exposiciones, este año son diez, “doce si tenemos en cuenta los escaparates que algunos ilustradores locales están pintando en comercios de la ciudad o la expo virtual que recogerá las crónicas gráficas que van a realizar alumnos de la Escuela de Artes de las diferentes charlas”, aclara Pérez de Zabalza. El Palacio de Condestable, en la Calle Mayor de Iruña, a uno de cuyos balcones se asoma durante estos días una figura fallera del Increible Hulk, será la sede que acogerá todas estas expos, como por ejemplo la del humorista gráfico e ilustrador Riki Blanco, “un autor brillante, muy versátil y superocurrente, con una mente muy loca”, quien junto con Candela Sierra ofrecerá además una performance sorpresa -ni siquiera los propios organizadores saben en qué consistirá- titulada Nanoespectáculo el día 18 a las 19:00h.
Los tatoos de Josefina Altuna Otra de las exposiciones, la dedicada a la artista local Josefina Altuna, es una de las más sorprendentes y entrañables de este año. Iruindarra de 91 años, Josefina ha dibujado desde que era una niña. Su obra fue redescubierta por su propio nieto, Mikel Edorta López de Vicuña, quien se recordaba a sí mismo de txiki compartiendo lápices con su amatxi y que, ya adulto, se sorprendió al comprobar que Josefina no había abandonado nunca su pasión y quiso compartir las ilustraciones de su abuela -pequeñas y coloridas ilustraciones de carácter naif, cercanas al arte bruto u outsider– en redes sociales. Mikel Edorta regenta un estudio de tatuaje, Aizkora, en el barrio de la Navarrería de Iruñea, y de inmediato comenzó a recibir encargos de clientes que querían tatuarse los dibujos de Josefina. Recientemente, sin ir más lejos, uno de los artistas más destacados de la pujante escena de música urbana de la capital navarra, Hofe, ha estampado en su piel un diseño de Josefina Altuna. Una bonita historia que podremos conocer de primera mano con el propio Mikel Edorta el día 17 a las 19:30h en Condestable, y cuyo carácter intergeneracional se suma el taller que otro ilustrador iruindarra, Belatz, impartirá en la Casa de Misericordia, en la que residentes de la tercera edad compartirán sus experiencias con menores tuteladas por la asociación Haziak.
Haciéndose el sueco por Iruñea
Pero si la historia de Josefina Altuna resulta increíble, no lo es menos la del dibujante sueco Charlie Christensen. Autor de éxito en su país, donde su personaje Arne Anka, una parodia del Pato Donald, es toda una institución, lleva viviendo, convertido en un auténtico desconocido, en Iruñea desde 1988 (ha vivido, de hecho, más tiempo aquí que en su país natal). “Para que te hagas una idea -nos cuenta el director del Salón- hay una película que fue candidata a los Oscar, La peor persona del mundo, en la que el protagonista es un dibujante, y en la que los dibujos que salen son suyos, por ejemplo, con un guiño a su obra que los suecos reconocen inmediatamente. Por aquí Christensen no es conocido, porque no está traducido, pero en la expo que le hemos dedicado sí hay algunas páginas en castellano y además unos pequeños textos que ha hecho y que explica el origen de algunas de sus historias y en algunas de las cuales hay cosas que tienen que ver con Pamplona”. Además de la exposición, Christensen mantendrá una entrevista con público moderada por el propio Javier Pérez de Zabalza el día 20 a las 18:30h, también en Condestable.
El reloj de la estación de autobuses
A Charlie Christiansen se le puede considerar, en cierto modo, un autor local, y una de las características del Salón es reconocer y reivindicar el talento autóctono (el propio Christiansen fue autor del cartel de una de las primeras ediciones del festival). Las vías para ello, además de las exposiciones, charlas, talleres, es la edición del fanzine Zart!, con historietas e ilustraciones de dibujantes navarros y que en este número, el sexto ya, está dedicado a las calles y barrios de Iruñea. Pero en esta edición, además, podemos encontrar otra publicación, Las lámparas llegaron sin novedad, que ha visto la luz con la ayuda del Instituto Navarro de la Memoria, y en la que colaboran en una obra colectiva diecisiete artistas navarros. “La idea parte de algo que hicimos el año pasado en Geltoki, la antigua estación de autobuses”, explica Pérez de Zabalza. Sergio Biurrun “Amplio” escribió un guion a partir de una historia real que sucedió allí, la del militante de izquierdas y republicano Enrique Cayuela, quien tras el golpe militar del 36 se ocultó en el hueco del reloj de la estación, donde permaneció tres meses, antes de poder huir a Iparralde. Cada autor dibujó una página del guion “in situ”, sobre unas planchas, y como nos pareció que quedó una cosa chula lo propusimos al Instituto de la Memoria, que ha editado 2000 ejemplares”. Ambas publicaciones, que se distribuirán de manera gratuita, se presentarán el día 11 de septiembre.
Como colofón el día 28, también
en Geltoki, donde se gestó Las
lámparas llegaron si novedad,
se celebrará Komikitoki, una feria de autoedición y de segunda mano
-con caricaturas, Djs, murales participativos, un podcast sobre
fanzines y otras sorpresas-, que supondrá el finde fiesta de este XV
Salón del Cómic de Nafarroa, cuya programación completa se puede
consultar en www.salondelcomicdenavarra.com
Publicado en Igandea+ (diarios Grupo Noticias) 18/08/24
“El capitalismo y la creación artística son una nefasta combinación”
La rapera navarra se encuentra metida de lleno en el proceso creativo de su nuevo disco, que verá la luz a final de año, y del que ya ha adelantado algún tema, como Promenade.
Patxi
Irurzun
La
Furia, el nombre artístico (o en su caso podríamos llamar de
combate) con el que es conocida Nerea Lorón Díaz deja claro qué
significa para esta rapera de Cascante afincada en Arrasate la
música: una herramienta con la que se otorga a sí misma la
posibilidad de gritar, expresar su rabia, plantar cara al capitalismo
y el heteropatriarcado, pero también de indagar en sus dudas y
contradicciones. Tras varios discos como No
hay clemencia, Vendaval o Pecadora La
Furia trabaja sin prisas ni presiones en un nuevo proyecto en el que
a sus canciones las moverán otros motores, como el deseo, o en las
que abordará temas que le preocupan, como los sentimientos
identitarios y sus encrucijadas.
En
sus redes sociales avisaba hace unos días de un verano en el que le
esperaban varios conciertos, un nuevo disco… ¿En qué momento
creativo se encuentra?
Metida
de lleno en el disco, en un lugar lejos de casa donde he venido sola
con mi tarjeta de sonido y cuatro cosas para grabar y componer y
tirarme en el suelo a esperar con paciencia al estado necesario para
crear. Nos pasamos la vida haciendo cosas productivas (yo por lo
menos) sin darnos tiempo a mucho más. El trabajo creativo requiere
de otros tiempos y de un estado más libre. Si pretendo hacer
canciones sin salir de la cotidianeidad (que también lo hago porque
no tengo otras opciones) estoy abocada a la frustración… El
capitalismo y la creación artística son una nefasta combinación.
Ya
ha dado algún adelanto de ese nuevo trabajo y también ha comentado
que ahora le mueven más motores además de la furia o la ira, que
está dejando entrar en las canciones a otros sentimientos como la
tristeza, el deseo… ¿Cómo ha sido ese proceso?
Me
voy moviendo, voy viviendo y lo que hago se mueve conmigo.
Lógicamente lo que sale de una tiene que ver con los lugares vitales
que atraviesa. El proceso en el que sientes que, de alguna forma, tus
movimientos se trasladan a las canciones, está plagado de
inseguridad y duda. Puedes pensar, que si les gustaste por furiosa
quizás no les interese otra de tus capas. También en momentos se me
antoja complicado abandonar la percepción que yo misma he tenido de
mi como creadora y dejarme ir a otros sitios. Yo sé enfadarme y
mostrarlo, eso lo manejo, pero escribir desde otros sentimientos o
estados ha sido algo novedoso para mí y en ocasiones difícil de
abordar. Lo hago y lo seguiré haciendo porque pretendo acercarme a
la creación de forma honesta y comprometida conmigo y con el resto.
Y porque me gusta un reto. Y también porque si no sería
aburridísimo.
En
todo caso, su nombre artístico, La Furia, deja claro desde donde
parte…
Entiendo
el arte como la posibilidad, y yo decidí hace tiempo darme la
posibilidad. En mí la música tiene ese lugar… a través de ella
me doy la posibilidad, me lo permito, lo digo, lo disfruto, lo grito,
subo el volumen, lo bailo, lo encarno, me libero, lo vomito, lo
siento y cuando quiero, lo apago y sigo. Pero hay transformación
siempre.
Y
al otro lado, en quién recibe sus canciones, ¿le parece que la
música puede tener la capacidad de cambiar a las personas, de
disponerlas a plantearse cosas sobre su vida, o a despertar
conciencias?
La
música, como el arte en general, tiene la capacidad de relatar
realidades y también de crearlas. ¡Vaya dos cosas! Furia primero,
para protestar, denunciar, quemar demonios y encontrarnos en la rabia
compartida. Y fantasía después, para imaginar vidas, horizontes,
lugares… y encontrarnos ahí también. Esta es una idea que rescato
de conversaciones que he tenido con Elisa Coll al hilo de charlas que
hemos facilitado juntas sobre procesos creativos feministas y queer
y su capacidad de resignificación y transformación.
Supongo
que en ese sentido en un género como el rap, que tan basado en el
mensaje, es difícil establecer un límite entre lo que es la
expresión personal de una idea, un pensamiento, la rabia personal…
y la arenga, o incluso una especie de superioridad moral, no sé si
eso es algo en lo que se piensa al escribir canciones…
No
debemos obviar el contexto del que parte nada, en este caso el rap.
El rap está basado en un tipo de sonidos más o menos reconocibles y
en una forma, una métrica, unos tipos de rimas… El rap es un
estilo de música, punto. Si queremos ser rigurosas y justas nos
iremos a entender al rap dentro de la cultura Hip Hop y sobre todo a
mirarlo desde su origen. O desde quién parte en cada caso. Nos
daremos cuenta de que cuando un sistema capitalista colonial te ha
arrebatado todo y te ha abocado a la miseria, escribir de una forma
que muches entienden como “ególatra”, quizá sea mucho mas
político y necesario que otras formas de hacerlo que la mayoría
acepta como transgresoras. Dicho lo cual, niño pijo, blanco,
heterosexual rapero o viene a decir algo que ponga en cuestión sus
privilegios o por mí podría callarse para siempre. De ese ego que
solo perpetúa ese mismo sistema capitalista colonial y
heteropatriarcal no necesitamos más.
¿Cómo
empieza usted a escribir canciones, tenía relación con la
escritura, la música, desde niña?
Mi
madre trajo la poesía y mi padre la música. Toda la vida pensando
que no respondía a sus expectativas y me acabo de dar cuenta de que
encarno una bonita combinación de ambos, ja, ja.
Nació
en Cascante, un pueblo que es una cantera de rebeldes (Sanchicorrota,
Lucio Urtubia…), ¿Eso marca de algún modo su camino, su estilo
combativo?
Supongo,
no lo sé… Lucio, ya que lo nombras, forma parte del mapa humano de
mi infancia. Por aquella casa familiar pasaba mucha gente y a mi me
interesaban siempre mucho las conversaciones de las mayores. De todas
formas creo que mi “estilo combativo” está mas impregnado de las
mujeres feministas y los maricas de mi vida, (desde recién nacida)
que por los señores importantes. Quizás porque un referente es
alguien a quien puedes aspirar a parecerte. A esos señores
importantes empecé a cuestionarles ciertas cosas desde bien pequeña,
porque de sobra sabemos que lo izquierdoso no te quita lo machista.
La primera rebelde de Cascante que marcó mi vida y ha sido crucial
en mi forma de ser feminista es mi bisabuela Emilia (con permiso de
mi madre), a la que solo conozco por los relatos que he oído de
ella. Imagínate si hubiera podido sentarme en sus rodillas…
En
sus canciones y entrevistas alude a menudo a un tema como es el de la
identidad. Parece que tener una identidad consiste en sentir algunas
convicciones muy arraigadas dentro de una misma, pero me da la
impresión de que usted plantea que quizás lo interesante es poner
en cuestión todas esas convicciones.
Me
gusta que lo abordes… sobre todo porque estoy absolutamente
atravesada por este tema en este momento y eso va a reflejarse de
forma rotunda en el disco. No es que plantee que es mejor una cosa
que la otra, ni siquiera tiene ese mérito. Es sencillamente que yo
me encuentro en encrucijadas identitarias y he decidido atenderlas,
asumirlas. Hay una especia de culpa y mucho deseo de pertenencia en
mi recorrido. Esto me ha hecho adoptar lugares ajenos como propios y
poner picas como un caballero que llega al destino después de la
batalla. ¡A la mierda los caballeros y sus picas en Flandes, paso de
la idea de llegar al destino! Y de clavar nada en ningún sitio para
quedarte para siempre. Aunque la falta de definición identitaria es
a menudo un lugar solitario y farragoso prefiero transitar ese camino
que quedarme donde no es del todo. Rechazo también a estas alturas
la idea de quedarme. Creo en el movimiento y en el descubrimiento y
sobre todo he aprendido a darme el permiso de dudar. Se me antoja que
quizás seamos mas cómodas como habitantes cuando estamos situadas,
identificadas totalmente con algo, inamovibles de nuestras
identidades. Todo eso nos coloca en un lugar mucho mas fácil para
quienes nos quieren gobernar (en el peor sentido de la palabra). En
cualquier caso no es un afán de rebeldía lo mío, sino de búsqueda
de cordura y paz que contrariamente a lo que pensaba también son
posibles en los lugares frontera de la identidad. Por dar una
pincelada a lo concreto, estoy escribiendo en euskera sobre esto y lo
podréis oír dentro de poco.
Sus
letras me parecen muy cuidadas, con metáforas y frases muy
potentes, huyendo de las rimas facilonas, ¿qué hay detrás de todo
eso, es lectora, hay otras disciplinas que le influyen además de la
propia música?
Ojala
fuera un poco mas empollona… A veces (cada vez menos) me doy unos
pocos latigazos por leer poco y no hacer cosas de chica lista. Creo
que he aprendido más en los bares que en las bibliotecas y he sido
mas de barro y noche que de conferencias. No me parece reseñable
esto, es lo que soy. También es cierto que cuando dejé de odiar
todo lo académico (por traumas que tiene una que no vienen al caso)
empecé a abrir libros que sí me hacían devorarlos y encontré mis
tótems donde me quedo a vivir algunas temporadas. Pero sobre todo
tengo buen ojo para la gente, me rodeo de sabias y sabios y les
escucho embelesada y les quiero y nos compartimos. Me inspiro y
aprendo mucho de las otras en lo cotidiano y tengo la humildad
suficiente para no creerme más que nadie, eso me ha traído grandes
saberes.
Y
aparte esta su propia experiencia personal o vital, que también
vuelca en tus temas, en canciones como Ama,
en la que hablas de un tema no muy frecuente en el rap, como la
maternidad…. ¿Su carrera es una especie de trabajo en construcción
con su propia biografía detrás?
Claramente.
Aunque casi inconscientemente siempre he plasmado lo que me parecía
político plasmar. Hay cosas que considero que pertenecen a la
intimidad y no interesan a nadie, que no transforman nada, que no
aportan. Pero lo cierto es que esto es a veces es difuso… Me
interesa pensar sobre ello y sus límites.
Para
acabar, ¿cómo se plantea su carrera musical en el futuro, mira a
largo plazo, tienes proyectos en la cabeza, o va poco a poco,
haciendo canciones de una manera natural?
El
futuro es el final de este año en el que sacaré un disco. Luego me
gustaría presentarlo en directo, si se dan las condiciones para
hacerlo. Después de una época difícil para mí (las que nos
dedicamos a esto estamos regular de la cabeza) de mucho desencanto
con esta industria por capitalista, por patriarcal y por caníbal,
creo que estoy en un bueno momento. Reconectada. A pesar de todo. A
pesar de ellos y de sus lógicas de mucha mierda y poca música. Me
merezco lo bueno y vosotras también.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias) 17/08/24
Hoy los he contado y tengo en casa treinta y siete vasos
reutilizables, de esos que tienes que pedir en fiestas en bares,
conciertos, txoznas (si es que dejan que haya txoznas o no las mandan
al quinto pino). Con los vasos reutilizables me pasa ahora los mismo
que con los mecheros antes, hace siglos, cuando era joven y fumaba
(menos mal que dejé de hacerlo, porque cada cigarrillo te quitaba
diez minutos de vida, decían, que no sé yo si era verdad, porque a
ese ritmo al cabo de unos cuantos de aquellos fines de semana
destroyers, en los que además del humo de los Fortuna −que
encima llevaban plomo−,
los cuales encendías cada uno con la pava del anterior, te
tragabas también la mitad del de todos los demás fumadores del bar
−y la otra mitad te la
llevabas de propina a casa pegada en la ropa−,
total, que, a ese ritmo, con veinticinco años tenías que
parecer ya el abuelo de Makinavaja).
La cuestión es que, al igual que ahora con los vasos, entonces salía
de casa con un mechero, por ejemplo de Talleres Ceferino, y regresaba
a casa con tres, ninguno de los cuales era el mío, por ejemplo uno
de Mili KK, otro con un dibujo del Zruspa, el malo de Naranjito, y el
tercero con la bandera española y el logo de Alianza Popular
raspados con la uña. El mundo-mechero, por cierto, daría para otro
“Rubio de bote”, con todas sus derivadas, por ejemplo las
cerillas, que usabas si tenías vocación de Humphrey Bogart y que
dejabas de usar si tenías mal pulso, sobre todo los días de viento;
o los chisqueros −el
mejor remedio contra el viento, precisamente−
aquellas cuerdas naranjas que prendías haciendo girar una ruedita;
después amorrabas el cigarro a la yesca y vete a saber qué
inhalabas, además del plomo del Fortuna.
Pero centrémonos en los vasos. Con ellos uno nunca sabe cómo acertar. Si decides llevártelo de casa para ahorrarte el euro de la fianza (que luego nunca recuperas, por no quedar como un rata), resulta que ese día de repente en todos los sitios se han puesto exquisitos y sirven cristal o ha habido un cambio exprés en la normativa y los vasos desechables están otra vez permitidos… Al final te pegas toda la noche paseando de la mano tu vaso (porque además tienes treinta y siete en casa, pero ninguno con un agujerico para colgártelo del cuello con un cordel).
Y al contrario, la noche que sales de casa a lo loco, sin vaso,
resulta que este es obligatorio en todos los garitos, y, una vez que
lo compras, te lo olvidas en una barra, coges en otra uno que no es
el tuyo, se te raja bailando la Bomba de King África…
En fin, los veranos del bebedor social en las sociedades
turbocapitalistas son de lo más ajetreados y están llenos de
incertidumbre. Un horror.
Esa
es la última frase que escribí en este diario, hace ya más de dos
meses. A mí me parece que han pasado dos siglos. Y todavía no acabo
de creérmelo. Pero es cierto. Tan cierto como que acabo de volver de
visitar a mi hijo en la cárcel. Estoy reventado. Son casi quinientos
kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Tengo el culo carpeta,
los ojos inyectados en cafeína, mis manos de señor mayor
agarrotadas tras horas aferrándose con furia al volante…
Pero
no es nada de eso lo que me agota.
Es
la cabeza, que parece que me va a estallar.
Esta
maldita cabeza mía que no se detiene nunca.
Cada
vez que regreso de Soto del Real intento reconstruir en el coche los
cuarenta minutos de la visita, como si de ese modo pudiera
prolongarla hasta la semana siguiente y así no dejar solo, allí
dentro, a Silvio.
−¿Qué
tal la superabuela?
−Mucho
mejor, Silvio, no parece que haya estado ocho días en la UCI. Te
manda musus1y achuchones.
−¿Sabes,
aitá? Me ha escrito El Drogas. Le pasaste tú la dirección, ¿no?
−Bueno,
me la pidió él. Todo el mundo se está volcando con vosotros. Vamos
a hacer todo lo que podamos para sacaros de aquí.
−Tranquilo,
aitá, diles que estamos fuertes… −reproduzco
en mi mente, una y otra vez, las frases que hemos intercambiado
atropelladamente.
Y
trato sobre todo de recordar los gestos que las acompañan, la
tristeza de los ojos de Silvio tras el cristal, el leve temblor en su
voz impostada. Busco en la armadura fisuras a través de las que ver
las heridas que intenta ocultarme. Silvio nunca ha sabido pedir ayuda
a tiempo. Siempre se ha comido a solas sus marrones. Siempre se ha
tragado en silencio su dolor.
Una
vez, cuando era pequeño, mientras jugaba en el patio de la escuela
me di cuenta de que caminaba despacito, encorvado y sujetándose la
barriga, y de que le costaba seguir las carreras de los otros niños.
Parecía un viejo de seis años.
−¿Qué
te pasa? −le
pregunté.
−Nada,
me duele un poco la tripa −contestó.
Al
día siguiente, de todos modos, lo llevé al ambulatorio. Y de allí
nos mandaron directos a Urgencias. Tenía una apendicitis aguda.
−Si
llegan solo una hora más tarde habría sido ya una peritonitis
−dijeron
los médicos.
Ahora,
tengo miedo de que en la cárcel alguien le esté haciendo daño.
Cada vez que pienso en ello me vienen a la cabeza algunas escenas de
películas carcelarias, como la de la pastilla de jabón que cae al
suelo de la ducha; pero tampoco hace falta recurrir a algo tan
chusco, recuerdo también otras imágenes más tangibles: el odio en
los rostros de los carceleros, cuando nos cachean antes del vis a
vis; el desprecio cuando se dirigen a nosotros — “Ah, ustedes son
los padres de los “chavales” de Beirut, ¿no?”, dicen, y
remarcan lo de “chavales” con un retintín sarcástico—; su
placer sádico cuando nos hacen saber que la comunicación ha
terminado…
Me
siento impotente. Ya no es como hace unos años, cuando Silvio o su
hermana Janis montaban algún pollo en el instituto y yo iba a hablar
con el profesor, el jefe de estudios o los padres de los otros
alumnos y les contaba que mis hijos lo estaban pasando mal, lo
terrible que había sido para ellos la muerte de su madre… Ahora,
por el contrario, me da la impresión de que nada de cuanto hacemos,
las entrevistas y ruedas de prensa, las encarteladas y encierros,
sirve para ayudarle.
Hay,
sin embargo, algo peor que esa impotencia: el sentimiento de culpa.
Ahora
mismo, por ejemplo, mientras escribo este diario en busca de un poco
de alivio, no puedo dejar de notar clavados en mi cabeza los ojos de
plástico del oso panda, ni de pensar, cada vez que me giro hacia la
mesa en que reposa la enorme cabeza del muñeco, que dentro de una
semana, mientras los otros padres encabecen la manifestación en
solidaridad con nuestros hijos −los
chavales de Beirut−
y en contra del montaje policial y judicial del que son víctimas, yo
estaré dentro de ese muñeco, a cientos de kilómetros, dando saltos
y haciendo cucamonas sobre un escenario, en un concierto de los
Lendakaris Muertos.
Jueves,
20 de abril de 2023
Hoy
me ha tocado el turno de mañana con mi madre en el hospital. Cuando
he llegado el médico ya estaba pasando consulta.
−¿A
qué día estamos? ¿Cuántos son treinta menos tres? −le
hacía esas y otras preguntas simples a mamá, que respondía
desconcertada y humillada, entre otras cosas porque se daba cuenta de
su torpeza, de sus errores y de la extrañeza de la situación, como
si fuera otra persona a la que no reconocía la que hablara por ella.
−No
se preocupe, es normal, después de unos días en la UCI salen
desorientados −ha
intentado calmarme el médico luego, en el pasillo, cuando le he
mostrado mi preocupación.
−Pero
¿volverá a ser… como antes?
−Bueno,
yo no sé cómo era ella antes.
−Pues…
era una mujer muy activa, estaba al día, tenía la cabeza muy bien
−he
contestado, por no decirle que desde luego mi madre antes sabía
perfectamente que treinta menos tres no eran doce y que no estábamos
en 1972.
−Sí,
tranquilo. Ustedes pueden ayudarle, hablen con ella, recuérdenle
cosas. Después de una operación como esa, de las complicaciones, la
hemorragia, tantos días sedada… es como si le hubiera pasado un
camión por encima.
Hace
unos meses —así empezó todo— durante una clase de bachata
sensual la superabuela tuvo un mareo. Al principio mis hermanos y yo
no le dimos importancia, pero unas semanas después volvió a
desvanecerse en una manifestación antitaurina. Y, poco más tarde,
cuando le sucedió de nuevo lo mismo en una salida del Kantuz2,
supimos
que los dos “mareos” anteriores no habían sido en realidad
ninguna tontería, que en el segundo de ellos incluso se la había
llevado una ambulancia a Urgencias. Ella no nos dijo nada , “por no
preocuparos; y porque os ponéis muy pesados”, se excusó. En la
tercera ocasión nos enteramos porque, tras recogerla de nuevo una
ambulancia, la dejaron en el hospital en observación durante unos
días y no tuvo más remedio que avisarnos. Le hicieron entonces
varias pruebas y descubrieron que había algo que no funcionaba bien
en su corazón.
−Habría
que sustituirle una válvula, pero es una operación de riesgo −nos
advirtió el cardiólogo.
−Bueno,
estoy harta de andar haciendo el ridículo, cayéndome por todos los
lados, como si fuera una vieja. Así que adelante −decidió
ella misma.
Pero
nosotros, sus hijos, no estábamos tan convencidos. Tal vez fuera
preferible que mamá siguiera cayéndose de vez en cuando a que no
volviera a levantarse nunca. De hecho, esta mañana, viéndola tan
vulnerable, tan envejecida, tan irreconocible, me he preguntado si no
debimos de insistirle un poco más para que se lo pensara mejor,
antes de la operación.
Cuando
he vuelto a la habitación me la he encontrado caminando hacia su
cama a trompicones, apoyada en un andador y arrastrando el gotero.
Llevaba la bata abierta por la espalda, dejando al aire un trasero
que parecía un albaricoque pocho, y uno de los faldones, empapado,
estaba convirtiendo el suelo en una pista de patinaje.
−¡Mamá,
ya sabes que no puedes ir al baño sola! −la
he reñido.
−¡Ay,
chico! Ya no puede una ni hacer pis tranquila −ha
protestado, mientras la ayudaba a cambiarse el camisón y a tumbarse
en la cama.
Al
mover las sábanas se ha elevado una vaharada de efluvios corporales,
que se ha mezclado con el aire viciado del hospital y la respiración
densa de mamá, como agua estancada en su boca. Pero también, entre
todos esos hedores, he distinguido su olor, el olor de su piel que
conservo todavía pegado a la mía y que compartimos desde que nací.
He pensado entonces en lo que me había dicho el médico, hacía
apenas unos minutos −“Hablen
con ella, recuérdenle cosas”−,
y he decidido empezar por el principio.
***
Creo
que el primero de todos mis recuerdos es el día que murió papá, en
un accidente de tráfico. Yo era muy pequeño, tenía solo tres años,
pero conservo grabada a cincel en la memoria una imagen: nosotros,
los cuatro hermanos, en el cuarto de estar, colocados, como hacen a
veces los niños, cabeza abajo en el sofá, tratando tal vez de
comprender desde esa perspectiva lo que estaba sucediendo tras el
cristal esmerilado de la cocina, en donde se distinguía la silueta
de mamá, sentada en una silla, con la cabeza entre las manos,
mientras a su alrededor se acercaban a consolarla la abuela, los tíos
y otras personas a las que no conocíamos.
Después, veo a mamá, frente a nosotros, en aquel sofá del cuarto de estar. Unos segundos antes se ha levantado de su silla en la cocina y todos le han abierto respetuosamente paso. Ella ha cerrado la puerta de la cocina, primero, y después la del cuarto de estar. Y se ha acercado a nosotros. En su rostro hay un gesto de dolor desconocido, imposible en el rostro invencible de una madre. Mamá, de todos modos, intenta dibujar una sonrisa, pero esta, tal vez porque nosotros la vemos del revés, se asemeja más bien a una grieta que se abre en un muro o a una costura que se suelta. Sergio, mi hermano mayor, al descubrirla tan abatida, hace ademán de incorporarse, como si comprendiera de repente que hay algo indecoroso o inapropiado en la postura en la que estamos, pero mamá le indica, nos indica a todos los hermanos con un gesto de su mano, que no nos movamos. Y no solo eso, después ella misma apoya la cabeza sobre el sofá, se da un pequeño impulso con las piernas y se coloca entre nosotros, haciendo igualmente el pino. Por último, mamá cierra los ojos y de la comisura de uno de ellos brota una lágrima, que se desliza por su frente y desaparece entre sus cabellos, en dirección contraria al que debía ser su cauce natural. Y así, cabeza abajo en el sofá, nos quedamos durante un buen rato los cinco, solos, aislados de todo cuanto sucede fuera de esa habitación, en una extraña paz.
LA MENTIRA ES LA QUE MANDA
Al protagonista de esta tragicómica y furiosa novela los problemas lo roen por todos los flancos. Su madre acaba de salir de la UCI y uno de sus hijos mellizos lleva varios meses en la cárcel, víctima de un montaje policial y mediático, mientras la otra viaja por Europa disfrutando de su año «orgasmus» . En medio de esa tormenta, nuestro antihéroe busca refugio bajo el disfraz de un enorme oso panda, acompañando al grupo Lendakaris Muertos en algunos de sus conciertos. Tras el éxito de Tratado de hortografía y Chucherías Herodes, esta tercera entrega de las peripecias del que fuera cantante de Los Tampones, el famoso grupo de Rock Radikal Vasco, aborda temas como la indefensión del ciudadano de a pie ante los tentáculos del poder o las relaciones familiares cuando nos convertimos a la vez en padres de hijos adolescentes y de nuestros propios padres.
Todo ello narrado con el habitual e inconfundible humor, fiero y entrañable, del autor.
“Patxi Irurzun es nuestro escritor vivo favorito” Lendakaris muertos
“Una novela tierna y cabrona” Miren Lacalle
«Hoy en día, a J.D. Salinger le llamarían el Patxi Irurzun estadounidense». Kutxi Romero (Marea)
“¿Ya estás con tus gansadas otra vez, hijo?” Blanca Ilundain, madre del autor