En su blog Un extraño en MD el escritor Iñaki Echarte menciona Dios nunca reza en un repaso a los diarios y dietarios escritos por autores navarros en los últimos años:
En algún momento de mi vida me reencontré con los dietarios de escritores. Ocurrió con La casa de rojo. Diarios, 1995-1998 (Peninsula, 2001) de Miguel Sánchez-Ostiz. Hay que decir que descubrí a este autor gracias a Peatón de Madrid (Espasa, 2003) y que descubrí este libro gracias a Eduardo Laporte. Después lei Vivir de buena gana. Dietario (Alberdania, 2011) y ahora a la espera de recuperar los anteriores volumenes, me tienta Idas y venidas (Pamiela, 2012) desde la estanteria de la librería. Descubrí gracias a él que ese sentimiento de expatriado, de amor y odio hacia la ciudad natal es, en cierta manera natural. Me gusta su prosa sosegada, sus lecturas apasionadas. Me gusta sumergirme en su vida y después salir sin hacer ruido.
Cuento esto porque parece que se ha convertido en tendencia que los escritores navarros publiquen sus diarios. Este año han llegado dos a mis manos. Por un lado Diario del hombre pálido (Demipage, 2010) de Juan Gracia Armendáriz. Es el diario de un hombre enfermo que espera la llegada de un transplante que le cambie la vida. Eescrito con una prosa tranquila y sosegada, hace un interesante repaso a la literatura protagonizada por enfermos. Es curioso lo cerca que se puede sentir uno del autor cuando se ha tenido un familiar que ha pasado por una situación parecida. Y sorprende el optimismo y la fuerza que tienen las personas que pasan por ese proceso. El 26 de enero de 1999 escribía lo siguiente: «Me he propuesto que esto sea un diario, no las petulantes reflexiones de un escritor». Diez años despues escribo este diario con el mismo proposito. La lectura de aquellos diarios me produce desazón. Una impresión de hombre enclaustrado.
Por otro lado está Dios nunca reza. Dietario (Alberdania, 2011) de Patxi Irurzun. En el encontramos otro diario de espera. En este caso Patxi y su mujer esperan un hijo, se mudan de casa e Irurzun ve como el trabajo y la vida que tenía antes se desmorona. El humor y la crítica a lo que le rodea sostienen el tono agil de este dietario que va cambiando conforme se ve leyendo/escribiendo: Me he propuesto escribir cada día, cada dos días como mucho. No tengo ninguna intención de que el diario se prolongue demasiado. Un diario como este sería una tortura, un modo de matar lentamente, de aburrimiento al lector, y yo concibo la idea como un corte en la vida de una persona, en un momento concreto de esta.. Y también tengo -sinceramente- un objetivo práctico, presentarlo a un concurso, intentar que ganarlo sea la gatera para escapar a toda frustración que trato de reflejar en estas páginas, para dejar mi trabajo, o no tener que amargarme pensando en que debo pedir un aumento de sueldo y dedicarme solo de escribir. Diarios repletos de sueños, pero también de realidades, hotiles casi siempre. Y siempre, al fondo la figura de una ciudad; Pamplona, una luz y, también, una sombra. Gracia Armendáriz dice: Mañana tomaré el tren a Madrid. (…) Pamplona queda ya muy atrás, bajo un cielo de borrón de lápiz, ese cielo un poco lóbrego que cubre la ciudad durante siete meses anegándola en una lluviosa aspereza. la idea de dejar Pamplona por unas horas me libera de un modo suave y la impresión de libertad condicional se decanta conforme el tren recorre la geografía a doscientos kilómetros por hora. Seguiré leyendo diarios, de Sánchez-Ostiz, de un autor navarro o de cualquier otro. Y quien sabe si en algún momento os ofrezco un corte de mi vida.
—En este pueblo solo hay sitio para un negro— escupió Gorka Iruretagoiena, el concejal de festejos, mientras sobre su cabeza la ETB2 echaba una de vaqueros. Pero nadie en el bar se rió, a pesar de lo ridículo de la situación: Iruretagoiena iba disfrazado de Baltasar, el rey mago; algunas gotas del octavo pacharán que se atizaba esa tarde le resbalaban por la barbilla, borrando la pintura negra de su cara; y sobre todo, había dirigido sus desafiantes palabras a Amadú, un senegalés que trabajaba como arrantzale en uno de los barcos del puerto, y que también estaba disfrazado de rey mago. —Pues como negro, yo soy más negro que el copón —contestó Amadú, en un perfecto euskera, y, después de atizarse de un trago una lata de Aquarius y dejarla bruscamente sobre la barra, añadió, encañonando con la mirada al concejal: — O sea, que igual el que sobra aquí eres tú. Así empieza el cuento que aporto a la BLACK PULP BOX, 900 páginas de literatura y cómic en una caja de lo más molona. Más información: www.aristasmartinez.com/
La colaboración de este mes para el blog sanferminero por excelencia va sobre la lluvia pertinaz que nos ha asolado (bueno no sé si esta es la palabra más adecuada) este mes de mayo y que cuando cae en sanfermines parece pagada por FCCA y revela que todas las miss camisetas mojadas del mundo están en Pamplona
A mes y medio vista la AEMET no funciona, así que para atinar en las predicciones metereológicas sanfermineras yo siempre tengo a mano a mi particular pastor del Gorbea: mi amigo Juantxo el jipi, que a estas alturas del partido ya habrá apañado el disfraz para el tendido de sol. Lo único que hay que hacer es un vaticinio a la inversa: si, por ejemplo, este año se ha decantado por el traje de submarinista, Pamplona se convertirá durante nueve días en el desierto de Atacama; si le da por disfrazarse de Yolanda Barcina (otra pitonisa a la inversa, con sus rosarios de buenas noticias) y alisarse el pelo, caerán chuzos de punta como si todavía siguiéramos en ese mayo marceado de lluvias y barro. La lluvia, por cierto, en San Fermín tiene algo de épico. He visto cosas que nunca imaginarías: gente llorando de felicidad y chapoteando en los charcos mientras sus lágrimas se pierden en la lluvia; tormentas bíblicas que convierten los baches en piscinas olímpicas (todavía no se ha dado el caso, que sería lo suyo, de que el agua se convirtiera en vino, eso también es verdad), diluvios higiénicos y milagrosos que parecen pagados por FCCA y dejan las calles como una patena cuando el olor a pis y a sobaco ya resultaba irrespirable… La lluvia, sin embargo, me temo que no gusta mucho en San Fermín, no pega, reduce la ingesta de bebidas espirituosas…; pero es curioso, porque cuando no llueve la gente pide ¡agua, agua! y esta se inventa, llueve agua del grifo, las nubes se sustituyen por baldes y descubrimos alborozados que todas las miss camiseta mojada del mundo están en Pamplona. Un día de estos, en definitiva, llamo a mi amigo Juantxo el jipi y os paso el parte, aunque —eso sí lo podemos decir porque es infalible—, ya sabéis: por la noche no os olvidéis nunca de coger una chaquetica.
Hoy estoy que lo flipo. Javier Gallego ‘Crudo’ ha abierto su impresicindible programa de radio, Carne Cruda, contando la conversación que mi hijo y yo mantuvimos el otro día y que relato un par de post más abajo. La cosa ha sido así: ayer, tras oír fielmente su programa se me saltó alguna lagrimilla, después de que él hiciera una estupenda crónica de una encerrona policial que sufrió en una cacerolada, en Madrid. Crudo consigue siempre emocionarme, o sublevarme, o hacerme reír, y eso es impagable, pero yo quise agradecérselo al menos, y le envié un email para ello, en el que le contaba esa conversación con mi hijo en otra mani.
Abajo está el podcast en el que tengo el felicérrimo placer de abrir el programa (bueno, mi hijo). No hay más que pinchar la flecha y salimos durante un minuto y medio. Y para rematar la jugada, cuando estoy colgando ya este post. me encuentro con que mi gran amigo Kalvellido ha ilustrado la charla con uno de sus magníficos dibujos. Da gusto tener amigos así. Me hacen feliz y estoy muy orgulloso de ellos.
Reboto este post del blot Tentativa (s) en el que se menciona mi dietario Dios nunca reza y se reproduce un párrafo del mismo, sobre el que el autor hace algunas interesantes reflexiones:
ELECCIONES
Hace algunos días discutíamos con dos amigos sobre la imágenes de los perfiles en las redes sociales, sobre la elección de las imágenes con que nos identificamos en las redes, más bien. La superficialidad, las exageraciones, las poses, el divismo: el autobombo. Si algunas de esas imágenes representan algo en particular, tal vez algún aspecto de nuestras personalidades o si quizás formaron parte de algún momento importante de nuestras vidas.
Una conversación distendida, entretenida, con la profundidad y la seriedad de cualquier charla de café. En un momento determinado nos reímos de uno de ellos -de las imágenes que suele usar en sus perfiles-. Nos preguntamos por qué algunas veces elegimos esos símbolos grotescos para que nos representen. Si es que realmente nos identificamos con ellos, nos parecen ocurrentes o si por lo menos nos gustan. No obtuvimos ninguna respuesta satisfactoria a esos cuestionamientos y dejamos el tema concluyendo que la elección de la imagen era banal. Quien escoge un símbolo ridículo es porque se pasa la consigna por el forro y se ríe de todo eso -se dijo-.
Como suele pasar siempre la respuesta más adecuada a un interrogante cualquiera nos llega cuando menos lo esperamos. Hoy, releyendo un libro de Patxi Irurzun que me gusta mucho, encontré un párrafo que me susurró una respuesta posible:
Y he recordado también la última vez que escuché esa canción -tal vez esa ha sido la fisura que ésta ha encontrado para herirme -, fue en una proyección de diapositivas que nos hizo en el trabajo Iñaki Otxoa de Olza, el montañero que falleció hace unos meses en el Himalaya. Le invitó un compañero, amigo íntimo del alpinista, un compañero que lo único que pretendía era que mi jefe se rascara el bolsillo para la siguiente expedición de Iñaki (por supuesto, mi jefe no lo hizo, aunque luego, cuando él murió, se sumó al coro de plañideras y escribimos en la revista un artículo muy emotivo, mencionando los proyectos que el montañero tenía en mente -un artículo que ni siquiera escribió su amigo, mi compañero, porque lo acababan de despedir-).
El caso es que Iñaki nos habló de sus sueños, de lo que significaba para él la montaña, de los compañeros que había visto caer desde el techo del mundo, de las veces que él había estado a punto de hacerlo y cómo se había levantado. Yo le escuché con cierta desconfianza, nunca me ha atraído el frío, la nieve, el sufrimiento como superación, desafiar a la muerte por placer, cuando hay tanta gente que tiene que pelear por no perder la vida cada día.
«¿Qué significan esos aros que llevas en las orejas, cada uno es un ochomil?» fue lo único que se me ocurrió preguntarle. Iñaki dijo: «No en realidad no significan nada, simplemente me gusta llevarlos, sirven para definirme, para que determinadas personas vean que no tengo nada que ver con ellas», contestó. Para definirse, posicionarse, enfrentarse, ponerse en guardia frente a los enemigos… Esas eran sus armas. *
Pequeña conclusión y paráfrasis: Hasta que no lo necesité, el párrafo había sido casi invisible. De algún modo todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. En una cultura que nos exige vivir en los medios y en las redes, la invisibilidad es un don. Algo de ese espíritu vive en los escritores que me gustan -los que elijo-, esos que no salen a buscarte desde monstruosos aparatos editoriales sino que se los encuentra, finalmente, cuando son necesarios.