Un cuento maradoniano
Pelusa poco a poco fue creciendo, dejando de embadurnarse la cola con sus propios excrementos, hasta acabar convirtiéndose en un gato hermoso, que se movía con una elegancia arrogante por la barandilla del balcón, como si también él fuera un dios animal, o un demonio enmascarado. Un día, sin embargo, de repente perdió el equilibrio, y cayó al patio desde nuestro quinto piso. Cayó de pie, porque esa era su naturaleza, y aunque tras una semana sin probar bocado ni moverse de su capazo pareció volver a ser el de antes, algo se había roto dentro de si mismo. Pelusa comenzó a destrozar todas las plantas de casa, a mordisquear sus hojas y revolcarse después medio loco en el suelo de la cocina. A veces incluso se cagaba encima, y volvía a ensuciar su preciosa cola negra. Pero Pelusa ya no era un cachorrito, así que mamá dijo «O el gato o yo».
Lo abandonamos allá en las afueras, junto al manicomio, en un viejo caserón plagado de gatos callejeros, más demonios caídos y rotos por dentro, a los que los locos alimentaban en sus paseos errantes. Algunas tardes mi hermano y yo también le llevábamos a Pelusa un trozo de hígado, pero siempre aparecía un gato más fuerte, o más rápido, o más joven, que se lo arrebataba. Poco a poco dejamos de vagabundear por allá, pero algunos meses más tarde, cuando por casualidad volvimos a pasar por el caserón Pelusa, lejos de morir de hambre, se había transformado en un magnífico ejemplar, gordo, monstruoso, casi repulsivo que se paseaba desafiante entre los demás machos, los cuales le abrían paso con respeto, sin valor para disputarle la comida que le arrojaban los internos del manicomio y que él sólo compartía con varios cachorrillos con las colas salpicadas de lapas; como si todavía recordara aquella tarde de agosto con un cielo como un brasero en que mi hermano lo encontró enredado en un matorral.
Me gusta recordar así a Pelusa. Casi más que cuando se deslizaba, presumido y elegante, por la barandilla del balcón.
Me gusta casi tanto como ver a ese Diego gordo y balbuceante, o a aquel Diego con la mirada perdida en un desierto de nieve, a este Diego al que los porteros le dejan meter los penaltis.
Porque prefiero creer en un dios que tropieza, y que cae de pie, y que se vuelve a levantar enrabietado; en un dios que lleva al Che Guevara tatuado en un hombro; en un dios al que Andrés Calamaro le escribe canciones; en un dios que no olvida que él también nació en el arroyo.
METACOLUMNA Y JUMELAGE
*El link no funciona desde hace años.
LA POLLA MÁS GRANDE DEL MUNDO
Este es el segundo cuento que me publican en la revista Groenlandia, y el que da título a mi libro La polla más grande del mundo, que, una vez más lo aclaro, no es una autobiografía.
EN ‘EL JUEVES’ Y EN LA ‘SEMANA NEGRA’ DE GIJÓN
La virgen puta fue en su primera vida una Cuestión de supervivencia. Ese es el título con que se editó originalmente, en 1997, esta novela que tienes en tus manos. Fue también la primera novela que yo publiqué. La escribí con 26 años, mientras me recuperaba de una operación para eliminar un pequeño tumor en la vejiga. Pero no fue una cuestión de supervivencia por eso (todo salió bien); ni siquiera porque para mí por entonces, como ahora, escribir fuera una necesidad vital, como respirar o volver a escuchar de vez en cuando algún disco de Barricada o de Eskorbuto. No, La virgen puta fue primero una Cuestión de supervivencia por mi debilidad de carácter. Fueron mis editores quien aconsejaron ese título; o mejor dicho quienes desanconsejaron de cualquier manera el agresivo título que yo había dado al libro (o al menos de manera que entendí que, con él, sería impublicable).
Por entonces yo era un pipiolo, aquella era mi primera oportunidad de publicar una novela y me fie de los editores. Siempre estaré agradecido a Altaffaylla kultur taldea por su apoyo y por ser los primeros en apostar por mí. Sé que su recomendación pretendía protegerme, para que en esta tierra de mojigatos y cortapichas, con tantas piedras y cadáveres en las cunetas, nadie me diera un garrotazo nada más asomar la cabeza por la alcantarilla.
Pero siempre me he preguntado qué habría pasado si no hubiese sido un pusilánime y me hubiera mostrado firme, si hubiera mantenido el título original de la novela, La virgen puta: ¿Jaime Ignacio del Burgo me habría denunciado, como hizo con el video de Javier Krahe, Cómo cocinar un crucifijo, por ofensas a los sentimientos religiosos?[1] ¿Se habrían firmado manifiestos de apoyo y colocado botes en los bares para pagar mi fianza? ¿Me habría convertido en un maldito, en un enfant terrible de la literatura? ¿O estoy fantaseando y en realidad mi libro habría pasado igualmente sin pena ni gloria, y a nadie le habría sorprendido, ofendido, llamado la atención?
Nunca lo sabré, y pensándolo bien prefiero que todo haya transcurrido como ha transcurrido, sin sobresaltos. En todo caso siempre me quedó esa espina clavada de no poder llamar a mi primer libro por su verdadero nombre. De haber sido un mal padre. Un pipiolo. Un cagueta.
Por eso, entre otros motivos, once años después –hace ahora dos- decidí volver a publicar la novela, esta vez con su primer título, en el blog http://lavirgenputa.blogspot.com.
En su primera vida, La virgen puta (es decir, Cuestión de supervivencia) fue un libro que no se vendió demasiado (de hecho, creo que aún quedan ejemplares de la primera edición), pero se leyó bastante y funcionó bien por circuitos al margen de las librerías: bares, catálogos de discos y bibliotecas, en algunas de las cuales me consta que se prestó con frecuencia y a un público muy determinado: jóvenes entre 15 y 20 años. Yo creo que nunca tuve la pretensión de escribir una novela juvenil, sino una novela negra (o más bien, la parodia de una novela negra, es decir una novela de humor). Y sin embargo, la segunda vida de la novela, la novela- blog, me confirmó que los lectores de La virgen puta eran jóvenes, chavales de institutos, y ahora también, gracias al milagro de Internet, punks a los que comenzaba a despuntarles la cresta en Bolivia, Colombia, México, Costa Rica…
La virgen puta fue editada por segunda vez en el blog, mediante entregas por capítulos, cada uno de ellos acompañado de las canciones que yo creía que debían sonar mientras se leían: Kortatu, La Polla, La Banda Trapera del Río, Ramones… Y, sobre todo, por las magníficas ilustraciones de mi gran amigo y compañero de fatigas desde hace ya veinte años, Juan Kalvellido. Kalvellido hizo también varios bocetos para la portada de Cuestión de supervivencia, en 1997, pero finalmente en la cubierta apareció una ilustración de Benito Goñi, no recuerdo bien por qué –probablemente de nuevo por mi debilidad de carácter-. Después los dibujos de Kalvellido han acompañado a casi todos mi libros, pero quedaba esa cuenta pendiente, y ese fue otro de los motivos por los que La virgen puta tuvo una segunda vida, en Internet.
Su tercera y hasta ahora última vida es esta edición limitada de Tiempo de cerezas, por iniciativa del editor Santiago Oset, quien ha publicado ya a Kalvellido en su catálogo y que conocía nuestro blog. Creo sinceramente que la principal razón de volver a imprimir ahora la novela es dignificar las ilustraciones de Kalvellido trasladándolas al papel. Y sinceramente, en lo que respecta al texto, reconozco que es una novela cuajada de imperfecciones que ahora hacen que me sonroje, y que descubrí ya cuando la corregí para la versión en Internet. Once años después, algo había cambiado. O alguien. Supongo que, sencillamente, se trataba de que once años más tarde yo era once años más viejo.
Ahora, en esta tercera vida de La virgen puta constato y asumo que efectivamente esta es una novela juvenil. Dudo mucho que nadie vaya a recomendársela a los chicos de 15 a 20 años, sin embargo. Es curioso pero en general la mayor parte de la literatura juvenil no interesa a los chavales, porque, tal vez de un modo premeditado, ofrece una visión edulcorada de la juventud que confunde nobleza con masendumbre, y en la que lo políticamente correcto borra por completo todo el mundo en el que los jóvenes se desenvuelven: sus primeros contactos con el sexo, con las drogas y el alcohol, la agresividad, incluso la violencia con la que se enfrentan al mundo de los adultos, a las imposiciones, a una vida que se les echa encima con intención de reducirlos, de hacerles olvidar cuanto antes su sospechosa y amenazante condición de jóvenes.
La virgen puta puede que sea imperfecta, pero me gusta pensar que tiene todo eso, la rabia, la inocencia y la rebeldía juveniles. A menudo escribimos los libros que a nosotros nos gustaría leer. Y a mí, cuando estudiaba en el instituto me hubiera gustado leer un libro como este (o mejor todavía, que me lo hubieran pasado fotocopiado, casi clandestinamente, o sacado de la biblioteca y puesto en circulación a hurtadillas, como sé que ha sucedido en las dos vidas anteriores de La virgen puta).
Dudo mucho, por lo demás, que la suerte que vaya a correr esta tercera edición sea distinta a las anteriores (o que ningún profesor de instituto vaya a recomendarla a sus alumnos –aunque yo les animo a hacerlo- y un Jaime Ignacio cualquiera a denunciarnos por ello). Y sin embargo, a la vez, intuyo, tengo la esperanza de que a este libro aún le quedan muchas vidas. Pero eso, a partir de ahora, ya depende de vosotros.
Patxi Irurzun, Pamplona, 23 de mayo de 2010
1 Hace poco he sabido, por otra parte, que en aquella época ya estuvieron a punto de denunciarme por injurias al rey, después de que otro escritor –fue él quién me lo contó- leyera en la radio un cuento mío en el que hablaba del cabrón del rey –cabrón es aquí un sustantivo, Jaime Ignacio-.