“Las
andrómedas de hoy en día se levantan a las seis de la mañana para
ir a trabajar en precario”
Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios de Grupo Noticias (26/09/21)
El
próximo 28 de octubre se estrena en el Palau de la música de
Barcelona “Andrómeda encadenada”, una ópera basada en el
poemario del mismo título de la escritora donostiarra-pamplonesa
Fátima Frutos. Es la primera vez que la obra literaria de una autora
vasca es adaptada para una ópera contemporánea.
No es
lo habitual. Nadie pregunta ¿qué te ha gustado más, el libro o la
ópera? Lo habitual suele ser que las adaptaciones literarias lo sean
al cine, al teatro, que acaben convirtiéndose en una serie para
televisión… Y normalmente suele tratarse de novelas negras,
históricas, románticas… En el caso de Fátima Frutos el texto
original es un poemario, que se llevará a escena en una ópera de
pequeño formato que la OBCN (Opera de Butxaca i Nova Creacio)
estrenará el próximo 28 de octubre en el Palau de la Ópera de
Barcelona.
“Estoy enormemente orgullosa” se sincera la autora. “A veces hablo de esto con mi hijo y se me saltan las lágrimas. En cierta manera estamos haciendo historia, primera autora de Euskal Herria adaptada a la ópera contemporánea… Uf, conlleva una responsabilidad importante. En estos momentos me acuerdo de mi barrio en San Sebastián, donde mi abuela y yo pasamos muchas penurias y lo mucho que me costó llegar a la Universidad. Yo comía de Cáritas… Recuerdo a sor Teresa, mi primera profesora de literatura de las Hijas de la Caridad de la calle Prim en Donostia y de los vasos de colacao que me daba, luego de enseñarme lo que era un endecasílabo heroíco… Yo soy hija del exilio y del hambre y todos mis logros se los debo a una mujer analfabeta que luchó por sacarme adelante como una jabata; se llamaba Feli Frutos y fue pobre toda su vida”, recuerda, agradecida, Fátima.
Un mito de plena actualidad Andrómeda encadenada es uno de los seis poemarios que hasta el momento ha firmado esta autora donostiarra, afincada desde hace años en Pamplona (actualmente, de hecho, es la presidenta de la Asociación Navarra de Escritores), y probablemente el que más alegrías le haya dado. En 2011 la obra fue galardonada con el Premio Ciudad de Irún; y años más tarde cayó en manos del compositor y doctor en Historia del Arte Agustí Charles, quien llevaba tiempo pensando en llevar a la ópera el mito de Andrómeda y buscando textos literarios que pudieran inspirarle. “El tema del mito de Andrómeda me parecía un tema tremendamente actual”, cuenta el músico catalán. “Se da la casualidad, además, que de este mito se han escrito muy pocas óperas (no más de cinco) en el pasado, y la mayoría de ellas no tratan sobre Andrómeda, sino sobre Perseo. El problema era encontrar un texto que fuera lo suficientemente convincente, o que al menos lo fuera para mí. Dediqué varios días a indagar en librerías y en Google para ver todo lo que había sobre el asunto, en busca de algo interesante, y en ese viaje por la red me encontré de golpe con una autora que había publicado un libro de poemas que se llamaba Andrómeda encadenada. Me quedé fascinado por la elegancia de su escritura, por los mundos poéticos que contenía dentro de sí cada frase”, destaca.
Con estos mimbres, Agustí Charles se puso de inmediato en contacto con Frutos, la cual por su parte señala: “Él me comentó que le llamó poderosamente la atención el hallarse ante una Andrómeda del siglo XXI. Y que era justo lo que buscaba para componer su ópera. También me habló de Marc Rosich como libretista y de que respetarían la línea que aparece en el poemario: una Andrómeda contemporánea que se libera de los mandatos de género a través de la literatura”.
Ambos, Frutos y Charles, coinciden por tanto en la importancia de actualizar el mito griego. ¿Pero quién era Andrómeda? ¿Y quiénes son las andrómedas de hoy en día?
Andrómedas empoderadas Respecto a lo primero, el mito griego nos cuenta la historia de la hija de Casiopea y Cefeo, el rey de Etiopía. Su madre estaba tan orgullosa de la belleza de su hija Andrómeda, y de la suya propia, que declaró que ambas eran más hermosas que las Nereidas, lo cual desató la furia de Poseidón: tormentas, inundaciones o un monstruo marino que amenazaba con destruir el reino, y al que Cefeo solo pudo calmar ofreciendo en sacrificio a su amada hija –quizás no la amaba tanto—, a la cual encadenó a una roca. En este punto es donde la mitología y la reinterpretación que hace Fátima Frutos en su poemario difieren, pues mientras en la mitología clásica Andrómeda es heroicamente rescatada por Perseo, en Andrómeda encadenada ésta lucha para liberarse por sí misma de sus amarras, con toda la significación que esto supone. “El hecho diferencial aquí recae en que el dolor sirve como oportunidad de superación y no como servidumbre. La Andrómeda víctima de otras épocas en mi obra pasa a ser una Andrómeda empoderada, no sin un reconocimiento del sufrimiento, pero liberada precisamente por haberlo vencido. Marcada sí, pero no hundida, un tanto subversiva”, explica la escritora, la cual añade a continuación quiénes son a su juicio las andrómedas de hoy en día: “Las andrómedas de hoy en día se levantan a las seis de la mañana para ir a trabajar en precario. Las andrómedas del siglo XXI calientan un biberón, mientras hacen cuentas para pagar el alquiler y leen en el autobús, mientras respiran hondo pensando en lo bien que hicieron al echar de casa a aquel tipo que les gritaba. La Andrómeda que yo conozco no se da por vencida a pesar de la mala salud, el amor a cuentas gotas y toda una sarta de caciquillos ultraderechistas zumbándole en internet. La Andrómeda que debiéramos reconocer es una loba desahuciada que sigue aullando porque venirse abajo nunca es su opción de vida”.
Una ópera novedosa Es también esta Andrómeda empoderada la que convenció a Dietrich Grosse, director de OBCN, la entidad cultural que produce la obra: “El tema es muy actual. Vivimos un momento en el que por fin la mujer parece empezar a liberarse en serio de muchas cadenas que tanto le han obstaculizado el desarrollo de sus cualidades creativas y organizativas en iguales condiciones que los hombres”.
Grosse
apunta además algunos detalles técnicos y logísticos sobre
Andrómeda
encadenada.
Tanto él como la autora y Agustí Charles, el compositor musical,
destacan la importancia en todo el proceso del libretista Marc
Rosich, quien ha adaptado el texto original, al cual ha sumado versos
de otros poemarios de Frutos y citas de clásicos como Lope de Vega o
Calderón de la Barca sobre el mito de Andrómeda, convirtiendo todo
ello en un monólogo musical, que será interpretado por la soprano
María Hinojosa. La puesta en escena corre a cargo deJordi Pérez y
la dirección musical de José Rafael Pascual-Vilaplana.
En cuanto a este apartado,
el puramente musical, la ópera cuenta con una serie de
particularidades. “Está
escrita para una soprano, acompañada de un violín, un arpa y
dispositivo de instrumentos electrónicos y amplificados que hacen
que el oyente se encuentre en el centro del espacio sonoro, a modo de
inmersión”, explica Agustí Charles. “En la función el
escenario se encuentra en el centro y el público rodea a los
intérpretes”. Charles hace, en ese sentido, una serie de novedosas
aportaciones técnicas, como sistemas de instrumentos electrónicos y
sensores que utilizan los propios intérpretes, voz incluida, de modo
que ellos mismos llegan a modificar los sonidos que emiten dando
énfasis al propio texto y discurso musical; o el uso de un
instrumento de percusión ideado por él mismo, el ePad-Wood, que
emplea un sistema de amplificación inmersivo.
Esperando el estreno Andrómeda encadenada se estrenará en el Palau de la música de Barcelona el próximo día 28 de octubre. Tanto Agustí Charles como el director de OBCN, Dietrich Grosse, aguardan con expectación y entusiasmo ese momento, convencidos de que todas estas innovaciones sorprenderán gratamente a los espectadores. “Al público le encanta que se les sorprenda; en nuestro caso hay una cercanía, que en la gran ópera no se experimenta. Aquí se vibra con los intérpretes y lo aparentemente difícil se convierte en un camino iniciático, ligero”, dice Grosse.
En cuanto a Fátima Frutos,
espera también inquieta el día del estreno, tal vez con el regusto
en la memoria de aquellos colacaos que sustentaron sus primeros pasos
literarios o el recuerdo de aquellas otras andrómedas –ella
también lo es- cuyo esfuerzo, cuya lucha por liberarse de las
cadenas, la han traído hasta aquí.
“He escuchado ya a María
Hinojosa en otras óperas”, nos cuenta cuando le preguntamos si ha
seguido los ensayos de cerca y si está nerviosa. “Es una gran
intérprete y una gran soprano. Sinceramente, no me imagino a mi
Andrómeda en otra voz. Además, ella tiene una personalidad muy
marcada y conecta bien con el ineludible feminismo que hay en la
protagonista. Y lo de los nervios va por rachas. Conociéndome, te
diré que cuando falten pocos días para el estreno estaré a medio
camino entre el entusiasmo, el nerviosismo y la expectación. No
obstante, prometo entrar al estreno habiendo brindando con Chardonnay
navarro, que eso siempre ayuda mucho”, concluye.
El Drogas presenta su
nuevo trabajo, “189 escritos con una mano enferma”, un libro-disco con textos y
ocho canciones maquinados durante el confinamiento, en el que aborda, entre
otros temas, la reciente muerte y
despedida de personas cercanas, como su madre o Boni, su compañero en
Barricada.
Patxi Irurzun/ Gara 27/09/21
Llegamos a la cita a pecho descubierto, con el libro-disco
todavía en fábrica y habiendo escuchado solo la canción que el músico txantreano
adelantó hace unos días y leído apenas un puñado de poemas que Desacorde, la
editorial vallecana que los edita nos anticipa. Pero es suficiente. El Drogas
es buen conversador y sabe contar su mundo, transmitir la pasión y la
minuciosidad que pone en cada uno de sus trabajos. Tras un quíntuple disco,
cuya presentación y gira se quedó a medias por culpa del confinamiento, el
encierro forzoso fue precisamente el que determinó la gestación de este nuevo
trabajo, el que encendió la fiebre por escribir de Enrique Villareal y puso el
ratón en su cabeza a dar vueltas: escribir-tocar-escribir… El resultado, “189
escritos con una mano enferma”, que se edita en formato de libro+CD (las
canciones además aparecerán también en otro formato independiente, un vinilo
bajo el título “El largo sueño de una polilla”), que verá la luz el 1 de
octubre y que comienza a presentarse en público con una gira que arranca este
mismo miércoles en Oñati y ofrecerá tres conciertos los días 5, 6 y 7 de
octubre en el teatro Gayarre de Iruña.
¿Qué nos vamos a encontrar en este trabajo?
Es el curro de un año. Todo empezó durante el confinamiento, cuando me pregunté qué podía hacer yo encerrado por obligación en casa para no volver loca a la familia. Así que comencé a hacer una recopilación de escritos que encontré en cuadernos, el ordenador, y di con catorce textos, algunos antiguos, en los que vi que estaba bien el fondo, pero la forma, no tanto, pues la propia estética de mi escritura ha ido cambiando. Pero la lectura de esos poemas es lo que me dio el chispazo de volver a coger el boli. Me puse, pues, a escribir como un loco, a corregir (aunque no me gusta mucho corregir, porque considero lo que escribo como un jarro de agua echado al papel, al contrario que las canciones, que las manoseo más). En fin, el caso es que cuando me cansaba de escribir cogía la guitarra o me ponía en el piano y con tres o cuatro acordes, sacaba una melodía, una canción, y eso se convirtió un círculo vicioso: escribir, tocar para descansar de escribir, escribir para descansar de tocar… Luego, ya es cuando me convertí en anacoreta voluntario, recopilé los textos, las canciones que había ido escribiendo… Y en el proceso de grabación de esas canciones para la maqueta sucede lo de Boni, que muere en enero. Entonces me comentan que se va a hacer un disco de recuerdo, me invitan a participar, y yo decido coger una canción suya en acústico y la disecciono, la hago mía, en un proceso muy emocionante que me absorbe durante dos meses, más otro más grabando con la sinfónica de Bilbao. En fin, un curro enorme que me saca un poco de donde estaba, hasta que pude volver a retomar la historia.
¿Ese círculo escribir-tocar-escribir quiere decir que las
canciones y los textos guardan relación entre sí?
Esa es la única unión, que está todo currado a la vez, pero
mientras que en los escritos no hay un denominador común, las canciones están
muy relacionadas con lo que me ha sucedido durante la pandemia, la muerte de mi
madre, la de Boni, los aplausos durante el confinamiento (de qué manera el
ruido de las cacerolas o los altavoces tapa ese gesto físico del aplauso, ese
apoyo tan físico a los sanitarios, que se convierte en otra cosa)… Las letras
no hablan tanto de la muerte en sí, como
de mi relación con ella, con la muerte de personas cercanas a mí, cómo la he vivido, la relación
que he tenido con ellos, y también cómo ha sido la despedida, o la no
despedida…
¿Esas pérdidas tan cercanas le hacen pensar también en su
propia muerte, preocuparse por ella?
No me como mucho el tarro con eso, pero sí pienso en que sí
me apetece cada vez más disfrutar lo que tengo y con las personas que tengo más
cerca…Esa es mi única preocupación en este momento. No me importa tanto lo
que la gente pueda pensar sobre lo que hago, sino disfrutar de todo eso y
transmitir lo que quiero como yo creo que debo hacerlo…
¿Piensa en el futuro?
No, siempre digo que la vida es un camino de aprendizaje, lo
sucedido con la pandemia lo viene a corroborar, nunca sabes qué puede pasar, el
futuro para mí es lo que pueda hablar dentro de un rato con mi socia o el hecho
de juntarme con mi gente a tocar en la bajera…
¿Y creativamente eso como le afecta, hace planes a medio
o largo plazo?
Eso va viniendo y como yo no me ciño a un estilo concreto…
Cada vez me aburre más la visión de mí mismo metido en mi traje, así que
procuro prostituirme y serme infiel a mí mismo. No me preocupa para nada lo que
pueda pensar la peña que se quedó con El Drogas en Barricada, para mí Barricada
fue una anécdota, con sus cosas buenas y malas, más buenas que malas, pero toda
la parte final fue una mierda del copón y cada cierto tiempo vuelve otra vez,
cuando ya creo que lo tengo superado, en este caso vuelve debido a un hecho
concreto, lo de Boni, con quien yo ya había hablado de todo lo que teníamos que
hablar durante los dos últimos años, por eso digo que lo de Barricada es una
anécdota, y no lo digo de manera peyorativa, otros lo llaman experiencias, yo
no le quito importancia alguna, pero a veces hay gente que no tiene donde
rascar en su vida e intentan rascar en las de otros, a esos yo ya lo dije hace
tiempo: si quieres mis cuatro focos, toma, todos para ti…
No hemos hablado aún de los “189 escritos con una mano
enferma”, la parte literaria de este trabajo. ¿Qué nos cuenta en esos textos?
Son escritos, textos cortos, pero realmente no sabría
explicarlos, sí hay dos que hice cuando muere mi madre y cuando muere Boni,
pero los demás si alguien entiende algo,
cuando los lean estaría bien que me los explicara…
Comienza a presentarlo en unos días ¿cómo son las nuevas
canciones y cómo va a ser la puesta en escena?
Las nuevas canciones están trabajadas con productor, en lugar de con un grupo, es decir, yo he ido grabando todo en el local y después se las he ido pasando a Haritz Harreguy para las mezclas, etc. para que pueda darle una amplitud que yo no alcanzo… Yo mismo he grabado casi toda la instrumentación, las guitarras (aunque cuando necesitaba un toque especial recurría a Txus Maraví), me hecho mis propios coros… Con el piano me defiendo para sacar estructuras y melodías, pero todavía estoy aprendiendo, dando clases, así que a la hora de grabar hay dos canciones que las toca Germán San Martín, otras dos Mikel Isaba, otra Selva Barón… Respecto a la puesta en escena, es una mezcla de diferentes cosas que he ido haciendo. Yo ya he ido solo otras veces, de vendedor de crecepelo, en formato acústico, con el piano, la guitarra, haciendo monólogos entre canción y canción, y con Txus Maraví también había probado a tocar los dos en bares, o he hecho acústicos con la banda, pero ahora quería hacer algo diferente, más elaborado y al final somos siete músicos, El Drogas Akustik Fraktion, tocando en acústico: el Flako con el contrabajo, acústica y coros, Germán San Martín con teclado y acordeón, Nahia Ojeta, percusión acústica y coros, las voces de Selva Barón y Patricia Graham y Txus Maraví con la guitarra. En el repertorio hay cuatro de las canciones nuevas y un compendio de canciones preparadas para este formato, de todo tipo, por ejemplo La hora del carnaval con cuatro guitarras, piano y voces, sin percusión. Arrancamos este mismo miércoles en la Azoka Kultura Gunea de Oñati.
Si ya sea
Me pisaron
la garganta;
fuerte tacón
en la nuez.
Si ya no sirven
para desencadenar
un incendio
no quiero
palabras que absuelvan
voces culpables
ni frases
vulnerables
de cobarde. Con
la imaginación
que vuela sola
con el viento
nadie puede
jugar al engaño.
Sea el papel ya
la sentencia
para llenar
botellas
y botellas
con sangre inútil
porque hacia el ocaso
solo va
consciente
el borracho.
Y de él,
todos los fracasos
ríen.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (Diarios Grupo Noticias) 18/09/21
Irse de vacaciones da mucho trabajo. Como se suele decir, se
necesitan unas vacaciones para recuperarse de las vacaciones. Al final uno se pasa sus días de descanso pateando,
haciendo deporte, conduciendo, sacándose fotos, comiendo como un vikingo,
achicharrándose, sudando la gota en la barbacoa o bajo la sombrilla,
discutiendo con la familia, poniéndose crema para el sol, o crema para cuando
se te ha olvidado ponerte crema para el sol, limpiándose de arena las orejas,
el ombligo, las partes pudendas… Iba a decir que para mí las vacaciones ideales
serían aquellas en las pudiera pasarme los días enteros sin salir de casa,
aligerando la pila de libros para leer, viendo series y películas raras, en
calzoncillos, sin ducharme durante días… pero la última vez que pedí ese deseo
el gracioso del genio de la lámpara nos trajo una pandemia.
Así que mejor me callo.
De hecho, este verano que ya acaba he hecho todo lo
contrario: he pasado unos días en Torrevieja, Alicante. Cada vez que compraba
el pan o el periódico el tendero, a la hora de cobrar, me decía: “Por
veinticinco pesetas”. Bueno, es un chiste, un chiste para boomers. En realidad, Torrevieja, Alicante, no está poblada por
exconcursantes del “Un, dos, tres”, yo diría más bien que todos los miembros de
las fuerzas de seguridad del estado pasan sus vacaciones allí, a juzgar por el
número de pulseritas beneméritas, mascarillas de la policía nacional o banderas
de la legión ondeando en las urbanizaciones, como si estas fueran cuarteles de
verano. Y además ya no quedan tiendas
donde comprar el periódico, las han cambiado todas por cadenas de comida rápida,
casas de apuestas, inmobiliarias con letreros en ruso…
Siento, de todos modos, una inexplicable para mí, que soy de
naturaleza misántropa y asocial, atracción por lugares como Torrevieja, Salou,
Benidorm, Lloret de Mar… No sé muy bien por qué. Igual es porque allí no me
siento ridículo en pantalón corto. Yo al final me rendí, hace dos veranos.
Hasta entonces me había negado a dejar mis pantorrillas al aire (entre otras
cosas porque soy de fisonomía tirillas y piernas caponatas; y también porque
estos últimos años me estoy quedando calvo de los tobillos), pero tengo que
reconocer que es cómodo y fresquito, todo lo cual no quita para que cada vez
que me pongo los pantalones cortos me sienta Caillou. Excepto en Lloret de Mar,
Benidorm, Salou, Torrevieja… donde todo el mundo lleva gorra y hace lo que le
viene en gana, y me parece muy bien. Creo que eso es lo que me atrae de esos
lugares. Me siento un espectador, fascinado por esa especie de zoológico
humano, del cual a la vez yo también formo parte, como si me desdoblara, como
si me perdonara a mí mismo y me otorgara el derecho a relajarme, a caminar por
la calle en bermudas, a montarme en el trenecito turístico, a dejar la
barriguita al aire en la playa…
La playa, por cierto, me da un asco terrible. No entiendo en
qué momento de la historia decidimos que un lugar tan hostil como ese —el
viento, la sal, el sol, los que juegan a tenis… — era el mejor para pasar los
veranos. Si lo piensas bien, resultaría mucho más lógico tumbarse en un
glaciar. Y, total, en lo que a logística se refiere, tendrías que llevar una
cantidad parecida de pertrechos, incluso alguno menos, porque no te haría falta
la nevera.
Las vacaciones, en definitiva, son para desconectar, pero a
menudo no dan más que problemas. Claro que el problema, el principal problema
de todo esto es que ya les gustaría a las otras tres cuartas partes de la
humanidad tener y tener derecho a tener ese
tipo de problemas…
Publicado en magazine ON (diarios de Grupo Noticias), 03/09/21
La imagen que
todos tenemos de Frankenstein, es decir, la de ese monstruo un poco lerdo,
inocentón, de color verde, y con dos tornillos en el cuello, tiene en realidad
poco que ver con la que la escritora Mary W. Shelley dibuja en su famosa
novela. Para empezar, Frankenstein no es en realidad el monstruo, sino el
nombre de su creador, el doctor Victor Frankenstein. Pero es que además el
monstruo de Frankenstein es un ser de inteligencia despierta, capaz de
expresarse en un lenguaje culto, que ha aprendido de manera autodidacta leyendo
libros como El paraíso perdido, de Milton, el Wherter de Goethe
o Vidas paralelas de Plutarco, lo cual ya es el triple
de lecturas que la de muchos de esos tertulianos de la tele que saben de todo.
El año sin
verano
Frankenstein, que lleva por subtítulo El moderno
Prometeo (es decir, aquel titán de la mitología griega que robó el fuego a
los dioses y lo entregó a los humanos) tampoco se escribió, como se asegura a
menudo, durante aquel verano sin sol que Mary Shelley pasó acompañada de su
esposo, Percy Bysshe
Shelley, y
de John Polidori, el médico de Lord Byron, en la villa que este
último tenía en Suiza. Frankenstein, de hecho, no es una novela que se lea en
una sentada, ni en dos, con lo cual tampoco es factible que su escritura se
llevara a cabo en unos pocos días. Sí es cierto, en todo caso, que la chispa
que prendió el fuego creador se produjo durante aquel retiro, después de que
Byron retara a sus invitados a imaginar un relato de terror con el que
entretener el encierro, pues fuera de la mansión llovía a mares y las
tormentas, los rayos y centellas, se sucedían sin tregua, creando el ambiente
idóneo para contar alrededor de la chimenea historias de fantasmas, aparecidos
o vampiros.
Todo ello sucedió en 1816, el llamado año sin verano, en el que debido a la erupción del volcán Tambora, en Indonesia y otros fenómenos metereológicos, el cielo se oscureció durante semanas, sumiendo al hemisferio norte en una estación anormalmente fría. Por entonces Shelley era una joven de solo 19 años, que ignoraba todavía el éxito que alcanzaría la novela que inspirada en aquellas veladas escribiría durante los meses siguientes y que podríamos decir que fue pionera en el género de la ciencia ficción, si no fuera porque desde mucho tiempo antes ya estaba escrita la Biblia. El encierro de aquellos jóvenes románticos y letraheridos, en todo caso, fue realmente fructífero, pues además de Frankenstein, en él se gestó El vampiro, de Polidori, que fue probablemente el primer relato de vampiros, anticipándose casi 80 años al Drácula de Bram Stoker.
El origen del
mal
En lo que
concierne a Frankenstein, la novela es mucho más que una novela de terror o de
ciencia ficción, en ella se reflexiona sobre temas como la culpa (el monstruo
de Mary Shelley, a diferencia de otros, tiene remordimientos), el determinismo,
la rebelión ante el destino, la crueldad humana, el rechazo, el origen del
mal…
Estructurada en
forma de caja china, es decir, un relato que alguien cuenta a alguien que
alguien cuenta a alguien, etc., utiliza
recursos como cartas o confesiones en primera persona (buena parte del libro,
por ejemplo, es la narración del propio monstruo a su creador, cuando vuelven a
encontrarse, después de que el doctor lo abandone, aterrorizado por la
insoportable idea de haber creado a un ser abominable). Y quizás sea esa,
precisamente, la parte más atractiva de la novela: el monstruo —sabemos a
través de su propio testimonio— es originalmente un ser bondadoso, que busca el
amor de los humanos, pero solo obtiene de ellos rechazo, como consecuencia de
su aspecto horrible y desmesurado (el doctor Frankenstein revela en el libro
que fabricó a su vástago en tamaño XL porque le resultaba más sencillo de
montar), lo cual poco a poco va generando en la criatura un sentimiento de odio
y de venganza hacia su creador, al que culpa de su soledad en un mundo, el de
los humanos, poco piadoso con el extraño, el diferente, el difícil de ver….
Son lo demás quienes lo convierten, pues, en un monstruo, no es su propia
naturaleza.
Refugiado en una
cabaña, desde la que puede espiar sin ser visto los movimientos de una familia
y escuchar sus conversaciones, el monstruo de Frankenstein aprenderá por su
propia cuenta primero a hablar y después a leer (a leer a Plutarco,
recordemos), nada de lo cual, sin embargo, le servirá para acercarse a ningún
ser humano sin despertar en él recelo o temor. Atormentado por ello, busca al
doctor Frankenstein y le exige que cree para él una compañera, con la que atemperar
su dolor, de lo contrario, lo amenaza, destruirá todo lo que el doctor ama. Victor
Frankenstein accede en un primer momento, pero finalmente desecha la idea de
dar vida a una monstrua, la monstrua de Frankestein, aterrorizado por la idea
de que los dos engendren monstruitos, es decir, creen una nueva raza que
destruya a la humanidad. Como consecuencia de esa negativa, el monstruo,
despechado, decide llevar a cabo su horrible venganza.
Y hasta ahí
puedo leer.
Como vemos, el monstruo de Frankenstein no tenía el cerebro sujeto por tiritas, sino pegado a su ser con toda la hondura de las contradicciones, los temores, las necesidades afectivas de cualquier ser humano. Se podría decir, incluso, que se convierte en monstruo por una sobredosis de humanidad.
Frankenstein en el cine
La imagen icónica, el monstruo tontorrón de cabeza cuadrada y atornillada, zapatos como barcas y al que el traje le tira de la sisa, comenzó a pergeñarse en la adaptación cinematográfica de 1931 El doctor Frankenstein, dirigida por James Whale,en la que el gran Boris Karloff interpreta al desdichado ser. Desde entonces (y antes, en realidad) han sido muchas las interpretaciones que se han hecho de Frankenstein. Por ejemplo, otro de los grandes actores del cine de terror, Christoper Lee, dio vida a un Frankenstein más humano, aunque con más cicatrices (tal vez por eso mismo; aunque quizás el cambio de imagen solo se debiera a que el maquillaje de Karloff era una marca registrada y no se podía imitar). Más recientemente, será otro monstruo (este de la interpretación), Robert de Niro, quien encarne a la terrible criatura en Frankenstein de Mary Shelley, de Kenneth Branagh. Y también hay películas en las que el monstruo ni siquiera aparece, como Mary Shelley, de Haifaa al-Mansour, que se centra en la figura de la escritora y narra lo acontecido aquel año sin verano en la mansión de Lord Byron y las vicisitudes que la autora hubo de pasar para demostrar que ella, y no su marido, era la autora de la magistral novela.
No nos podemos olvidar de otra adaptación algo más carpetovetónica, como la que José Carabias hacía en El monstruo de Sancheznstein, el programa-concurso infantil de RTVEcon guión de Guillermo Summers, en el que el menudo actor (la elección de Carabias, que medía un metro y medio, fue sin duda arriesgada) hacía el papel de un remedo de Franskenstein llamado Luis Ricardo, cantidubi dubi dubi cantadubi dubi da (esta era la pegadiza tonadilla que acompañaba sus apariciones).
Aunque sin duda el Frankestein más entrañable es Herman Munster, el padre de aquella estrambótica familia de monstruos buenos y felices en cuyo hogar lo sobrenatural, lo extravagante, lo terrible era normal; aquella familia, los Monster, que simbolizaba todo lo que al pobre Frankenstein de Mary Shelley le fue negado por nosotros, los monstruosos humanos con nuestros temores incontrolados y aborrecibles prejuicios.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en el magazine ON (diarios Grupo Noticias) 03/09/2021
En cuarto de EGB me nombraron “chiclero mayor” de mi clase. Los curas de mi colegio tenían esas cosas. A veces, cuando se ausentaban durante un rato del aula dejaban a algún alumno al cargo, sentado en la silla del profesor y con la tiza en la mano para apuntar en la pizarra el nombre de quien hablara o hiciera una gamberrada (por ejemplo, recitar el abecedario de un tirón con un eructo).Y lo más curioso era que había chavales a los que aquello, vigilar a los demás, les gustaba, les hacía sentirse importantes, daba igual que el resto los odiáramos, a esos chavales les compensaba ganarse el favor del profe de turno, aunque a cambio tuvieran que soportar amenazas, burlas o incluso algún que otro soplamocos al salir de clase. Supongo que los curas ya sabían perfectamente que de mayores esos niños se convertirían en policías —o confidentes de la policía—, árbitros de futbol, inspectores de hacienda… Por eso mismo nunca entendí por qué me eligieron a mí como “chiclero”.
El
“chiclero” era una figura que los curas de mi colegio habían inventado para
cobrar las multas que imponían a aquellos a los que pillaban mascando chicle
durante las clases, y que había que pagar precisamente con chicles (no sé si
eso tenía mucho sentido). La cuestión es que uno de los alumnos era quien debía
de ocuparse de recaudar esas deudas y guardar
hasta que llegara el verano el botín, que se repartía entonces entre
todos los compañeros. Y aquel año me tocó a mí. Por lo visto, yo aparentaba ser
un niño formal y responsable, bastante
tímido, al que aquella responsabilidad también quizás podía darle
autoconfianza… Pues me cago en su estampa.
Yo lo quería, en lo que me esforzaba, era en ser malote, en juntarme con
los últimos de la fila y los repetidores, con los que fumaban ligarza y tiraban
pilongas y bolas de nieve a los coches desde lo alto de la muralla.
Aquel
curso fue una tortura para mí. Del mismo modo que había compañeros que pagaban
sus multas religiosamente, otros —aquellos para más inri a los que más solían
castigar— dejaron de hacerlo desde el principio. Y, por si eso fuera poco,
muchos días cuando salía de clase con la bolsa de los chicles era yo mismo
quien, una vez en casa, me los zampaba en unos atracones culpables y adictivos.
No podía evitarlo. Levantaba antes mis ojos la bolsa, veía todos los chicles
con forma de melón, o de canica de colores,
los Bang-Bang, los Cheiw de fresa
ácida, los Cosmos negros… y no me podía contener, comenzaba a comérmelos con
un ansia irrefrenable. Así que que cada poco tiempo tenía que reponerlos de mi
propio bolsillo. Los chicles que yo me zampaba y los que no me atrevía a
reclamar a los morosos. Me angustiaba pensar qué sucedería si al llegar el
verano no había conseguido mantener al día mis cuentas chicleras. No quería, de
hecho, que ese año llegara el verano. Odiaba ser el chiclero mayor (además, qué
estupidez era esa, si había un chiclero mayor se suponía que había otros
menores, alguien que te ayudaba, pero yo
estaba más solo que la una).
Al final, conseguí reponer a tiempo los chicles que faltaban gracias a que mi cumpleaños era justo antes de las vacaciones y mis abuelos y tíos solían darme la paga. Pero después no quise ni siquiera recoger la parte que me correspondía de los chicles recaudados, ni volví a comer uno de ellos en mucho tiempo. Me imagino que la lección que había que sacar de todo aquello era que uno debía ser comedido, administrar con responsabilidad sus bienes, y más aún los de los demás, controlar sus impulsos… Pero yo lo único que aprendí de aquella experiencia horrible fue que de mayor no quería ser chiclero, ni nada que se le pareciera, nada de aquello que habían imaginado para mí los curas de mi colegio.