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ENTREVISTA A KIKO AMAT

May 11, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Revancha

«Mis personajes van a vengarse a hostias del destino»

Revancha, la última obra del escritor catalán, es un thriller proletario, noir de extrarradio, una historia de ultraviolencia protagonizada por un airado hincha de fútbol que tiene que ocultar ante los suyos su homosexualidad. Una novela que es pura fibra y que se lee con el corazón en un puño (americano)

PATXI IRURZUN/MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 08/05/21

Literatura no aburrida. Así ha definido en alguna ocasión Kiko Amat los libros que le gustan. Y así son los que escribe él. Historias de adolescentes, de pandillas, de subcultura juvenil, rocanrol, bares… Historias de extrarradio, de peleas, de búsqueda y venganza dando palos de ciego con un bate de beisbol. Historias en las que, de todos modos, el corazón de la violencia, el centro de huracán, también escupe emocionantes relatos sobre la amistad, la iniciación en la vida adulta, la extrañeza, la vida en la periferia de todo… Son además, las novelas de Amat, de esas en que las páginas se pasan una tras otra y en las que, a la vez, cada una de ellas deja una recompensa al lector. En Revancha, su última obra, el escritor de Sant Boi de Llobregat nos ofrece una novela sobre ultras, hinchas de fútbol, delincuentes que se lían a martillazos contra el mundo, devolviéndole en su mismo lenguaje lo que de él han recibido, y contra sí mismos y sus demonios (Amador, uno de los dos protagonistas, es el kapo de una facción ultraviolenta que debe ocultar su homosexualidad; el otro es César, un matón que se gana la vida saldando cuentas contra pederastas o conductores que se dan a la fuga tras atropellar a alguien). Sobre todo ello y más, hablamos con el autor de Rompepistas, Cosas que hacen BUM, o Eres el mejor, Cienfuegos.

La mayoría de sus libros, este también, están relacionados con la juventud y adolescencia, con la cultura juvenil, la música, las pandillas, ¿cómo se recuerda a sí mismo en esa edad y cuánto de ello aporta a sus libros?

A Christopher Ryan, autor de Civilizados hasta la muerte, le comenté que lo único que no me gustaba de las sociedades forrajeras era su ausencia de adolescencia. Él me respondió como si yo estuviese chalupa; no comprendía cómo podía mirarse con afecto a una etapa de la vida que para él era sinónima de abusos y trauma. Pero para mí, que no tuve una infancia benigna, la adolescencia fue una liberación, y por eso escribo tanto sobre ella. Mi pandilla fue la familia que escogí, los parientes que decidí tener. Me gusta la idea de no ser hijo de nadie, que cantaban los Replacements; de crearte un destino no marcado por lo sanguíneo. Y a la vez, he leído y vivido lo suficiente para saber que esas cadenas (genéticas, de parentesco) no se rompen tan rápido. Ese conflicto (gente que trata de huir de su infancia, de rehusar su bagaje, sin conseguirlo; el viejo cliché de alguien “atrapado por su pasado”) está en todas mis novelas.

—¿Cómo acaba convirtiéndose un chico de clase obrera de Sant Boi en escritor? Supongo que no era lo habitual en su barrio.

En mi pueblo no solo no había escritores; no había artistas de ningún tipo. Para no haber, no había siquiera bandas de rock’n’roll, que es la mínima vía de escape cultural de los barrios chungos. Yo quería ser escritor en séptimo de EGB. Incluso gané una TV en un concurso literario de Coca-Cola. Pero no disponía de ejemplos cercanos para juzgar realizable algo así. Para mí los escritores eran todos ricos, titulados y muertos. Y americanos. Ninguna de las cuatro cosas era aplicable a mi circunstancia, así que, tras salir rebotado del instituto, me resigné a una vida de trabajo manual no especializado. Para mí, el pijismo no es tanto una cuestión de bienes materiales o apellidos nobles sino de posibilidad de futuro. Todos los pijos crecen con la idea de que su futuro será halagüeño y harán realidad sus sueños. Yo crecí pensando que la realidad defecaría sobre mis sueños, y que el futuro no albergaba nada deseable. Que alguien como yo haya logrado convertirse en autor es una aberración estadística, y al final tiene que ver con tres elementos: a) presencia del don, b) esfuerzo y oficio y c) golpes de suerte (todos necesitamos alguno). Si cae uno de las tres se va todo a la mierda, se trata de un malabarismo vital jodidísimo.

-Tampoco es lo habitual en la literatura, en las novelas españolas en general no han aparecido ambientes de barrio, bar, fábricas… ¿Hay cierto clasismo en ello y también a la hora de aceptar en el mundo literario a alguien que viene de ahí?

La mayoría de escritores son clasemedieros o burgueses. Digo esto sin connotaciones peyorativas. Es un hecho. A la vez, la mayoría de autores escriben de lo que conocen, aunque lo camuflen con añagazas del oficio, y por ello una abrumadora cantidad de literatura española versa sobre gente con trabajos liberales, ex universitarios, artistas en ciernes, etc. Cuando aparecen curros de mierda o gente chunga suelen estar pintados a partir de un prisma progre y edificante, de novela de “realismo social”. Es el fenómeno de la literatura de pasquín de fiestas vecinales, de barrio sésamo, donde el pueblo llano lee, es tolerante y multicultural, no hay polis ni nazis, y los borrachos no son violentos o farfullan incoherencias sino que vienen cargados de anecdotario entrañable. Pintar los barrios de extrarradio como son de veras (feos y hostiles) no es lo común, y ese tipo de novelas se miran con desconfianza, por no decir desdén, desde la cultura oficial. No es lo que quiere leer el Patronato de Cultura, vamos.

Foto: César Núñez

-A pesar de todo usted siempre ha publicado en una editorial de prestigio como Anagrama, que le ha tratado muy bien, ¿cómo es su relación con el mundo editorial y literario?

Una relación a distancia. Publiqué muy tarde, a los 34, cuando mi mundo y entorno estaba hecho. Ya era tarde para desclasarme, aunque si me lo llegan a ofrecer a los veinte -como les sucedió a Marsé y esa peña- me hubiese abalanzado sobre los cócteles como un gorrino. Creo, ya que estamos, que el desclase tiene más que ver con formación que con lucro. Una carrera universitaria cuando eres joven desclasa más que comprarte un barco de adulto, como hizo Arnold Bennett al empezar a recibir cheques sustanciosos. Cuando adquieres un cierto éxito tardío lo que haces es ampliar la sala de billar, al estilo Ringo Starr, pero no pierdes el gusto o la actitud o el espíritu (ni siquiera las amistades) de tu clase social original.

—Centrándonos ya en sus libros, alguna vez ha definido su literatura o la literatura que le gusta y a la que aspira como “no aburrida”. ¿Qué tiene que tener un libro para no aburrir?

Un autor tiene que luchar contra la autoindulgencia y la vanidad. Muchos libros aburridos lo son porque el autor consideraba las partes peñazo o las digresiones como muestras bellísimas, indispensables, de su prosa. Pero esto no va de alardear. Uno tiene que hacerlo todo por el bien del libro, y ello a menudo no tiene que ver con escribir florido o demostrar ingenio, sino con cortar lo superfluo, ir en contra de tu tendencia natural como humano, que es exhibirte y sobreexplicarte y ser ingenioso. No hay nada más aburrido que un escritor “sensible” escribiendo con aforismos o percepción psicológica, en lugar de con materiales concretos y humildes como personajes y acción.

Revancha cumple desde luego con esa premisa, la de no aburrir, aunque a diferencia de otras novelas suyas prescinde del humor. Es una novela que tiene algo de thriller, hay un retrato también que se acerca a los social, incluso recuerda al western, a veces, en ese duelo que se va postergando hasta el final entre Amador y César. ¿Cómo la definiría?

Supongo que es un thriller proleta. Noir de extrarradio. Western chusmero. Por supuesto, no la escribí para que encajara en esas etiquetas. No trabajo con temas o géneros, sino con trama, personajes, paisaje y materia física. De ellos, si están bien hechos, salen las emociones y las ideas, no al revés. Respecto al humor, no creo que prescinda del todo de él (las conversaciones entre Amador y el Microbio aún me hacen reír), pero sí que se halla en un porcentaje menor que en el resto de mis novelas.

—Se aprecia que es una novela muy trabajada, con mucho músculo, en la que ha cuidado mucho algunos aspectos técnicos, como el uso de la segunda persona,  los saltos temporales, midiendo mucho la información que va dando al lector… ¿Cómo ha sido el proceso de escritura?

Escribí Revancha en un año y dos meses. La mayoría de ese tiempo lo pasé editando y reescribiendo. En una novela hay que cortar mucho; nunca opinar ni teorizar; no inyectar emoción o reflexiones que no se extraigan de la misma acción; dosificar la información. Mostrar siempre es mejor que explicar. Como decía Flannery O’Connor, la novela debe llevar el significado dentro de ella, encarnado en la historia. No puedes escribir emoción con emoción; la emoción tiene que surgir de lo que sucede en la novela. Es mi novela más trabajada, pero el lector no lo percibe porque la técnica se emplea para enmascarar dicha técnica. Es como una canción de house muy producida: nunca te darás cuenta de ello, porque estarás bailando como un orate en la pista. La segunda persona (la voz de Amador) es una maravilla, funciona a todos los niveles: es como una primera encubierta que a veces parece tercera y a veces apela al lector en segunda. Una triple carambola. Me sorprende que no se utilice más.

—Llama también la atención esa jerga propia de los personajes, que recuerda a La naranja mecánica, no sé era un referente que tenía en mente, a la hora de escribir una novela en la que además está tan presente la violencia.

Mis referentes nunca son literarios. Tampoco ese, lamento decir. La jerga, que se me ocurrió en el último mes de escritura, viene del dialecto que utilizábamos en mi pandilla adolescente (aunque la de Revancha es inventada). La mayoría de mis influencias son orales. No soy un autor bibliófilo, aunque lea muchísimo. Parece una paradoja pero no lo es. Los libros me enseñaron a escribir, pero no me hicieron.

—Sobre la violencia, no sé si hay un intento de explicar de dónde proviene, por qué los personajes están abocados a ella. El propio título, Revancha, y algunos pasajes del libro, hablan de eso, de que los personajes están devolviendo lo que han recibido.  ¿En el fondo de lo que en realidad se habla es de una violencia estructural o sistémica?

El tema de Revancha no es la violencia, es la historia. Nunca me propuse hacer una tesis sobre violencia, sistémica o no. Mis novelas nunca tratan de explicar un problema abstracto, sino las vidas y vicisitudes de los personajes. Y en Revancha, esas vidas son ultraviolentas. Podría decirse que, en efecto, mis personajes van a vengarse a hostias del destino y el lugar que ocupan en el mundo. Alguien tiene que pagar por su suerte de mierda.

-Y además usted se centra en grupos neonazis, de ultraderecha, hinchas violentos de fútbol y consigue que el lector empatice o comprenda a personajes como Amador, supongo que eso es una apuesta arriesgada…

En realidad es de una simplicidad pasmosa. Se trata tan solo de explicar bien a tus personajes hasta el punto en que cobran vida. Una vez te han explicado bien a alguien, vas a entender sus acciones, aunque estas te desagraden o asusten o repugnen. “Simpatizar” es una palabra algo extrema, así que digamos que acompañas al protagonista en su periplo porque le conoces, aunque por el camino algunas de sus acciones te resulten inmorales u odiosas, o cuanto menos cuestionables. Me leí hace poco un libro sobre Stalin y acabé entendiéndole perfectamente, aunque fuese un bastardo rencoroso y genocida.

—El personaje de Amador en realidad es un personaje que no acaba de encajar en ningún mundo, tampoco en ese en el que busca refugio y en el que debe ocultar su homosexualidad. ¿Le gustan ese tipo de personajes, inadaptados, con contradicciones?

Una novela es conflicto y curva de cambio, aunque termine fatal. A Amador el lector le conoce como hijo de puta, y luego vislumbra las fisuras de su armadura, y cómo su mundo se va desmoronando poco a poco, hasta que empieza a intuir una ínfima y pírrica posibilidad de redención. Mis personajes ideales son gente chunga que de golpe accede a un momento de gracia. Ser bueno cuando solo te han pasado cosas buenas no tiene ningún mérito, y desde luego no es narrativamente interesante. Para mí el interés estriba en el fugaz momento de gracia que se le presenta a gente objetivamente mala.

-Para acabar, dos preguntas: ¿Cómo está siendo la acogida del libro?; y: ¿Después de escribir una novela tan intensa como esta, qué hace un escritor, busca por ejemplo un poco de aire en otro de otro tono, con más humor?

Aún no sé qué voy a escribir a partir de aquí. Me gustaría escribir algo eminentemente humorístico, como apuntas, porque estoy harto de pasarlo mal, pero tengo la impresión de que no va a ir así. El despegue de Revancha, ya que lo comentas, ha sido mi hit personal. Tres ediciones en menos de dos meses. Críticamente también lo ha petado de forma uniforme, lo cual para mí es del todo chocante. Terminé Antes del huracán pensando que era un novelón inapelable ante el que incluso la “alta cultura” tendría que postrarse, y se limpiaron el trasero con él. Con Revancha ha sido al revés: lo rubriqué convencido de que había escrito un libro 100% hardcore y pro-chusma y ultraviolento, imposible de aceptar por el mainstream, y solo ha recibido excelentes críticas, especialmente en medios serios. Realmente, mi dedo no está en el pulso del país, que decía Bill Hicks.

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