Entrevista a Alfredo Rodríguez
“La creación poética ha de ser siempre una revolución permanente”
El poeta iruindarra Alfredo Rodríguez compila en una antología ficticia la obra de seis poetas navarros apócrifos de los siglos XV y XVI, la que pudo ser la edad de oro de Nafarroa, en un brillante juego literario, al que también contribuye el prólogo de Mikel Zuza.
Patxi Irurzun. Gara 16/11/20
Advierte de antemano el poeta de que los autores de esta antología, Urre Aroa, Seis poetas de Tierra Naba, reeditada por Pamiela, nunca existieron, pero también de que es probable que con el tiempo se tomen por reales, y de hecho en algunas catalogaciones bibliográficas ya aparece el propio Rodríguez como compilador y la obra como colectiva. El juego literario, de ese modo, daría una nueva vuelta de rosca y quién sabe, tal vez de aquí a algún tiempo serviría para reivindicar la sólida obra del autor navarro a partir de sus heterónimos. En “Urre Aroa” Alfredo Rodríguez habla como un ventrílocuo a través de ellos, con sus diferentes voces (la poesía épica de Xabier de Zuriquoain , el eukera roncalés de Fermín de Arrax, los poemas amorosos de Vicente Racais de Yuso…), pero conserva al mismo tiempo en todas ellas la suya propia, su profundidad existencialista. Por si fuera poco, el también escritor navarro Mikel Zuza, quién mejor que él, se suma a la fiesta con un estupendo prólogo para esta nueva edición (la anterior es de 2013) que da carta de naturaleza a estos seis poetas navarros que puede que nunca existieran, pero que aquí adquieren vida literaria propia.
¿De dónde surgió la idea de hacer esta antología ficticia, este juego literario?
Hay un libro muy bueno, y que siempre me fascinó, de mi maestro más directo, el poeta novísimo José María Álvarez, que él tituló precisamente La edad de oro, compuesto de poetas apócrifos de su tierra, Cartagena. Así que me he limitado a reproducir su idea, y donde había poetas cartagineses, fenicios o romanos, yo he puesto poetas vasconavarros. ¿Por qué no íbamos a tener aquí grandes poetas como aquellos? Si ocurrió con Shakespeare y la Inglaterra isabelina de hace más de quinientos años, o con Rilke protegido por la nobleza del Imperio Austro-Húngaro en el siglo XIX, ¿por qué no habría de ocurrir aquí, en el viejo reino de Navarra, algo parecido? Existieron los trovadores medievales como aquel Teobaldo I, que fue rey. O existió Bernat Etxepare, primer poeta en lengua vasca que se conoce, navarro de Ultrapuertos. Y aquí vivió y murió César Borgia, príncipe del Renacimiento, batallando por una de nuestras causas perdidas. Así que ¿quién dice que no podrían haber existido perfectamente estos viejos poetas entre nosotros?
-¿Se le pasó por la cabeza en algún momento no desvelar la verdad?
Pues sí, muchas veces. Hubiera sido muy divertido. Pero quizá habría incurrido en algún tipo de irregularidad ética. De todas formas en la base de datos de la Biblioteca Nacional este libro consta ahora mismo como una recopilación de diferentes autores. Y yo como recopilador. Puede comprobarse. Y en cuanto pase un tiempo, no muy largo, así quedará para siempre, para cualquiera que se acerque a él. Nadie recordará que todo había sido inventado. Pues son muy pocos los que se percatan de ello ahora mismo, si yo no se lo advierto de antemano. Es tal la ignorancia sobre nuestro propio pasado que es posible inventarse cosas y nadie se daría cuenta.
-En el prólogo de Mikel Zuza se inventa además una serie de datos biográficos para los poetas de Tierra Naba ¿fue algo a posteriori, o al revés, él los ideó a partir de los poemas, cómo se relaciona una cosa y otra?
En realidad los poemas de cada apócrifo vienen precedidos en el libro por unas sucintas biografías tan precisas como falsas, que inventé para que el tono resultara así más creíble, más verosímil. Mikel Zuza, que ha hecho un prólogo espléndido y divertidísimo, realza aún más esa pretendida verosimilitud haciendo coincidir datos y fechas, y alimentando aún más el mito de estos poetas, con más detalles e ideas muy bien traídas que surgen de su cabeza. Al final, es como si entre los dos estuviéramos creando, con mil pedazos imaginarios, un pequeño monstruo de Frankenstein sobre la antigua poesía navarra.
-Por cierto, esa afortunada expresión, la Tierra Naba, ¿de dónde surge?
Pues además de ser un bonito juego de palabras, Nabarra-Tierra Naba, creo que la idea la rescaté de una de las posibles e infinitas teorías sobre el origen etimológico de Navarra. La expresión nava sería una tierra llana rodeada de montañas, que debió ser lo que vieron los soldados de Pompeyo al llegar a la Cuenca de Pamplona. O así lo quise imaginar.
-¿Ha sido complicado establecer para cada uno de los poetas su propio tono, los temas que abordan, etc.?
Los poemas existían ya antes que los poetas. Durante un periodo muy productivo de diez años fui publicando varios libros de poemas, pero a la vez había una serie de poemas que iba escribiendo por otro lado y que veía que no tenían cabida en esos libros, que no pertenecían a ellos, sino a una especie de vía alternativa de mi poesía que aún no sabía muy bien cuál era. Y me junté, al final de ese periodo, con unos sesenta poemas acabados y muy trabajados. Y llegó un momento en que advertí ahí, con el paso del tiempo, que en esos poemas se distinguían o se daban diferentes voces mías, diferentes temáticas, diferentes miradas de poeta, diferentes formas de entender la poesía. Y se me ocurrió entonces reconducir todos esos poemas hacia esta idea de un libro de apócrifos e ir asignándoselos a cada uno de ellos.
-¿Qué destacaría de cada uno, o de alguno de ellos?
Pues encontramos desde un laureado poeta, recompensado al parecer con el favor real y que escribía poemas de enjundia o con mucha altura de vuelo (Henrique de Ariztarai); u otro que escribía sus versos en su lengua vernácula, el eusquera antiguo del Roncal, la vieja y misteriosa lengua (Fermín Arrax); pasando por alguien que tuvo que exiliarse por misteriosos motivos que no se nos dicen, y cuyos poemas se adscriben claramente al género de la poesía épica o de combate (Xavier de Zuriquoain); o un hidalgo, un caballero que nos ofrece poemas de hidalguía o de ideal caballeresco (Miguel de Unzit); o un poeta muy enamorado que nos entrega poemas de amor, pero no de un amor convencional, sino de un amor extraño, atípico (Vicente Racais de Yuso); hasta un judío navarro, un sefardí, cuyos poemas contienen un fondo sagrado o trascendente (Inaxio de Huvilzieta).
-Supongo que también habrá sido muy exigente para usted acomodar su poesía a la de esa edad dorada en que se ubica la antología. ¿Manejó algún referente, le interesa especialmente esa época, literaria e históricamente?
Siempre me he sentido atraído por la poesía de corte antiguo pero hecha desde el presente por autores contemporáneos, por la poesía épica que puedo reconocer en poetas como Julio Martínez Mesanza y su libro Europa, por el que siempre me dejé fascinar. No he podido ocultar algunas de mis inquietudes personales tras las máscaras de estos apócrifos, pero es de eso mismo de lo que se trata, de que el poeta encuentre nuevos medios para explorarse a sí mismo. He buscado, además, cierta nobleza antigua en la expresión, que hiciera más creíbles a los poetas incorporados a esta antología. Finalmente, siempre se trata de poesía, ya se presente ésta bajo el disfraz que más le plazca, y en ese sentido podría decirse que el libro está cumplido. Porque la creación poética ha de ser siempre una revolución permanente. O no será nada o muy poca cosa.
-Me parece encontrar, por cierto, en el libro algo en lo que coincide con su prologuista, Mikel Zuza, de lo que ha hablado en otros libros, una reivindicación o añoranza de esa Navarra, antes de la conquista, o de lo que pudo haber sido esta sin conquista, esa especie de república ideal de las letras…
Sí, eso es algo en lo que hemos coincidido los dos plenamente, como si fuéramos almas gemelas. En realidad no nos conocíamos pero sí que había leído asombrado sus libros históricos. Y sí, esa época anterior a la conquista de Navarra siempre la he imaginado, o la he querido imaginar, como una época de esplendor artístico, una fase intensa de desarrollo económico y cultural que pudo facilitar el florecimiento en las artes, en literatura, y principalmente en poesía. Y que trajo consigo una época mítica o de esplendor de la poesía navarra, una edad de oro.
-¿Habrá más libros siguiendo esta senda, aparecen nuevos autores navarros desconocidos?
Pues tengo ya casi terminado un libro a nombre de uno de estos apócrifos, Henrique de Ariztarai, y ambientado también en la época de la conquista, pero situando la acción en el territorio de la frontera sur, la Hego muga con Al-Andalus, el desierto de las Bardenas, un territorio que imagino como una línea de castillos semiderruidos y azotados por el viento. La idea surgió en un viaje allí el año pasado. Llevaba tres años sin escribir un solo verso y, de repente, un día de sol y viento en las Bardenas ‒donde no había estado nunca‒ los poemas empezaron a brotar de nuevo ante aquella belleza inefable. Anduve todo el día por allí como alucinado con la cabeza bullendo de versos nuevos que iban naciendo. Me hablaban y estaba como traspuesto, como zombi. La poesía me estaba llamando otra vez, cuando parecía que me había abandonado, como en una vocación irremediable.