Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 23/08/20
Yo lo supe años después, pero en una ocasión estuve a punto
de ser denunciado acusado de injurias al rey, a cuenta de un cuento en el que
hablaba del cabrón del rey (me refiero a un macho cabrío —¿o era un oso?, no
recuerdo bien— que este abatió en una de sus cacerías, que nadie piense mal;
bueno, que cada uno piense lo que quiera, a ver si al final también van a estar
penado pensar). La cuestión es que alguien leyó en una radio mi cuento, que yo
había publicado previamente en un fanzine revoltoso, y algún jefazo de la
cadena, al que no le hizo ninguna gracia el juego de palabras, amenazó con
emplumarme. Por suerte, para mí, quien leyó ese cuento —el mismo que me lo
contó años después— al parecer no solo intercedió en mi favor sino que ofreció
a cambio su cabeza, es decir se le invitó a dejar de colaborar con la emisora.
El rey, por entonces, era intocable, a pesar de que se caía
mucho. Sigue siéndolo, de hecho, ahora que su figura parece tambalearse más que
nunca (en realidad es el falso balanceo de un tentetieso que es a la vez una
muñeca rusa y que al final dejará todo en su sitio; la única manera de acabar
con la monarquía es tirar el juguete a la basura). El rey, decíamos, sigue siendo intocable, hace
apenas unos días, por ejemplo, hemos sabido que la fiscalía investiga a
dirigentes de varios partidos por sus comentarios sobre el emérito, que es de
momento a quien nos referimos, luego ya le tocará al preparao. El rey nos trajo
la democracia, el rey nos salvó del golpe de estado, el rey era un tío
cojonudo, como los espárragos a los que daba nombre una de sus ocurrencias, el
rey era un profesional, ¡viva el rey! Y si no a la audiencia nacional. Como los
del oso Mitrofán.
Porque, ahora me acuerdo, sí, al final, era un oso (y esto no
es un cuento, es rigurosamente cierto). El oso Mitrofán. Lo emborracharon con
cóctel de vodka y miel —eso fue al menos lo que reveló un funcionario ruso—
para que don Juan Carlos-escopeta caliente lo abatiera en una cacería a
quinientos kilómetros de Moscú. Y así fue, el oso Mitrofán, que era “bondadoso
y alegre”, de ese modo lo describen las crónicas, cayó muerto de un solo
disparo. “Estaba cocido”, rotularon, junto al sonrosado rostro del monarca, en una
viñeta que apareció publicada en los diarios Deia y Gara. Y sus autores, claro,
fueron llamados a declarar, daba igual que evidentemente se refirieran al oso,
del mismo modo que yo en mi cuento me refería al cabrón, es decir, al macho
cabrío.
Por cierto, y por si a alguien se le ocurre rematar la faena y demandarme ahora, la denuncia contra aquellos humoristas no prosperó (claro que el acojone, en plan matón togado, no nos lo quita nadie). Eso es en el fondo, lo que perpetúa la monarquía, no tanto la propia familia real (da lo mismo, en realidad, si quienes la componen son ejemplares o unos golfos, la institución per se es anacrónica y antidemocrática, ni siquiera deberíamos plantearnos un referéndum, del mismo modo que no se vota sí o no al cinturón de castidad), sino sus palanganeros y porteadores. Los “yo no soy monárquico sino juancarlista”, aquellos a los que les parecían tan graciosos la peineta en Vitoria y el ¿por qué no te callas? en Chile, o un negocio redondo para el país los chanchullos con sus hermanos los señores feudales saudís… Muchos de ellos son los que ahora han colaborado en la huida del campechano; otros meten tanto ruido como antes era atronador su silencio. Y todos, en cuanto pase este agostazo mal medido pero agostazo a fin de cuentas, volverán a doblar lacayunos la cerviz ante el preparao, del que a su vez airearán otros sus miserias —es un decir— cuando le hayan hecho hueco en el trono al culo trasparente y constitucional de la que venga detrás por la gracia de Dios y de Francisco Franco.
Cualquiera que disfrute husmeando en las librerías de segunda mano se topará en ellas con este título una y otra vez, en diferentes ediciones. Debieron de venderse en su día millones de ejemplares de Alguien voló sobre el nido del cuco y a ello, sin duda, contribuyó la exitosa versión cinematográfica de Milos Forman, con Jack Nicholson interpretando al rebelde MacMurphy. Ken Kesey, sin embargo, el psicotrópico autor de la novela, abominaba de esa película. Quizás no al extremo de Boris Vian con la adaptación de Escupiré sobre vuestras tumbas, quien falleció de un infarto sentado en la butaca de un cine que la proyectaba. Pero casi.
Kesey consideraba que el director de Amadeus había traicionado el espíritu de su novela (y así era, aunque lo hiciera de un modo magistral), cargando el protagonismo de la misma en MacMurphy-Nicholson y dejando en un segundo plano al narrador de la historia, el Gran Jefe Brondem y a su mundo interior. De hecho, mientras la novela está contada con la voz del Gran Jefe, en la película este no pasa de ser un secundario, a quien solo se escucha pronunciar una reveladora frase, pues hasta entonces todos lo habían considerado sordomudo (en una clara metáfora de la situación de los naciones indias en Estados Unidos). También contribuyó, claro, al rechazo de la película por parte de Kesey el hecho de que los productores del film desestimaran el guión propuesto por él o que el escritor, de todos modos, vendiera los derechos de su libro sin demasiado margen de maniobra para intervenir.
Los experimentos, con LSD
Alguien voló sobre el nido del cuco, recordemos, nos cuenta la lucha de un grupo de enfermos psiquiátricos contra el despótico trato de su enfermera, la todopoderosa Gran Enfermera Ratched, lucha que se desatará con el ingreso de MacMurphy, un pequeño delincuente, exveterano de la guerra de Corea, que simula trastornos mentales para eludir la prisión y los trabajos forzados. MacMurphy alentará al enfrentamiento y la desobediencia a sus compañeros — a veces con consecuencias funestas— en una historia tras la que palpita el cuestionamiento de una sociedad, como la de los Estados Unidos de los años 60 (la novela se publicó en 1962), conservadora, uniformadora, castrante y controladora.
La idea para escribir Alguien
voló sobre el nido del cuco, en la que una de las formas de sometimiento de
los pacientes es la farmacología, se le ocurrió a Ken Kesey tras participar
como cobaya humana en un experimento auspiciado por el gobierno de los Estados
Unidos sobre los efectos de los psicotrópicos, en el transcurso del cual el
escritor conoció el ácido lisérgico o LSD, de cuyas virtudes se convertiría en
uno de los principales profetas, dándose la paradoja de que una de las herramientas
de liberación de la contracultura, las drogas, se propagara desde la
administración (recordemos, además, que la propia CIA experimentó con el ácido
lisérgico como elemento de control mental, antes de que los beats primero y luego los hippies le
dieran un uso recreativo).
Un viaje fluorescente al Más Allá
Ken Kesey, uno de los abanderados, precisamente, de la generación beat —aunque quizás no tan conocido como Jack Kerouac, Willian Burrougsh o Allen Ginsberg— estuvo al frente de los The Merry Pranksters, los Alegres Bromistas, un grupo de jóvenes que en 1964 (es decir dos años después de la publicación de Alguien voló sobre el nido del cuco) recorrieron los Estados Unidos de costa a costa a bordo de un fluorescente autobús, al que bautizaron como “Further”, es decir, “Más allá”, en un psicodélico viaje en el que ofrecían catas públicas de LSD. El conductor del “Más Allá” fue Neil Cassady, el espídico muso de la generación beat, inmortalizado en la novela En el camino de Jack Kerouac, y a la tripulación se sumó también el grupo de música Greateful Dead. Tom Wolfe, por su parte, el autor de La hoguera de las vanidades, hizo la crónica del accidentado viaje (tan solo doscientos metros después de iniciarse el autobús se quedó sin gasolina) en Ponche de ácido lisérgico, uno de los libros señeros del llamado periodismo gonzo, aquel que hacía crónicas desde dentro, en primera persona y sin eludir la experiencia propia.
No fue el de Wolfe el único testimonio del lisérgico itinerario de los Alegres Bromistas, ellos mismos llevaban consigo algunas cámaras, aunque a la postre estas sirvieron más bien como elemento disuasorio cada vez que la policía les daba el alto, alegando que su comportamiento se debía a que estaban rodando un documental, pues las imágenes del mismo acabarían perdidas en un desván, del que finalmente las rescatarían y restaurarían Alison Elwood y Alex Gibney, que estrenarían en 2011 Magic Trip, en donde podemos ver —no resulta difícil encontrarlo en internet— a Kesey, Cassady y compañía en pleno viaje, nunca mejor dicho.
¿El libro o la película o los dos?
Volviendo a Alguien voló sobre el nido del cuco, el libro contiene uno de los finales más hermosos y redentores de la literatura, que no vamos a contar aquí, y que quien quiera conocer tendrá que leer, tras buscar la novela en alguna de esas librerías o ferias del libro de segunda mano. La abundancia de ejemplares de la misma en esos lugares, por cierto, no deja de resultarnos en este club de lectura de verano sorprendente. Se supone que si están allí es porque alguien se los has quitado de encima. Quizás la explicación se deba a que quienes se desprenden de ellos ya han visto la película, cuando lo lógico, en la mayoría de los casos debería ser lo contrario: “No, ya he leído el libro”, no vaya a ser que nos pase lo mismo que a Boris Vian al ver la adaptación cinematográfica. En el caso de Alguien voló sobre el nido del cuco, de hecho, si bien la película de Milos Forman es notable, la novela de Ken Kesey resulta imprescindible.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 08/08/20
Los irurzunólogos acérrimos se acordarán sin duda de Putoso
y sus hermanos quinientillizos, quienes ya han aparecido al menos en dos
ocasiones en esta sección, Rubio de bote.
Putoso es un enorme oso de peluche que nos regalaron cuando nació mi hijo mayor
y que, desde entonces, está con nosotros, siempre en medio (de ahí su nombre). Fue
alumbrado en un parto múltiple en algún taller clandestino de Asia o en alguna
maquila en Centroamérica y separado de sus 499 hermanos apenas nació,
dispersados todos ellos por centros comerciales y jugueterías de todo el mundo.
No obstante, en una ocasión yo me encontré a uno de los quinientillizos abandonado
junto a los contenedores de basura que hay junto a mi portal. Al verlo, subí
rápidamente a casa a tramitar los papeles de la adopción (es decir, a
preguntarle a mi mujer si podía recogerlo), pero para cuando logré convencerla
resultó que alguien se me había adelantado.
Escribí unRubio de botesobre eso y al cabo de unos meses un lector de esta página se acercó a mí en la villavesa y me confesó que había sido él el que se hiciera cargo del hermano de Putoso, pero que los papeles de la adopción no estaban en regla (es decir, que él no había conseguido convencer a su mujer) y tuvo que deshacerse del peluche. También sobre eso escribí un artículo, preguntándome qué habría sido del pobre oso sintecho, y a partir de entonces comencé a recibir en mi correo fotos de gente que había visto putosos —así comenzamos a llamarlos— por todo el mundo: colgados por las orejas en el tendedero de un patio de Tudela, durmiendo en un albergue de Bilbao, con una polla de goma anudada a la cintura en una película guarra…
Después, durante un tiempo los putosos estuvieron hibernando
o en algo suyo de osos, pero recientemente he vuelto a recibir varios correos
en los que me informan de su reaparición en París. Aunque originalmente llegaron a la ciudad de
la luz (yo no sé por qué se llama así si siempre llueve) gracias a la
iniciativa del dueño de una librería que los desperdigó por calles y cafés para
dar a conocer su negocio, en los últimos meses, al parecer, las mesas de muchas
terrazas han sido ocupadas por ellos para mantener la distancia social entre
los clientes. La cuestión es que a mí me alegró mucho ver a gran parte de la
familia putosa reunificada, tras tantos años calamitosos, y además dándose la
vidorra padre, tomando cafeolés todo el día o leyendo por las noches Libertad para los osos de John Irving.
Quise compartir por eso mi felicidad con mis lectores y colgué las fotos de la
nueva y bohemia vida de los quinientillizos en las redes sociales, pero al cabo
de unas horas alguien me hizo saber que en realidad las condiciones laborales
de los peluches no eran tan placenteras como yo suponía, pues debían pasar las
noches al raso y someterse a los caprichos de los trasnochadores (quienes, por
ejemplo, se fotografiaban junto a ellos haciéndose mortadelos); o que —aquellos
que dormían en la librería— eran encerrados en un cuarto en el que se
almacenaban las cajas con las novelas de los youtubers o los alfonsoussías
franceses. Por si fuera poco, junto con esta triste noticia adjuntaban otra
foto de putosos que no habían sido capaces de superar ese estrés y
—presuntamente— se habían suicidado de manera colectiva en una playa nórdica
enterrando sus cabezas en la arena y esperando la subida de la marea (la foto
es además la portada del último trabajo del grupo noruego de rock progresivo
Airbag). Yo, sin embargo, estoy convencido de que esa imagen es un fake o se ha interpretado mal y de que
muy pronto comenzarán a llegar fotos de putosos recogiendo kiwis o esquilando
ovejas en Nueva Zelanda —es decir, en las antípodas de Noruega—, luchando, en
definitiva, por conseguir una vida más dichosa.
Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 01/08/20
Existe un tipo
de literatura juvenil de la que disfrutamos, sin complejos, lectores de
cualquier edad. No sabría muy bien cómo llamarla, entre otras cosas porque
podría caer en el error de etiquetarla y ponerle por nombre esos engendros que
el marketing utiliza para reducirla a un producto e imbecilizarla: Young adult, New adult… Yo me estoy refiriendo a títulos como El guardián entre el centeno, de John Salinger, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, El diario completamente verídico de un indio
a tiempo parcial, de Sherman Alexie,
Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, el Diario de Anna Frank o
incluso algunas novelas de Baroja
como Zalacaín el aventurero o El árbol de la ciencia…Probablemente ninguno de estos autores escribió estos libros
pensando exclusivamente en los jóvenes; y seguramente por eso interesaron tanto
a los jóvenes, a diferencia de esas novelas juveniles que se escriben como si
fueran una hoja de cálculo y que ofrecen una visión edulcorada de la juventud; una visión en la que lo políticamente
correcto borra por completo todo el mundo en el que los jóvenes se
desenvuelven: sus primeros contactos con el sexo, con las drogas y el alcohol,
la agresividad, incluso la violencia con la que se enfrentan al mundo de los
adultos, a las imposiciones, a una vida que se les echa encima con intención de
reducirlos, de hacerles olvidar cuanto antes su sospechosa y amenazante
condición de jóvenes.
Delincuencia y lucha de clases
En el caso de la novela juvenil por antonomasia, Rebeldes, S.E. Hinton (¿qué demonios significan esas dos iniciales?) rizó el rizo, porque no solo escribió una novela en la que por primera vez todo eso estaba presente (la rebeldía y el ímpetu juveniles, el doloroso y súbito tránsito a la edad adulta, y, por otra parte, la delincuencia y la lucha de clases) sino que además quien la escribía sabía perfectamente de qué hablaba, pues Hinton firmó esta novela cuando tan solo contaba ¡17 años!
En Rebeldes
se nos narra la historia de
Poniboy, un joven quinceañero que vive con sus dos hermanos (al igual que en
otros libros juveniles, como las aventuras de Pippi Calzaslargas, se excita de ese modo otro de los sueños
juveniles: la ausencia de padres y de autoridad, la independencia y la libertad
total) y que se desenvuelve en un ambiente enconado, con diferentes bandas
juveniles enfrentadas. Poniboy pertenece a los greasers, los chicos de extracción humilde del East Side, cuyos
mayores enemigos son los socs, los
pijos del West Side (toda la estética de la novela remite a películas como West Side Story, Rebelde sin causa o Grease,
esta última con una visión casi paródica del tema). La novela lo tiene todo para llamar la
atención de un chaval: peleas, huidas, amores imposibles, cadáveres hermosos,
redenciones, incluso los extraños nombres de sus protagonistas: Poniboy,
Sodapop, Two-Bit…
Rebeldes y guapetones
Y a ello se suma, hablando de cine, que en su adaptación a la gran pantalla, a cargo de Francis Ford Coppola, en 1983, estos fueron interpretados por un ramillete de jóvenes, guapetones y tan desconocidos como prometedores actores: Matt Dillon, Patrick Swayze, Tom Cruise, Rob Lowe, Ralph Macchio, Emilio Estévez, Michael J. Fox (en el reparto aparecía, en contrapartida, incluso el mismísimo Tom Waits), con lo cual el éxito estaba garantizado; o mejor dicho, la prolongación del éxito, pues la novela se publicó quince años antes, en 1967, cuando, como hemos dicho, la autora contaba tan solo con diecisiete años (tras las iniciales S.E. —esto no lo hemos dicho aún— se ocultaba los nombres Susan Eloise, pues la joven escritora dudaba de que nadie fuera a creer que alguien de su edad y, sobre todo, una mujer, firmara aquella historia plena de violencia e incorrección política). En todo caso, Rebeldes se convirtió inmediatamente en un fenómeno, en un superventas, para “desgracia” —hablando en términos creativos— de su autora que, como sucede a menudo en estos casos, ha vivido toda la vida lastrada por el peso de ese éxito.
Tras Rebeldes S.E. Hinton escribió otras obras y secuelas de su novela, como La ley de la calle, también llevada al
cine por Coppola, y a cuyo elenco se sumaron actores, digamos, con otro perfil,
como Mickey Rourke o Nicholas Cage; pero sin conseguir nunca
alcanzar el éxito arrollador de su primera obra, lo cual la sumió en una
depresión durante algún tiempo.
Autores de un solo éxito
Susan Eloise Hinton podría, en ese sentido, contarse entre esas autoras one hit wonder, de un solo éxito, como Anna Frank y su diario (por razones obvias), Harper Lee y Matar un ruiseñor (de quien también nos ocuparemos en otra entrega), o J. D. Salinger y El guardián entre el centeno (aunque el enigmático Salinger también ha entregado a la imprenta algunos cuentos memorables). De hecho, si bien Salinger merecería otra sesión del club de lectura dedicada íntegramente a él, no nos resistimos a citar algunas curiosidades sobre su memorable novela que, por otra parte, se anticipó a Rebeldes a la hora de abordar sin tapujos algunos aspectos de la cultura juvenil, como la sexualidad o el lenguaje desenfadado. Al contrario que la novela de S.E. Hinton, El guardián entre el centeno, que en otros países de habla hispana se titulo El cazador oculto, no tiene una adaptación cinematográfica, pero se resarce ampliamente con los numerosas canciones que han dedicado a la novela grupos, en su día, rabiosamente juveniles, como Guns N’ Roses (Catcher in the Rye),Green Day (Who Wrote Holden Caulfield?), The Offspring (Get It Right) o Beastie Boys (Shadrach). Sin olvidar, hablando de música, la desgraciada influencia que tuvo la novela en un mal lector de la misma, Mark David Chapman, que como es bien sabido esperó a la policía leyéndola después de haber asesinado a John Lennon.
Dos recomendaciones más
No me gustaría acabar estas líneas sobre novelas-juveniles-que-pueden-leer-y-disfrutar-lectores-de-todas-las-edades sin citar brevemente dos por las que siento especial debilidad: El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial, de Sherman Alexie, un autor nativo norteamericano, con una obra tremendamente recomendable en la que los protagonistas de sus cuentos y novelas son, como él, indios spokane, cuyas historias transcurren en reservas en las que tratan de evadirse del racismo y la marginación bebiendo, jugando al baloncesto o, como es el caso del protagonista de esta novela, dibujando cómics —sin caer por ello en la resignación ni el victimismo— y en las que no falta un toque de humor. En el caso de El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial hay dos argumentos que hacen inevitable su lectura: que la revista Time la haya colocado en el puesto número uno de la lista de mejores libros juveniles de todos los tiempos; y, sobre todo, que la Asociación de bibliotecarios estadounidenses la haya incluido en otra lista: la de libros que han recibido más peticiones de censura.
Contra la censura precisamente, y contra la desaparición de algunos de algunos de sus vecinos, la agobiante presencia de policía secreta y la falta de libertad en la Siria de los años 60, escribe un periódico mural en las paredes del barrio antiguo de Damasco el protagonista de Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, una obra emocionante y hermosa (que, al igual que la de Sherman Alexie, se articula en forma de diario), y que es, en definitiva, como todas las anteriores, una novela para jóvenes rebeldes de todas las edades como ustedes y como yo.