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EL OSO MITROFÁN

Ago 13, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 23/08/20

Yo lo supe años después, pero en una ocasión estuve a punto de ser denunciado acusado de injurias al rey, a cuenta de un cuento en el que hablaba del cabrón del rey (me refiero a un macho cabrío —¿o era un oso?, no recuerdo bien— que este abatió en una de sus cacerías, que nadie piense mal; bueno, que cada uno piense lo que quiera, a ver si al final también van a estar penado pensar). La cuestión es que alguien leyó en una radio mi cuento, que yo había publicado previamente en un fanzine revoltoso, y algún jefazo de la cadena, al que no le hizo ninguna gracia el juego de palabras, amenazó con emplumarme. Por suerte, para mí, quien leyó ese cuento —el mismo que me lo contó años después— al parecer no solo intercedió en mi favor sino que ofreció a cambio su cabeza, es decir se le invitó a dejar de colaborar con la emisora.

El rey, por entonces, era intocable, a pesar de que se caía mucho. Sigue siéndolo, de hecho, ahora que su figura parece tambalearse más que nunca (en realidad es el falso balanceo de un tentetieso que es a la vez una muñeca rusa y que al final dejará todo en su sitio; la única manera de acabar con la monarquía es tirar el juguete a la basura).  El rey, decíamos, sigue siendo intocable, hace apenas unos días, por ejemplo, hemos sabido que la fiscalía investiga a dirigentes de varios partidos por sus comentarios sobre el emérito, que es de momento a quien nos referimos, luego ya le tocará al preparao. El rey nos trajo la democracia, el rey nos salvó del golpe de estado, el rey era un tío cojonudo, como los espárragos a los que daba nombre una de sus ocurrencias, el rey era un profesional, ¡viva el rey! Y si no a la audiencia nacional. Como los del oso Mitrofán.

La Audiencia Nacional reabre la causa del 'Osito Mitrofán'

Porque, ahora me acuerdo, sí, al final, era un oso (y esto no es un cuento, es rigurosamente cierto). El oso Mitrofán. Lo emborracharon con cóctel de vodka y miel —eso fue al menos lo que reveló un funcionario ruso— para que don Juan Carlos-escopeta caliente lo abatiera en una cacería a quinientos kilómetros de Moscú. Y así fue, el oso Mitrofán, que era “bondadoso y alegre”, de ese modo lo describen las crónicas, cayó muerto de un solo disparo. “Estaba cocido”, rotularon, junto al sonrosado rostro del monarca, en una viñeta que apareció publicada en los diarios Deia y Gara. Y sus autores, claro, fueron llamados a declarar, daba igual que evidentemente se refirieran al oso, del mismo modo que yo en mi cuento me refería al cabrón, es decir, al macho cabrío.

Por cierto, y por si a alguien se le ocurre rematar la faena y demandarme ahora, la denuncia contra aquellos humoristas no prosperó (claro que el acojone, en plan matón togado, no nos lo quita nadie). Eso es en el fondo, lo que perpetúa la monarquía, no tanto la propia familia real (da lo mismo, en realidad, si quienes la componen son ejemplares o unos golfos, la institución per se es anacrónica y antidemocrática, ni siquiera deberíamos plantearnos un referéndum, del mismo modo que no se vota sí o no al cinturón de castidad), sino sus palanganeros y porteadores. Los “yo no soy monárquico sino juancarlista”, aquellos a los que les parecían tan graciosos la peineta en Vitoria y el ¿por qué no te callas? en Chile, o un negocio redondo para el país los chanchullos con sus hermanos los señores feudales saudís… Muchos de ellos son los que ahora han colaborado en la huida del campechano; otros meten tanto ruido como antes era atronador su silencio. Y todos, en cuanto pase este agostazo mal medido pero agostazo a fin de cuentas, volverán a doblar lacayunos la cerviz ante el preparao, del que a su vez airearán otros sus miserias —es un decir— cuando le hayan hecho hueco en el trono al culo trasparente y constitucional de la que venga detrás por la gracia de Dios y de Francisco Franco. 

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