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SUPLANTACIÓN DE IDENTIDAD

Dic 17, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Resultado de imagen de señor lobo
Publicado en Rubio de bote, colaboración para magazine ON de diarios de Grupo Noticias (15/12/2018)

 

El otro día pedí cita por internet para el médico y no me pude resistir. Una vez que has elegido la hora y las has confirmado, tienes la opción de autoenviarte un email para recordar los datos y una de las casillas te permite escribir tu nombre. Pues bien, yo suelo robarme a mí mismo la identidad y relleno esa casilla con lo primero que se me viene a la cabeza, de tal modo que cuando recibo el correo en este puedo leer, por ejemplo: “A la atención de Charles Bukowski”,  “A la atención de Señor Lobo”…

Es una gansada, pero las pequeñas gansadas de ese tipo a mí me hacen feliz, o refuerzan mi autoestima (“A la atención del Mejor Columnista del Mundo”). Y, además, no haces mal a nadie; o eso creo, pues supongo que tú eres la única persona que ve esos nombres falsos. En la consulta, al menos, ningún médico ha salido hasta hoy a preguntar por “Perra roja del infierno” o “Chiquito de la Calzada”. Pero nunca se sabe. Hace unos meses se nos quedó el dedo tonto dándole a “Aceptar” a todo tipo de permisos para que, de acuerdo con la Ley de protección de datos, pudieran seguir enviándonos las newletters, boletines o catálogos a los que voluntariamente estábamos suscritos,  y ahora resulta que, sin embargo, los partidos políticos tienen  barra libre para obtener toda nuestra información personal e incluso ideológica a través de redes sociales y para bombardearnos por tierra, agua,  aire, correo electrónico y móvil con su propaganda electoral, todo ello sin nuestro consentimiento.

En fin, el caso es que la broma de los autocorreos, que viene a ser una versión actualizada de las postales que nos enviábamos antes cuando nos íbamos de vacaciones y que solían llegar días después que nosotros y nos convertían igualmente en alguien que nos gustaría ser (nosotros mismos, de vacaciones, unos días antes), también pueden transcender el ámbito de lo privado y llevarse a cabo en alguna de esas cafeterías o restaurantes de comida rápida que te piden tu nombre mientras preparan la comanda y que después te llaman por los altavoces para recogerla. Claro que, en este caso, hay que carecer de sentido del ridículo o, simplemente, ser un poco notas.

Hace unos días estuve en uno de esos lugares, en los que el camarero estaba ya de vuelta de todo.

—¡Batman, pase a recoger su café! —decía, con un tono resignado y automático de máquina expendedora—. ¡Lady Gaga,  su hamburguesa está lista!…

Una vez, de hecho, dijo “¡José Luis, ya tiene su helado!”, y todo el mundo empezó a reírse y a darse codazos y a señalar al pobre José Luis.

Recuerdo también, en la era A.G. (antes de Google), cuando todavía no había móviles, que en la piscina si alguien quería hablar contigo podía llamar al portero y este decía por los altavoces: “¡Fulanito, acuda al teléfono!” y que siempre había graciosos que conseguían colarle un Aitor Menta, un Kepa Jamecho o una Miren Amiano. En nuestra piscina cada vez que se abría la megafonía se creaba una expectación que rara vez veces era defraudada, pues cuando no se trataba de una de esas bromas de precursores de Bart Simpson, el propio portero anunciaba que se había encontrado un reloj vegetal o que se había perdido un niño con un bañador amarillo, rubio y a rayas.

Son, en definitiva,  pequeñas e insignificantes píldoras de humor, placebos de tontorronería que ayudan a sobrellevar los días grises e infecciosos. A mí a veces, incluso, cuando recibo uno de esos emails, “A la atención de Puto Amo”, se me quita por unos momentos el dolor de cabeza o la otitis. Lo cual me lleva a concluir que quizás deberían de vender deuvedés de Gila o de Faemino y Cansado en las farmacias.

 

 

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