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DIARIO DE UN FLÂNEUR

May 22, 2016   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en ‘Rubio de bote’, magazine semanal ON de los diarios de Grupo Noticias, 21/05/2016CAM03211

Me gusta esa expresión: hacer tiempo. Hacer tiempo suena mejor que perder el tiempo, y desde luego mucho mejor que matar el tiempo. He pensado en eso esta mañana, mientras hacía tiempo entre una cita para una entrevista con un conocido cantante (al que, sin embargo, iba a entrevistar porque acababa de publicar una novela) y otra para sacarme la muela del juicio. No tenía muy claro cuál de esas dos citas iba a ser más dolorosa, pero al final no he podido comparar porque el manager del cantante ha llamado y me ha dicho que teníamos que anular la entrevista.  “Hemos tenido un contratiempo”, ha dicho, sin entrar en más detalles.

Así que, como no me daba tiempo a volver a casa- preparar la comida para los niños- mirar el correo -fregar los cacharros de la cena anterior- contestar al correo -y salir otra vez para ir al dentista, me he dedicado a hacer tiempo. Hacía mucho tiempo que no tenía tiempo para hacer tiempo y se me había olvidado lo maravilloso que es convertirse en eso que los franceses llaman un flâneur, un paseante, un callejero, un extranjero de tu propia ciudad y hurgar en su intimidad, en el cajón de sus bragas, debajo de sus alfombras…

Durante mi merodeo he visto un grafiti enorme en el que se leía TE QUIERO. Me ha parecido un gesto tan aparatoso como romántico. Luego me he acercado al muro sacrificado, he visto que el amoroso rapero firmaba Stalin y entonces he imaginado qué pasará cuando la persona a la que vaya dirigida ese mensaje se desenamore,  si será sometida a una purga. Te quiero y Stalin. Qué extraños compañeros de paredón. Después, he pasado delante de un quiosco de periódicos y en uno de ellos, en las páginas de fútbol, he leído un titular todavía más desconcertante: “Dios es el último”. ¿Qué demonios era eso? ¿Cristiano Ronaldo hablando sobre existencialismo?… No, claro. Dios es el apellido de un juvenil y al parecer el último jugador incorporado a la primera plantilla del equipo local.  Algo más adelante, una mujer acariciaba y hablaba a las flores en una mediana, en mitad de una gran avenida. En la otra acera, un anciano ha salido de un portal, se ha acercado al contenedor que había junto a un supermercado, ha sacado una bandeja de carne caducada y ha vuelto al portal, que se lo ha tragado en silencio…

¡Dios mío, qué hacía yo desperdiciando el tiempo con el Facebook! La ciudad es una inmensa red social, rebosante de historias que contar. “Algún periódico debería pagarme (a mí, que soy un escritor de periódicos tremendamente desaprovechado) por eso, por pasearme por las mañanas y por las tardes escribir lo que veo. Por eso en vez de por entrevistar a cantantenovelistas”, me he dicho.

Y justo en ese momento,  a través del cristal de una cafetería, he visto al tipo al que debía entrevistar y a su contratiempo. Estaba en una televisión, respondiendo las preguntas de otra. He entrado hecho un basilisco y he pedido un café.

—Escribir una novela es mucho más fácil que escribir una canción —le he oído decir, para más inri.

—¡Sí, claro! Pues ahora yo, que nunca he escrito una canción, voy a hacer una: Trialarí trialará chispún. ¡Qué te parece? He tardado cinco segundos. Me imagino que tú escribirás las novelas del mismo modo —le he gritado al televisor.

La camarera y los demás clientes  me han mirado como si hubiera perdido el juicio. Y entonces me he acordado de mi segunda cita, he mirado el reloj, me he tomado el café de un solo trago y he continuado mi camino en dirección a la consulta del dentista.

 

 

 

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