Cosas de la literatura, que no de los libros, que es muy diferente; apenas hace unos días ponderaba por su mesura estilística, su ternura y bonhomía, el libro de relatos cortos, retratos o simples apuntes, del asturiano Ovidio Parades,
El Extraño Viaje. Venía a decir, poco más o menos, que la lectura te dejaba en el cuerpo una tan placentera como inquietante sensación de buen rollito, como si al terminarlo uno creyera en la posibilidad de reconciliarse con el género humano o algo parecido. Pues bien, he aquí lo maravilloso de la literatura tal y como yo la entiendo, siempre a años luz de cualquier disquisición académica o por el estilo, el poder de la palabra para removerte las entrañas sin levantarte de donde estés sentado con el libro entre las manos.
Y en el caso del libro que nos ocupa ahora, ¡OH, JANIS, MI DULCE Y SUCIA JANIS! de Patxi Irurzun, tengo que reconocer que no he parado de removerme de mi asiento, de retorcerme las tripas. Sí, primero de risa, en algunos casos a carcajada limpia, y ya luego de puro gozo por el espíritu provocador, tocapelotas, subversivo y a ratos también sinsorgo que te cagas, que anima toda la novela. Va de cajón que está no va a ser una novela del gusto de la gentedelmundodelacultura, que suele escribir así de sincopado el maestro MSO. Ni mucho menos, no es una novela para rellenar suplementos literarios con reseñas de pago o para que los gurus de la crítica patria especulen con nuevos talentos literarios, bien modositos todos ellos y de una gramática y puntuación exquisitas, a modo de reemplazo para los que se encargan de nutrir los escaparates de las librerías con obras que dicen serias, de enjundia algunas y de pura ñonería las otras; pero bien que rentables, que de eso va la cosa, de hacer caja a toda costa en tiempos de crisis y casi siempre a cuenta de la ñoñería que aqueja a una buena parte de los consumidores de tranquilizantes o estimulantes en papel o e-book. Si la citan, como ya lo han hecho, me temo que será a modo de rareza, una picelada de color este panorama de los libros copado por reediciones de libros de éxito, ediciones de manuscritos ocultos o abandonados de escritores ya consagrados y embalsamados y mucha novedad de novela histórica, romantiboba, pura parodia de géneros, el género del culebrón en negro sobre blanco, sentimientos buenos, positivos a más no poder, libros que te quieren hacer mejor persona a fuerza de repetir lugares comunes, que si te aburren seguro que se tienen por buenos, vamos, pura mierda (yo confieso que hace tiempo que me he vuelto un coprófago muy a mi pesar y que me da mucha lacha reconocerlo).
Ahí es donde reside precisamente el atractivo irresistible y sobre todo reparador (que te repara el gusto y sobre todo el ánimo tras la ingesta continua de literatura supuestamente seria o simplemente insustancial) de esta novelica de Patxi Irurzun, el regusto de saber que a todos esos lectores que se tienen por sesudos, los que buscan sumergirse en historias que les hagan mejores personas, los que andan a la caza de experimentos literarios para alcanzar orgasmos estilísticos que apenas son otra cosa que puro humo para pedantes y snobs, los ñoños y bobos que desean confirmar que el mundo funciona como está mandado porque al final de cada libro el malo la paga y la heroína se casa con su principito azul, se les caerá de las manos horrorizados, eso si no salen corriendo. Porque la novela de Irurzun es una continua provocación para todo está gente que, así para abreviar, denominaremos como «los serios». Y no precisamente porque el autor de ¡On, Janis, mi dulce y sucia Janis! haya revolucionado el género de la novela provocativa, que es lo que es ésta antes que pornográfica, punk, bukowskiana o cualquier otra consideración que a mi modesto entender tiene más de despreciativa o condescendiente que otra cosa. No, me temo que el problema es que la escritura mordaz, gamberra y sucia, muy sucia, todavía sigue levantando tantas ampollas entre los serios por principio, por impotencia quizás, como pollas entre los lectores retorcidos, o ya directamente enfermos mentales, que disfrutamos de lo lindo con la peripecias de un pamplonica enclenque, despistado y dueño de un miembro descomunal que se mete a estrella del porno.
Es triste, pero cuando lees esta novela sabes que una gran mayoría de toda esta gente tan cabal y fisna, muy fisna, del mundodelacultura, va a pasar de esta maravillosa novela como de la mierda por la que probablemente la tendrán a la vista de que no es seria, que es todo lo contrario de lo que esperan en un texto de relumbrón, siquiera que no haya tatos tacos, por favor, que no te habla de las angustias de una víctima del Holocausto que se reencuentra en la panadería con uno de sus verdugos o trata de diseccionar antropológicamente los veraneos en la Sierra Madrileña de la chusma del Barrio de Salamanca. Ni mucho menos, aparte del delicioso vocabulario soez, faltón, de denuncia inmediata en la sección de Cartas al Director de cualquier periódico (a destacar el Diario de Navarra , La Nueva España y demás hojas parroquiales) o si se prefiere, guarro de cojones, repleto de metáforas, símiles y otras figuras literarias que beben directamente del castellano de la calle, de la ironía corrosiva que anima toda la fiesta, de la blasfemia como bandera, del realismo más sucio hasta en el último efluvio corporal, de una incorrección política que sólo existe en la mente de los soplapollas a los que me refería antes; aparte de todo esto, tejido de sobra para hilar una historia atractiva y sobre todo destornillante, también encontramos, yo creo que antes que nada, el verdadero mundo literario del autor, ese en el que la gente corriente sobrevive mejor que bien en medio de una sociedad, de la que la de Pamplona apenas es otra cosa que un modelo como cualquier otra Vetusta a nuestro alcance, en la que se concentran todos esos estereotipos humanos, convenciones y atavismos sociales o tribales, siquiera simples tendencias de nuestra época, que nos hacen la vida tan cuesta arriba, y en especial soporífera o vacua, al común de los mortales.
De ese modo, la escritura de Patxi Irurzun no sólo es la descripción de mil y un polvos grotescos, esperpénticos y sobre todo gamberros, de personajes otro tanto, ni siquiera un recital de términos sexuales y no, más o menos soeces, siempre populares, cercanos, entrañables, amén de todo tipo de excrecencias y flujos vaginales, no es pornografía, sino más bien un verdadero canto libertario, la reivindicación del individuo en toda su plenitud frente a esa sociedad que procura a toda costa castrarlo en sus impulsos y moldarlo a su manera para que nada desentone, todo esté bien puesto, cada uno en su sitio, nada de follar como locos todo lo que se quiera, que eso es lo más parecido a ser libre y no se puede tolerar, sobre todo cuando eres un pelagatos, los otros sí, tú y yo ni locos, o más bien sólo así: locos.
De ese modo, no hay poca ternura ni nada en la escritura de Irurzun hacia su personaje, otro antihéroe de nuestra época, el eterno perdedor que en su descenso a los infiernos arrastra con él ese entorno de miserias y siniestros personajes entre lo execrable y lo meramente patético, del que hablamos. Y lo mejor de todo, recalco, concluyo, es que lo hace sin recurrir al tremendismo del autor fantoche que quiere curar los males del mundo mirando por encima del hombro al resto de sus semejantes, sino al único ingrediente que nos ayuda a hacer más llevadero nuestra presencia en este mundo: el humor*.
Reitero que yo me he disfrutado como un enano, que me he reído a carcajadas en más de un momento que no viene al caso citar para no joder la trama, que he sonreído durante toda la lectura y que, sobre todo, al terminar el libro no me he sentido, ya era hora, mejor persona, sino más bien un cabronazo de cuidado. Se agradece, eso y que después de haber leído también dos libros de relatos de Irurzun, Ajuste de Cuentos y La Polla Más Grande del Mundo, he confirmado mi impresión de que estos relatos no sólo eran destellos de un talento remolón, alguien que parecía constreñirlo en dicho género tan conciso e inmediato, que se conformaba con el apunte más o menos costumbrista, y siempre provocador, de una realidad tan cercana en lo temporal, terruñal y hasta personal a la de uno mismo**.
*Humor, no amor, por si ascaso…, que el amor está muy bien, pero nadie ni nada te libra de la cuota de sufrimiento que lleva implícito.
**Con todo, sospecho por algunas referencias de la novela que el autor la escribió hace tiempo y que solo la ha editado ahora después de tenerla guardada mucho tiempo, a saber, y sobre todo, qué más da.