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Una ráfaga de cuentos

Jul 27, 2010   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments



Como el fin de semana que viene me voy a pasar unos días a Aldeacentenera, en Cáceres, o sea, al fresco, dejo aquí un cuento y el enlace a otros de los que está recuperando Exprai en su página, con las ilustraciones que hizo en su día para publicarlos en Gaztealgara (y que adjunto más abajo, con el link a cada cuento). Por si no puedo actualizar el blog y por si alguien, por una remota casualidad, me echa de menos. Por lo demás, en Cáceres espero cometer alguna fechoría con mi amigo Ángel Gozález González, a quien he dedicado el cuento Reliquias y jorobas que se incluirá en Viscerales, la antología que preparan José Ángel Barrueco y Mario Crespo, cuento en el que recreo nuestra psicotrópica excursión el año pasado al Monasterio de Yuste.
Por otra parte, los más perspicaces habrán observado que he cambiado la plantilla del blog, por enredar un poco más que nada, y casi la lío, he tenido que comerme unas cuantas galletitas del caché para poder volver a entrar a blogger. Por cierto, que no se me olvide, tengo que contar una historia sobre uno de mis blogs, La polla más grande del mundo (que va ya por las 407.000 páginas vistas, y eso que no lo actualizo desde hace casi un año) y la jeta que, me parece a mí, le echa Google a algunas cosas.

REVUELTA

El fermento de la revuelta burbujea en los gases de las espaldas mojadas que se descomponen al fondo del Río Bravo. El polvo de los mártires de la próxima revolución se funde con el del desierto abrasador de Mojave, donde cayeron cuando las luces de San Diego ya resplandecían a lo lejos y los pistoleros de la Migra habían quedado casi atrás. El Estrecho de Gibraltar no deja huecos, ni siquiera a rayas en el mar, pero los restos del naufragio sirven de esqueletos a nuevas pateras. Los pioneros en busca de un nuevo mundo y una vida mejor mueren por decenas, injusta y hasta absurdamente, como en el muelle de Dover; de puro calor en el vientre de un camión frigorífico…

Y a pesar de todo continuarán intentándolo: cada asalto fallido al paraíso será sólo un machetazo sangrante que abra un hueco en la espesura de una selva plagada de fieras agazapadas tras corbatas o uniformes, un hueco a los que vienen detrás, a los que no tienen otra opción para salvar sus vidas que jugárselas. No los detendrán fronteras, naturales o alambradas, ni leyes caníbales que devoren sus derechos más fundamentales. Los desheredados del mundo se han cansado de soportar guerras y miseria y llegan a rendir cuentas a los responsables de ellas.

A quienes les endeudaron a cambio de leche en polvo para sus países asolados por la sequía. A quienes se repartieron su tierra con escuadra y cartabón. A quienes engordan sus democráticas y pacifistas tripas bebiéndose la sangre que derraman las armas que les venden para que esas líneas en los mapas se muevan (el estado español, por cierto, en el que casualmente abundan los demócratas y no violentos está entre los que encabezan la siniestra industria militar –y entre las empresas vascas hay unas cuantas dedicadas a la producción de armas cortas, las principales causas de muertes en conflictos bélicos–)…

Mientras tanto, eso sí, los telediarios se lavan las manos señalando como culpables a la mafias, a los traficantes de hombres, y ofreciendo como única solución medidas policiales… Es decir, lo de siempre: intentando confundir causas y consecuencias (y a veces llevan razón, porque hace unos días se detuvo a cuatro maderos, implicados en esas mafias, en esas redes de tráfico humano).

Los emigrantes, en todo caso, huirán siempre de esas guerras, de esa miseria, y nada puede pararles. Sólo un mundo más justo; o sea, lo dicho: nada. Ni siquiera la muerte: muchos de ellos sobreviven a la odisea de sus viajes, y se instalan en las juntas inapreciables de nuestro plácido primer mundo alicatado con partidos de fútbol entre millonarios, y “la vida en directo” con piscina climatizada y mocos de interés nacional; hombres y mujeres invisibles que subsisten entre nosotros, como fugitivos, en semáforos, en andamios, bajo lonas de plástico… Que sobreviven pero que no han llegado hasta aquí solo para eso, sino para rendir cuentas, para pedir lo que les corresponde. Ellos no pueden esperar. Sus memorias guardan como cicatrices frescas esos viajes infernales que los trajeron hasta aquí y todo lo que quedó allá –o lo que no quedó: sus familiares torturados, muertos, sus pueblos borrados del mapa por las hambrunas…–. Si no les dan lo que les corresponde lo tomarán por la fuerza. Y harán bien. Y nos harán bien a nosotros, desatando una revuelta que aplazamos constantemente para irnos de potes. Ellos serán la revolución que nunca hicimos o, más probablemente, los hijos que nunca tuvimos –los que nos cuidarán cuando seamos viejitos–. Cada raya en el mar será una muesca en la pared del txabolo. De la chabola. De la sórdida habitación del puticlub. Un día menos en el camino hacia la libertad. Una libertad a la que, sin embargo, no tienen derecho. Porque la libertad, como dice la canción, no es un derecho, sino un deber: el de no claudicar.

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