CUENTO SANFERMINERO POR CAPÍTULOS. TEXTO: PATXI IRURZUN.
CAPÍTULO 3
Utilizar avestruces para el famoso encierro ya a priori resultaba una decisión absurda, rayana en lo cómico, contradictoria, paradójica, antinómica, disparatada, argüitiva… El toro es el animal noble, bravo y valiente por antonomasia, mientras que la imagen de un avestruz ocultando su cabecita en la tierra es símbolo universal de cobardía (unas atribuciones con las que de todos modos no estoy de acuerdo: los toros siempre me han parecido unos bichos algo cabezones, que en lugar de romperse los cuernos pensando en como escapar a una muerte segura —mostrándose más dóciles, por ejemplo, o renunciando a pelear— entran, con una puntería bastante burriciega, al trapo de aquellos que, a la postre, tras unas cuantas banderillas y otros platos de mal gusto, van a darles matarile. El avestruz, por el contrario, obra de un modo igualmente estúpido, pero al menos da muestras de una mente imaginativa, pues espera llegar con su cuello enterrado en la tierra hasta un mundo antípoda, hasta una ciudad del mundo al revés en donde los avestruces corretean felices y despreocupados porque allá la muerte no existe).
Sin embargo, los corredores habituales del encierro, los llamados divinos, no deben de leer a Bernardo Atxaga
[1] y la presencia de estos fantásticos animales les ha parecido hasta tal punto ofensiva que para la primera carrera han establecido una barrera humana a solo unos metros de los corrales de Santo Domingo. Su intención: detener la pantomima y evitar que se enviara al mundo una imagen ridícula de un acto que para ellos está revestido de un sentimiento trascendental, casi religioso. Todo ello sin demasiado éxito, pues hacía ya años que no se veía una afluencia tan masiva al encierro, no sólo de periodistas sino de público e incluso de corredores.
La policía municipal, calibrando como mínima la peligrosidad de los avestruces, ha relajado los controles de acceso al recorrido, y al mismo han entrado un elevado número de individuos evidentemente borrachos, que, con sus lamparones de kalimotxo, las ropas trastocadas y el caminar bamboleante aportaban al acontecimiento un inusual dinamismo y colorido, reducido en otras ocasiones a un blanco y un rojo ceremoniales. Por otra parte, entre la avalancha de corredores se han introducido unas cuantas decenas de activistas del PETA, el grupo ecologista que se manifiesta contra el maltrato animal en Pamplona durante los últimos años. Su protesta, que se ha convertido ya en un acto apócrifo del programa de fiestas, ha consistido, como es habitual, en exhibirse en cueros y ello ha provocado un efecto dominó, una corriente simpática entre la turba alcoholizada, que en buena parte se ha desprendido igualmente de sus ropas y ha mostrado sin pudor, en una especie de terapia colectiva, sus nalgas estriadas, sus genitales pendulones, sus barrigas cerveceras… El encierro, en definitiva, se ha tornado algo grotesco, circense, orgiástico; una marea de desinhibición que ha sido incapaz de contener el dique de músculos de los divinos. Dique que, por otra parte, se ha desmoronado en cuanto los avestruces han salido de los corralillos a una velocidad supersónica, como si viajaran a lomos del cohete que anunciaba la apertura de los portones.
Los animalicos han enfilado la cuesta completamente aturdidos, dando zancadas kilométricas y espasmódicos brincos que les hacían golpearse contra el vallado y la muralla, dejando un remolino de plumas a su paso. Ante tan amenazadora estampa, los divinos se han venido abajo, arrojándose al suelo, como un castillo de naipes, a medida que la manada se acercaba. Ésta, por su parte, avanzaba contraviniendo su condición de aves rátidas (aquellas que no pueden volar) y también todos los tópicos sobre su supuesta cobardía, pues al llegar a la altura de los primeros corredores, las avestruces, en lugar de esconder su cabeza en una alcantarilla, han agitado sus alas atrofiadas y propulsándose con las poderosas patas se han elevado tres, cuatro, incluso cinco metros y han saltado fuera del recorrido del encierro.
He sido testigo de la gran evasión en primera fila, pues me encontraba apostado en la cuesta del Museo, justo sobre la hornacina en la que los mozos cantan pidiendo protección a San Fermín antes del encierro, y lo cierto es que yo también me he encomendado al santo cuando he visto aquellos bichos primero elevándose y cubriendo apocalípticamente el cielo con sus aleteo desesperado y después cayendo uno detrás de otro, como siniestros paracaidistas, sobre nosotros.
La idea de sustituir a morlacos por avestruces, en definitiva, se ha revelado también a posteriori no sólo estrambótica sino incluso temeraria, pues los resultados del experimento han sido: una estampida humana entre el público que ha provocado el mayor número de contusionados en la historia de los encierros —yo, afortunadamente, he salido sin un rasguño—; la muerte de dos avestruces y la desaparición de otros seis; y una revuelta entre las hordas etílicas de corredores, que se han sentido estafados y han arremetido contra el mobiliario urbano al comprobar que finalmente la carrera no se llevaría a cabo. Por aportar, al menos, un dato positivo, que además tal vez sirviera de prólogo esperanzador para el otro gran acontecimiento del día, el Barça-Madrid con las camisetas cambiadas, se puede decir que en esta atípica mañana sanferminera se han visto muestras inusuales de camaradería entre miembros de las dos hinchadas, las cuales rompían escaparates y tiraban litronas a la policía hermanados en un solo bando. Eso sí, todo hay que decirlo, esto tal vez se debiera a que el “estriptis” previo al encierro ha revelado que muchos de ellos combinaban elásticas merengues con calzoncillos blaugranas, o viceversa, y de ese modo resultaba imposible discernir quién era quién.
El partido de esa tarde, en definitiva, prometía emociones fuertes.
Continuará
[1] Bernardo Atxaga abunda en estas y otras consideraciones sobre el avestruz en su obra “Lección sobre el avestruz”, que en realidad cito de oídas, pues no recuerdo si la he leído o no. La cultura del usar y tirar, el plagio remozado e inconsciente es otra deformación profesional del buen redactor de guías turísticas, uno de sus vicios convertido en virtud.
(carcajadas)