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GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

Jul 1, 2009   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

Ya solo faltan 5 días para que empiecen las fiestas de mi pueblo: los sanfermines (y uno para que yo cumpla 40 tacos, glup, mañana 2 de julio). Para quienes vayan a acercarse entre el 6 y el 14 de julio a Pamplona, aquí van estas recomendaciones. Por lo demás, en los próximos días probablemente publique un cuento sanferminero inédito, con alguna sorpresa. El reportaje que sigue a continuación lo escribí para Rolling Stone, creo que en 2003, así que no conviene tomarse algunos datos al pie de la letra. Las fotos son de mi amigo el gran Luis Azanza, que me perdone la disposición terrorífica que he hecho en el texto, mis conocimientos técnicos no dan para más.
GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN… QUE DICE LA CANCIÓN: ESE ES EL LUGAR Y EL MOMENTO ADECUADO PARA CONVERTIRSE EN UN PERFECTO GAMBERRO. PERO NO ES FÁCIL, LA FAMA CUESTA, Y MÁS TODAVÍA LA MALA FAMA, Y ENTRE SER UN PERFECTO GAMBERRO Y UN PERFECTO GILIPOLLAS SÓLO HAY UN PEQUEÑA DIFERENCIA, LA MISMA QUE ENTRE SER UN PATA Y UN PATÁN; HE AQUÍ LA GUÍA IMPRESCINDIBLE PARA MOVERSE POR EL ESTRECHO FILO DE UNA NAVAJA QUE PARECE BLANDERLA UN POCHOLO CON PARKINSON

Cuándo

Las fiestas de San Fermín, a pesar de que lo que diga otra canción (1 de enero, 2 de febrero, así hasta el 7 de julio ¡San Fermín!), comienzan la víspera, el día 6, que es cuando el chupinazo, a las 12 del mediodía, acaricia como un arañazo el normalmente límpido cutis del cielo de julio. Es entonces cuando Pamplona, una ciudad más bien ñoña durante el resto del año, comienza a vivir su aventura canalla. Entonces y solo entonces, porque si el perfecto gamberro intenta adelantarse puede que sea detenido y empaquetado en un tren de vuelta a casa. Así sucedió hace algunos años, cuando se rumoreaba la celebración de unos misteriosos y aterradores encuentros mundiales de punkis y se aplicó pena de destierro a todo el que asomara su cresta unos días antes por la ciudad.
Pero al grano, el asunto es que nada de comenzar a hacer el golfo hasta, al menos, dos o tres horas antes del cohete. A esa hora, aproximadamente, es cuando los indígenas empiezan a calentar motores, con un almuerzo pantagruélico que les llene el estómago para poder echar una grava bien compacta horas después, una vez relleno de kalimotxo. Al gamberro se le recomienda hacer lo propio, zamparse unos buenos huevos con txistorra en cualquier bareto del casco viejo a eso de las nueve de la mañana, y a continuación dirigirse a tomar posiciones en la pequeña plaza del ayuntamiento, bien pertrechado con unas cuantas botellas de vino gasificado (es una chorrada comprar cava, total para tirarlo…) y, atención, sin el pañuelo anudado al cuello, si uno no quiere pasar por un julai. No conviene tampoco aprovisionarse de huevos, pues en los últimos años un auténtico regimiento de policías municipales han establecido controles en los accesos a la plaza y requisan los mismos. A pesar de ello, no han conseguido evitar la entrada de los adolescentes-croqueta, quienes se rebozan unos a otros con harina, huevo, y champán. Presenciar el chupinazo en la plaza es, pues, para gamberros, además de algo guarros, atléticos, puesto que una hora antes ésta se convierte en una lata de sardinas en la que sólo se abren burbujas cuando alguien sufre una lipotimia, o se corta con alguna de las impresionantes montañas de botellas que se van formando. Pero si a uno lo que le va es acabar convertido en un ecce homo, oler sobacos ajenos, berrear, saltar, empaparse, pasárselo como un anormal, la cajita de cerillas que es la plaza consistorial es un buen lugar para prenderle mecha a la fiesta. Y después, a las 12 en punto, estallar junto con el cohete, y con toda la ciudad, que se convierte en un gran manicomio. A partir de ese momento, en el que uno ya puede colocarse el pañuelo, no hay horario, el perfecto gamberro puede empezar a moverse a sus anchas, desparramarse por las callejuelas petadas de bares del casco viejo, escuchar en todos la misma canción (que este año amenaza con ser «Es una lata el trabajar» -bueno, al menos una canción del verano con mensaje-), ir cambiando progresivamente su aspecto, añadirle cuantos accesorios le venga en gana, encasquetándose un orinal, colgándose de la faja vasos de plástico de litro (katxis) destripados… Suerte y al toro.

Qué ver.

Una vez comenzadas las fiestas reina la improvisación, corre el vino (en definitiva es en eso en lo que consisten las fiestas: mucho vino, mucho kalimotxo, mucho sorbete de limón, y cañas, sangría, cubatas…) corre la alegría y sólo durante, normalmente, poco más un par de minutos al día corren los toros por las calles. El encierro, de todos modos, es desde luego una especie de tótem de la fiesta, así que ahí van algunos consejos para gamberros:

Encierro

Lo más probable es que el perfecto gamberro llegue al encierro de empalmada y ciego de pacharán. Allá él. En todo caso es recomendable que intente disimular, pues de nuevo los munipas se encargarán de retirar del recorrido a los borrachos, y como más o menos la mitad de los corredores es probable que lo estén aplicarán una criba que incluya a quienes más den el cante. Dar la nota corriendo el encierro no es recomendable, amigo gamberro, al menos no darla cerca de un morlaco de 700 kilos de peso y con un par de cuchillos jamoneros incrustados en la testuz que pueden despanzurrarte con un leve movimiento, con la de gamberradas que te quedan por hacer. El encierro no es un juego, y si de verdad quieres ser un perfecto gamberro, la opción es apiñarse contra la barrera humana que conforma la policía foral en mitad de la calle Estafeta y en cuanto escuches un cohete apretar a correr en dirección a la plaza. Hay una auténtica competición de velocidad entre quienes quieren entrar los primeros por el callejón y ser recibidos con un ensordecedor abucheo por una plaza abarrotada, sobre todo si entran dando volteretas, o en pelotas, que también gusta mucho, a pesar de los silbidos. Es de ese modo como te conviertes en un pata, que tiene cierto matiz cariñoso, y de paso te infla el ego, que siempre es mucho mejor que que te inflen a hostias si te da por que tus gamberradas sean propias de un patán, tocándole los costillares al toro, o tirándole del rabo como si estuvieras en la feria en una de esas barracas del «Siempre toca». Porque aquí, en ese caso lo que toca son unos cuantos varazos de los pastores, o una mandíbula desencajada por algún «divino», como llaman a algunos corredores, y puede que hasta una denuncia interpuesta por, otra vez, nuestros amigos de la policía municipal

Lugares de interés:

-Fuente de la Navarrería

La fuente de la Navarrería, que en algunas otras guías turísticas, como las australianas, se anuncia como una tracción típicamente sanferminera, se ha convertido en un quebradero de cabeza para los pamploneses (y también para quienes cada año se descalabran arrojándose desde lo alto de ella). Esta pequeña fuente en el corazón de la ciudad, el burgo de la Navarrería, ha llegado a ser desmontada pieza por pieza para evitar que la plazuela se convierta en un guetto guiri, pero fue peor el remedio que la enfermedad, porque yankis, teutones e hijos de la Gran Bretaña trepaban entonces por los balcones de las casas, desde los cuales imitaban del mismo modo a Supermán, incluso en sus parapléjicas consecuencias. No debemos olvidar que tan borracho está quien se lanza como quienes entrelazan sus brazos abajo para recibirlo. Tomando esto en consideración, el perfecto gamberro encontrará en las inmediaciones de Navarrería un buen lugar para hacer calvos desde lo alto de la fuente, para intentar ligarse guiris borrachos o borrachas como cubas (y si fracasa en el intento para regalarse la vista viendo como exhiben orgullosos las trizas de sus pieles desnudas) o para jugar a los fakires sorteando toneladas de botellas de sangría hechas añicos; pero sobre todo este el lugar ideal para vivir completamente ajeno a la fiesta de San Fermín (eso sí, un consejo, justo al lado de la fuente, en el bar Cordovilla, dan unos de los mejores, y más típicos fritos de la ciudad).

-Tendido de sol

Otro buen lugar para desmelenarse es el tendido de sol de la plaza de toros. Allá cualquier cosa es imaginable. El paraíso del gamberro. Lo de menos, aunque el toro es torturado y muere igualmente, es lo que sucede en el ruedo. El espectáculo está en los tendidos. Cánticos, charangas, meriendas… Si es todo un espectáculo ver entrar a las peñas a la plaza, con sus grandes cubos en los que se vierten brebajes mágicos (siempre alcohólicos) y cazuelas con meriendas que ni en El Bulli (magras con tomate, cangrejos al ali-oli, bocadillos de polvorones…) no lo es menos verlos salir como una horda, con esas mismas cazuelas y cubos al hombro, con las pantorrillas apelmazadas por extraños grumos, y el culo ennegrecido por ese barrillo misterioso que se forma durante los sanfermines y que huele como el infierno, a puro destripado y vino peleón (los olores de la ciudad durante estos nueve días no son aptos para narices menores de 18 grandes borracheras: esquinas meadas por doquier, baches asfaltados con potas…). Pero sin duda lo mejor del espectáculo es participar de él. Conseguir una entrada para el tendido de sol no resulta en absoluto fácil, pero siempre hay recursos que no consistan en ser atracado a mano armada por un reventa. Puesto que hay que tener mucho estómago para soportar toda la feria en el tendido de sol, lo normal es que si uno no es un Indurain del alcoholismo, pinche en alguna de las tardes de toros. En ese caso, y por seguir con el símil taurino, hay que estar al quite: frecuentar los locales de las peñas, donde muchos socios dejan sus abonos, buscar a algún mozo con resaca que acuda a las inmediaciones de la plaza para vender su entrada… Si finalmente se consigue ésta, es recomendable acudir a la plaza con una toalla (que se revelará multiusos, válida tanto para limpiarse los morros sucios de chipirones en su tinta, como para cubrirse la cabeza cuando nos arrojen trozos de melocotón) y sobre todo con buen humor, a veces demasiado buen humor, sobre todo si se es chica y se está de buen ver, porque más de uno se empeñará en transparentarte la camiseta con una lluvia de sangría.

Quién

Existe todo un bestiario de personajes sanfermineros, entre los cuales, lamentablemente, el perfecto gamberro sólo es uno más. Como muestra haremos mención de dos de ellos: tenemos en primer lugar el «piesnegro», que siempre va acompañado de una flauta con la que nos atormenta y un perro pulgoso con el que se disputa curruscos de pan. No es un personaje exclusivo de la fiesta sanferminera, pero en Pamplona adopta nuevos comportamientos y costumbres. Su habitat ha quedado notablemente limitado en los últimos años, puesto que acostumbraba a merodear por las «txoznas» o barracas políticas de colectivos (radios libres, homosexuales, antimilitaristas…), que fueron prohibidas el pasado año, o los jardines de la Plaza del Castillo, en unas obras que amenazan con ser eternas. Echaremos de menos, aquí, las duchas a las que eran sometidos, manguera en ristre, por los servicios de limpieza, por la mañana, aunque siempre nos quedará ese espectáculo que es verlos entrar a la plaza de toros una vez finalizada la corrida en busca de restos de las meriendas de las peñas y de culos de botellas.
El otro ejemplar es el rezagado: un tipo, por lo general indígena y de mediana edad, al que los demás no han podido seguir el ritmo durante la noche y que queda solo, dando tumbos hasta el mediodía por la ciudad, en un estado de iluminación conocido popularmente como «momentico». Con la voz rota por farias y carajillos es capaz de hacer reír hasta a la ministra de exteriores, a lo que ayuda indudablemente su aspecto: una garrilla remangada y la otra no, dejando asomar una pantorilla peluda apelmazada con extraños grumos, el peluche de moda colgando de la faja, una txapela descomunal… Una dura competencia para el perfecto gamberro.

Dónde dormir, dónde comer y, por supuesto, dónde beber.

Dormir: conseguir un alojamiento en San Fermín es un trabajo como para McGiver, o como par Rockefeller, pues los precios se disparan, pero afortunadamente los muchos jardines de la capital navarra se convierten en grandes dormitorios al aire libre -y también picaderos, todo hay que decirlo. Pero tampoco es extraño ver a personas, por llamarlas de algún modo, durmiendo la mona en los lugares más insospechados, tirados en mitad de las calles más transitadas o sobre las marquesinas de las villavesas, como se llaman en Pamplona los autobuses. El mejor lugar el Parque de la Media Luna, los peores, por una parte los fosos de la Ciudadela y la Vuelta del Castillo, donde se puede ser achicharrado por los fuegos artificiales, y por otra las murallas, desde la cual cada año se despeña alguien (muy sonoro fue el descalabro de un cura, muy bien acompañado y que redondeó su canita al aire declarando que se había metido «una buena hostia»). Para mochileros, la consigna se encuentra en la terrorífica estación de autobuses, a la que estos años se le ha lavado la cara, pero que sigue siendo sin duda una de las más cutres del mundo.
Comer: aquí las opciones se multiplican: desde comer de plato, a irse de pinchos o zamparse un bocata. Esta es sin duda la apuesta más arriesgada, sobre todo en los puestos callejeros, con ese aceite reciclado miles de veces, esas planchas al rojo vivo colocadas estratégicamente en las calles en que hay avalanchas humanas… Comerse un bocata de txistorra aquí equivale en un 75% a la madre de todas las cagaleras. Para los pinchos, además del frito de pimiento del Cordovilla, antes reseñado, merecen la pena los huevos del Museo, en San Nicolás, y en general cualquiera de las decenas de bares que pueblan esa calle. Comer de plato depende del bolsillo de cada cual y de su habilidad para reservar mesa.
Beber: para esto no habrá ningún problema. El problema será donde no beber, aunque puestos a elegir las calles más animadas son Jarauta, donde se encuentran la mayoría de los locales de las peñas, San Nicolás y la zona de Navarrería. Allá van también un par de recomendaciones: el sorbete de la sociedad Gaztelu-Leku, en la Plaza del Castillo; y un sobrecito de Almax, de venta en cualquier farmacia.

Por último, querido gamberro, recuerda que esto es una guía orientativa y que la mejor forma de pasar unos sanfermines salvajes es dejarse llevar por tus instintos -siempre que tus instintos no sean un problema para los demás-; es decir, no haciendo ni puto caso a esta guía.

Despiece

Las cifras durante los sanfermines, en unas fechas en que en Pamplona todo es desproporcionado, también se multiplican. Por ejemplo, durante el primer fin de semana del año pasado se recogieron 160 toneladas de basura y 50 de vidrio, 15 de ellas tras el chupinazo (es decir 15.000 kilos de botellas) ventiladas en una hora.
En cuanto a los heridos, las atenciones en hospitales suelen rondar las 1000, la mayoría de ellas por traumatismos e intoxicaciones etílicas. En este último es de destacar que la Cruz Roja establece, en un céntrico colegio público, un servicio al que denomina «La coctelera» que intenta descongestionar los hospitales y que se encarga de atender traumatismos leves, cortes y sobre todo «intoxicaciones etílicas» -que no comas etílicos; muchos extranjeros, de hecho, se hacen los borrachos para dormir a cubierto-. Se le conoce como la coctelera porque cada persona que es atendida ha mezclado bebidas distintas.
A pesar de todo eso, de las cifras escandalosas, a las que todos los años lamentablemente se suma algún muerto (encierro, caída de las murallas, paradas cardiorespiratorias…), Pamplona sale bastante bien parada, si tenemos en cuenta que estos 9 días locos de julio cuatriplica su población y es una ciudad entregada por completo a los excesos.

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