Ayer, en las vallas del aparcamiento que están excavando el Hospital de Navarra, vi desde la villavesa a un señor arrancar airado, casi iracundo, unos carteles, no sé qué anunciaban (mañana tengo que volver a pasar por ahí, a ver si aguanta alguno y lo averiguo), y me dio un poco de miedo que todavía subsistan mentalidades inquisitoriales como esa, pero también me pregunté si yo sería capaz de ponerme en su lugar (esta es una buena pregunta casi siempre), si por ejemplo, el cartel en cuestión convocara a una concentración neonazi, o reivindicara la capital cultural europea de este páramo en el que, en lo tocante a cultura, han convertido algunos –los mismos que impulsan esa capitalidad- Pamplona. Creo que no. La prueba del algodón ya la pasé hace algún tiempo, cuando una persona que me acompañaba, en la Casa del Libro de Madrid, comenzó a desgarrar las páginas de un libro de Alfonso Ussía y a dejarlo luego en su pila, bien surtida por lo demás, mientras justificaba su acción de guerrilla literaria con el siguiente argumento “de todos los libros se aprende algo menos de los de Alfonso Ussía”. Yo, de hecho he utilizado esa frase, que me parece graciosa, en alguna ocasión (creo que en las bases del concurso literario Hijos de Satanás), eso es una cosa, pero de ahí a quemar libros en la plaza del pueblo (con el agravante de que quien azuza el fuego es luego de los primericos que se ponen tras la pancarta de LIBERTAD DE EXPRESIÓN, cuando toca), hay un trecho.
Todo esto lo cuento a propósito de la ira, de cómo esta explota cuando uno menos se lo espera y arranca los carteles que uno fija por dentro de sí mismo, en la valla que protege sus convicciones. Y es que esta semana mi hijo ha tenido una neumonía (por eso venía del hospital) y hacerle tomar la medicina ha sido una auténtica odisea, se negaba en banda, una y otra vez, ahí no había pedagogía ni Supernanny que valiera, y he perdido los nervios varias veces, creo que bordeando el código penal, ese por el que condena a una madre a una orden de alejamiento de su hijo por haberlo abofeteado después de que él le tocara repetidamente los cojones (y eso que –ella- no tiene). Pero es que, en el caso de mi hijo, o se tomaba la los sobres de medicina o los neumococos lo reducían al espíritu de la golosina. Así que a los niños (¡angelicos!, dirán algunos, pero el demonio, aunque caído, también es un ángel) estos días les tengo bastante tirria. Y lo peor de todo es que este jueves, el día 23, tengo que ir a un colegio a hacer unas lecturas. Me dan ganas de arrancar todos esos carteles que anuncian el Día del libro.
Este reportaje, en el que he hablado con los escritores Carlos Castán, Gabriela Wiener, Ángel Petisme, Miquel Silvestre y Miguel Sánchez Ostiz sobre la literatura como venganza o ajuste de cuentas, se ha publicado en Papel literario, el suplemento cultural del periódico malagueño Diario Sur, después de hacer una ronda sin éxito por todos o los más importante suplementos y revistas literarios de este país, sin que ninguno de ellos se dignara ni siquiera a enviar una nota de rechazo. En Papel Literario lo han colgado de un día para otro (con la foto de uno que no sé quién es) y de un día para otro me he enterado de que ese suplemento ya no se publica con Diario Sur por la sencilla razón de que este diario ya no se edita (cosa que no aclaran en la web de Papel literario). «Ahora somos una especie de ONG», me dice su director, vamos, que no pagan un clavel. Las puertas se abren mucho más fácil si haces las cosas por la cara, el dinero, ah, el dinero es otra historia, eso es para repartir con los amiguetes o pagar favores prestados. En Papel literario me dicen que puedo mandarles más reseñas o artículos, y que me los publicaran sin censura (esa premisa no la entiendo muy bien). Y yo, para el caso, lo publico también en este blog y en Hank Over.
VENGANZAS LITERARIAS S.A. Patxi Irurzun
“¿Por qué escribes?” Es lo que pregunta un periodista a un escritor cuando no ha leído sus libros. Una pregunta fácil, a la que se supone una respuesta difícil. Pero ¿qué responde un escritor que sabe que el periodista no ha leído sus libros? Tópicos, frases hechas, titulares trillados: “Escribo porque lo necesito”; “escribo porque no sé hacer otra cosa”; “escribo para que me quieran”… Casi ningún autor es capaz de reconocer que, a menudo, se escribe por pura venganza (o como dice la escritora peruana Gabriela Wiener: “Pocos autores estarían dispuestos a reconocerse como unos cabrones”).
La literatura como legítima defensa
Escribir para ajustar cuentas a un jefe abusador, a un novio que dinamitó tu corazón, a un vecino que se ducha todas las noches a las cuatro de la mañana… Pequeñas y grandes venganzas: escribir también para defenderse de un mundo hostil o del poderoso (la literatura como legítima defensa, dice el navarro
Miguel Sánchez Óstiz, autor de varios dietarios, género en boga, junto con los
diarios, cuadernos de bitácora, autoficción…, todos ellos apropiados para devolver los golpes o al menos hacer inventarios de ellos: “
Vivimos en un mundo en el que el fuerte, o el que se lo cree, se cree también con derecho a propinar empujones a quien le venga en gana, convencido de que quien los recibe está obligado a aguantarlos”)…
Las obras literarias también se edifican con todos esos escombros que deja la vida. A veces, únicamente con ellos. “La literatura o es vengativa o no es nada”, afirma Miquel Silvestre, que publicó en 2008, Spanya S.A., una novela de ciencia ficción levantada también de las ruinas, una venganza a años vista (en ella España es en 2337 un gran vertedero tóxico gestionado por ineptos y corruptos).
Otros, como el cantante y poeta Ángel Petisme, ganador del último Premio internacional de poesía Claudio Rodríguez, son más románticos: “Si hay que ajustar cuentas con algún gilipollas se le reta cara a cara y se le manda al dentista o al hospital literalmente. Si tienes una guerra contra el mundo, la tienes contra ti. La escritura es un ajuste de cuentas sin cuartel contigo mismo, con tus demonios y tus ángeles”.
Romperse las piernas a uno mismo
Eso es algo en lo que todos los autores parecen de acuerdo: lo justo es que el principal damnificado de las venganzas literarias, aquel al que se le rompen las piernas con mayor saña y refinamiento (pues víctima y verdugo son uno mismo y los dos saben donde duele más) sea el propio autor. “En todos los guiñoles burlescos que he montado, el primero que he subido al tablado de la burla he sido yo. No cabe quedarse al margen. De ir a la picota, vamos todos. Lo contrario es un abuso”, dice Sanchez-Ostiz.
El autor, pues, puede hacer que la autopaliza parezca un accidente, a través de la ficción, pero es solo es un disfraz, del que además se va despojando página a página: “En el fondo la ficción también es un streap tease: a nadie expone más un escritor que a sí mismo, nadie, ninguno de sus personajes de su mundo transfigurado, filtrado, queda más en evidencia y es más vulnerable que él”, señala Gabriela Wiener (quien, por cierto, también ha hecho streap tease, ella en su sentido más literal, para recopilar material y experiencias con las que nutrir sus reportajes y libros).
Se trata de hacerse daño, paradójicamente, para curar las heridas, para reconocerlas y palparlas: “El fin último es la sanación, la catarsis, mejorarte como persona y contagiar pasión y ganas de vivir. Uno no escribe para que le quieran y se la chupen. Escribe porque no sabe ser feliz, porque se resiste a la felicidad de la segunda vivienda y el carro nuevo de moda que se ha comprado. Escribe porque folla menos de lo que debería y le sobra tiempo. Si has aprendido a vivir ¿qué necesidad tienes de cantar tus pérdidas?”, dice Petisme.
Vendettas personales
Está claro, hay venganza cuando hay heridas, y la mayoría de las veces estas se las hace uno mismo. Pero qué pasa cuando son otros los que hacen daño. ¿Cómo se revuelve el escritor, es tan sufrido y tan honesto?
Tras la publicación de su novela Las Pirañas, Miguel Sánchez-Ostiz vio cómo en su Pamplona natal se elaboraban listas que identificaban a los personajes de la obra, a menudo erróneamente. “Vengarme, no creo que lo haya hecho nunca, en ninguna novela, lo que he hecho es construir personajes novelescos inspirados en personajes reales, qué duda cabe,
pero más que en sus comportamientos sociales, en sus rasgos o caracteres, fácilmente identificables por el lector, y por el propio interesado, claro, pero también por sus amigos y conocidos. Si tú pintas un canalla, pierde cuidado que ya se encargará alguien de hacerle llegar el retrato al interesado que mejor le convenga al mensajero”.
Carlos Castán, autor de uno de los libros de cuentos más recomendables de 2008, Solo de lo perdido, tampoco ha llevado a cabo vendetta personales a través de sus libros: “No me he vengado ni ridiculizado a nadie en concreto, aunque es posible que sí me haya despachado a gusto con tipos genéricos, con actitudes o con ciudades. Y también puede que de alguna forma haya ajustado cuentas con algún episodio de mi pasado dando mi propia versión sesgada de algo que ocurrió o cambiando el desenlace en una acto de justicia poética totalmente subjetivo”.
Solo para valientes
La venganza personal a través de la literatura no parece, por otra parte, muy rentable. Sánchez-Ostiz dice que las veces que ha intentado devolver los empujones han sido contraproducentes. “No tenía secuaces que aplaudieran la faena. Fue u
n error de óptica, un caso patético de miopía social. Nunca cuentas con la camorra social”.
Quizás por ello, la literatura como arma arrojadiza es solo para valientes. Petisme: «Entiendo la autodefensa del escritor que se siente marginado en un sistema sumamente perverso donde sólo existe lo que se ve en los medios. La decisión de escribir e intentar publicar en sí es un acto de valentía. Miquel Silvestre: “Si piensas en que Quevedo fue a la cárcel por sus sátiras, resulta obvio que siempre es valiente escribir si molestas a los poderosos y ellos sabes quién eres.
A mí lo que me parece cobarde es la autocensura y el pudor. Sánchez-Ostiz: “Si hablas de tu vida, acabas hablando de asuntos que no son del aplauso general y que “molestan”. Eso hay que asumirlo…
Una empresa ruinosa
Venganzas literarias S.A. no es, en definitiva, una empresa rentable, pero todos le reconocen sus méritos, más cuanto mayor es el enemigo al que se enfrentan. “Hay que medir el dolor que se inflige, la indefensión del adversario y la irreversibilidad del acto. Y estar seguro no solo de lo que se afirma sino de que el hecho de hacerlo esté verdaderamente justificado. Tiendo a aceptarlo mejor cuando en el fondo de todo hay odio o tragedia que cuando se trata de ligereza o frivolidad. Por paradójico que parezca, soy más indulgente con las venganzas más sangrantes, que surgen de las entrañas, quizás por considerarlas menos evitables”, diferencia Carlos Castán. Gabriela Wiener coincide con él: “Yo soy rencorosa, a mí me gusta la provocación, intervenir en la realidad y jugar con ella, me gusta desenmascarar, pero intento ser un poco justa, exactamente como en la vida misma, solo ridiculizo a los que creo que se lo merecen”.
La autora de Sexografías da además el que puede ser el quid de toda esta cuestión. Wiener, quien dice adorar las historias privadas bien contadas, las autobiografías llenas de rencor, no cree sin embargo en la pura instrumentalización de la literatura: “La venganza, como otros sentimientos viscerales, puede ser uno de los disparadores para la creación. Pero lo que se haga con ella dependerá del talento”. Y es que, en definitiva, en esta historia, además del escritor justiciero y la víctima, merecedora o no, de su venganza, hay otros implicados sin los que nada tendría sentido: los lectores.
Estoy asustado: el próximo día 23 de abril en el colegio Atargi de Villava, me han invitado a leer unos fragmentos de mi libro «Beethoven, el músico sordo» ante niños de entre 6 y 12 años. Aunque ese libro está dirigido a niños de esa edad, aproximadamente, yo nunca me he enfrentado a un público tan importante, a lo cual se suma mi reconocida incapacidad para leer sin aturullarme. Creo, de todos modos, que más que leer intentaré contarles la historia de Beethoven, y acompañarla con algunos pasajes del libro. Igual me animo también y pruebo con un cuento infantil inédito, que se titula Erik, el erizo calvo. Y que dios nos coja confesados.
La otra invitación es de la ONG Alboan, para participar con un relato en un libro colectivo en la La gran lectura, una campaña mundial por la educación y alfabetización. Yo he escrito un cuento titulado La niña más lista del mundo, sobre una pequeña que conocí en el basurero de Payatas, en Manila. En realidad es una traducción de un cuento, que escribí originalmente en euskera (hay que ver, ¡hubo un tiempo en el que era capaz de escribir en euskera!) y he sudado de lo lindo para que en castellano quedara hilvanado. Se ve que es cierto eso de que cada lengua tiene su ritmo, su música. ¡Ah, los traductores -los buenos-, que grandes personas!
Os dejo con la sinopsis y el primer capítulo de «Beethoven, el músico sordo»:
A partir de 9 años
ISBN: 978-84-96751-41-5
Encuadernación: Rústica, con solapas.
128 páginas
8,50€
Capítulo 1
El día que murió Beethoven, el 26 de marzo de 1826, nos dieron fiesta en el cole.
-Vaya, y yo que creía que solo era un chiflado- recuerdo que pensé.
Pero claro, entonces yo todavía no había empezado a investigar en su vida y en su obra, hasta convertirme en todo un experto, y para mí solo era aquel pobre loco al que algunos de mis compañeros perseguían y hacían burla, cuando nos lo encontrábamos paseando por las calles de Viena*.
Beethoven solía caminar sin rumbo fijo, moviendo sus brazos como si dirigiera una orquesta de músicos invisibles y tararaeando unas melodías muy extrañas. Tacha tachán. A veces se paraba de golpe y porrazo, sacaba un cuaderno de un bolsillo de su abrigo, y hacía unos garabatos muy extraños. Otras veces, si se encontraba con algún conocido, se metía la mano en el otro bolsillo y le entregaba otro cuaderno distinto, en el que quienes hablaban con él escribían lo que querían decirle. Porque Beethoven estaba sordo como una tapia.
Yo lo descubrí que un día que entró en nuestra tienda de sombreros.
-¡QUIERO ESA CHISTERA!-dijo. Y hablaba muy, pero que muy alto, y también se enfadó cuando papá le dijo el precio y él no le entendió.
Beethoven eligió un sombrero de copa alta, aterciopelado, morado, muy elegante, aunque algo llamativo. Debió de gustarle mucho, porque la llevaba siempre en sus paseos por la ciudad, y con el paso del tiempo acabó por perder el color y convertirse en una especie de chapiñón gigante y algo pocho que había crecido en su cabeza, que ya de por sí era grande y redonda.
La verdad era que Beethoven parecía un vagabundo, porque además tenía el pelo largo y blanco y a veces se dejaba crecer una barba como un matorral. Con aquellas pintas, resultaba muy difícil imaginarse que era un hombre importante, y todavía mucho menos un gran músico.
-¿Un músico sordo? Imposible- pensaba yo.
Pero lo cierto es que todo el mundo en su funeral repetía cosas como:
«Hemos perdido un gran artista», «Pasarán siglos hasta que vuelva a nacer un compositor como él», o «¡Era el mejor!», (y esto último era lo que más me llamaba la atención, porque también lo decían algunos de mis compañeros de clase, aquellos que solían pitorrearse de Beethoven).
Supongo que, como a mí, les impresionó su funeral, el más importante que se recordaba en Viena, al que acudieron miles de personas: actores, nobles, banqueros, que se daban codazos, se empujaban para llevar durante un rato el ataud, pero también, tenderos, lavanderas, maestros (al mío lo distinguí entre el gentío y me pareció que lloraba como un niño pequeño)… Todos querían despedir al músico, y arrojaban una flor a su paso, o se quitaban el sombrero en señal de respeto.
Imaginaros cuánta gente había que la comitiva, encabezada por un gran coche de caballos, tardó casi dos horas en recorrer… ¡trescientos metros!, la distancia que separaba la Iglesia de la Trinidad de la casa de Beethoven; o «la casa del español moreno», como la llamaban algunos, porque Beethoven, por su aspecto, pequeño, robusto, con el pelo y los ojos negros, y la piel oscura, más que alemán, parecía un gitano andaluz.
Yo no pude entrar a la iglesia, pero desde fuera oí por primera vez en mi vida la música de Beetohven, que una pequeña orquesta interpretó para darle el último adiós.
Y fue en ese mismo momento cuando decicí que tenía que saber todo sobre aquel hombre tan misterioso y tan genial, capaz de imaginar, incluso siendo sordo, una música tan hermosa como aquella, que me puso los pelos de punta.
-Hablaré con todas las personas que lo han conocido- me propuse, y esa noche mi papá, al que le conté mi idea, y al que le pareció estupenda, me dijo:
-Mañana mismo, Otto, mi pequeño investigador, te presentaré a alguien que conoció a Beethoven cuando solo era un niño.
El libro homenaje a Bukowski, que coordiné junto con Vicente Muñoz sigue cosechando reseñas, un año y dos ediciones después de su publicación. Esta es la última, en el fanzine digital Creatura:
Que el panorama literario joven español está más parado que la venta de coches de este último mes de febrero es algo que no permite ninguna duda. La crisis económica azota principalmente a la venta y producción de bienes de consumo masivo. La crisis en el panorama artístico lleva instalada en nuestro país desde hace no sólo meses, sino años y décadas. El problema radica, muy en especial, en el panorama literario joven español. Somos miles, de ello estoy seguro, que reventamos hojas y hojas con todo tipo de historias, con ganas de sacar a la luz alguno de nuestros trabajos que consideramos mínimamente decentes. Pero nada de nada, el stablishment que tiene el poder editorial pasa de nuestra cara como quién pasa de los testigos de Jehová que vienen a comerte la olla cuando estás haciendo una agradable siesta con el perro acomodado entre los pies y la manta del chino encima. No todo son malas noticias, afortunadamente. Resaca. Hank Over, que tiene el sugerente subtítulo “Homenaje a Charles Bukowski”, es una compilación de relatos y poemas inspirados en uno de los personajes literarios más reconocidos del último siglo, a tenor de su peculiar y subversivo modo de vivir y escribir. Sin ir más lejos, un buen amigo mío, gran conocedor de los escritores malditos, opina que Bukowski fue el primer punk de la historia.En este libro, editado con una solapa de tacto agradable y un dibujo de un tía joven en pleno bajón alcohólico en la portada, encontramos relatos con personajes decadentes, bastante jodidos y marginales que evitan, por una razón u otra, la vida del común de los mortales. Ya en el prólogo, se habla de la fascinación que causó el descubrimiento de escritores como Bukowski en la adolescencia, mil veces más interesantes que todos los tochos infumables que se imponen en las escuelas. Fruto de ésta fascinación, nace el homenaje “Resacas”, que lo traducen al inglés como Hank Over, de Hank Chinaski, el alter ego de Bukowski en todas sus novelas.Altamente recomendable para salir del pautado amino Vila-Matas, Azúa y otros autores “profesionales”que desplazan el reconocimiento de escritores como Fernández Mallo, Fernández Porta y Patxi Irurzun, punta de lanza de una nueva generación heterodoxa que concibe la literatura como mucho más que vivir deputa madre gracias a las ventas de las cincuentonas cachondas que leen al marido que quisieran tener pero no han tenido.
Basurero de Payatas (Manila) Foto de Paul-Antoine Pichard
EL HUMOR DE LOS PERDEDORES (José Ángel Barrueco)
Publica estos días Patxi Irurzun un libro donde se reúnen relatos que estaban dispersos por revistas y periódicos, algunos de ellos galardonados con premio. Su título es “Ajuste de cuentos” (Eclipsados) e incorpora prólogo y epílogo de dos grandes de la música: Kutxi Romero (de Marea) y El Drogas (de Barricada). Estructurados por temas, Patxi recoge aquí historias de amor, de currantes, de actitudes punkis, etcétera. Suele haber en ellas una voluntad de rebeldía, un gesto de provocación hacia las empresas que explotan al trabajador y hacia lo establecido. La herramienta de Patxi es el humor, el humor de los perdedores que se toman las cosas con cierta filosofía.Creo que uno de los cuentos que mejor representan su mundo es “Tonta nostalgia”. Y aviso: voy a contar el final. En dicha historia, el narrador viene un poco beodo y exaltado de un concierto de La Banda Trapera del Río. El espíritu punk ha renacido en él gracias a las canciones. Está solo y se siente con ganas de hacer trastadas, de prepararla parda, de encabezar alguna revolución. Va en coche y se acerca a una gasolinera. Delante hay un anciano con aspecto de ricachón, en un Mercedes. El narrador se cuela y se coloca antes en el surtidor y, por la ventanilla, le grita: “¡En esta vida hay que tener reflejos, viejo!”, con lo que el otro se larga y el protagonista ha cumplido su gesto salvaje. Luego baja del coche y, mientras el empleado le llena el depósito, observa que el tío del Mercedes vuelve: “Venía de culo y a toda hostia”. Y el Mercedes se empotra contra su coche, destrozándole la carrocería. El viejo baja del vehículo y, muy tranquilo, se acerca a él y le entrega dos tarjetas donde constan su dirección y la de su abogado. Después se monta en el Mercedes y, antes de alejarse, grita por la ventanilla: “¡En esta vida, amigo, lo que hay que tener es dinero!” El relato termina con estas palabras en las que, con deportividad y humor, el protagonista acepta su sino y su torpeza: “Y comprendí que, desgraciadamente, el capullo tenía razón. Mierda de vida”. En “Nocturnidad, alevosía y descampado”, el autor cumple el sueño de muchos: se encuentra de noche con el tipo que le despidió de la fábrica y le parte la cara. Pero mi favorito es un cuento de amor, como le dije al propio Patxi tras leer el libro: “Parpadeos (Un viaje en autobús)”, donde el protagonista rememora algunos recuerdos dulces y otros amargos mientras viaja en ese transporte público. Es un relato de tono triste en el que podemos vernos reconocidos en ciertos momentos de nuestras vidas. Trece cuentos, en fin, explosivos. El humor ni siquiera falta en el currículum del autor; tras dar noticia de sus publicaciones, concluye con esta frase: “Es más feo que el copón pero tiene novia y dos hijos, los tres guapísimos”.Tras la lectura de “Ajuste de cuentos” rebusqué en mis últimas adquisiciones. Tenía por ahí un antiguo libro de Patxi y era el momento de leerlo: “Atrapados en el paraíso”. Tiene su historia: con el dinero que obtuvo al ganar una edición del Premio de Relatos de Viaje de “El País”, en vez de gastarse en un viaje de placer el millón de pesetas que le entregaban al ganador, optó por irse junto a un fotógrafo al vertedero de Payatas (en Manila) y a Papúa Nueva Guinea. De vuelta, tras pisar el paraíso, pero también el infierno, escribió este libro, que obtuvo el Premio a la Creación Literaria. Son páginas llenas de sabrosas historias: terroríficos viajes en camión o en avioneta, infectos cuartos de baño, puestos de comida donde se reúnen todas las moscas del basurero, bares regentados por enanos, cacerías de cocodrilo o niños que sobreviven de lo que recogen del vertedero. Quiere reeditarlo y ojalá lo consiga.