El salmón y otros crímenes perfectos (o por qué me gusta Calamaro)
El Salmón es un disco que incluso a algunos calamaromaniacos les parece excesivo. Yo, sin embargo, todavía de vez en cuando me polintoxico con sus 104 temas. Me gusta ese Calamaro en estado de gracia, componiendo compulsivamente, una, dos, diez canciones cada día, componiendo con la misma naturalidad con que respira, vacía sus tripas o se hace una paja con una mano mientras con la otra se lleva el mate a los labios. Calamaro es entonces el artista total, puro, dispuesto a sacrificar su salud, a empeñar su cordura con tal de cometer crímenes perfectos contra Dios, para robarle y regalarnos al resto de los mortales polaroids de un paraíso en el que solo se oye rocanrol y tango.
Pero no nos pongamos estupendos. Andrés Calamaro también me gusta porque me imagino a la muchachada nuí dedicándole un Celebrities: Hoooooy… ¡Bob Dylan!… Uy, perdón, Andrés Calamaro…
Y porque lo mismo que mata dioses, Andrés los resucita -como a Maradona- y los pone a hacer los coros en una ranchera de las de cantar bien borrachos, enganchados de los hombros, mientras rememoramos lo cerca que estuvimos de hacer la revolución en los bares de San Cristóbal de las Casas.
Me gusta Calamaro porque en sus canciones a veces se pone violento y quiere cortarle los huevos a un general, y porque otras se tranquiliza, sentado en la cocina de su mamá a comer del puchero, allá en Buenos Aires.
Me gusta porque me gustan Los Rodríguez, y porque en Los Rodríguez estaba Ariel Rot, que también estaba en Tequila, el primer grupo con el que el rock se me metió en el cuerpo como un licor fuerte.
Me gusta Calamaro porque hizo una versión de “Mañana será igual”, de Barricada, y ellos son mi debilidad.
Y me gusta porque su música me ha mantenido en pie cuando he tenido que volver a brindar con extraños o he sentido lo que es tener el corazón roto.
Me gusta Calamaro, en fin, porque cada vez que oigo Crímenes perfectos, empiezo a sangrar por dentro un esperma que mata, desinfecta todos mis gérmenes (excepto el de la envidia cochina) y hace nacer cada mañana las cosas sencillas por las que merece la pena vivir: una cerveza fría, un beso ardiente, una buena canción.
PROLOGO DE ALEACIÓN EXPANSIVA (Para Sor Kampana)
Aleación expansiva tiene una web, todavía en fase de pruebas, en www.aleacionweb.com
Y este es un poema de Sor Kampana:
DESPERTÉ TOSIENDO
y buscando lombrices encontré a Dios
entre mis excrementos;
Extraño día para mí, pobre ateo
éste en que vi la luz por vez primera,
día desde el que doy gracias y ofrezco oraciones
a mierdas y orines, máximas manifestaciones
de Dios en esta tierra.
UN CUENTO EN ITALIANO: IL NOSTRO PANE QUOTIDIANO (EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA)
Este cuento, incluido en la antología Cuentistas (Ateneo Obrero de Gijón) y en La polla más grande del mundo fue traducido al italiano junto con otros 19 de este último libro, para acompañar a un número de la revista ¿Qué tal?, del grupo De Agostini (¿Qué tal? es una revista para aprendizaje del español). Lo que yo no sé es si habrá ayudado mucho a los italianos a aprender nuestro idioma, o todo lo contrario. El cuento en español se puede leer aquí. La traducción es de Francesca Sammartino.
Il nostro pane quotidiano
Patxi Irurzun
Zarraluki è un paesino piccolo, situato nel più profondo di una valle di montagna al quale è possibile giungere solo grazie a stradine secondarie, tracciati o sentieri nel bosco che si snodano e si stringono come un groviglio di lombrichi. Ogni lunedì se il villaggio non è rimasto isolato dalla neve, un furgoncino percorre la valle e consegna la posta, i giornali…
A Zarraluki c’è una panetteria, sei bambini e una maestra e un panettiere che sono fi danzati. Quasi sempre.
A volte la coppia discute e Txema, il panettiere, si rinchiude in casa sua e accosta la persiana del suo negozio fi nché non si riconcilia con Julia, la maestra. Txema, il panettiere, è un vero professionista e non crede in quei romanzi del realismo magico latinoamericani di seconda categoria nei quali si impastano maddalene con le lacrime, né tanto meno che poi queste diventano vermicelli all’interno dei cuori di chi le mangia.
Txema crede che il suo sia un lavoro molto serio, così serio che per farlo deve essere molto concentrato. Txema sa che se aprisse il suo negozio quando ha discusso con Julia il suo pane non sarebbe lo stesso, sa che ha bisogno di equilibrio nella sua vita perché anche gli ingredienti e il tempo di cottura siano equilibrati, e che se non fosse così i suoi clienti si sentirebbero ingannati. In fondo Txema, senza saperlo, pensa la stessa cosa di quei narratori latinoamericani e nel villaggio succedono le stesse cose dei loro romanzi, infatti i litigi di questa coppia alterano completamente sia la dieta alimentare di tutti gli zarralukitarras, sia il loro stato d’animo.
Ad esempio a Julia, quando litiga con il panettiere, le si inacidisce il carattere e condisce con questo un’insalata di compiti per i sei bambini del villaggio e li sperde per le capitali dell’Asia o mette a cuocere nel pentolone di una divisione da undici cifre le loro risate infantili.
Ai zarralukitarras piace sentire l’eco delle risate dei loro sei bambini nelle strade del villaggio, mentre, quando Txema e Julia discutono, nelle strade di Zarraluki invece di quelle risate si sente solo un vento freddo che fi schia come un serpente velenoso e all’interno delle case il palpito, sempre più lento, dei cuori spaventati degli anziani, che sentono avvicinarsi in pantofole la morte che trascina per la mano i loro genitori e i genitori dei loro genitori con il loro albero genealogico ridotto a una fascetta di rami sulla spalla.
La panetteria di Txema è anche bar e tabacchi e, quando lui e la sua fi danzata discutono, gli zarralukitarras non possono nemmeno veder sfumare tutto quel terrore nei cerchi di fumo di una sigaretta o affogarlo nel fondo di alcuni bicchieri di vino, per cui le relazioni generalmente cordiali tra vicini divertano strane, e in ogni famiglia risuscitano fantasmi che si siedono davanti al camino e raccontano storie di vecchie dispute familiari per le terre o di omicidi e vendette durante le guerre civili.
In poche occasioni, quindi, una coppia ha a disposizione tante persone disposte a risolvere le loro crisi come in questo caso. Quando Txema e Julia discutono, gli zarralukitarras recidono i fi ori più belli delle loro serre e li mandano a casa della maestra o raccolgono il miele più dolce dai loro alveari e lo lasciano alla porta di quella del panettiere. Txema e Julia sanno che sono stati loro e non la dolce metà e a volte li indigna addirittura l’idea che la loro relazione coinvolga in questa maniera tante persone, che tutte queste possano affacciarsi in maniera così indiscreta su di essa, ma in fondo si vogliono bene e fi niscono sempre per riconciliarsi ed è così che Txema torna ad aprire il suo negozio e gli zarralukitarras escono dalle loro case e i fantasmi e la morte in ciabatte tornano alle loro, e nelle stradine del villaggio si sentono di nuovo le risate dei bambini.
Zarraluki, insomma, è un paesino che sembra appartenere a un altro mondo, infatti la sua vita dipende completamente dall’amore.
RESPETO (Variación sobre un poema de David González)
McDONALDS
rue de provence
rue Lafayette
haussmann
mcdonalds®:
un clochard
pelo largo
sucio
grasiento
y despelurciado
con canas
en andrajos
roña en las uñas
pasea entre las mesas
coge una bandeja
y se sienta
entonces
los comensales
chavales jóvenes
en su mayoría
se acercan a él
se inclinan
y en silencio
en completo silencio
depositan
en la bandeja
bolsas
con patatas fritas
perritos calientes
hamburguesas
y vasos de cartón
con cerveza
coca cola®
y café
también monedas
y cigarrillos
respeto
David González, de su libro ALGO QUE DECLARAR (Bartleby Editores, 2007)
RESPETO
Los conozco, a todos esos cabrones, y sé qué van a pedirme en cuanto cruzan la puerta del Mcdonalds
-Un menú infantil -, dice, por ejemplo, Jerome, y lo dice bien alto, sin cortarse un puto pelo -y sin guardar la cola-, pero nadie protesta, porque Jerome es el negro más hijoputa de toda la «banlieu», el que más mierda mueve, costo, farlopa, crack, jaco, lo que quieras…
Aziz, por el contrario, se acerca al mostrador sin meter bulla, pide educadamente una Big Mac, «y que la hamburguesa esté bien tostada», añade, guiñándome un ojo. Aziz es puro fuego. Durante la revuelta dicen que quemó más de cien carros, uno de ellos el de su propio viejo. Libertad, igualdad y fraternidad, sí señor. Y la bofia sin comerse una mierda.
Maxime tuvo menos potra. Los maderos le pillaron en el saqueo de una tienda de electrodomésticos. Se lo llevaron a comisaría y le metieron más hostias que a un pandero. «Basura blanca», le insultaban, cada vez que sacaban su cabezota de una bañera en la que los polizontes habían escupido, se habían cagado y meado.. Al menos se libró del talego, porque con lo único que le ligaron fue con un iPod, menudo gilipollas. Sólo un gilipollas como él puede pedir café y patatas fritas para untar. Claro que Maxime es un gilipollas con una pipa, y eso ya cambia las cosas. Se la agenció en cuanto lo soltaron y está deseando que se vuelva a liar otra vez para volarle la cabeza a algún gendarme.
Sí, los conozco bien, a todos esos cabrones. Delincuentes, terroristas, escoria. Eso es lo que dice el bocarrana de Sarkozy. Pero ellos no están aquí cuando entra Bernard el sintecho, apestando a vino y a mierda, y se desparrama en la mesa de la esquina. Porque entonces, Jerome, Aziz, Maxime, y todos los chavales, toda esa gentuza, se levantan de sus sillas, se acercan al viejo mendigo y dejan en su bandeja vacía una bolsa con patatas, media hamburguesa, lo que sea, lo que tengan.
Sí, los conozco muy bien, a todos esos cabronazos.
Patxi Irurzun