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LOS SEÑORES DEL DINERO (Y UN PÁRRAFO DE ‘DIOS NUNCA REZA’)

Nov 29, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Me he acordado de este párrafo de abajo, perteneciente al diario que bajo el título «Dios nunca reza» publicaré el año que viene y que escribí hace dos años, me he acordado de él , decía, estos días, en que los pobres banqueros vuelven a llorar, hablan de precolapso financiero, ya se sabe, quien no llora no mama, y ya les salió bien una vez, acudieron a su rescate, les echaron un salvavidas, mientras los demás nos íbamos hundiendo más y más; estos días en los que el presidente se reune con los superempresarios, los señores del dinero, para buscar soluciones, y las soluciones que estos proponen son siempre que apechugen los de abajo, que se aprieten ellos el cinturón, que se jodan, nosotros tenemos que seguir con la maquinaria en funcionamiento, llenando la caja (por cierto, ¿para qué se reúnen los señores del dinero también con el rey, qué pinta ese hombre en todo esto, qué tiene él que decidir?); estos días, en que los señores de la guerra juegan a soldaditos en el mar amarillo, las guerras, ya se sabe, reactivan la economía, unos miles de cadáveres también sirven para alimentar la máquina; en estos días ya demasiado largos y grises, en que el capital se rearma, la tecnología desplaza a los corazones, en esta época en la que tengo la impresión de que estamos perdiendo algo, de que algo se desintegra, se descompone, y mientras nos hundimos solo miramos, sin movernos, sin reaccionar, como vacas en un matadero, esperando quizás que «pase» algo que «alguien» alce la voz, que dé un manotazo y arrebate los salvavidas a quienes a la vez nos han arrojado al agua …

El diario, lo escribí, como digo, hace dos años, entonces la crisis solo era una palabra que empezaba a oírse, que eran otros quienes pronunciaban, que se oía a lo lejos… Después perdimos nuestros trabajos, y antes de perder nuestros trabajos ya habíamos perdido, nos había arrebatado poco a poco todo lo demás, la sangre, la rabia, la capacidad de pensar por nosotros mismos, las horas de filosofía en los planes de educación, los días de indemnización por despido… Me pregunto si alguna vez perderemos -tal vez sea lo que necesitamos- también los nervios.

Domingo 20 de julio de 2008

En los últimos días se han fundido tres o cuatro bombillas de la casa. Es como si esta intuyera que se acaba un ciclo, que vamos a apagar la luz dentro de poco. Claro que nosotros le damos pistas, ya no limpiamos tan a menudo como antes, acumulamos en las habitaciones, a la vista, trastos que normalmente suelen estar escondidos… Es su pequeña venganza. Además, hace unos días la goma de la puerta del balcón, que había aguantado cinco años suspendida en una posición inverosímil, se despegó definitivamente. Y la pintura de una esquina de techo del cuarto de estar ha comenzado a abombarse.

Así que también intentamos engañarla, por ejemplo, comprandole algún juguete a Urko, que se sume a todos los que hay en su habitación, para hacer creer a esta casa rencorosa y posesiva que no tenemos que trasladarnos dentro de unos días, que todavía hacemos lo que se hace con las casas, llenarlas de cacharros inútiles, como retales de una vida que se va consumiendo y renovando día a día.

El último juguete, ayer, fueron unos muñequitos que representan a los personajes de Peter Pan. Todo un éxito. Urko no ha parado de inventar historias con ellos. Esta mañana incluso, no quería ir a una exposición sobre Mortadelo y Filemón a la que le habíamos prometido llevarle hace ya varios días, antes de San Fermín.

-No, porque luego se me olvida a qué estaba «juegando»- ha protestado.

Y me ha recordado a mí cuando era pequeño, la manera en que me sumergía en mundos imaginarios, desconectando por completo de la realidad, creando la mía propia, mi propia medida del tiempo; mundos de los que no quería salir, porque no sabía si volvería a encontrar el camino de regreso hacia ellos; mundos que se desvanecen para la mayoría de las personas conforme se convierten en adultos. Otros, por el contrario, nos resignamos a crecer, a dejar de ser peterpanes. Escribir, por ejemplo, es solo un juego, la manera en que un hombre de (casi) cuarenta años pueda seguir trasteando todavía con sus geypermanes o sus clicks de Famobil sin resultar ridículo. Me pregunto si Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, se habrá sentido alguna vez ridículo, al pintar sus monigotes. Supongo que no. Hacer reír es algo muy serio. Y él nos ha hecho reír, nos hace reír todavía de lo lindo. Me ha emocionado ver en la exposición (a la que finalmente hemos ido permitiendo a Urko llevarse sus muñequitos) los primeros originales de Mortadelo y Filemón (que al principio llevaba un gorrito y fumaba en pipa), poder ver los trazos de lápiz bajo la tinta china, las correcciones con tipex, los pedacitos de papel con los diálogos escritos a máquina, cortados y pegados sobre la historieta… Pura arqueología del tebeo.

La exposición, además, era en la Fundación Buldain, un pequeño chalet en Huarte (el pueblo de mi madre), dedicada a Patxi Buldain, pintor, desertor y ácrata, que huyó a Francia durante la posguerra. Buldain, en París, alternó con Picasso, Camus, Jacques Brel, fue uno más entre ellos. Pero en Huarte todo lo que saben contarte sobre él (incluso mi madre, a pesar de que el pintor vivió durante algún tiempo en la planta superior de su casa) es que Patxi era un rojo, y que escapó para librarse del servicio militar. Supongo que Buldain cruzó la frontera no solo por ello (una razón más que suficiente), sino también para dejar atrás un país gris, castrante, en el que se trataba a todos como a niños pequeños pero a los que no se les permitía jugar.

Algo ciertamente cruel, porque los niños tienen todos la capacidad innata de crear, de inventar. Y creo que hoy, como entonces, todo parece preparado para despojarles de ella a medida que se hacen mayores, para convertirlos en hombres y mujeres sin otra función que la de producir, consumir, exclusivamente para que puedan conseguir una profesión que desempeñar con precisión mecánica, y obtener un buen sueldo, para hacerles creer que con él pueden comprar todo, incluso los mundos imaginarios que les están arrebatando, reduciendo a escombros..

Todo el mundo en la calle habla de crisis, crisis económica, pero las crisis las crean y las destruyen, les marcan los tiempos, perfectamente, los bancos, los gobiernos, las multinacionales. Nadie, sin embargo, habla de esa otra crisis terrible, que permite que los niños se hagan mayores sin saber apreciar las marcas de lápiz bajo la tinta china. Es como si la casa en que viviremos dentro de unos años también comenzara a quedarse a oscuras, vacía, o fuera a llegar a ella un inquilino que derribara las paredes, sin licencia de obra, sin saber donde están las vigas maestras.

DIOS NUNCA REZA

Nov 22, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Este otro libro, Dios nunca reza, tendrá que esperar un poco a ser publicado si no quiero complicarme la vida. Es un diario que escribí el año pasado, durante una mudanza y el embarazo (de mi mujer) de mi hija Malen. Pero ahí va el arranque y de vez en cuando subiré algún que otro fragmento.
Martes, 17 de junio de 2008

Suelo cruzarme con él algunas mañanas, al llevar a mi hijo a la ikastola. Es un hombre de unos cincuenta años -aunque quizás solo tenga 35- con el cabello cubierto de ceniza y el rostro renegrido, quemado por las llamas de algún infierno del que ha conseguido huir a mordiscos, dejándose varios dientes en la refriega. Anda encorvado, con el lomo doblado por -imagino- cientos de noches durmiendo en portales, cajeros, parques, por todo el alcohol trasegado como un veneno, por el peso de demasiados errores y golpes en su vida. Pero también lleva agarrados, cada uno de una de sus manos, al colegio a sus dos hijos, y estos son, sin duda, los dos ángeles que le han traído de regreso.
A su lado, parece un hombre redimido, un padre responsable y cariñoso. Pero, a la vez, todavía sigue pareciendo un vagabundo. Tal vez, por la expresión atormentada de su rostro o por su mirada, esos ojos desde cuyo fondo amarillo parece emerger un cadáver descomponiéndose lentamente.No sé por qué he decidido empezar este diario escribiendo sobre él. Supongo que de lo que se trata es simplemente del traje que lleva, ese traje que le viene grande y dentro del que aparenta sentirse extraño e incómodo. Igual que yo. La hipoteca que voy a firmar, la mudanza, mi trabajo que aborrezco, la compra en el centro comercial (y la cena del niño en el Burger King), los libros que se amontonan sin leer, los discos que ya no escucho, los seis meses que llevo sin hacer el amor con mi mujer embarazada… Ese es el traje que yo llevo puesto desde hace algún tiempo y con el que también me veo a mí mismo ridículo y derrotado. No sé si es lo que llaman la crisis de los 40. Espero que no. Yo todavía solo tengo -dentro de unos días voy a cumplir- 39.

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