SEIS GRADOS La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Patxi Irurzun / Publicado en semanario ON (diarios de grupo Noticias) 05/08/2017
De Joseba Sarrionandia al lobo hombre en París, aú, usando el método OULIPO
En su colección de recuerdos Akordatzen, Joseba Sarrionandia escribe: “ETAkoa nintzela, ETAk nire lagun baten aita hil zuela akordatzen naiz, eta itzelezko tristura eta hondamendi sentsazioa sentitu nuela” (Me acuerdo de que cuando pertenecía a ETA, ETA mató al padre de un amigo mío, y que tuve una terrible sensación de tristeza y ruina). Esas dos líneas podrían resumir la historia de Euskal Herria de las últimas décadas, con las diferentes interpretaciones que cada cual quiera darles. Lo que es innegable es la contundencia y la capacidad de evocación que tiene esa manera de narrar: los “Me acuerdo”, pequeñas frases en las que el escritor anota recuerdos que vienen a su cabeza casi de manera automática, y que Sarrionandia utilizó como imitación del Je me souviens del escritor Georges Perec y del Me acuerdo del estadounidense Joe Brainard.
Brainard fue el primero en utilizar esta técnica, un hallazgo literario extraordinario en su simpleza, que consigue conectar la memoria individual del autor con el imaginario colectivo, por lo general, de las personas de su generación. Brainard, por ejemplo, que escribió Me acuerdo en 1970 , se acuerda en él del día que mataron a John Kennedy, y del que mataron a Marilyn, del gusto que da tomarse un vaso de agua fría después de un helado, de que ir vestido de verde y amarillo los jueves en su colegio quería decir que eras gay, de que con sus primeras erecciones pensaba que tenía una terrible enfermedad, de Love me tender o de preguntarse cuando era niño por qué si Jesucristo podía curar a los enfermos solo curaba a algunos de ellos.
Y así durante ciento cincuenta deliciosas páginas.
Pero quizás el Me acuerdo más famoso sea el Je me souviens que siete años más tarde, siguiendo la estela de Brainard, escribiría Georges Perec, a pesar de que en él abundan más referencias desconocidas para nosotros a películas y personajes de la cultura popular francesa, o de que los recuerdos se narran de una manera más neutra. Perec, sin embargo, contaba a su favor con la originalidad de su obra en su conjunto (Brainard, por el contrario, solo escribió un libro) y con su forma de peinarse, o sea, de no peinarse.
Georges Perec formó parte del movimiento OULIPO, un autodenominado “Taller de literatura potencial” que experimentaba y jugaba con el lenguaje, la literatura, los géneros, aplicándoles recursos de las matemáticas, el ajedrez o la ciencia. Es el autor, por ejemplo, del palíndromo más largo del mundo (un palíndromo es una frase que se lee igual del derecho que del revés; el más conocido es “Dábale arroz a la zorra el abad”, no sé por qué, pues hay otros mucho menos extraños, como “Yo hago yoga hoy” o “No maree, Ramón”). Ni más ni menos que cinco mil caracteres, es decir aproximadamente la extensión de este artículo, escribió Perec en capicúa. Otra de las proezas de Perec fue una novela titulada La desaparición en la que no aparece la letra e; y como eso no le pareció suficiente, también escribió Les revenentes, en la que compensa a esta vocal permitiéndole ser la única presente a lo largo de las más de cien páginas del libro.
Las restricciones voluntarias, pues, los juegos, los caprichos lingüísticos, caracterizan al movimiento OULIPO, que fue fundado por Raymond Queneau (uno de cuyos libros más famosos es Ejercicios de estilo, en el que narra hasta de cien maneras diferentes un suceso completamente anodino: un tipo que se queja de que otro le empuja en un autobús abarrotado) y del que también formaron parte otros ilustres y juguetones escritores como Italo Calvino o Boris Vian.
Boris Vian fue el autor de novelas a la altura de la contundencia de sus títulos, como Que se mueran los feos o Escupiré sobre vuestra tumba; bueno, en realidad, él no, o sí, pero con otro nombre, con un heterónimo, es decir un nombre falso: el de un personaje inventado al que un escritor hace firmar parte de su obra. Vian los usaba por docenas, acaso porque era la única manera de dar salida a su prolífica obra, como periodista, autor de teatro, poesía, músico y como escritor de canciones, que dejó rastro en multitud de artistas: Serge Gainsbourg, Georges Brassens, Magali Noel (la inolvidable y felliniana Gradisca de Amarcord), Charlie Parker (el jazz fue una de las pasiones del escritor francés, y quizás sea Boris Vian, junto con Cortázar —que también retrata magistralmente a Parker en su magistral cuento El perseguidor, aquel donde el protagonista decía “Esto lo estoy tocando mañana”— quien mejor supo trasladar sus cadencias a la literatura)… Entre nosotros, como curiosidad pop, la canción Lobo-hombre en París, de La Unión, aú, está inspirada en uno de sus cuentos. Y probablemente Bailaré sobre tu tumba, de Siniestro total, en la ya mencionada novela Escupiré sobre vuestra tumba, que Vian firmó como Vernon Sullivan.
Por cierto, Vernon Sullivan, Charles de Casanove, Boriso Viana, el Gran Capitán y todos aquellos otros que habitaron a Boris Vian, murieron con él de un infarto al corazón mientras veían el preestreno de una película que había adaptado esa novela, Escupiré sobre vuestra tumba. Boris Vian había participado inicialmente en ella como guionista pero abandonó el proyecto por desavenencias con el director. Está claro que para Vian, que se había colado de incógnito en la sala de cine, las desavenencias eran gordas.
Pero volviendo a Siniestro total, los gallegos compartieron cartel con Kortatu al menos en una ocasión, el día 19 de julio de 1985 en Ermua; y si acaso este atajo para regresar hasta Joseba Sarrionandia no vale (pues no podemos asegurar que Bailaré sobre tu tumba esté inspirada en la novela de Vian, aunque recoja todo el espíritu violento de la misma —¿hay acaso algo más violento que hacerte tragar una colección de casetes?—), tenemos otro: a Kortatu y a Boris Vian los citan Los chicos del maíz en la misma canción: Abierto hasta al amanecer.
La explicación de la presencia de Kortatu en el texto es evidente y no sorprenderá a nadie concluir que su famoso tema Sarri, Sarri, que lo bailaba en las verbenas de los pueblos hasta el lehendakari Patxi López, y que en realidad es una versión delChatty Chatty de los jamaicanos Toots an the Maytals, cuenta la fuga que protagonizó Joseba Sarrionandia junto con Iñaki Pikabea de la prisión de Martutene escondidos ambos en los altavoces del cantante Imanol Larzabal, tras una actuación del mismo en esa prisión.
Por lo demás, los más avezados lectores ya habrán apreciado que este texto ha sido escrito siguiendo el método OULIPO y sin utilizar en ningún momento a lo largo del mismo la diéresis ni la palabra austrohúngaro.
SEIS GRADOS (tercera entrega del serial veraniego para semanario ON, diarios del Grupo Noticias 29/07/2017)
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Patxi Irurzun
DE DUNCAN DHU A DUNCAN DHU
pasando por Mark Twain, Bukowski o Sid Vicious
¿Cómo eligen los grupos de música sus nombres? Tarzán y su puta madre okupando piso en Alcobendas, Me voy ke me estoy kagando, Mari Cruz Soriano y los que afinan su piano… Son algunos de los poéticos nombres con los que algunos conjuntos han tenido a bien llamarse, pero otros menos audaces han preferido recurrir a la inspiración ajena y existe un buen número de músicos que se han bautizado tomando sus nombres de títulos o personajes literarios. Es el caso de los donostiarras Duncan Dhu, que comparten nombre con uno de los personajes de Secuestrado, una novela de aventuras de Robert Louis Stevenson que daría a imprenta el mismo año que El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde y tres antes que La isla deltesoro, sus obras más conocidas. El Duncan Dhu de Stevenson, escocés, amante de la música y enemigo de la violencia, propone en un pasaje del libro solucionar una disputa entre dos huéspedes que aloja en su casa con un duelo de gaitas, duelo que se salda alegremente entre tragos de whisky y baladas, mientras fuera la niebla cae y los clanes de las tierras altas afilan sus cuchillos.
Una elección, pues, a contrapelo, la de Mikel Erentxun, Diego Vasallo y Juan Ramón Viles (el tercer miembro original del grupo, que años más tarde acabaría siendo concejal del PNV en el ayuntamiento de Donostia), habida cuenta de que por aquella época se estilaban más nombres de grupos más belicosos o que dieran un poco de asco: Eskorbuto, Vómito, Cicatriz, Basura, Kagando duro (lo de cagar con k era, y es, como vemos, recurrente: además de los ya mencionados, tenemos a Kagando entre dos coches, Kaka de Lux, Hemorroides Band, Ojete calor…).
Después se pondrían de moda nombres más largos como Ella baila sola, El sueño de Morfeo o La oreja de Van Gogh que no se sabía si pretendían dar gracia o pegarse el moco y que en esa indefinición acababan por resultar ridículos.
Pero esa es una opinión personal y además un servidor también publicó un libro de cuentos titulado La tristeza de las tiendas de pelucas, así que volvamos a los grupos con nombres inspirados por obras literarias.
Vetusta Morla, por ejemplo, que homenajea a la gigantesca y vieja tortuga sumida en un pantano de tristeza de La historia interminable (un pequeño paréntesis sobre esta obra: su autor, Michael Ende, que como el protagonista del libro se vio atrapado dentro de la historia sin poder salir de ella, excepto para pedir a su editor más tiempo para escribirla, tal y como se merecía su fantástico hallazgo literario, consiguió que este accediera a publicarla con sus famosas dos tintas, verde y roja, lanzándole un órdago a la grande: la novela, reclamó inicialmente, debía editarse con tapas de cuero e incrustaciones de madreperla).
Sigamos: Patrullero Mancuso toma su nombre de uno de los personajes secundarios de la genial novela de John Kennedy TooleLa conjura de los necios, el incompetente policía a quien su jefe tóxico obliga a disfrazarse de las maneras más humillantes y estrafalarias, incluso para una ciudad como Nueva Orleans. The Velvet underground debe su nombre a un libro sobre masoquismo. Moby, a Moby Dick… La lista es larga, pero para cortarla de una vez e ir al grano (es decir, los seis grados de separación que nos llevarán de Duncan Dhu a Duncan Dhu, pasando por Mark Twain, Sid Vicious o Bukowski, entre otros), volvamos a tierras escocesas y añadamos por último a My chemichal romance, quienes se inspiraron en el libro del escritor de Edimburgo Irvine Wehls, Éxtasis: Tres relatos de amor químico (Ecstasy: Three Tales of Chemical Romance).
Wehls es también el autor de la novela Trainspotting, cuya adaptación cinematográfica todos recordamos, así como su banda sonora, en la que participaban, entre otros Iggy Pop (y ahora, una pequeña pirueta, de Iggy Pop a Iggy Pop, pasando por, entre otros, Antonio Alcántara): Iggy Pop, además de en los escenarios, ha exhibido su anatomía nervuda de iguana humana en varias
películas, como El color del dinero, un anuncio de tónicao Sid y Nancy (adaptación de la estupenda novela de Gerard Cole), en la que se narra la historia de amor de Sid Vicious, el bajista de los Sex Pistols, y Nancy Spungen, que aparecería muerta en una habitación del Chelsey Hotel, el legendario hotel neoyorkino, por cuyas habitaciones han pasado escritores como Mark Twain o Dylan Thomas (de quien cuenta la leyenda que murió tras atizarse 18 whiskys, no sabemos si escoceses o no, y quien, por cierto, también inspiró a Bob Dylan su nombre artístico), o músicos como Leonard Cohen y Janis Joplin, e incluso Janis Joplin y Leonard Cohen muy juntos, como atestigua la canción de este último, Chelsey hotel, en la que hasta un caballero como Cohen tiene un desliz y da indiscreta cuenta de la felación que le practicó el chico más feo del instituto, como llamaban a Janis Joplin en su juventud (a mí, sin embargo, siempre me ha parecido una de las mujeres más bellas del mundo).
En el Chelsey Hotel se alojó también el rey de los escritores malditos, Charles Bukowski, a quien en el año 2008 más de treinta escritores españoles homenajearían en un libro titulado Resaca/Hank Over. Uno de los coordinadores de ese libro, Vicente Muñoz Alvárez, había publicado años atrás otra antología de relatos titulada Golpes, entre cuyos participantes se encontraba el cineasta Oscar Aibar, que ha dirigido numerosos capítulos de la serie Cuéntame (yo rezo todos los días para que no me toquen de vecinos una familia como la de Antonio Alcántara, que atraen todas las desgracias), y que a mediados de los 90 rodó en las Bardenas un western futurista titulado Atolladero que… ¿a quién tenía por protagonista? A Iggy Pop, en efecto.
Y tras la pirueta, recojamos a la iguana de Detroit y recorramos ya el último tramo del camino. En el año 2008 Iggy Pop sorprendió a propios y extraños franqueando la entrada al salón de la fama a Madonna e interpretando dos versiones de canciones de esta artista, quien también ha participado como actriz en numerosas películas. Entre ellas, Dick Tracy, la adaptación al cine de las aventuras del famoso personaje de comic estadounidense, estrenada en el año 1990 y en cuya banda sonora de la versión hispana, tachán, encontramos la canción Herida de mielde… ¡Duncan Dhu!
Publicado en ON, semanario de Grupo Noticias, 22/07/2017
SEIS GRADOS La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
DE CERVANTES A LA BRUJA AVERÍA
y vuelta a empezar
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro —que en nuestra edad de hierro tanto se estima— se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.
Así escribe en el capítulo XI de la primera parte del Quijote un Cervantes libertario del cual, aprovechando el 501 aniversario de la publicación de su universal obra, nos vamos a ocupar hoy en esta sección, que arranca con el manco de Lepanto —que en realidad no lo era— y acabará desembocando en los bares de rocanrol del Casco Viejo de Pamplona y otras cuevas, como la de la Bruja Avería.
¿Que por qué 501 aniversario?, pregunta una voz al fondo. Pues para romper con la tiranía de las fechas y las horas redondas. ¿Por qué fijar las citas a las horas en punto o a su cuarto o su mitad? ¿Por qué no a las dos y veintitrés o a las veintitrés y dos? ¿Por qué los centenarios y no los cientounarios? ¿Y qué mejor homenaje para dos locos maravillosos como Alonso de Quijano y Cervantes que una sandez como esta?…
Locos, libertarios y antisistema, así al menos ha titulado el historiador Emilio Sola un libro dedicado al escritor de Alcalá de Henares: Cervantes libertario. Cervantes antisistema. A menudo se nos ha hecho tragar ruedas de molino para acabar identificando al Quijote con las esencias patrias más rancias y carpetovetónicas, pero en esta obra Emilio Sola deja constancia de cómo también los anarquistas han reivindicado para sí su triste figura y la de Cervantes. Y así, en Cervantes libertario. Cervantes antisistema se nos cuenta la peripecia de un grupo de exiliados republicanos a Argel que promovieron un homenaje al escritor colocando una placa en la gruta en la que este se refugió tras escapar de su cautiverio a manos de corsarios berberiscos.
Al frente de este grupo se encontraba el periodista y escritor navarro José María Puyol. Nacido en Cascante en 1881, Puyol fue una de las 2638 personas que en marzo de 1939 lograron embarcar en un cascarón llamado Stanbrook y huir desde Alicante hasta Orán sorteando las bombas fascistas. Tras permanecer a bordo del barco cuarenta días, sin apenas agua ni alimentos, Puyol sería confinado en diferentes campos de concentración y liberado tras largos sufrimientos. En los años posteriores colaboraría prolíficamente en diferentes periódicos libertarios, como Solidaridad obrera, primero en Orán y más tarde en Francia, bajo cuyo sello también publicó un libro titulado Don Quijote de Alcalá de Henares, con el que intentó propagar su devoción laica por Cervantes, a quien consideraba una especie de santo ácrata.
No sería este el único libro que escribiera el cervantista PUYOL (así, solo con su apellido y en mayúsculas lo firmó); publicó también la novela El rodar de las almas y fue autor de una biografía, que nunca llegó a editarse y acabaría perdiéndose, sobre quien fuera su compañero de correrías, el legendario Pedro Luis de Gálvez, icono de la bohemia literaria de principios del siglo XX (aunque la vida del propio Puyol tampoco se queda manca —como no se quedó Cervantes— y necesitaríamos otro artículo entero para contarla).
De Pedro Luis de Gálvez se narran decenas de desmesuras: sablazos, borracheras, asesinatos en serie de monjas, presidio, finalmente ejecución ante un pelotón de fusilamiento… Pero sin duda la más conocida y escabrosa de todas es aquella que recoge Pío Baroja en La caverna del humorismo, donde lo retrata recorriendo los cafés madrileños con una caja de pasas bajo el gabán en la que transportaba el cadáver de su hijo, fallecido al nacer. Gálvez pedía limosna para enterrarlo y para un vaso de vino que le aliviara el dolor.
Gálvez aparece además en Luces de bohemia, la magistral obra de teatro de Valle-Inclán, haciendo de sí mismo en el coro de modernistas que aclaman a Max Estrella (personaje que probablemente también inspiró el propio Gálvez junto con otros bohemios hardcore como Alejandro Sawa). Por cierto, que de los espejos deformantes del Callejón del Gato que aparecen en la obra de Valle y que deberían ser hoy en día, cuando el esperpento gobierna el mundo, más que nunca monumento nacional, solo quedan una réplicas birriosas que adornan con más pena que gloria la fachada del bar Las Bravas, en Madrid, famoso por sus patatas ídem (aunque los dueños del bar aseguran que los originales pueden verse dentro).
De Gálvez se ha ocupado mucho y bien otro escritor, el baracaldés, sí, baracaldés —al menos de nacimiento— Juan Manuel de Prada, por ejemplo en su inspiradísima novela Las máscaras del héroe;de él y de otros escritores raros, bohemios y generalmente malogrados, como Armando Buscarini, Emilio Carrere o Ramón Gómez de la Serna. Emulando a este último, autor además de sus famosas greguerías, de una obra titulada Senos, Prada publicó la colección de relatos Coños, sí, Coños, así se las gastaba por entonces (y últimamente también) el columnista de ABC, cuya firma durante la década de los 90 no era extraño encontrar en fanzines revoltosos como Monográfico, junto a la de otros autores emergentes como Ray Loriga, Lucía Etxebarría, o, ejem, ejem, Patxi Irurzun.
Monográfico, que además de un fanzine era la mejor guía de garitos del país, pues en sus páginas aparecían anunciados todos aquellos que la distribuían, se podía encontrar, por ejemplo y si no recuerdo mal, en bares míticos de La Kutxi gasteiztarra o de lo viejo de Pamplona, como el Toki Leza (el bar, por cierto, al que Barricada bautizó como La esquina del zorro en su canción homónima, aunque en realidad no hiciera esquina, del mismo modo que el manco de Lepanto no era estrictamente manco, es decir no perdió la mano en aquella batalla, sino que se le quedaría tonta como consecuencia de un arcabuzazo) o el Terminal, que este año celebra treinta años programando conciertos (a nosotros para este artículo nos habría venido mejor que fueran 29 o 31, pero todo no puede ser).
Por el apretado escenario del Terminal (menudo nombre para un bar, por cierto, si uno tiene problemas con la bebida, al menos) han pasado infinidad de grupos, algunos de los cuales acabarían años después llenando pabellones, como es el caso de los madrileños Pereza. “¿Y para cuándo lo de la Bruja Avería?, pregunta impaciente la voz del fondo. A eso vamos, pues resulta que Pereza grabó una versión de La bruja avería en un disco recopilatorio y solidario titulado Patitos feos en el que diferentes grupos de rock versionaban clásicos infantiles, como, entre otros, Casimiro, a cargo de La Cabra Mecánica, Mi mono Amedio y yo, que interpretaron Los piratas, y en el que también participaba Mago de Oz que revisitaba (atención, porque con esto cerramos el círculo) la canción Sancho, Quijotede la recordada serie de dibujos sobre el ingenioso hidalgo al que en buena hora dio vida Miguel de Cervantes Saavedra.
Publicado en ON, suplemento semanal de Grupo Noticias 15/07/2017
SEIS GRADOS/ La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Patxi Irurzun
DE EL DROGAS A FIDEL CASTRO y de La Habana de vuelta a Pamplona
En los años 80 y 90, quienes en realidad aborrecían el heavy metal pero les daba reparo reconocerlo (o al revés, quienes lo escuchaban en secreto) decían aquello de que los heavys también tenían su corazoncito; y el corazoncito de los heavys, por lo visto, en vez de sangre debía de bombear melaza, porque se referían a la típica balada empalagosa que por cupo, o para colarse en las emisoras comerciales, debían incluir en cada disco: por ejemplo, el Nothing Else Matters de Metallica o el Still Loving you de Scorpions; bueno Scorpions acabó sacando discos de baladas en los que, por cupo, metían alguna canción heavy.
En el primer trabajo de Barricada, Noche de rock & rol —en cuya portada vemos a El Drogas y al resto del grupo jugando al billar en el legendario y subterráneo bar Viana de Pamplona, aquel al cual le sudaban las paredes—, la canción Pídemelo otra vez podía ser la balada del disco. Como la mayoría de los temas que lo formaban, la cantaba de manera poderosa Sergio Osés, quien después abandonaría la banda. Sin embargo, hay una sorprendente maqueta previa que grabó Marino Goñi en los estudios que Soñua tenía en el pamplonés barrio de la Txantrea, en la que podemos escuchar a ¡Ramoncín! entonando el tema. ¡Horror!, exclamarán algunos. Pero lo cierto es que Ramoncín, en aquella época y por estos lares era capaz de llenar pabellones, como el Anaitasuna, donde grabó un directo; pabellones en los que además se le jaleaba con un cariñoso
“¡Ramontxo, Ramontxooo!”
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Sí, sí, el de Vallecas era un auténtico ídolo de masas entre la chavalería, y los grupos que comenzaban a abrirse camino en el mundo del rocanrol, como Barricada, recurrían a él de un modo referencial y reverencial. Después, con el tiempo, Ramoncín se convertiría en el muñeco del pinpanpún, no vamos a entrar aquí a profundizar si justa o injustamente (en mi opinión y la de los jueces muchas veces lo segundo), pero el odio, que a menudo va de la mano de la ignorancia, no puede cegar nuestros ojos ni taponarnos los oídos y permitir que generaciones de millenials crezcan sin saber o sin querer saber que Ramoncín también compuso algunos temas inolvidables del rock urbano en castellano como Muerte en Putney Bridge, Ángel de cuero, El Chuli, Hormigón, mujeres y alcohol, Como un susurro o La chica de la puerta 16.
El mismo desparpajo que Ramoncín mostraba para escribir canciones lo guiaba para moverse por platós de televisión o por los corros en los que aquellos años el dinero que estaba en el aire lo recogían a manos llenas los más listos. Escribir la biografía de Ramoncín sería un trabajo apasionante, porque sería escribir también un libro de historia que explicara las últimas décadas del siglo XX en España.
En la televisión el cantante presentó desde un programa didáctico-lingüístico llamado Lingo hasta La tarde, un magazine de sobremesa en el que hay quien todavía cree recordar que apareció con un pin en la solapa de la chupa de cuero que se parecía mucho a la ikurriña multicolor que Herri Batasuna utilizó como emblema en unas elecciones europeas (Ramoncín era mucho de agitar ikurriñas o banderas sandinistas en los conciertos que daba por aquí). Todo eso antes de convertirse en tertuliano todoterreno en programas como Crónicas Marcianas o en jurado de Operación Triunfo.
Pero sin duda la cima en el ascenso social de este chaval de barrio bajo fue frecuentar la famosa bodeguilla de Felipe González, el “txoko” en La Moncloa en el que el ex presidente del Gobierno lo mismo compartía unas angulas con Helmut Khol que se echaba unas partidas al billar con lo más aristocrático de la farándula progre (con la que quizás entre carambola y carambola, comentaba algunas de sus mejores jugadas o jugarretas, llámalo X , como aquel “Otan de entrada no”, sus vacaciones en el Azor, el yate de Franco, o la promesa electoral de los ochocientos mil puestos de trabajo que se convirtieron en cuatro millones de parados).
Por la bodeguilla, además, desfilaron ilustres escritores como Gabriel García Márquez (con quien, por cierto, tanto Ramoncín como Felipe González comparten segundo apellido). El autor de Cien años de soledad, mantuvo otras amistades peligrosas, además de la de Felipe González, como la de Fidel Castro, quien lo acogió en La Habana en diversas ocasiones.
Y a caballo entre La Habana y Mexico DF, precisamente, vivió su exilio la escritora María Luisa Elío, una pamplonesa desconocidamente universal a la que Gabo dedicó su obra Cien años de soledad, y así figura en las primeras páginas de millones de ejemplares impresos de la famosa novela, mientras en su ciudad natal no existe ni siquiera un callejón sin salida con su nombre que la recuerde. María Luisa Elío es hija del juez republicano Luis Elío, uno de los primeros detenidos tras el golpe militar de 1936, que permaneció emparedado vivo durante tres años, hasta que consiguió huir a Francia, donde a su vez sería confinado en el campo de prisioneros de Gurs. Tras reunirse con su familia, los Elío se exiliaron en México y allí el padre escribió Soledad de ausencia, el libro donde cuenta su experiencia como topo humano, mientras que una de sus hijas, María Luisa Elío, frecuentaría, tanto en el DF como en la capital cubana —donde se estableció durante una temporada con su marido el cineasta Jomi García Ascot—, a intelectuales como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Alejo Carpentier o García Márquez, quien le contaría, antes de escribirla, Cien años de soledad. María Luisa Elío fue, pues, una de las primeras y entusiastas lectoras de la novela, cuando a Gabo lo atormentaban las deudas y las dudas, muchísimo tiempo antes de que el escritor colombiano conociera el hielo del éxito que lo haría inmortal, y cuando El Drogas, con el que hemos comenzado este viaje, todavía hacía txipi-txapas en el río Arga y con quien tal vez la propia Maria Luisa Elío se cruzara por las calles de Pamplona a mediados de los sesenta, cuando esta regresó a su ciudad natal para irse definitivamente de ella, y de cuyo viaje dejara constancia en su libro Tiempo de llorar.