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DE EL DROGAS A FIDEL CASTRO. Y DE LA HABANA DE VUELTA A PAMPLONA

Jul 17, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog, seis grados  //  No Comments

 

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Publicado en ON, suplemento semanal de Grupo Noticias 15/07/2017

 

SEIS GRADOS/ La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con  cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.

Patxi Irurzun

DE EL DROGAS A FIDEL CASTRO
y de La Habana de vuelta a Pamplona

En los años 80 y 90, quienes en realidad aborrecían el heavy metal pero les daba reparo reconocerlo (o al revés, quienes lo escuchaban en secreto) decían aquello de que los heavys  también tenían su corazoncito; y el corazoncito de los heavys, por lo visto,  en vez de sangre debía de bombear melaza, porque se referían a la típica balada empalagosa que por cupo, o para colarse en las emisoras comerciales, debían incluir en cada disco: por ejemplo, el Nothing Else Matters de Metallica o el Still Loving you de Scorpions; bueno Scorpions acabó sacando discos de baladas en los que, por cupo, metían alguna canción heavy.

En el primer trabajo de Barricada, Noche de rock & rol  —en cuya portada vemos a El Drogas y al resto del grupo jugando al billar en el legendario y subterráneo bar Viana de Pamplona, aquel al cual le sudaban las paredes—, la canción Pídemelo otra vez podía ser la balada del disco. Como la mayoría de los temas que lo formaban, la cantaba de manera poderosa Sergio Osés, quien después abandonaría la banda. Sin embargo, hay una sorprendente maqueta previa que grabó Marino Goñi en los estudios que Soñua tenía en el pamplonés barrio de la Txantrea, en la que podemos escuchar a ¡Ramoncín! entonando el tema. ¡Horror!, exclamarán algunos. Pero lo cierto es que Ramoncín, en aquella época y por estos lares era capaz de llenar pabellones, como el Anaitasuna, donde grabó un directo; pabellones en los que además se le jaleaba con un cariñoso

“¡Ramontxo, Ramontxooo!”

.

Sí, sí, el de Vallecas era un auténtico ídolo de masas entre la chavalería, y los grupos que comenzaban a abrirse camino en el mundo del rocanrol, como Barricada, recurrían a él de un modo referencial y reverencial. Después, con el tiempo, Ramoncín se convertiría en el muñeco del pinpanpún, no vamos a entrar aquí a profundizar si justa o injustamente (en mi opinión y la de los jueces muchas veces lo segundo), pero el odio, que a menudo va de la mano de la ignorancia, no puede cegar nuestros ojos ni taponarnos los oídos y permitir que generaciones de millenials crezcan sin saber o sin querer saber que Ramoncín también compuso algunos temas inolvidables del rock urbano en castellano como Muerte en Putney Bridge,  Ángel de cuero El Chuli, Hormigón, mujeres y alcohol, Como un susurro o La chica de la puerta 16.

El mismo desparpajo que Ramoncín mostraba  para escribir canciones lo guiaba para moverse por platós de televisión o por los corros en los que aquellos años el dinero que estaba en el aire lo recogían a manos llenas los más listos. Escribir la biografía de Ramoncín sería un trabajo apasionante, porque sería escribir también un libro de historia que explicara las últimas décadas del siglo XX en España.Resultado de imagen de ramoncín

En la televisión el cantante presentó desde un programa didáctico-lingüístico llamado Lingo hasta La tarde, un magazine de sobremesa  en el que hay quien todavía cree recordar que apareció con un pin en la solapa de la chupa de cuero que se parecía mucho a la ikurriña multicolor que Herri Batasuna utilizó como emblema en unas elecciones europeas (Ramoncín era mucho de agitar ikurriñas o banderas sandinistas en los conciertos que daba por aquí).  Todo eso antes de convertirse en tertuliano todoterreno en programas como Crónicas Marcianas o en jurado de Operación Triunfo.

Pero sin duda la cima en el ascenso social de este chaval de barrio bajo fue frecuentar la famosa bodeguilla de Felipe González, el “txoko” en La Moncloa en el que el ex presidente del Gobierno lo mismo compartía unas angulas con Helmut Khol que se echaba unas partidas al billar con lo más aristocrático de la farándula progre (con la que quizás entre carambola y carambola, comentaba algunas de sus mejores jugadas o jugarretas, llámalo X , como aquel “Otan de entrada no”, sus vacaciones en el Azor, el yate de Franco, o la promesa electoral de  los ochocientos mil puestos de trabajo que se convirtieron en cuatro millones de parados).
Por la bodeguilla, además, desfilaron ilustres escritores como Gabriel García Márquez (con quien, por cierto, tanto Ramoncín como Felipe González comparten segundo apellido). El autor de Cien años de soledad,  mantuvo otras amistades peligrosas, además de la de Felipe González, como la de Fidel Castro, quien lo acogió en La Habana en diversas ocasiones.

Y a caballo entre La Habana y Mexico DF, precisamente, vivió su exilio la escritora María Luisa Elío, una pamplonesa desconocidamente universal a la que Gabo dedicó su obra Cien años de soledad, y así figura en las primeras páginas de millones de ejemplares impresos de la famosa novela, mientras en su ciudad natal no existe ni siquiera un callejón sin salida con su nombre que la recuerde. María Luisa Elío es hija del juez republicano Luis Elío, uno de los primeros detenidos tras el golpe militar de 1936, que permaneció emparedado vivo durante tres años, hasta que consiguió huir a Francia, donde a su vez sería confinado en el campo de prisioneros de Gurs. Tras reunirse con su familia, los Elío se exiliaron  en México y allí el padre escribió Soledad de ausencia, el libro donde cuenta su experiencia como topo humano, mientras que una de sus hijas, María Luisa Elío, frecuentaría, tanto en el DF como en la capital cubana —donde se estableció durante una temporada con su marido el cineasta Jomi García Ascot—, a intelectuales  como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Alejo Carpentier o García Márquez, quien le contaría, antes de escribirla, Cien años de soledad.  María Luisa Elío fue, pues, una de las primeras y entusiastas lectoras de la novela, cuando a Gabo lo atormentaban las deudas y las dudas, muchísimo tiempo antes de que el escritor colombiano conociera el hielo del éxito que lo haría inmortal, y cuando El Drogas, con el que hemos comenzado este viaje, todavía hacía txipi-txapas en el río Arga y con quien tal vez la propia Maria Luisa Elío se cruzara por las calles de Pamplona a mediados de los sesenta, cuando  esta regresó a su ciudad natal para irse definitivamente de ella, y de cuyo viaje dejara constancia en su libro Tiempo de llorar.

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