NO SOY UN ASESINO.
Intento no pensar en ello
pero la muerte permanece
agazapada
en todo lo que está vivo
En los pájaros posados en la carretera
que huyen del sudario de nieve sobre campos de trigo
que ya no se convertirán en pan
y en el hombre al que mataré hoy,
día de nochebuena.
Matar a un hombre,
no es tan diferente a matar un pájaro
golpeándolo con el coche
si uno deja que sea la rabia quien lo conduzca.
No soy un asesino,
me digo,
un disparo es solo un golpe al otro lado del cristal
que nos separa
Intento no pensar en ello,
en los ojos de la gente que me miran
cuando bajo del coche,
esos ojos que no me ven,
que solo ven
a otro hombre como ellos…
Hasta que saco la pistola
y me cubro con el pasamontañas.
Ahora todo cambia de repente
pero ni siquiera ahora
soy un asesino,
me digo,
y también
que no me importa lo que piensen los demás
ni lo que escriban mañana en los periódicos,
no soy un asesino,
me repito,
y entro decidido al bar.
El hombre que voy a matar
es el último que se vuelve hacia mí
Parece como si supiera que
algún día llegaría este día.
Lo veo apurar su vaso de vino
rojo como sangre espesa
y miro sus manos
esas manos con que retuerce los testículos
de los detenidos
las mismas manos con las que
algunas noches
acaricia
a su perro,
a su mujer,
a sus hijos…
Intento no pensar, tampoco, en ello,
solo en que alguien debe hacerlo,
alguien debe matarlos a ellos
para que nosotros
sigamos vivos
Después el hombre me mira a los ojos
y durante un segundo
me veo a mí mismo al otro lado del cristal
El hombre que voy a matar y yo
somos los únicos en este bar
que entendemos lo que va a suceder
Matar a un hombre no es tan complicado
sobre todo cuando ese hombre
sabe que merece morir.
Así que levanto el arma,
apunto a su cabeza
y disparo dos veces
¡BUM, BUM!
No tengo miedo,
ni siento que he roto ningún principio sagrado
no me impresiona oír los gritos a mi alrededor
ni verlo a él desplomarse
todos los días mueren miles de personas
y a nadie le importa
ni los periódicos escriben sobre ellas
La muerte es ley de vida,
permanece
agazapada
en todo lo que está vivo
Y yo ahora solo siento alivio,
y satisfacción por haber cumplido
rápido y sin dudar
mi trabajo
Alguien debe hacerlo
alguien debe matarlos a ellos
para que nosotros sigamos vivos
me digo,
y salgo a la calle con el rostro cubierto
y la pistola humeante
-como el vaho de mi propia respiración-
todavía en la mano.
Lo hago por precaución
para que no me reconozcan
y a la vez para que lo hagan,
para que sepan
que estoy por encima de las leyes
impuestas por el enemigo.
Para que tengan miedo de mí
y se lo pierdan a ellos.
Fuera, el coche espera con el motor encendido
como un animal nervioso y salvaje
y arranca dando mordiscos a aceras y bocacalles
hasta que la víctima queda atrás
y el único rastro de sangre
es el sabor de dos corazones,
entre los dientes
Después,
poco a poco,
también quedan atrás
los gritos,
el eco de los disparos,
BUM
bum
y el leve estertor del hombre al que he matado
huyendo de su boca
como un pequeño pájaro,
como uno de los pájaros asustados
que vuelvo a atropellar con el coche
mientras conduzco,
mientras me alejo
mientras vuelvo a convertirme
en un hombre como los demás
y por un momento siento que esta noche
del día de nochebuena
lo que realmente me gustaría,
es estar en mi casa
(en lugar de encerrado y
solo
en un piso franco)
y acariciar
a mi perro,
a mi mujer,
a los hijos
que no tengo…
Pero intento no pensar demasiado en ello.
No soy un asesino,
me digo,
y por la ventanilla
veo extenderse
a mi alrededor
un sudario de nieve
y silencio.





Bueno, también estuve en una librería llamada Revolution Books, en la que tenían libros en español (muchos de ellos de una editorial en la que he publicado, Txalaparta) y de la que salí escopeteado cuando la dueña intentó, también, convertirme a su fe, venderme con una insistencia algo molesta el nuevo manifiesto del partido comunista americano, lo cual –darme a la fuga- no me sirvió de mucho porque a la vuelta en el aeropuerto me hicieron una inspección de aduanas “special”, tuve que descalzarme, ver cómo frotaban un algodón en mis botas y mi mochila, en plan CSI, vaciar mis bolsillos, ser manoseado, todo ello mientras el resto de pasajeros pasaban sin problemas y me miraban, dentro de una cabina, como si fuera un mujaidín sin demasiado apego a la vida, o una mula humana, o la reencarnación de Trostki. Por lo demás, como digo, fui a un musical (El fantasma de la ópera, y confieso que eché una lagrimita con el atormentado y enamoradizo hombre de la cara quemada, aunque no entendí un pijo de lo que decía), a un partido de la NBA (en el que había animadoras normales, bueno, con curvas y melena rubia y eso, y otros saltarines infantiles y de la tercera edad), a comerme un sándwich Woody Allen en el Carnegie Deli y a la estatua de la libertad, y al Empire, qué hostias, han sido unos días maravillosos, una burbuja, un paréntesis, en el trabajo, con los niños, y también para la cosa literaria… Después, al volver, además de encontrarme a una niña que era un bebé cuando me fui y que ahora anda, va a donde quiere, se ha convertido en una personita, me he dado cuenta de que no pasa nada si uno deja el blog unos días en pause, a nadie le importa demasiado, lo cual me parece normal, pero es un poco desesperante, como lo es comprobar que tampoco pasa nada sin uno se desengancha de los blogs que suele visitar, el mundo sigue girando y además la distancia a la que te lleva te hace plantearte ciertas cosas, la endogamia de los blogs de la que hablé hace unos días, el valorar si merece la pena dedicarles un tiempo que podrías emplear en algo de más provecho, escribir una esas novelas que tienes paradas, por ejemplo, aunque bien mirado, tampoco esto compensa demasiado, ahí están los datos de las ventas de tus libros, con todo eso uno hasta se plantea tirar la toalla, pero se pasa pronto, sabes que nunca lo harás, porque no puedes, porque lo necesitas (y de hecho aquí estoy, escribiendo de nuevo en el blog), y porque ahí está el viejo Bukowski, en un documental, diciendo cómo, cuando todo le iba mal y también pensaba en abandonar, guardaba una chispa, que no permitía que le arrebataran, para avivar el fuego cuando fuera necesario, cuando volvieran las ganas de calentarse, o de tener un poco de luz, o de quemar todo; Bukowski, al que por cierto, redescubro en Fragmentos de un cuaderno manchado de vino; creo que si leyera ese libro con quince años, no me hubiera enganchado a Buk, como lo hice, hay otro Bukowski, un Bukowski que me viene bien a mis cuarenta tacos, un escritor que se aleja del estereotipo de tipo duro que él mismo forjó para sobrevivir, Bukowski, cabronazo, tenías más ases en la mangas, gracias por las trampas, siempre estás ahí cuando te necesito…En fin, la rentré me ha salido algo aturullada y caótica, disculpadme, mis diez o doce, con suerte, amigos, solo era una señal de humo, una llamada perdida, un s.o.s doméstico… para comunicaros que el fuego sigue vivo, y que habrá que volver a atizarlo, ya veremos cómo. 
