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PORTADA DE ‘DIOS NUNCA REZA’

Ago 9, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
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En septiembre publicaré con Alberdania mi diario «Dios nunca reza» así que ahora andamos con las galeradas, o con la portada que aquí os adelanto. Os dejo también algunos pasajes del libro que ya he ido colgando en este mismo blog:

Domingo, 20 de julio de 2008

En los últimos días se han fundido tres o cuatro bombillas de la casa. Es como si esta intuyera que se acaba un ciclo, que vamos a apagar la luz dentro de poco. Claro que nosotros le damos pistas, ya no limpiamos tan a menudo como antes, acumulamos en las habitaciones, a la vista, trastos que normalmente suelen estar escondidos… Es su pequeña venganza. Además, hace unos días la goma de la puerta del balcón, que había aguantado cinco años suspendida en una posición inverosímil, se despegó definitivamente. Y la pintura de una esquina de techo del cuarto de estar ha comenzado a abombarse.

Así que también intentamos engañarla, por ejemplo, comprandole algún juguete a Urko, que se sume a todos los que hay en su habitación, para hacer creer a esta casa rencorosa y posesiva que no tenemos que trasladarnos dentro de unos días, que todavía hacemos lo que se hace con las casas, llenarlas de cacharros inútiles, como retales de una vida que se va consumiendo y renovando día a día.

El último juguete, ayer, fueron unos muñequitos que representan a los personajes de Peter Pan. Todo un éxito. Urko no ha parado de inventar historias con ellos. Esta mañana incluso, no quería ir a una exposición sobre Mortadelo y Filemón a la que le habíamos prometido llevarle hace ya varios días, antes de San Fermín.

-No, porque luego se me olvida a qué estaba «juegando»- ha protestado.

Y me ha recordado a mí cuando era pequeño, la manera en que me sumergía en mundos imaginarios, desconectando por completo de la realidad, creando la mía propia, mi propia medida del tiempo; mundos de los que no quería salir, porque no sabía si volvería a encontrar el camino de regreso hacia ellos; mundos que se desvanecen para la mayoría de las personas conforme se convierten en adultos. Otros, por el contrario, nos resistimos a crecer, a dejar de ser peterpanes. Escribir, por ejemplo, es solo un juego, la manera en que un hombre de (casi) cuarenta años pueda seguir trasteando todavía con sus geypermanes o sus clicks de Famobil sin resultar ridículo. Me pregunto si Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, se habrá sentido alguna vez ridículo, al pintar sus monigotes. Supongo que no. Hacer reír es algo muy serio. Y él nos ha hecho reír, nos hace reír todavía de lo lindo. Me ha emocionado ver en la exposición (a la que finalmente hemos ido permitiendo a Urko llevarse sus muñequitos) los primeros originales de Mortadelo y Filemón (que al principio llevaba un gorrito y fumaba en pipa), poder ver los trazos de lápiz bajo la tinta china, las correcciones con tipex, los pedacitos de papel con los diálogos escritos a máquina, cortados y pegados sobre la historieta… Pura arqueología del tebeo.

La exposición, además, era en la Fundación Buldain, un pequeño chalet en Huarte (el pueblo de mi madre), dedicada a Patxi Buldain, pintor, desertor y ácrata, que huyó a Francia durante la posguerra. Buldain, en París, alternó con Picasso, Camus, Jacques Brel, fue uno más entre ellos. Pero en Huarte todo lo que saben contarte sobre él (incluso mi madre, a pesar de que el pintor vivió durante algún tiempo en la planta superior de su casa) es que Patxi era un rojo, y que escapó para librarse del servicio militar. Supongo que Buldain cruzó la frontera no solo por ello (una razón más que suficiente), sino también para dejar atrás un país gris, castrante, en el que se trataba a todos como a niños pequeños pero a los que no se les permitía jugar.

Algo ciertamente cruel, porque los niños tienen todos la capacidad innata de crear, de inventar. Y creo que hoy, como entonces, todo parece preparado para despojarles de ella a medida que se hacen mayores, para convertirlos en hombres y mujeres sin otra función que la de producir, consumir, exclusivamente para que puedan conseguir una profesión que desempeñar con precisión mecánica, y obtener un buen sueldo, para hacerles creer que con él pueden comprar todo, incluso los mundos imaginarios que les están arrebatando, reduciendo a escombros..

Todo el mundo en la calle habla de crisis, crisis económica, pero las crisis las crean y las destruyen, les marcan los tiempos, perfectamente, los bancos, los gobiernos, las multinacionales. Nadie, sin embargo, habla de esa otra crisis terrible, que permite que los niños se hagan mayores sin saber apreciar las marcas de lápiz bajo la tinta china. Es como si la casa en que viviremos dentro de unos años también comenzara a quedarse a oscuras, vacía, o fuera a llegar a ella un inquilino que derribara las paredes, sin licencia de obra, sin saber donde están las vigas maestras

Martes 17 de junio de 2008

Martes 19 de agosto de 2008

PORCULO

Ago 8, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Porculo, así todo junto es una novela dentro de otra novela, en plan matriuska o caja china. Aparece en el libro X (esto en realidad, en vez de una X debería ser un tachón, que es el verdadero título de la novela, en plan «el artista antes conocido como Prince»). Lo firma Percival Everett, que claro con ese nombre ya tiene mucho ganado. Si te llamas Percival Everett a la gente le dan ganas de leerte. Everett es un escritor que está hasta los huevos de que después de decir eso, escritor, añadan «negro». Escritor negro. Y también lo está el personaje de su novela, y por eso odia a una escritora que ha escrito una novela afroamericana, sobre el gueto, llena de topicos, qué pasa hermano, nuestra gente, ey tío (todo esto rapeado), y que se ha convertido en un superventas. Cabreado, el protagonista, que como Everett es escritor, escribe una novela parodiando las novelas de negro y la titula Porculo. La satura de tópicos pero nadie pilla el chiste, al contrario, se convierte en otro superventas. Pero yo a lo que voy es que esa novela dentro de otra novela llena unas cuantas páginas del libro, bastantes, con lo cual es evidente que a Percival Everett no le parecía tan mala como pretende hacerla pasar, si no no nos la habría colado entera. No sé, es una de esas cosas tontas que me pregunto a veces y que, me temo, no interesan a nadie. Por ejemplo, ¿a que has llegado solo hasta aquí solo por el título de la matriuska y del post: Porculo? Por lo demás, X es una novela que está muy bien y que, además del racismo positivo y buenrollista, trata de otros temas, como la desestructuración de una familia, la soledad, las oportunidades perdidas… Yo la dejo mañana en la biblioteca, por si alguien quiere cogerla.

POLICÍA Y FILOLOGÍA

Ago 6, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

«Los ‘indignados’ acuerdan en asamblea no insultar a la Policía». Y entonces ¿donde está la gracia? ¿Y en qué queda la indignación? Bueno, vale, insultar está muy feo, sobre todo cuando se hace sin gracia. Pero eso de que los antidisturbios son solo unos mandados, eso, no, no me jodas, eso ya no… Sobre el tema aquí va este cuento, que es también un ejercicio filológico.

1978

Creo que fue por aquella época cuando la policía cambió de uniforme: del gris se pasó al marrón. Los Escolapios, mi colegio, ocupaba una manzana entera con un patio como un gusano en el centro, junto a la Plaza de toros y el Parque de la Media luna y desde allí solíamos ver, los días que había manifestaciones, las camionetas de la policía aparcadas y a los antidisturbios ajustándose los cascos, colgándose los macutos con las pelotas de goma, fumando impacientes cigarrillos que olían muy raro… La parte de la Media Luna en la que estaba la Plaza de Toros colgaba sobre las viejas murallas como un balcón al casco viejo. Desde él se veían algunas de sus callejuelas y desde allí la policía podía disparar cuando abajo los jóvenes cruzaban coches.
Un día, uno de aquellos que había manifestación, cuando llegó la policía, alguno de mis compañeros dijo:
-¡Mirad, los grises!- pero los grises ya no eran grises.
-Ahora ya no podemos llamarles los grises- dedujo otro.
-Pues los marrones.
Hubo un silencio. Aquello de los marrones no sonaba bien.
-Los maderos- propuso alguien.
-Los monos.
-La pasma
-La bofia.
-Los txakurras.
Siguieron enumerando nombres, pero alguien dijo que esos no valían porque ya estaban inventados.
-¡Los mierdas!- dijo de repente otro chaval.
Los mierdas. Eso era.
-Los caca.
-Los zurrutos.
-La boñiga…

EL CENSO DEL MIEDO (Versión íntegra del cuento para VINALIA TRIPPERS)

Ago 5, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Este es el cuentico de terror que he escrito para el último número de Vinalia Trippers (Trippers from de Crypt), con la ilustración que hizo Kalvellido. Bueno, mentira, en realidad el dibujo de Kalvellido sale en la revista en blanco y negro y mi cuento es más corto porque me pasé varios pueblos de las cuarenta líneas que pedía Vicente Muñoz. Así que para coleccionistas.
EL CENSO DEL MIEDO

Ezizena no aparece en los mapas. Pero los mapas también mienten, como los libros de geografía, y los censos de población, y nuestros recuerdos y los cuentos en que recordamos cosas. Todos mentimos. Sin embargo, os juro que yo estuve allí, hace unos años, cuando trabajé recogiendo datos —para el censo del Gobierno de Navarra, precisamente—.
Me gustaba aquel trabajo. Conducía por carreteras secundarias del Pirineo o del valle del Roncal mientras escuchaba música, comía pochas y trucha con jamón en ventas y posadas, a veces me paraba a ver alguna foz o una iglesia románica… Pero sobre todo me gustaba el momento en que llegaba a los pueblos (al menos hasta que aparecía algún vecino desconfiado, con una azada o una escopeta de caza entre las manos)… Me gustaban las calles vacías, el silencio, el aire puro de la montaña, los gatos — dueños y señores de las ruinas y los caserones— que salían a recibirme, curiosos a veces, otras desafiantes…
En Ezizena, sin embargo, desde el primer momento en que bajé del coche tuve ganas de irme. Al principio, fue solo un presentimiento, una posición defensiva ante un silencio distinto al de otras veces, compacto y doloroso, como una piedra golpeando mis oídos; o quizás fue la arquitectura de las casas, una serie de unifamiliares, todos idénticos, con sus huertas y sus perros también idénticos (Ezizena era un pueblo nuevo, de repoblación, una de aquellas islas que levantó el Instituto Nacional de Colonización en mitad de nuevos regadíos abastecidos por los pantanos y canales que mandara construir Franco)…
Después, de repente, escuché algunas risas, vi a varios niños, jugando en el patio del colegio y durante unos instantes aquel pequeño caos de un recreo infantil me tranquilizó. Pero solo fue un momento: cuando fijé la vista en alguno de los niños percibí también algo extraño, que todavía no llegaba a identificar.
—Haz cuanto antes tu trabajo y márchate de aquí— me dije.
De modo que me acerqué a uno de aquellos unifamiliares y llamé a la puerta. Siempre, cuando llegaba aquel momento, veía brillar los ojos como cuchillos detrás de las persianas, pero después, cuando conseguía que alguien me abriera, la noticia se transmitía, no sabía cómo, a través de conductos invisibles, y en el resto de casas me estaban esperando, a veces con un vaso de vino o un trozo de pan con txistorra. En Ezizena, para mi sorpresa, me abrieron a la primera. Una mujer alta y corpulenta, pelirroja, me recibió amable, aunque algo fríamente. En la casa de al lado lo hizo un hombre que, pensé, debía de ser su hermano gemelo, pues se apellidaba igual, también tenía el pelo rojo y la misma sonrisa correcta e inquietante.
Llamé a una tercera casa. Esta vez apareció un matrimonio, que parecía compuesto por los dos gemelos que me habían atendido anteriormente, como si ellos también pudieran pasar de una casa a otra a través de pasadizos subterráneos. Comencé a asustarme. Todos los que me abrían las puertas eran pelirrojos, se llamaban del mismo modo y me mostraban sus dientes como resplandecientes cubitos de hielo. Acabé, muerto de miedo, de recoger los datos de puerta en puerta y corrí hasta mi coche. Al pasar junto al patio del colegio, vi otra vez a los niños. Había varios de ellos junto a la verja, observándome, y fue entonces cuando descubrí qué era lo que me había llamado la atención antes: todos ellos tenían algún incipiente mechón rojo en sus cabellos.
Arranqué y me alejé de Ezizena, como alma que lleva el diablo.
Han pasado muchos años desde entonces, y nunca he vuelto por allí. Al principio busqué el nombre de aquel pueblo misterioso en los mapas, en los libros de geografía, en Google… Nunca hallé rastro de él. Después decidí que para mi salud mental lo mejor era olvidarme, que quizás lo había soñado, o que se trataba de uno de los territorios míticos, de los no-lugares que imaginaba para alguno de mis cuentos. Pero esta mañana, al ir a comprar el pan, me ha atendido, con una sonrisa glacial, una chica nueva, alta, corpulenta… y pelirroja. Y no he podido evitar recordar aquel día en Ezizena. He pensado, sin embargo, que se trataba de una casualidad, algo perfectamente normal. Hasta que en el pasillo del supermercado me he cruzado con un tipo con una cara, una sonrisa y un pelo idénticos a los de la dependienta de la panadería. Y después en la calle, cogidos del brazo, con un matrimonio de pelirrojos que parecían gemelos… Aterrorizado, he ido a recoger a mi hijo al colegio, y al llegar, detrás de la verja del patio, he visto a varios niños observándome. Un pequeño mechón rojo comenzaba a incendiar las cabezas de todos ellos.

CRÓNICA GASTRONÓMICA DE LA PRESENTACIÓN EN LA SEMANA NEGRA

Ago 2, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
La libertad guiando al pueblo y Cristina Macía a Esteban y a mí


Ya va aflojando un poco el bolo en el estómago y se disipa el nublao en la mente que me traje de la Semana Negra de Gijón, donde estuve el fin de semana pasado presentando ¡Oh, Janis! y Simpatía por el relato junto con mi gran amigo Esteban Gutiérrez. Siempre me cuesta recuperame de estos bolos, que para mí, que soy un inhábil social, las más de las veces se convierten en embolados y a los que me presto únicamente por el bien de mis libros (aunque no sé si al final acaban beneficiándolos o perjudicándolos) y por eso de que ya me estoy haciendo mayor y no está la cosa para dejar pasar trenes. Aunque ya a la ida ya se me escapó uno de ellos, un tren, este de los de verdad, y tuve que apañarme el viaje con combinaciones varias de autobús. Pamplona-Donosti-, Donosti-Gijón. En este último tramo viajé en Supra, que es un autobús en el que te ceban durante todo el trayecto con medianoches de jamón, caramelos de café, Aquarius, etc. Me encanta viajar en autobús, es uno de esos no-lugares, un agujero negro en el mapa de carreteras, la cuarta dimensión, un fortaleza, un útero materno con ruedas en el que sentirte a salvo, y disponer de tiempo para leer, oír música, para empollarte la chapa que vas a soltar, para desear que el autobús nunca llegue a destino y no tener que soltarla…

En este viaje leí «La canción del pirata» de Fernando Quiñones y escuché a los Hellacopters y las siete horas se me pasaron volando. Llegué a Gijón hecho un gorrín y encima había quedado con Pepe Pereza y David González para cenar sardinas, menos mal que cuando llegué al bar El Planeta de Cimadevilla ya solo quedaban las raspas. Hacía mucho que no veía a Pepe y a David, y me alegré de estar con ellos y fue como si no hubiera pasado en realidad tanto tiempo. Bebimos cerveza y fumamos cigarrillos dentro de un bar, en plan clandestino, mientras ponían discos de Kortatu y Eskorbuto. Parecía que nos hubieran metido en una máquina del tiempo y regresado a los quince años. Después, no muy tarde, al hotel, y al día siguiente de flaneur por Gijón, hasta que llegaron, primero el gran Felipe Zapico, Zapi, y después mi socio Esteban Gutiérrez, con los que nos fuimos a meternos un menú Semana Negra (menestra y callos, una cosa ligerica) y a fisgar un poco al Hotel Don Manuel, campamento base de los invitados al evento. Muchos llevaban colgada la acreditación, pero a mí me daba lacha leer sus nombres, y excepto Carlos Salem, uno con sombrero que decían que era Sabina y algún otro, no me sonaba nadie. Por mi parte no me colgué la identificación durante los tres días más que cuando no me aguantaba y el único remedio era entrar a mear a la zona reservada para escritores. En una de esas, dela cabina de al lado salió Rosa Montero, que presentaba libro después que nosotros. Hace algún tiempo la entrevisté, y antes cruce con ella alguna carta y email, pero me dio la impresión de que Rosa Montero no se acordaba de mí.

Con Zapi, que intenta que no se le vea su parche pirata, Agnes, de blanco inmaculado, y David González, muy bien acompañado por el flanco que no soy yo

Pero estábamos en que Zapi, Esteban y yo comimos como reyes en Casa Pachín (así se llamaba el restaurante del Don Manuel, sin duda como homenaje a mí), y después nos fuimos al recinto ferial donde se presentaban los libros. La presentación de «Simpatía por el relato» fue un puto desastre, estábamos cinco en la mesa (Agnes, Zapi, Pablo Tamargo, Esteban y yo), teníamos media hora y nos atropellamos, algunos más que otros. Además no nos oíamos al hablar y abajo la gente, estaba estaba rara, pasiva, parecía que se encontraban a un kilómetro de distancia, aunque quizás fuimos nosotros los que no supimos acercarlos. O eso o que no somos Rosa Montero ni Sabina ni Almudena Grandes, que presentó antes que nosotros, ni Carlos Salem, al que luego lo vimos leer y nos quedamos pasmados, qué poderío, qué cabrón. Con todo, vendimos un huevo de libros, espero que Javier y José Luis, de Drakul, la editorial, que también andaban por ahí, se fueran contentos, no lo sé porque apenas pude hablar con ellos.

Luego nos tocó el turno a Esteban y a mí. Yo ya iba acojonado, la cosa había empezado con mal pie y pensaba que no íbamos a conseguir enderezarla, pero Cristina Macía, siempre tan alegre y pizpireta, nos echó una mano y Esteban y yo estuvimos relajados, como otras veces, diciendo las cuatro paridas de rigor, y defendiendo con entereza nuestras novelas. La carpa estaba casi llena y sobre nuestras cabezas teníamos a la libertad defendiendo al pueblo con una teta fuera. Ya solo habría faltado que vendiéramos algún libro. Yo firmé tres. Estas cosas no se cuentan , pero lo digo porque a veces la gente se piensa que uno vive de esto y porque a algunos les sabe mal que te den vales para comer (un escritor ¿comer? ¿de qué?). El año anterior también estuve en la Semana Negra, con mi amigo Juan Kalvellido, del que me acordé mucho estos días, y como veníamos de estranjis, de polizones y no teníamos vales nos íbamos a tomar cervezas al Gambrinus, donde servían unas tapas de patatas con mayonesa que engañaban al estómago y así nos ahorrábamos unos duros. El hotel nos lo pagaba nuestro editor, Santiago Osset, de Tiempo de cerezas y él se iba a dormir a un camping. Eso también, lo digo para los que vinieron a gritarnos cuando llegamos y nos llamaron chupópteros y nos e qué mas, y a quienes ya les cambiaba mis tres libros por sus carteles de UGT y Comisiones, a ver quién sale ganando. El caso es que con tres de esos vales Zapi (qué gran tipo, impresionante con su parche pirata al ojo), Esteban y yo cenamos unos huevos fritos y calamares en el chiringuito de al lado, Pachu, al que sin duda han bautizado así como homenaje a mí, y bebimos sidra, y luego cerveza, ya en el backstage o eso, del concierto de Lilith y Black Horde, a los que les habían preparado un escenario impresionante, el mismo que ponen a la Pantoja o a Bisbal durante las fiestas. Para Esteban y para mí fue una alegría ver a los dos grupos en esa caja tan grande, con las luces, sus 35.000 vatios… Conciertazo (aquí lo cuenta Esteban mucho mejor)

Ya de madrugada, de regreso a Gijón, Esteban y yo estuvimos intentando buscar algún sitio donde seguir la fiesta, pero estamos mayores y no vimos nada. Luego se lo encontró todo Esteban al abrir la ventana de su hotel, en la calle de atrás. Yo, que estaba en otro más alejado, dormí como un ceporro pero el pobre solo pudo pegar ojo tres horas.

En el cartel con el programa del día en el que aparecen Sabina, Rosa Montero y el resto de teloneros que nos pusieron

Al día siguiente desayuno con los Lilith, que seguían viaje hacia León, donde tenían bolo. Los Lilith son grandes, encima y sobre todo debajo del escenario. Hemos compartido muchos momentos presentando la antología de cuentos escritos por rockeros y la verdad es que da gusto verlos y estar con ellos. Ojalá que tengan toda esa suerte que se merecen y que buscan sin perder nunca el aliento ni la sonrisa.

Y tras la despedida (¿Por qué te vas?), otra vez a comer, y siesta, y paseo por el recinto, de nuevo con Pepe Pereza, y vuelta a Gijón, y un montón de gente haciendo botellón y meando en las paredes, y nosotros qué mayores.

Al día siguiente yo tenía pensado hacer tiempo hasta la hora de irme, pero vinieron a buscarme al hotel dos autobuses llenos de escritores a los que mi compañero Esteban secuestró para recogerme y para que alguien se enterara de que habíamos estado en Gijón, porque de los papeles nos habían hecho desaparecer a quemarropa. El mismísimo Paco Ignacio Taibo entró al hall del hotel ¡Qué vergüenza! Creo que hasta le di con el bolso en la cara a Manuel Rivas al subir al autobus. Nos llevaron de nuevo al recinto, donde Taibo hizo balance de la Semana y prometió que le pesara a quien le pesara el año siguiente estarían de nuevo dando guerra, y luego a un merendero, en el que yo anduve como alma en pena, nerviosito perdido pensando en que se me iba a escapar el autobús, y también porque sí, porque el mundo me hizo así, raro y huidizo y sin acreditación colgando del pecho.

Finalmente me llevaron a tiempo a la estación, muy profesionales, y después de dos medianoches de jamón, alguna lata, paradas en estaciones varias, llegué a casa a las doce de la noche. Los niños y Anabel aún estaba despiertos y me parecieron todos guapísimos y me di cuenta de las ganas que tenía de verlos. Me preguntaron que qué tal y yo dije «muy bien» y así es más o menos como fue todo.

En el vaso había colacao, lo único que bebí durante todo el viaje
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