Club de lectura de verano 2022
UNA CUESTIÓN PERSONAL,
de KENZABURO OÉ
Hay un pasaje de Una cuestión personal, la novela que hoy traemos a este club de lectura, en el que Bird, el protagonista, se describe a sí mismo como alguien con las orejas pequeñas y demasiado pegadas al cráneo, algo que resultará chocante a los lectores que tengan por costumbre leer las solapas de los libros, pues en la dedicada a la biografía del autor se habrán encontrado con una fotografía del mismo en la que resulta inevitable fijarse en sus llamativas orejas de soplillo. Más todavía cuando, en esa misma solapa, descubra que la dramática historia que narra la novela —el nacimiento de un niño aparentemente monstruoso, sin apenas esperanza de sobrevivir o al que aguardan unas condiciones de vida muy limitadas— está basada en la experiencia propia de Kenzaburo Oé, padre de un bebé hidrocéfalo.
Es como si el escritor japonés nos estuviera advirtiendo: “¡Ojo, Bird soy yo, pero no soy yo, esto es literatura!”; o tal vez como si estableciera a través de esa pequeña broma de las orejas un pacto con el lector, gracias al cual este acepta que Oé podrá expresar a través de la ficción algunos sentimientos e impulsos —por ejemplo, el terrible debate moral sobre el que pivota la obra: salvar al niño o dejarlo morir— que resultarían insoportables en la realidad o en una obra confesional o abiertamente autobiográfica.
Un
final feliz
A todo eso ahora lo
llaman autoficción, un recurso literario de toda la vida —ficcionar, novelar vivencias
personales— que se puso de moda hace unos años, del mismo modo que ahora se ha
puesto de moda denostar la autoficción, supongo que con la intención de desplazarla
para traer al centro del tablero literario la novela distópica o el gótico-rosa
o la novela policiaca protagonizada por chimpancés (esto pretendía ser una
broma, pero conforme lo voy escribiendo me doy cuenta de que en realidad ya lo
hizo Edgar Allan Poe en Los crímenes de la calle Morgue. ¡Todo
está inventado!).
Una cuestión personal se publicó en el año 1964, solo un año después de que Hikari, el hijo de Kenzaburo Oé, naciera con una serie de discapacidades físicas y mentales, algo que determinaría no solo la vida sino también la carrera literaria del autor japonés, quien además de en Una cuestión personal ha escrito sobre su hijo en varias novelas más, como Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, El grito silencioso o ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!
No destriparemos aquí el desenlace de la novela, pero sí podemos contar que en el caso de Hikari Oé —es decir, en la realidad—, hay un final feliz, en el que aquel niño hidrocéfalo y autista acaba convirtiéndose en un reputado compositor musical del que su padre afirma con sorna y orgullo que vende más discos que él libros, y eso que Oé es todo un Premio Nobel; y, por cierto, uno de los pocos que no se han dormido en los laureles y que después de obtener el galardón han seguido escribiendo obras de fuste.
Los
mapas sin usar
En la novela que nos
ocupa el alter ego del autor, apodado Bird (es decir, pájaro), es un profesor
de inglés atormentado por su vida mediocre, de la que solo puede evadirse
planificando un viaje a África que se verá frustrado por el nacimiento de un
bebé con una hernia cerebral, la cual le da la apariencia monstruosa de tener
dos cabezas. De hecho, así —el monstruo, la cosa, etc.— es como se refieren a
él con una frialdad y una deshumanización brutal los doctores, quienes también
son los que sugieren la posibilidad de no alimentar al niño para dejarlo morir.
Es decir, el dilema de Bird no tiene tanto que ver con la vida o la muerte que aguarda a su hijo discapacitado sino con el hecho de que la irrupción de este en su vida amputa de cuajo sus alas, enjaula sus sueños de juventud. En los días posteriores al parto asistimos a un descenso a los infiernos, un viaje al fin de la noche del protagonista, que buscará refugio en el alcohol, la violencia o el sexo, el cual comparte de una manera desapasionada, fisiológica —como quien siente deseos de defecar o escupir— con una antigua compañera de universidad en la que no obstante encuentra un alma gemela, el reflejo en un espejo que nos devuelve tras su imagen la de una sociedad como la japonesa de costumbres y moral rígidas, en la que la familia, el trabajo, la reputación, son pilares inamovibles cuyo peso insoportable ahoga a quienes quieren alzar el vuelo. Bird e Himiko, así se llama ella, son inadaptados, perros verdes, espíritus insatisfechos, que luchan por acallar sus anhelos, o mantenerlos vivos en secreto, bebiendo a escondidas en pequeños apartamentos, trazando viajes imaginarios en mapas que nunca se desplegarán en los territorios que esos mapas representan.
Hay, por ejemplo, un pasaje en el que Bird acude con resaca a impartir su clase y acaba vomitando sobre la tarima, un sacrilegio, un pecado imperdonable, que lo convierte a los ojos de sus alumnos y compañeros en un monstruo, en lugar de mostrarlo más humano, más vulnerable.
Por
puro amor
No es difícil imaginar,
pues, cómo impactaría una novela como Una
cuestión personal en una cultura tan contenida y tan estricta como la
nipona. La literatura descarnada, su sinceridad radical, la exposición de las
dudas y los abismos personales más profundos… todo ello está en esta obra en la
que, más allá de la peripecia que se nos relata, sobresale —y eso y no otra
cosa, a fin de cuentas, es lo que convierte siempre un montón de páginas
numeradas y encuadernadas en una obra literaria— el estilo contundente y crudo del
autor, en el que no faltan, sin embargo, luminosas imágenes poéticas y una
carga de profundidad que lo ha llevado a ser comparado con autores como Dostoievski, Sartre, Faulkner, y por
supuesto aupado a los altares de la literatura existencialista.
Una cuestión personal es, en definitiva, una novela que nos agarra por las solapas y nos obliga a posicionarnos, a reflexionar sobre temas como las responsabilidades, la madurez de nuestros actos (la madurez es siempre un tema delicado, pues como dice otro magnífico escritor existencialista, Kutxi Romero, a veces estar maduro es el paso previo a estar podrido), la conciliación entre nuestros sueños y la realidad o nuestra contribución a ese proyecto común que es la humanidad. Una obra, por tanto, de raíz radicalmente humanista que, como el propio Kenzaburo Oé ha confesado en alguna ocasión, escribió no solo para espantar sus propios demonios, sino sobre todo para convertirse en la voz de su hijo. Es decir, por puro amor.