MARCELA Y RAFA
Cuando entras a la librería de Marcela y Rafa, a la izquierda, junto a los periódicos del día, no te encuentras en ese lugar preferente libros de Pérez-Reverte o de Paz Padilla, sino de autores de la tierra: noveles, glorias locales, autoeditados… Y también libros sobre Navarra, los sanfermines, sobre etnografía, lengua, cartografía de Euskal Herria… Si a Marcela le ha gustado el libro (porque Marcela no es una vendedora de libros, sino una librera a la antigua usanza, o sea, una librera que lee) puede incluso que lo coloque en el mostrador, y que lo recomiende entusiasmadamente a sus clientes, o que lo haga en alguna de sus colaboraciones en la radio, o cuando le pregunten en la Feria del libro cuál ha sido el más vendido (aunque sea una mentirijilla y puede que el más vendido haya sido uno de algún influencer).
El párrafo anterior, sin embargo, tiene fecha de caducidad. El próximo 16 de mayo será un día muy triste. Marcela y Rafa echan la persiana de la pequeña librería que desde hace tres décadas regentan en la cuesta de Santo Domingo de Iruña, en el conocido primer tramo del encierro (durante los encierros, por cierto, la tienda se transforma en improvisada consigna en la que los corredores dejan en custodia sus carteras o sus móviles).
Rafa y Marcela se jubilan, merecidamente, después de años trabajando de luna a luna, como licántropos de los libros: preparando, a deshoras, pedidos, cuadrando facturas y albaranes, rastreando como sabuesos libros descatalogados, avisando a los clientes cuando llegan, fotocopiando carnets, desempaquetando cajas con gomas Milan, lapiceros Alpino, colocando con mimo en el escaparate olentzeros o kilikis de goma…
No han conseguido, a pesar de buscar con ahínco, que nadie tome el relevo para que su negocio, sacrificado pero rentable, continúe siendo un pequeño oasis para lectores empedernidos, euskaldunes, nostálgicos del trato personal y humano… y la tienda reabrirá, sí, con otros dueños, pero reduciendo su oferta a lo concerniente a los souvenirs. ¿Quién nos hará saber ahora que un autor del barrio ha escrito un libro sobre el mono Txarli? ¿Quién preparará con la misma diligencia los pedidos para las bibliotecas? ¿Quién nos prestará las mesas para comer en la calle el día 6 de julio o nos invitará al aperitivo después del txupinazo?…
Cuando la persiana de Abarzuza se cierre definitivamente, tras ella se derrumbará todo un mundo. Es el signo de los tiempos. Estos tiempos en los que en todas las librerías el libro más vendido es el de una folclórica y en los que los lectores de periódicos se convierten en exploradores urbanos. Pero no tenemos ningún derecho, por supuesto, a que Marcela y Rafa sientan ni siquiera una pizca de culpabilidad, al contrario. El próximo martes, 23 de abril, es el Día del libro y ellos sacarán por última vez sus libros a la calle. Será un buen momento para darles un gran abrazo, agradecerles todos estos años de felicidad lectora y desearles un gozoso retiro.