La banda favorita de tu banda favorita
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 21/01/23
Como ahora todo en la vida es un campeonato —la lista de libros más vendidos, el día más triste del año, las personas más influyentes del mundo— últimamente también hay quien se dedica a elegir la palabra del año. Y en 2022 la palabra del año fueron, en realidad, dos, tanto en español, “inteligencia artificial”, como en inglés, globin mode. Esta última expresión significa lo que de toda la vida se ha llamado perrear. Bueno, ahora quiere decir justo lo contrario, pero hasta hace unos años perrear era sinónimo de quedarse en casa en el sofá despeinado y con un chándal con agujeros comiendo guarrerías y viendo películas tontainas. O como escribió Iñaki Segurola en Arrazoia ez dago edukitzerik (la cita y la traducción las he robado del Facebook de mi amigo el escritor Josu Arteaga): “El sofá es el lugar más adecuado para el aburrimiento contemporáneo. El aburrimiento contemporáneo estático no es estar ni sentado ni tumbado: es estar “sentumbado”. “Sentumbado” en el sofá (…) comiendo mierda industrial y viendo basura catódica (…). El sofá: otro invento contra el pueblo”.
La cuestión es que hace unos días estaba yo en el sofá perreando, o sea, haciendo la contrarrevolución, cuando, de repente, mientras le sacaba chispas al mando distancia, prendió el fuego y me topé con un documental que me gustaría recomendar, sobre todo a la facción más pop-rockera de la casa: The Sparks brothers, es su título, y al mismo acompañaba una frase publicitaria que decía: la banda favorita de tu banda favorita. La película es un repaso a los cincuenta años de carrera de un dúo musical, los hermanos Sparks, del que un servidor no había oído nunca hablar y que sin embargo ha sido un referente para grupos como Queen, ABBA, Duran Duran… Ese es el meollo del asunto: cómo un grupo cuyo talento y originalidad ha inspirado a esas bandas de éxito ha pasado, por el contrario, desapercibido para el gran público y ha sobrevivido, a pesar de ello, medio siglo.
A lo largo del documental hay varios momentazos que dan una explicación o ilustran magistralmente todo ello. Los hermanos Sparks cuentan, por ejemplo, refiriéndose a su creatividad, que cuando eran niños sus padres acostumbraban a llevarles al cine, pero puesto que la puntualidad no era una de sus virtudes, siempre llegaban a mitad de la película, lo cual les obligaba a imaginar lo que había sucedido durante la primera parte. En otro momento, los Sparks recuerdan una de las primeras veces en que aparecieron en la televisión —cuando aparecer en la tele era convertirse automáticamente en famosos— y cómo, sin embargo, al día siguiente, cuando la cajera del supermercado los reconoció, ellos tuvieron que pagarle con cupones de la asistencia social (a la humillación se sumó además el hecho de que la susodicha cajera tuvo que llamar a la persona encargada de gestionar esos cupones por megafonía).
Lo que, en definitiva, viene a contarnos este documental es que la clave del “éxito” y la superviviencia de los Sparks es su tenacidad y su fe en sí mismos (a pesar de lo cual también reconocen que siempre ha habido alguien que en momentos determinantes ha creído en ellos). Dicho de otro modo, los Sparks han sido siempre un dúo raruno que nunca ha intentado dejar de serlo para triunfar, porque en realidad su triunfo ya era ese, ser un grupo único, singular; o, volviendo al inicio de este artículo, los Sparks nunca se han apalancado en un sofá, pero tampoco se han tomado su carrera musical y, supongo que por tanto, nada en general, como un campeonato. Lo cual, me parece a mí, no está nada mal como filosofía de vida.