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EL BAILE DEL PAÑUELO

May 2, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
El baile del pañuelo de Leonardo Dantés en Amazon Music - Amazon.es

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON diarios Grupo Noticias) 01/05/21

Contaba en esta misma página hace dos semanas que uno de los dos momentos más extraños de mi vida fue el día en que estuve a punto de convertirme en espía del CESID (“¿Y quién me dice a mí que no aceptaste?”, he recibido algunos mensajes al respecto —y ya he enviado los informes sobre sus desconfiados remitentes—). Y terminaba diciendo que el otro de esos dos momentos fue la noche que tuve que hacer de Leonardo Dantés, lo cual lógicamente ha despertado la curiosidad de otros lectores, que procedo a satisfacer.

Fue en una cena del euskaltegi. La primera vez que pisé un euskaltegi, por cierto, hace ya cientos de años, estuvo a punto de ser la última, pues me tocó hacer un antzerki y pasarle el balón a un señor con barbas. A pesar de eso, y de mi timidez enfermiza, aguanté. Aguanté, incluso, a pesar de las prendas, algo que se estilaba mucho en aquellos primeros cursos, y que a mí me aterrorizaba y me daba al mismo tiempo un asco terrible. Me preguntaba si acaso para ser euskaldun era condición sine qua non ser una persona desinhibida y guay. Las prendas consistían en que si, por ejemplo, fallabas con un ergativo, tenías que entrar sin avisar en otra clase, normalmente de un curso superior, y pronunciar una frase marcando con mucha fuerza la k que te habías olvidado. Allí en el euskaltegi no dejaba de ser un mal trago, pero estábamos acostumbrados. Lo malo fue el día que a uno de mis profesores se le ocurrió innovar y propuso que una de dichas prendas debíamos realizarla durante la cena que todas las clases celebrábamos juntas antes de Navidad. Y que esta iba a consistir en levantarse en mitad del comedor de repente, durante los primeros platos, y empezar a cantar y a bailar el baile del pañuelo de Leonardo Dantés y sentarse después, como si no hubiera pasado nada, hasta que pasados unos minutos, otro alumno hiciera lo mismo desde el otro extremo de la mesa (es decir, había dos perdedores que debían cumplir la prenda).

Como no podía ser de otro modo, y puesto que las prendas lo saben, eligen a las personas que más las temen, yo fui uno de los “afortunados”, el más afortunado de los dos, pues me tocó además levantarme el primero. De modo que allí estaba, en aquel comedor, estrujando entre mis manos la servilleta y preguntándome por qué demonios no me subían los tres o cuatro claretes que me había tomado antes de la cena.

Finalmente me decidí,  me puse en pie y comencé a agitar la servilleta al tiempo que cantaba “zapi dantza, uh, uh” (porque además debía hacerlo en euskera). Recuerdo que a mi alrededor se hizo un silencio horrible, solo resquebrajado por las pedorretas que contenían mis compañeros de clase, y que este se prolongó todavía unos segundos eternos una vez que me senté. Supongo que todos pensaron que yo era medio monguer, pero me consolaba pensando que en cuanto mi compañera se levantara desde el otro lado de la mesa y repitiera la jugada todo se entendería. Nunca lo hizo. Se olvidó de su prenda del mismo modo que se olvidaba de los ergativos. Así que después de la cena los alumnos de las otras clases seguían mirándome con un poco de penica y también con cierta precaución. Como si yo fuera un espía del CESID.

Ahora, por suerte, tengo la oportunidad desde esta página de liberarme por fin de esa prenda, la prenda perfecta, que he llevado puesta durante cientos de años: no, no soy un infeliz, ni un fan crazy de Leonardo Dantés. Era solo una prenda,  ¿vale? Por fin puedo aclararlo ¡Qué alivio!

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