Los discos del verano: 10 (y último). NEVER MIND THE BOLLOCKS (SEX PISTOLS, 1976)
¡Siga a ese coche!
Publicado en magazine ON (diarios de Grupo Noticias (15/09/2018)
La liaron parda. Hoy podría emitirse sin ningún problema en horario infantil, o ser una secuencia de alguno de los capítulos más ligth de Los Simpsons o de Historias corrientes, pero en 1976, en la BBC, decir en una entrevista “mierda” provocaba poco menos que un cataclismo que hacía temblar hasta los hielos del gintonic de la reina madre.
Fue Johnny Rotten, el cantante de los Sex Pistols, quien lo soltó, quien lo masculló más bien, por lo bajinis, ante las fanfarronerías de un presentador que abordó la entrevista con un tono paternalista y farruco, asegurando que estaba tan borracho o más que ellos.
Bill Grundy, que así se llamaba el presentador, retó a Rotten a repetir la palabrota, y el rostro del terrible “Juanito el podrido” se convirtió por un momento en el de un inocente niño pequeño al que pillan en mitad de una travesura. Pero lo hizo, volvió a decirlo, volvió a decir “mierda”, y una vez roto el hielo, o los hielos, el resto de Sex Pistols y de la troupe que los acompañaba, comenzaron a forjar la leyenda que los convertiría en icono de la irreverencia y la rebeldía y en el emblema del que probablemente ha sido el movimiento juvenil más importante de las últimas décadas.
—Viejo verde —le espetó Steve Jones, el guitarrista de la banda, al borrachín y rijoso Bill Grundy cuando este coqueteó con Siouxsie Sioux, la cantante de Siouxsie and the bansees, de pie aquel día en el plató tras los Sex Pistols, con el pelo corto y teñido de blanco y un ojo pintado como el protagonista de La naranja mecánica.
—Vamos, todavía te quedan cinco segundos para decirme algo más —le provocó a continuación el presentador, como si estuvieran en un pub.
—Sucio hijoputa —volvió a arremeter Jones, sin achantarse.
—Mañana les esperamos de nuevo —se apresuró entonces Grundy en despedir el programa, dirigiéndose a sus telespectadores; y luego, volviéndose hacia los Sex Pistols—: A ustedes no; a ustedes espero no volver a verlos nunca más.
La escena apenas dura dos o tres minutos, durante los cuales Malcolm Mclaren, el promotor de los Sex Pistols, aseguran, se encontraba “cagado de miedo” tras las cámaras, aunque probablemente en realidad lo que le asustara fuera que el clinclín de la caja registradora se escuchara también fuera de su cabeza. Los Sex Pistols habían llegado a aquella entrevista, en un programa de máxima audiencia, como segundo plato, tras un plantón inesperado de última hora de Queen (con quien precisamente empezamos esta serie de discos del verano, que hoy termina), pero tampoco se puede decir que el grupo deba su fama a esta casualidad, pues McLaren no daba puntada sin hilo y si los Sex Pistols no hubieran pegado la campanada ese día, él se las habría arreglado para buscarles otro escándalo. No deja de ser paradójico, por otra parte, que un movimiento contestatario y anticomercial como el punk deba tanto a una perfecta y estudiada maniobra de marketing, terreno en el que Mclaren, se movía perfectamente. Los Sex Pistols, en definitiva, fueron lanzados como si se tratara de una marca de ropa, de la ropa que Mclaren diseñaba y vendía en su tienda, que por cierto se llamaba SEX, con lo cual de rebote se hacía publicidad a sí mismo.
El caso es que tras la sonada entrevista alcohólica (con la que inauguraban un subgénero periodístico en el que caben destacar apariciones como las de El Cigala en El hormiguero, Tijuana in blue en Plastic o Fernando Arrabal en aquel programa de Sanchez Dragó), la banda londinense comenzó a vender su recién publicado Never mind the bollocks como rosquillas, además de prender la mecha a un reguero de pólvora que se extendería por todas las barriadas obreras de Inglaterra primero y después de toda Europa, para mantener su aura de ruido y furia todavía hoy, varias décadas después, en Latinoamérica.
Entre nosotros, la semilla del punk encontró un terreno perfectamente abonado (“El estiércol hace crecer más fuerte la cosecha”, como decía el anarquista vasco Marc Legasse) en una Euskal Herria, la de los 80, asolada por la heroína, el paro y la violencia política, y así, brotaron como bonguis en cada pueblo y ciudad decenas de grupos como Eskorbuto, RIP, Las Tampones, La Polla Records o Las Vulpess, a los cuales muchos escuchamos antes en realidad que a los propios Sex Pistols. Siguiendo la máxima del punk, “Hazlo tú mismo”, florecieron también los fanzines o las radios libres, como la Eguzki Irratia…
Y ahora es cuando toca hablar un poco de mí mismo, que es para lo que en el fondo, como ustedes ya habrán apreciado, he escrito esta sección: para la Eguzki irratia, precisamente, estuve maquinando durante algún tiempo la idea de poner en el aire mi propio programa radiofónico, que finalmente se vio reducido al nombre que ideé para él: “Siga a ese coche” (no tengo ni idea de por qué decidí llamarlo así, supongo que mi generación pertenecía a una segunda oleada del punk, a la que llegábamos ya algo aburridos de tacos y eructos en antena o canciones y fanzines con títulos como “Puta policía”, “Los testículos me cortaría por la calavera del rey”, o “Dolorosa leprosa”). La cuestión es que durante todo un verano estuve intentando grabar una cuña casera para ese programa que nunca llegué a emitir y la sintonía que elegí para la misma fue Anarchy in the UK, uno de los temas más conocidos de Never mind the bollocks, el único álbum de estudio de los Sex Pistols, y del cual acabé precisamente hasta los bollocks, dada mi impericia con una grabadora prehistórica que me obligaba a adelantar y atrasar la canción decenas de veces.
Mi intención, en aquel programa, era hablar no solo de música, sino también de lo que yo consideraba la equivalencia del punk en la literatura, es decir, de los libros de Bukowski (quien, por cierto, también concedió una memorable entrevista alcohólica en el programa Apostrophes de la televisión francesa), Celine, Raúl Núñez o, en general, la colección Contraseñas de Anagrama, en la que, volviendo a los Sex Pistols, Gerald Cole publicó Sid y Nancy, libro en el que narra la historia de amor, locura y muerte entre Sid Vicious, el famoso bajista de la banda, y Nancy Spungen, la fan estadounidense del grupo con la que se hizo adicto a la heroína y a la que acabaría asesinando en el famoso Hotel Chelsey de Nueva York (el mismo en que Janis Joplin y Leonard Cohen tuvieron sexo oral, Cohen por partida doble porque se ocupó de airearlo a los cuatro vientos después en su tema Chelsey Hotel).
Sid Vicious (es inevitable hablar de los Sex Pistols sin aludir a él), fan y personaje satélite del grupo, amigo de Jhonny Rotten, acabaría incorporándose al mismo tras las desavenencias entre Rotten y el bajista original, Glen Matlock (al cual expulsaron achacando que se lavaba los pies demasiado a menudo y que le gustaban los Beatles). Recientemente Viv Albertine, que formó parte del grupo de punk femenino The Slits ha publicado (también en Anagrama) un libro autobiográfico en el que rememora los años fundacionales del punk londinense, la ebullición previa a aquel seísmo que resquebrajó los hielos de los gintonics regios, y en el que podemos ver una estampa inocente y enternecedora de Sid Vicious, en la flor de su juventud, antes de que comenzara a sulfatarla con heroína. Como curiosidad Ropa música chicos, así se titula la crónica de Albertine, retrata aquel microcosmos primigenio del punk en el que, entre otros, pululaba una jovenzuela malagueña, batería de las Slits, llamada Paloma Romero, alias Palmolive, que por aquella época era además pareja de Joe Strummer, el icónico cantante de The Clash. Nada parecía vaticinar que muchos años después volveríamos a encontrarnos a Palmolive, de casualidad, en un programa de Callejeros viajeros, convertida en predicadora de una secta cristiana estadounidense.
Sid y Nancy, el libro de Gerald Cole, tuvo su adaptación cinematográfica homónima, en la que al bajista de los Pistols lo interpretó Gary Oldman y en la que aparece la famosa secuencia en la que Sid Vicious versiona en un teatro My way, de Sinatra, durante la cual, repentinamente, saca una pistola y comienza a disparar sobre las primeras filas, copadas por militares, aristócratas y ricachones, pura ficción (a pesar de que por aquella época algunos punks muy punks le daban credibilidad al episodio), una metáfora en definitiva de qué y a quién representaba el punk y contra quién arremetía: un movimiento nacido en los barrios obreros que ponía en cuestión una sociedad clasista, autoritaria, conservadora, y que como señalaría Greil Marcus en una de las biblias de este movimiento, el ensayo Rastros de carmín, no hacía sino continuar de una manera inconsciente un hilo invisible que recorre las diferentes corrientes y movimientos contraculturales y heterodoxos de la historia de la humanidad y que une a todos aquellos (anarquistas, milenaristas, dadaístas….) que en algún momento la liaron parda. Estamos, por lo demás, a la espera de nuevas sacudidas de ese hilo.
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