Serial de verano para magazine ON (diarios Grupo Noticias, 14/07/2018)
Un estadio entero cantando una canción rara
Mi recomendación es que, antes de seguir leyendo, ustedes tecleen ahora en Google “Bohemian Rhapsody+concierto Green Day” y vean el vídeo (aquí, en la edición digital, lo tienen ahí arriba). Serán unos seis o siete minutos, pero es más que probable que se les ponga la piel de su corazón rockero en carne de gallina. Hasta dentro de un rato.
Hola de nuevo. Queen —voy a hablar de ellos, claro, y, en particular de esa canción, Bohemian Rhapsody, que, si han visto el video, está claro que es un himno— fue tal vez el primer grupo de rock por el que sentí curiosidad.
Fue durante un verano, a principios de los ochenta, en el que operaron a mi madre de un desprendimiento de retina. Yo tendría por entonces doce o trece años y mientras ella estuvo ingresada mi hermano y yo nos quedamos en casa de una tía que habría sido un pequeño oasis en mitad de la canícula si en los oasis en lugar de cocos o dátiles uno pudiera encontrar bandejas llenas de croquetas. Ese es el recuerdo que tengo de mi tía: a ella preparando sobre la mesa de la cocina montañas de aquellas croquetas caseras tan ricas; o si no, cuando no lo hacía, recortando y cosiendo pequeños cocodrilos, que luego lucían los niños pijos en sus polos, a la altura del pecho, en el lugar del corazón.
Mi tía tenía dos hijos algo mayores que nosotros y fue en la habitación de uno de ellos, de uno de mis primos, donde escuché por primera vez Bohemian Rhapsody, mientras él pintaba un cartel de San Fermín (creo recordar que el dibujo era el reflejo de gente bailando en el bombardino de una charanga). La habitación de mi primo era a su vez un oasis dentro del oasis. De una manera inconsciente supongo que me atraía el aire más o menos artístico o bohemio que en ella se respiraba: mi primo dibujando sobre el tablero, mientras escuchaba o tarareaba las canciones de Queen, como si fueran estas las que guiaran los trazos de su lápiz.
Entre todas esas canciones Bohemian Rhapsody me llamaba especialmente la atención, primero, porque era una canción rara, en la que se alternaban el rock con lo que parecían fragmentos de ópera, o estribillos y coros en inglés con otros en los que reconocía algunas palabras en castellano: ¡Fandango! ¡Galileo, Galileo!; y segundo, porque mi primo anunciaba, de un modo tan arrebatado como litúrgico, la llegada de cada una de las partes que componían aquella rapsodia: “Ahora el piano”, “Ahora el punteo de Brian May”…, tan diferentes unas de otras y a la vez tan maravillosamente engarzadas.
Ese mismo año pedí para mi cumpleaños un disco de Queen. Me regalaron una cinta de casete titulada Greatest hits, en inglés, aunque debajo, por el contrario se añadía “Incluye el éxito Bajo presión”, en español, en referencia al tema Under pressure que el grupo compuso y grabó junto a David Bowie, a todo lo cual se sumaba, en aquel sindios marketiniano, una pequeña orla amarilla en la que se podía leer “¡Anunciado en televisión!”, lo cual sin duda convertía ya al disco, o al casete, mejor dicho, en total.
En aquella cinta había temas como We are the champions o We will rock you que han pasado de ser clásicos de Queen a convertirse en clásicos de los spikers de los partidos de baloncesto. Y por supuesto, estaba Bohemian Rhapsody, a la que durante años di mil vueltas con los botones FWD y REV del radiocaset o con un boli Bic, si la cosa se liaba.
Durante una temporada, además, convertí la canción en una especie de himno, que escuchaba a todo volumen minutos antes de salir a las batallas de los viernes y los sábados. Por entonces, me gustaba especialmente la parte en que tras el bel canto, tras los coros de ópera (que tardaron en grabarse tres semanas, con voces grabadas y superpuestas una y otra vez: ¡Mama mía, mama mía!… ¡For me, for meeeee!), irrumpen la batería y la guitarra y la canción se acelera, se electrifica, se vuelve energética, sin perder su épica. Sentía que aquella descarga me infundía fuerza y valor, me protegía en cierto modo ante los peligros de la noche y sus promesas. Y que a la vez, todo eso hacía cobrar sentido a la parte anterior de la rapsodia, más pausada, en la que me imaginaba al narrador con el alma en posición fetal, tratando de protegerse del mundo feroz que había tras las paredes del búnker de su habitación. De algún modo, me identificaba con esa voz, pues en realidad yo, como cualquier adolescente, todavía no era sino un niño muriendo, asesinado por una sobredosis de hormonas y de melancolía por la infancia arrebatada. En esa parte inicial de la canción, de hecho, hay unas frases desgarradoras en las que podemos oír: “Mamá, he matado a un hombre”.
Freddie Mercury, en realidad, nunca explicó el significado de la letra de Bohemian Rhapsody, una letra enrevesada y enigmática. E hizo bien, porque de ese modo cada cual podía interpretar su versión (incluso yo, que no sabía inglés). Lo que sí tuvo que explicar y defender el añorado cantante (del cual próximamente se estrenará un biopic que lleva por título precisamente Bohemian Rhapsody), fue la peculiar estructura del tema, que dura más de seis minutos y tiene seis partes distintas: introducción, balada, solo de guitarra, ópera, rock y coda, con cambios abruptos de tonalidad y estilo. En definitiva, un tema nada propicio para pincharlo en la radio; o eso creían los ejecutivos de la compañía discográfica, que como todos los ejecutivos en el lugar del corazón tenían un cocodrilo.
Afortunadamente, se equivocaron y Bohemian Rhapsody no solo acabó siendo un éxito, sino convirtiéndose en un himno (y ese es uno de los grandes méritos de la canción y de Freddie Mercury y Queen, un triunfo y una defensa del arte y la belleza por encima del mercantilismo y de las convenciones, algo que, por otra parte, resulta difícil de imaginar que pudiera suceder hoy en día); un himno que permanece y atraviesa décadas y generaciones, como demuestra el video que mencionábamos al inicio de estas líneas, en el que quien, a pesar de las recomendaciones, todavía no lo haya visto, podrá escuchar a sesenta mil personas entonando de manera espontánea Bohemian Rhapsody, durante los momentos previos a un concierto del grupo Green Day, cuando en el hilo musical que amenizaba la espera sonó la emblemática canción de Queen. Sesenta mil personas coreándola de pe a pa, con el corazón en la garganta.
Sucedió el verano pasado, en Londres. Bohemian Rhapsody se grabó en 1975, cuando la mayoría de los que estaban en ese concierto, e incluso algunos de los padres de quienes estaban en ese concierto, todavía ni siquiera habían nacido.
“La reacción de la gente de Iruñea después de la intervención policial les pilló de sorpresa”
Juan Retana, escritor
Coincidiendo con el cuarenta aniversario de los sanfermines de 1978 el escritor iruindarra narra en la novela 22 de septiembre, San Fermín los trágicos sucesos de aquel año, de los cuales fue testigo de primera mano.
Durante aquellos sanfermines, Juan Retana era un camarero novato, que se enfrentaba nervioso al caos sanferminero tras la barra de la cafetería Roma, a solo cien metros del Gobierno Civil; además, como Germán Rodríguez, el mozo que cayó abatido por las balas de la policía y cuyo crimen, cuarenta años después, todavía sigue impune, militaba en LKI. Testigo de primera mano, por tanto, de aquellos acontecimientos, en 22 de septiembre, San Fermín, publicada por Pamiela, Retana describe minuto a minuto aquellas fiestas arrebatadas a los pamploneses, los cuales se resarcirían en los sanfermines chiquitos de septiembre, que la ciudad todavía recuerda con emoción. Por las páginas de esta novela coral deambulan, entre otros muchos, personajes como los sociólogos Mario Gaviria y Henri Lefrebve, el propio Germán Rodríguez, o un trasunto del autor, quien años más tarde ganaría el Premio Villa de Bilbao con el polémico en su día relato Epitafio del desalmado Alcestes Pelayo, enviado a la hoguera por el primer edil de la villa. Desde entonces Retana ha recibido diferentes premios, como el Max Aub, el Kutxa Ciudad de San Sebastián de cuento o el Francisco Umbral de novela. Entre sus publicaciones recientes destacan obras como Gentes de otro lugar o Preguntádselo a Katherina Meier, cuentos del siglo corto (2012).
La novela se publica coincidiendo con el 40 aniversario de los sanfermines 78, ¿ha sido algo premeditado o una bonita casualidad?
Más casualidad que premeditación aunque en la recta final sí que decidimos hacer coincidir la presentación con el 40 aniversario. Yo he tardado mucho en escribir esta novela, que comencé a finales del 2011, y creo que esa tardanza se explica bien por las dos dedicatorias que ha tenido. Comencé dedicándose a “Zaiditu, que dentro de poco cambiará de nombre” cuando esperábamos en un proceso eterno la llegada de nuestro hijo y he acabado con una dedicatoria a mi padre, que murió hace tres años. La paternidad y la orfandad que me hicieron ralentizar la escritura permitiéndome, a cambio, presentarla en el marco del 40 aniversario.
¿La idea que sobrevuela todo el libro es que fue algo planeado que la fiesta acabara de ese modo trágico ?
No, o al menos no era esa mi intención. Sí es cierto que en la novela, que es coral, con muchos personajes y por lo tanto muchos puntos de vista, hay quien deduce en caliente que todo estaba planeado de antemano, pero yo no he querido hacer una novela de tesis porque tengo más dudas que certezas sobre lo ocurrido en los sanfermines del 78, aunque haya utilizado las certezas para hilvanar una trama que conduce a la intervención policial de día 8. La certeza de que la tensión político-social vivida en los meses anteriores a los sanfermines fue descomunal. La certeza de que los aparatos de estado y especialmente los represivos eran furibundamente franquistas y tenían un resquemor evidente con Navarra, que había pasado en pocos años de ser una provincia leal al alzamiento a ser una provincia traidora. La certeza de que el día ocho todas las medidas de protesta que hasta entonces habían organizado las peñas se habían desactivado. Y una intuición que es casi una certeza. Tanto si estaba planeado como si no, la reacción de la gente de Pamplona después de la intervención policial, y especialmente, desde que se conoció la muerte de Germán, les pilló de sorpresa. No estaban preparados para semejante insurrección que mantuvo un asedio al Gobierno Civil durante más de cuatro horas.
En la novela se distinguen dos partes, una primera en la que se hace una inmersión en las fiestas, y una segunda tras el momento en que estas se rompen. Respecto a la primera, en algún momento se habla de la intención de hacer una especies de Ulises sanferminero, aunque también es una parte que se acerca al costumbrismo. ¿Cómo abordó esa parte del libro?
Yo creo que hay tres partes. Una primera en que la tensión política le echa un pulso a la fiesta, la segunda en que la fiesta se impone y la tercera en que la fiesta se rompe. Supongo que te refieres a la segunda, que pretende ser un retrato de los sanfermines y no sólo de aquellos sanfermines. Es una parte que puede acercarse al costumbrismo pero que me resulta esencial, narrativamente hablando, porque me permite anestesiar al lector, sobre todo al que no conoce la historia, con el sopor de la fiesta y de las historias personales que se van trenzando, generando en torno a ellas pequeños suspenses, para que la ruptura del día ocho le desconcierte como nos desconcertó a nosotros. Lo del Ulises sanferminero es un guiño en boca de un personaje más que una intención, porque la estructura de la novela me vino a la cabeza en mi enésimo intento de acabar la novela de Joyce, tras leer un capítulo en que una docena de personajes secundarios se cruzan en el centro de Dublín hilvanado narrativamente lo cotidiano.
Para retratar los sanfermines resulta muy acertado ese protagonismo coral, en tercera persona, que sin embargo se rompe con el personaje del camarero bisoño, que narra en primera persona. ¿Por qué?
Porque soy yo. Yo estaba trabajando en la cafetería Roma, en Paulino Caballero, a cien metros del gobierno civil y a otros tantos de donde cayó Germán. Una zona que se convirtió en el frente de Gandesa, primera línea de fuego y que estuvo en litigio durante varias horas. Podía haber elegido mimetizarme en la tercera persona con otros personajes pero en un momento dado me di cuenta de que narrarme en primera persona me permitía dar pistas de lo que acabaría pasando, pensadas sobre todo para el lector que no conociera la historia, porque yo era el único personaje que podía saber el final, el camarero bisoño convertido en narrador omnisciente.
La segunda, o tercera parte parte corresponde al momento en que la fiesta se rompe ¿Cómo recuerda aquellos días?
Yo, en aquel tiempo, militaba en la LKI y fue de madrugada, al salir de la cafetería, que se había convertido en hospital de campaña, cuando me enteré de la muerte de Germán paseando por unas calles desoladas, con mi padre, que se había agenciado una máquina de fotos y el golpe fue descomunal. El domingo lo recuerdo por el dolor y el activismo. El lunes lo marcó el funeral, que resultó abrumador. Y el martes fue un día desconcertante, al menos hasta que nos llegó la noticia de la muerte de Joseba Barandiarán. De hecho yo por la mañana volví a incorporarme al Roma. Pero la bronca, la insurrección, la viví como espectador, eso sí, más en el escenario que en primera fila.
Otra de las ideas que se apuntan en el libro es el de la lucha entre dos legitimidades, la de la autoridad, la policía, y la de las peñas o la ciudad, que por unos días son dueñas de Iruñea. ¿Se podía entender como una idea, o una metáfora política que trasciende los propios sanfermines?
Desgraciadamente no. No creo que se pueda trasladar más allá de los sanfermines. La idea la apunta en la novela Henri Lefebvre y yo me aprovecho de ella, tanto para explicar una de las características de los sanfermines, su peculiar autogestión y dilución del concepto de autoridad, como para subrayar la apabullante presencia policial en el entorno de la plaza de toros en medio de un ambiente ya rabiosamente festivo que tanto le sorprende al sociólogo francés.
Para acabar, usted vive en Sabadell ya desde hace muchos años, ¿cómo ve los sanfermines ahora, si es que vuelve de vez en cuando a ellos?
Vuelvo muy a menudo y eso quizás me hace perder la perspectiva. En lo fundamental -la fiesta incansable que no da horas de tregua, que tiene reglas aunque no las tenga generando un caos organizado donde la creatividad anónima se generaliza- lo veo igual que hace cuarenta años. Aunque en los sanfermines lo accesorio acaba teniendo tal importancia que puede modificar lo fundamental sin que te enteres. En la novela, en la parte de pura fiesta, hay una larga descripción del encierro del día siete que en lo esencial podría servir para los encierros de hoy en día: toros y gente corriendo. Pero en lo accesorio, que acaba siendo fundamental porque es lo que me obliga a utilizar veinte páginas para describir tres minutos, es posible que no se reconozcan.
Los oigo hablar con sus hijos cuando volvemos de la escuela en un castellano de lengua de trapo, con su sintaxis de supervivencia y la lógica de los verbos irregulares mal conjugados, y me parece, en sus bocas y sus acentos, una lengua hermosa, perfecta, sobre todo cuando son sus hijos los que les contestan con soltura, en un español fluido, salpicado de jerga preadolescente y condicionales acertadamente mal usados.
Son senegaleses, búlgaros, marroquíes… Imagino el esfuerzo que debe suponer para ellos dirigirse a aquellos a quienes aman en una lengua que no dominan y percibo la generosidad que hay tras ese gesto. Intento imaginarme después a mí mismo en un país extraño, solo, sin trabajo, sin dinero, sin casa, con mi familia y mis amigos a miles de kilómetros, en un lugar del que desconozco por completo todas sus costumbres, todos sus códigos sociales y culturales…
Me resulta imposible.
Lo más parecido que viene a mi mente es un aeropuerto internacional, en el que se ha extraviado mi equipaje o he perdido un vuelo o hay algún malentendido con mi pasaporte, y todavía eso sigue estando a miles de kilómetros de distancia del lugar hasta el que ellos han llegado o del modo en que deben de sentirse.
Me gustaría seguirles, entrar en sus casas, verlos sentarse junto a sus hijos, con un diccionario entre las manos, para ayudarles a hacer los deberes, colocarse frente al televisor a mirar las noticias, repetir varias veces para sí mismos cada palabra cuyo significado acaban de descubrir, leer el correo y tratar de descifrar dos veces las facturas de la luz, escucharlos reír junto a los suyos de un modo distinto al que ríen en la calle, entre desconocidos que les miran mal si sus carcajadas son demasiado altas, observar cómo se acercan al ordenador y ponen música de su país, cómo cierran los ojos y ese gesto se convierte en un pasaje de avión, que por un momento los transporta al lugar donde nacieron…
Me pregunto cómo habrán llegado hasta nosotros, cuántos padecimientos y humillaciones habrán sufrido, cuánto habrán llorado en almohadas que nunca eran las suyas, en camas calientes, en pisos pateras, bajo cielos en los que las estrellas brillaban con promesas que nunca acababan de cumplirse… Trato de pensar en el vértigo que deben de sentir cuando el sello de turista expira y se convierten en clandestinos, o en el que provoca un océano carnívoro cuyo fondo está empedrado de miles de cadáveres sin nombre. Pero no puedo, también soy incapaz de imaginarlo, e imagino a la vez que serán sus hijos quienes lo hagan.
Serán ellos, los que no son de aquí ni de allí, los que son extranjeros en todas partes, en su país y en el país de sus padres, quienes lo cuenten, quienes lo escriban, quienes lo rapeen, quienes lo enseñen en las aulas, quienes expliquen su historia, que será también la nuestra, que ya es la nuestra, porque las ciudades que habitamos son solo ciudades, civilizaciones amontonadas, sustratos que se mezclan y compactan el suelo que pisamos, en el que solo estamos de paso y del cual somos solo la última capa de polvo.
Pienso en todo eso durante todos estos días en que hemos visto a niños enjaulados como animales, separados de sus padres, o a emigrantes trasladados en barcos de un puerto a otro como fardos. Y me gustaría creer que una buena forma de evitar que eso siga sucediendo, o que se solucione de otro modo más humano, es que cualquier persona fuera capaz de sentir esa empatía, de reconocer el esfuerzo, el valor, e incluso la admiración por aquellos que han dejado todo a sus espaldas, que se han jugado la vida, para hablar a sus hijos en nuestra lengua, para ser unos más entre nosotros, a pesar de todo.
Tras diez años de ska y rock, de carretera y parranda, de emoción y rebeldía, la banda navarra dice adiós en su mejor momento, tras publicar su aplaudido “Bother”. Dejan cinco discos y algunas canciones inolvidables como Begitara begira, Botella de ron o Udarako gau luzeak
Patxi Irurzun/ Publicado en magazine ON (suplemento semanal de diarios Grupo Noticias 29/06/2018)
Cuando hace unas semanas Vendetta hizo público el comunicado que anunciaba su despedida, la noticia sorprendió y entristeció a sus seguidores. Y a sus padres (o al revés, y a sus hijos). A lo largo de la década en que el grupo ha estado en activo su música ha puesto a bailar a diferentes generaciones: adolescentes, jóvenes, cuarentones que todavía se creen jóvenes… Buena parte de su éxito es el esqueleto ska de sus canciones que no han tenido miedo de rellenar con músculo rockero, aires mexicanos, incluso con el nervio electrónico que recorre todo su último disco. Eso, y la actitud de una banda que siempre ha funcionado como una cooperativa, como un grupo de amigos y con un objetivo claro: divertirse y hacérselo pasar bien a quienes escucharan sus canciones. Atrás dejan cientos de conciertos y cinco discos, con algunas temas inolvidables, como Botella de ron o Begitara begira. Los cinco miembros del grupo navarro (Javiero Etxeberria, Pello Reparaz, Luisillo Kalandraka, Ruben Antón y Enrikko Rubiños) han recorrido juntos un camino que, inevitablemente, como en la vida misma, toma al final del mismo otras direcciones, desemboca en otros caminos, lleva a otros territorios. Se separan en una decisión tomada en auzolan, como siempre ha funcionado la banda. Sobre todo ello, y sobre todo lo que han encontrado a lo largo de ese viaje (los duros inicios, las giras internacionales, algún que otro concierto que acabó siendo un puro infierno, los jirones de alma dejada en cada canción) charlamos con tres de los integrantes del grupo: Javiero, Pello y Luisillo.
La primera pregunta me imagino que ya se imaginarán cuál es…
Javiero: ¿Por qué nos llamamos Vendetta?
(Risas)
No, por qué deciden separarse, claro.
Pello: Es una decisión artística.
Luisillo: Y una evolución lógica dentro de una banda. Somos cinco personas que hemos ido muchos años por el mismo camino hasta que, simplemente, las vidas se separan y hemos decidido tomar caminos diferentes, sin ningún mal rollo ni mala intención.
Javiero: En realidad, aunque no lo parezca, la nuestra es una trayectoria muy larga, de diez años, que los hemos vivido a tope, sin parar, son diez años que parecen veinte.
Sí, porque echando la vista atrás el grupo nace en 2009…
Pello: De cara al público sí, ese año publicamos nuestro primer disco, pero nosotros en realidad empezamos a ensayar ya en 2007, luego ya hicimos algún bolo, salimos en un disco recopilatorio con otras bandas…
¿Tenían claro ya desde entonces que iba a ser un grupo de ska?
Luisillo: En principio sí, o al menos que esa iba a ser la columna vertebral, de la que partíamos con algunas canciones de Javiero, y que a ello se iba a sumar lo que cada cual aportara.
Javiero: En realidad veníamos de una situación bastante parecida a esta, casi todos llegábamos de Skalariak, después de otro ciclo de diez años con el grupo, y los que vivíamos en Iruña queríamos seguir por esa línea del ska…
Pero, aunque es cierto que la mayoría procedían de Skalariak y que la columna vertebral del grupo es el ska, Vendetta también ha sido un grupo muy heterogéneo, no solo musicalmente, también en cuanto a la edad, el idioma de las canciones…
Pello: A nivel de influencias, es cierto, somos gente de diferentes generaciones, que ha oído música diferente, que ha ido cambiando de gustos, evolucionando, que ha vivido cosas diferentes, y todo eso no ha hecho más que enriquecer a Vendetta a nivel artístico, cultural… Hemos querido y creo que hemos sabido darle homogeneidad a toda esa pluralidad que yo creo que además representa en cierto modo muy bien lo que hay en Navarra, y es algo de lo que estamos muy orgullosos.
Esa pluralidad de alguna manera también es la que ha conformado no solo al grupo sino además a su público, también muy variado ¿no?
Luisillo: Claro, porque por un lado estábamos Javiero y yo que llevábamos dando la brasa una porrada de años; luego estaban los que cuando empezamos estaban en la universidad y que arrastraban a público de ese ámbito y esa edad; y luego los quinceañeros, que son los que van a los conciertos (nosotros los cuarentones preferimos ya la butaca, la cervecita…).
Javiero: Hemos abarcado tres décadas.
Luisillo: También ha ayudado en eso que nosotros hagamos ska, una música para bailar, sin mucha distorsión, pero que a la vez tiene su punto rockero…
Vendetta es un grupo que, efectivamente, ha llegado a mucho público, ha tocado mucho, pero aquellos inicios supongo que habrían sido duros…
Luisillo: Sí, sobre todo viniendo de un grupo como Skalariak (de donde procedíamos cuatro de los cinco, todos menos Pello), que había tenido cierto éxito, con lo cual parecía que después de eso no había vida. Pero tocó picar piedra y creer en nuestra película. Partimos de cero, sin intentar tampoco hacer continuidad de la anterior banda. Y pasamos de tocar para dos mil personas a tocar para veinte. Pero en el fondo aquello también tenía su encanto, porque era como ir viendo cómo crecía la criatura. Si hubiéramos seguido como hasta entonces, tocando para tanta gente, no sé si hubiera tenido la misma gracia, o lo hubiésemos valorando tanto…
Pello: Todavía sigue pasándonos a veces, en realidad: cuando tenemos conciertos fuera, en el extranjero, en Suiza, Latinoamérica, o incluso por el estado, en el sur. Y eso, tocar ante poca gente, es un poco como volver a las raíces.
Luisillo: Y además es ahí donde se ve la reacción del público, en ese contacto más directo, cuando ves los ojos a quienes te están viendo y te das cuenta si se está emocionando o no… Mirarse a la cara es muy importante.
Pello: Son cosas diferentes. Cuando tocamos aquí, la gente se sabe las canciones, las canta, baila… Es una especie de fenómeno de masas, y antes de salir a tocar ya sabes que está todo el pescado vendido; y en esas otras ocasiones, tienes que salir a ganarte a pulso es ese público, se trata de algo más primitivo.
Luisillo: Yo recuerdo por ejemplo un concierto cuando empezamos, en 2008, en Erratzu, en el Zubi Punta, que nadie nos conocía, y se montó un pollo impresionante, y fue un momento importante para nosotros, que nos dio mucha confianza, porque que nos dimos cuenta de que lo que hacíamos merecía la pena. Igual sin aquel concierto en un bar Vendetta nunca habría sido lo que es ahora…
Cuando empezaron fue también importante que pronto salieran a tocar fuera, a rodarse en el extranjero…
Luisillo: Sí, porque teníamos contactos de la gente que habíamos ido conociendo con Skalariak, en Suiza, Alemania…
Pello: Por aquí tocamos antes en Galicia que en Gipuzkoa.
Luisillo: Ese fue el primer concierto en que nos pagaron, aunque luego nos gastamos el triple, en marisco y demás.
Otro de los momentos importantes para ustedes fue tocar en los campamentos saharauis de Argelia
Luisillo: Aquello fue una experiencia brutal, a nivel de banda y personal para cada uno de nosotros.
Pello: Una experiencia revolucionaria. Nosotros fuimos a aportar algo y al volver la sensación era de haber regresado con mucho más de lo que habíamos llevado. Y eso, volviendo a lo mismo de antes, es cuando te das cuenta, de esa forma más primitiva, de que es lo que realmente vale, de que hay unos valores y unas energías que aquí tenemos olvidadas…
Luisillo: Es la diferencia que decíamos antes de salir a tocar delante de dos mil personas, que, vale, sales todo emocionado, pero cuando estás cantando delante de una persona, tetrapléjico, con un carnet de identidad español, pero olvidado por todos, que no es marroquí, ni español ni nada, en un hospital con unas condiciones tan precarias… Eso no se puede comparar con nada.
En Latinoamérica, por su parte, tuvieron una gira algo accidentada…
Javiero: A América hemos ido dos veces, y tuvimos un incidente, que hoy parece o lo recordamos como algo anecdótico pero que en su momento no lo fue tanto, aunque también es cierto que podía haber pasado en cualquier lado, porque en todos los sitios hay gente de seguridad que provoca mucha inseguridad. Hubo un problema en Chile, con un portero, que no dejó entrar a un tipo, se montó una bronca, luego volvió el tipo con algunos colegas, con pipas… Desde allí fuimos a Argentina, y hubo de todo, desde tocar ante ocho mil personas con La Vela Puerca a hacerlo ante ciento cincuenta en una casa okupa, en la que parecía que se nos iba a caer el techo encima.
Pello: Es lo que decíamos antes. Nosotros somos obreros de la música, y hay días que te toca trabajar en una mansión y otros en casa de un colega, rompiéndole el baño.
Luisillo: Lo mejor de situaciones como esas es que a veces tienes que tomar decisiones en el momento sobre algo que no te habías ni imaginado que te podía pasar, entre cinco personas, y entonces toca mirarse a la cara y resolverlas entre todos.
Eso, tomar las decisiones en auzolan, es algo que siempre ha caracterizado al grupo, su manera de funcionar.
Luisillo: Sí, porque además de obreros somos cooperativistas.
Pello: Y esa ha sido siempre la esencia de Vendetta. Yo creo que esta decisión final de separarnos también tiene que ver con esto. Siempre hemos estado los cinco en el grupo, hemos funcionado de una forma muy compacta y esto lo hemos decidido también entre todos.
Y lo dejan además en un momento dulce…
Luisillo: Sí, hemos ido hacia arriba y ahora creo que estamos en lo mejor. Y eso, dejarlo precisamente ahora, es bonito, pero a la vez es igual lo más difícil, saber decir cuándo y cómo.
Pello: Ellos ya lo hicieron con Skalariak así y yo lo viví en aquel momento como un fan del grupo, y me pareció algo enorme, aunque igual no lo entendieras, y ahora lo estoy viviendo desde este lado y me parece algo maravilloso. En realidad, solo hay dos opciones: esta o la decadencia, y nosotros preferimos esta, dejarlo arriba.
En cuanto a lo puramente musical Vendetta ha sido un grupo de ska, pero al que, efectivamente, nunca le ha dado miedo innovar o experimentar.
Luisillo: El ska siempre ha sido el eje, la columnilla esa que sabemos que va a hacer bailar, y a ello le hemos ido sumando cada cual su aportación: Javiero es más rockero. Pello más electrónico, yo escribo de otra manera… Miedo no hemos tenido nunca. En los ensayos muchas veces hemos cogido canciones, las hemos probado en diferentes estilos, punk, mexicana, y elegíamos lo que más nos gustaba.
Javiero: Siempre hemos intentado hacer discos que no fueran aburridos, en el caso del último, Bother, incluso metimos la electrónica…
¿Cómo recibieron sus seguidores ese giro?
Luisillo: Teníamos cierto miedo, no sabíamos si quizás estábamos haciendo un txundi-txundi que no se iba a entender, aunque en mi opinión estaba bastante moderado, y la gente lo ha aceptado muy bien.
Pello: Sobre todo porque no hay txundi-txundi, en realidad, es decir, no hemos hecho un disco de música electrónica, sino que hemos cogido algunos sonidos electrónicos para darle un aura moderna a nuestro estilo.
Luisillo: Y para que eso englobara todo el disco, todas las canciones, algo que hasta ahora no habíamos hecho.
La música ha cambiado mucho desde hace algunos años: la forma en que se escucha, la venta de discos. ¿Ustedes cómo lo han vivido? Por ejemplo, tomaron la polémica decisión de poner en descarga libre sus trabajos…
Javiero: Yo creo que desde el año 2000 ha habido un vuelco. Ahora mismo, por ejemplo, el cedé físico ya está desaparecido. Ha habido muchos cambios, los sigue habiendo a cada momento y estás realmente un poco perdido en cuanto a lo que es la industria.
Luisillo: En nuestro caso, pusimos los discos en descarga porque, por ejemplo, es muy probable que las compañías discográficas no te editen en Chile, pero si tú con las redes sociales llegas a gente que no te puede escuchar, que no puede comprar tu disco… Eso no te genera dinero pero provoca mucha satisfacción, y también la de pasar por encima del dinero de la discográfica a la que no le interesa que a ti te escuchen allí.
Javiero: Se trata también de adaptarse. Ahora el tema es Youtube, Spotify, videos, reproducciones, redes sociales, los móviles… Igual en realidad lo que se está es volviendo a los orígenes, a los años cincuenta, cuando se publicaban singles.
Pello: Igual también es una tendencia hacia algo más natural, a hacer canciones.Aunque ahora hemos sacado este disco más conceptual, Vendetta nunca había tenido un concepto claro de disco. Todo está cambiando muy rápido. Nosotros tomamos la decisión de la descarga directa hace cuatro años y por aquel entonces tuvo mucha repercusión, pero hoy en día, en realidad, ya nadie se descarga el disco, se escuchan las canciones en Spotify, es decir, todo sigue cambiando y no sabemos a dónde va.
Luisillo: Lo que está claro es que ahora tienes la posibilidad de poner algo en el mundo, al alcance de todos, que antes no tenías, antes necesitabas a la discográfica, ahora puede ser incluso al revés, si tú cuelgas algo y a la gente le gusta, la discográfica vendrá a ti.
Javiero: Por lo demás, yo, como consumidor, sigo comprando vinilos, para mí esa es la prioridad.
Volviendo al principio y al comunicado de despedida, en él decían que, a pesar de ser un momento triste, siempre lo habían pasado bien en Vendetta. Esa ha sido siempre algo claro en el grupo
Lusillo: Sí, ser una pequeña familia y divertirnos. Es algo que igual nunca habíamos dicho mucho, pero es cierto, después de diez años nos seguimos subiendo al escenario y pasándonoslo bien.
Es algo que no se suele decir, es cierto, sobre todo ahora en que, en los concursos de talentos de la tele, etc. parece que se prima la idea de triunfar rápido. Es decir, los artistas que empiezan no quieren hacer una buena canción, o disfrutar con lo que hacen, sino tener mucho éxito cuanto antes…
Luisillo: La gente busca un trampolín que le lleve cuanto antes al final del camino, y se olvida de este, se está perdiendo todo ese recorrido, que es donde pasan las cosas, en realidad.
Pello: Es una tendencia en todas todos los ámbitos, y en lo musical más. Yo veo en mi entorno músicos que se encargan antes de diseñar sus redes sociales que de hacer canciones, y eso no tiene sentido.
Haciendo balance, echando la vista atrás en su camino, están satisfechos, creen que han dejado discos que merecen la pena
Javiero: La verdad es que sí. Aunque en realidad aún creo que todavía no somos conscientes. Con Skalariak, por ejemplo, donde hubo un poco de todo, ahora el recuerdo que tengo es muy bueno, y con Vendetta supongo que pasará lo mismo.
Pello: Sí, creo que ahora mismo no somos todavía conscientes de lo importante que ha sido para nosotros Vendetta.
¿Con qué momentos se quedarían?
Luisillo: Yo, sin duda, el que he contado antes, cuando cantamos para aquel hombre tetrapléjico en los campamentos saharauis. Todavía se me ponen los pelos de punta.
Pello: Hay muchos, pero para mí escribir una canción, tocársela a tus amigos, ver que se emocionan con ella y después comprobar al cabo del tiempo que esa canción se convierte en, por ejemplo, Begitara begira.
¿Cómo será la despedida del grupo?
Javiero: Vamos a acabar los conciertos que tenemos y después sí que queremos hacer algo bonito, un concierto final, pero todavía estamos pensando cómo, para hacerlo de la mejor manera posible. Pero sí, habrá un concierto de despedida (esta misma semana el grupo ha confirmado que su último concierto será el 28 de diciembre en Villava, aprovechando el escenario del festival Hatortxu Rock, que se celebra al día siguiente)
Para acabar, ahora sí. ¿Por qué le pusieron Vendetta al grupo? ¿Fue por el comic?
Javiero: Pues fue una cosa un poco precipitada: cuando empezamos a tocar nos pidieron una canción par un disco recopilatorio, de canciones de las peñas de Pamplona tocadas por bandas de rock, y tuvimos que decidirlo rápidamente, dijimos Vendetta por decir algo, y después ya cuando entramos a Google y vimos que estaba el comic, la película (hay hasta una orquesta con el mismo nombre, que llevan un logo muy parecido al nuestro, por cierto)… nos dimos cuenta de que había sido un poco cagada; o igual no, porque se quedó así, y ha durado hasta hoy. Y, la verdad, creo que no ha estado nada mal, todo esta historia de Vendetta.
Personal
Miembros: Pello Reparaz (trombón y voz), Javier «Hurakan» Etxeberria (guitarra y voz) Ruben Antón (trompeta y coros), Luisillo Kalandraka (bajo y voz), Enrikko Rubiños (batería y percusión)
Trayectoria. Vendetta se forma en 2007, de la mano de los veteranos Javiero Etxeberria y Luisillo Kalandraka, que formaron parte de grupos como Mala Fama o Burni, a los que se suman Ruben Anton y Enrikko, con quienes compartieron tablas en Skalariak, y Pello Reparaz. Tras participar en discos recopilatorios como “Jai bat 16 kolore” o “Aurtengo gorakada 10”, se estrenan en 2009 con su primer disco homónimo “Vendetta”, a los que seguirán “Puro infierno” (2011), “Fuimos, somos y seremos” (2012), “13 balas” (2014) y “Bother” (2016). Han ofrecido cientos de conciertos, algunos de ellos en Latinoamerica, Suiza o los campamentos saharauis. Continuarán tocando hasta final de año y prometen despedirse con un gran concierto. Algunos de los miembros del grupo ya están trabajando en nuevos proyectos, como “Los Hollister”, el grupo que Javiero Etxeberria ha formado junto a sus hermanos.
“Creo que sería incapaz de escribir una novela convencional”
F.L. Chivite. Escritor
El escritor navarro acaba de publicar Sebas Yerri. Retrato de un suicida, una novela que, en un sentido amplio, cierra una trilogía que completan sus anteriores obras, Insomnio (Premio Café Gijón 2006) y El invernadero. Con ella compone un puzle, un artefacto literario con piezas narrativas, recuerdos, apuntes literarios, que se convierte en un magnífico retrato generacional de aquellos que en la década de los 80 tenían 25 años, y en una atinada reflexión sobre nuestras maneras de vivir y morir.
Hace algunas semanas F.L.Chivite escribió en una de sus columnas: «Por supuesto, hay montones de libros malos. Pero si pillas uno bueno, ten cuidado. Es probable que no salgas indemne». Y el periodista Ivan Giménez, el autor de “El corralito foral”, replicó su cita en un tuit en el que añadía: “He leído Sebas Yerri. Y no he salido indemne”. Es un resumen perfecto para la última obra del escritor navarro, publicada por Pamiela, en la que su estilo fragmentario y el tono personal de su escritura, luminoso y desesperanzado a un tiempo, envuelven una lectura que aborda literariamente temas como el paso del tiempo, la identidad, o el suicidio.
Sebas Yerri lleva por subtítulo Retrato de un suicida. ¿Por qué decidió escribir sobre un tema del que no se habla mucho, aunque es más frecuente de lo que pensamos, y que además en su caso partió de una experiencia personal, el suicidio de dos conocidos?
Yo creo que efectivamente ha habido una especie de tabú a la hora de hablar del suicidio. Es un tema que siempre ha estado estigmatizado, que se ha hecho maldito en nuestra cultura occidental, tal vez por influencia de la religión. Pero creo que eso está empezando a cambiar, porque se empieza a hablar con más claridad, se están publicando bastantes libros; o quizás sucede que cuando tú empiezas a escribir un libro sobre un tema empiezas a ver otros libros relacionados con él. En mi caso, sí, fue a raíz del suicidio de dos personas cercanas, lo cual te hace plantearte la vida, mirar hacia atrás.
En ese sentido es una novela generacional, en la que, además del suicidio, también se habla de otras muertes de gente próxima, de la misma edad.
Efectivamente, porque a la vez que hay sobre una reflexión sobre por qué alguien relativamente joven, con quien tienes una relación íntima, decide quitarse la vida (ese es el planteamiento de la novela, el protagonista recibe la noticia de que un amigo al que no ve hace años acaba de suicidarse, y eso es lo que le provoca esa reflexión) está también otra reflexión paralela sobre los muertos de tu generación, gente cercana que ha ido muriendo, a lo largo de cualquier momento de esa vida, porque esa es una experiencia con la que empiezas a relacionarte muy tempranamente. En el caso de la gente de mi generación, además, hubo muchos factores por los que gente cercana fue cayendo ya desde muy joven: la droga, los accidentes de tráfico, suicidios… Y en los últimos años, el cáncer, que es brutal.
Estamos hablando de los años 80, que es la década en la que Sebas Yerri y el narrador (y usted mismo) tenían 25 años. ¿Mira hacia esa década porque efectivamente fueron años duros, porque todo era muy diferente a ahora, por nostalgia de la juventud…?
Creo que es un automatismo de la edad. Cuando llegas a la cincuentena te acuerdas de cuando tenías veinte años. Son rebrotes. Hace poco leí algo que decía que a los 35 te acuerdas de tu infancia, y que a partir de los cincuenta se vuelve la mirada sobre los 25, y eso es lo que me pasó a mí con esta novela, que tiene ya cinco o seis años: cuando cumplí 51 años, a la vez que tuve esa experiencia del suicidio de dos personas cercanas, que fue lo que me provocó para escribir esta novela, comencé a echar la mirada atrás. Esta novela, que efectivamente es generacional, tuvo sus propias claves, las claves de aquella época, como el aspecto político, que fue tan potente y parecía eclipsar todo lo demás. La política estaba muy presente en nuestras vidas, por una parte por una efervescencia de expectativas colectivas, la lucha por las libertades, las esperanzas y la necesidad de cambios, la ilusión en que las cosas podían comenzar a cambiar; y por otra parte, fueron años muy marcados por la kale borroka, el terrorismo, las cargas policiales… Esos dos factores ambientales tan potentes eclipsaban ese otro aspecto más personal que eran los sueños de una generación de jóvenes que acabábamos de salir de una educación franquista, muy estructurada, muy autoritaria, muy pobre, en los artístico y literario, casi hasta mezquina… De repente, empezamos a descubrir muchos escritores, grupos, directores de cine… Florecieron los videoclubs, las editoriales… Hasta entonces no solo no se había traducido nada, es que ni siquiera se había editado a Lorca o a Miguel Hernández. Y de repente empezamos a descubrir a autores de primera categoría, en editoriales como Anagrama, Seix Barral… y a filósofos como Marcuse, a Simone de Beauvoir, a Lacan. Es decir, nuestros veinte años sucedieron en una Pamplona pequeña, amurallada, conservadora, pero a la vez estaba esa esperanza y esa fuerza interior para sacar la cabeza de aquella mugre cultural en la que nos habían educado, y por eso yo recuerdo aquellos años, a pesar de todo, como una época luminosa.
La novela es una aproximación a la figura del protagonista Sebas Yerri por parte de un narrador que tiene el mismo peso o más que el propio Sebas Yerri. ¿Son dos caras de la misma manera?
En la novela hay un narrador que cuenta la vida de su amigo, pero cuenta hechos que vivieron en común, y está tratando a la vez de indagar en su psicología, tratando de conocer cómo funcionaba su cerebro, las cosas que emocionaban a Sebas Yerri. Pero a la vez que hace ese análisis, se está viendo a sí mismo en aquella época, y a veces las figuras de ambos se confunden, incluso el narrador roba protagonismo al protagonista. Es mi manera de narrar, siempre lo he hecho así en mis novelas.
También hay algo que se repite en su forma de narrar, y es que la novela es fragmentaria, un puzle ¿Eso le da más libertad a la hora de contar, de poder introducir reflexiones, recuerdos?
Podríamos llamarlo una novela Frankenstein, ahora que se usa tanto el término. Es un puzle, sí, hecho con piezas de diferentes características, narrativos, reflexivos, otros más poéticos. Son fragmentos muy pequeños, de hecho hay más fragmentos que páginas. Yo creo que sería incapaz de escribir una novela convencional, porque no puedo escribir durante mucho tiempo seguido, y una explicación que yo trato de darme a mí mismo es que se debe a mi trastorno de atención. Escribo textos cortos, porque en seguida me despisto, miro el ordenador, me pongo a vagabundear. No puedo estar mucho rato escribiendo, no lo he hecho nunca.
Sebas Yerri es un puzle, pero a la vez deja huecos, algo que en la propia novela usted apunta, la importancia de los silencios a la hora de narrar.
Los huecos es importante dejarlos porque el lector, inconscientemente, los rellena, hace una integración y muchas veces la información que omites el lector la hace suya, de tal modo que cada lector hace un libro distinto, porque ha llenado los huecos con su propia materia. Es algo a lo que podríamos llamar integración argumental.
Algunas de esas piezas son también reflexiones sobre la propia literatura
Sí, siempre no estamos cuestionando nuestra manera de escribir. Yo, lo que busco en la literatura, más que las palabras e incluso que la historia, es el tono, conseguir que sea verosímil. Esta no es una novela de subgénero, de aventuras, policiaca, histórica, es una novela sobre mí y sobre mi mundo, sobre la actualidad, como mucho se podría decir por tanto que es una novela contemporánea.
Hay también a lo largo del libro un pequeño catálogo de suicidios, la mayoría de ellos de escritores. ¿Hay mayor propensión entre ellos?
Yo creo que no. La tasa de suicidios en Europa, y según qué países, es muy elevada. En el libro hay ocho pequeños fragmentos, llamados “Maneras de morir” en los que se describe de manera escueta suicidios de escritores. Quizás quería, no estoy seguro, poner en evidencia los modos de morir, que no son tantos. Así como todos hemos pensado en algún momento que cada suicidio, lo que pasa en la cabeza de cada persona que decide suicidarse es distinto y complejo, a la hora de realizarlo, todos se parecen bastante, no hay muchas posibilidades, e incluso la actitud que los suicidas adoptan en ese último momento frente al mundo, cuando están completamente solos ante él y no hay necesidad de fingir o aparentar: todos, o al menos los que han dejado alguna nota, tienen un mismo tono de voz en lo que dicen, una voz adolorida, distanciada de la vida, algo que me llamaba la atención.
Para acabar, Sebas Yerri viene a cerrar una trilogía junto con sus novelas anteriores Insomnio y El invernadero. ¿Qué vendrá tras estas novelas?
Es una trilogía en sentido amplio, son novelas que se pueden leer por separado, historias diferentes, pero mantienen un tono o una estructura semejante, y comparten ese trasfondo de esta nueva estética del siglo XXI, iba a decir ética, pero creo que es casi más una antiética, la manera en cómo establecemos las relaciones en la actualidad. Eso puede ser el nexo de unión entre estos tres libros. Ahora creo que voy a cambiar ese tono. Pero no me atrevo a decir que tengo proyectos, yo no lo llamaría así, nunca he hecho proyectos literarios, como he dicho antes mi manera de escribir es discontinua, y he escrito lo menos que he podido, siempre he dejado la escritura por cualquier otra actividad más agradable y más real. Ante la posibilidad de ir a ver una peli o de potes, no lo dudo, pero como por otra parte hay tantos tiempos muertos y tengo además esta propensión natural a la escritura, casi me siento obligado a hacerlo, no sé cuándo acabará esto, pero de momento creo que voy a seguir haciéndolo.