En El tesoro de Lucio, publicado por Txalaparta,el dibujante iruindarra Belatz narra la vida del indomable anarquista navarro, que fue capaz de poner de rodillas a un gigante de la banca mundial, y de quien se nos muestran ahora en esta novela gráfica, editada también en euskara, catalán y gallego, detalles desconocidos de su vida cotidiana y familiar
Patxi Irurzun. Iruñea
Se meaba en los pantalones. Lucio Urtubia, el falsificador que estuvo a punto de hundir al City Bank, uno de los primeros desertores del ejército español durante el franquismo, el hombre que propuso a Ché Guevara infectar el torrente sanguíneo del capitalismo con dólares de pega, Lucio Urtubia, el legendario anarquista navarro, se meaba en los pantalones cada vez que “expropiaba” un banco , incapaz de contener la tensión y, sobre todo, el temor a herir o matar a alguien. Nos lo cuenta, nos lo dibuja, Mikel Santos, Belatz, en las primeras viñetas de El tesoro de Lucio, el cómic que narra la biografía del irreductible luchador cascantino, y que acaba de publicar Txalaparta. No es la primera vez que la vida y las hazañas de Lucio han sido llevadas al papel, o al cine documental, pero el formato del cómic exigía al autor una documentación más allá de la leyenda, que descendiera hasta los aspectos más cotidianos:
“Para escribir un libro tienes mucha libertad, pero para hacer una novela gráfica la imagen dice mucho e intentar conseguir acercarme a un retrato real de la vida de Lucio durante todas las etapas de su vida me obligó a entrar más en su intimidad y en su interior. Al final casi te conviertes en uno más de su familia”, nos cuenta Belatz, y añade: “Lucio estaba acostumbrado a las preguntas de siempre sobre los atracos y falsificaciones y no estaba preparado para otras que al fin y al cabo le desconcertaban pero a la vez le alegraban porque de alguna manera le parecían novedosas: cómo celebraron la muerte de Franco, cómo le dio la noticia su mujer que estaba embarazada, si alguna vez se dejó barba, qué radio escuchaba, dónde estaba cuando se enteró de la muerte del anarquista catalán Quico Sabaté (compañero de Urtubia en aquellas primeras expropiaciones), sus comidas preferidas…”.
Biógrafo oficial, de rebote
Belatz, el komikilari iruindarra, conoce tantos detalles sobre Lucio, con quien ha mantenido a lo largo de los dos intensos años que ha dedicado a dibujar su obra numerosos encuentros, viajes, comidas y conversaciones, que bromea a menudo con su editor Jon Jimenez sobre su nueva condición de biógrafo oficial. Sin embargo, El tesoro de Lucio llegó a sus manos de rebote. “Es el propio Lucio quien nos transmite en una feria de Durango que le gustaría ver su vida «en dibujicos», señala Jon Jimenez, desde Txalaparta. “Ese año habían hecho una obra de teatro con su vida en Italia, estaba el documental… pero faltaba un cómic. Preguntamos a Martintxo Alzueta, pero estaba y está inmerso en el tercer tomo de la historia ilustrada que está haciendo junto a Joseba Asiron. Así que nos derivó a Belatz”, dice Jimenez.
“No lo dudé ni un momento. Belatz era el indicado”, comenta el propio Alzueta. Los dos dibujantes navarros se conocen desde hace años, han compartido exposiciones y no es la primera vez que se recomiendan cuando no tienen cuatro manos para sacar adelante su trabajo. “A juzgar por el resultado… ha sido un acierto total”, dice Alzueta.
Edición en cuatro idiomas
Efectivamente, El tesoro de Lucio ha tenido una acogida espectacular. Txalaparta lo ha editado simultáneamente en cuatro idiomas, castellano, gallego, catalán y euskara. “En euskara (bajo el título Gerezi garaia) nos hacía especial ilusión, porque tras publicar tres libros suyos en castellano, teníamos una deuda con el país. A Lucio, creo, también le hacía especial ilusión”, señala el editor Jon Jimenez.
La propia biografía de Urtubia, que resume en sí misma buena parte del siglo XX, ha ayudado, sin duda, al éxito del cómic, pero desde luego gran parte del mismo se debe al oficio de Belatz, que además de la excelencia en las viñetas se ha desenvuelto con soltura en el ritmo y la estructura narrativa, firmando la que sin duda es su obra más importante hasta el momento (a pesar de que anteriormente había publicado cómics como 90 minutos en el Reyno, para Fundación Osasuna, o había ilustrado el libro Nightmare before Christmas de Tim Burton). Una obra que, sin duda marcará profundamente la trayectoria artística y vital del dibujante pamplonés, pues Lucio, dicen quien lo conocen, deja huella. De hecho, uno de los momentos más emotivos para Belatz fue el día que le mostró en París su trabajo: “Fue muy emocionante ver cómo en determinados pasajes de la novela Lucio derramó más de alguna lagrimilla, sobre todo en la parte que narra su infancia”.
Lo imposible no existe
A Lucio, sin duda, le emocionará también saber que, precisamente, uno de los mayores logros del trabajo de Belatz es su capacidad para transmitir su legado anarquista a los más jovenes. “Es el puto amo”, dijo La Chula Potra durante la presentación del comic en Iruñea que dijo su hijo, de doce años, tras leer El tesoro de Lucio. Y la rapera iruindarra, que ha confesado en más de una ocasión estar enamorada del anarquista navarro, señaló también que El tesoro de Lucio refleja perfectamente a Urtubia, su forma de hablar, sus gestos, su personalidad magnética… Por todo ello, probablemente Belatz haya sido quien mejor haya retratado, o al menos con más dimensiones, a Lucio hasta el momento. Porque en su cómic está la leyenda y el albañil, el legendario anarquista y el hombre que se mea en los pantalones. Y está por supuesto su tesoro: “En el libro no solo ha quedado meridianamente clara la filosofía de Lucio sino que además deja una especie de legado, de mensaje, a modo de tesoro para que los lectores tomen conciencia de muchas cosas y sean personas más críticas a la hora de actuar en nuestro día a día. Puede parecer difícil o hasta imposible. Pero como Lucio no se cansa de repetir, lo imposible no existe”, concluye Belatz; o como el propio Lucio Urtubia escribe en el epílogo que cierra el cómic: “No hay nada imposible, todo está por hacer (…) Podéis hacer bien fabricando los documentos administrativos y dándoselos a los que no los tienen, para que puedan vivir y trabajar. Podéis hacer hasta dinero, como lo hacíamos nosotros -si ellos hacen dinero ¿por qué no hacerlo nosotros-. Eso nos es ningún crimen, eso es un placer”.
Publicado en la colaboración quincenal Rubio de bote para magazine ON (diarios grupo Noticias), 28/07/2018
—Dos dóberman negros —dijo El Txino.
Estaban en la piscina del pueblo, sobre las toallas, remoloneando con la indolencia adolescente de animales salvajes en reposo. Enfrente de El Txino, June permanecía tumbada boca abajo y la curva de su espalda era un valle repleto de promesas. Junto a ella, Unai, también tumbado boca abajo, traducía aquella metáfora de una manera más mundana: con una erección que llegaba hasta Nueva Zelanda.
—Y ya sabéis lo que dicen de los dóberman —continuó El Txino, el único muchacho del pueblo.
Pero nadie había escuchado aquella leyenda urbana (a pesar de que el resto de la cuadrilla eran veraneantes venidos de diferentes ciudades), de modo que se hizo un silencio expectante.
—Que se vuelven locos. Que el cerebro no para de crecerles nunca y acaba estrujado contra los huesos del cráneo —explicó El Txino.
Todos pudieron ver entonces a los dos dóberman negros correteando por el mismo lugar en el que se encontraban, buscando y destrozando a los bañistas, arrancando de cuajo sus extremidades, comiéndose sus deditos como si fueran fingers de pollo con ketchup…
—¿Y entonces cómo vamos a entrar por la noche a la piscina, si dejan sueltas a esas fieras asesinas, listo? —preguntó Diego, un chico de la capital, que se parecía a Javi, el de Verano Azul.
—Yo sé cómo. Ya lo he hecho otras veces. ¿Quién se apunta? —dijo El Txino.
La espalda de June se contrajo en un respingo, como un acordeón que emitía una tonadilla alegre y audaz.
—¡Yo voy! —dijo.
—Yo paso —contestó desganado Diego.
Hubo otro silencio, en el que cada cual calibró los riesgos, las alianzas que le convenían.
—¿Nadie más? —preguntó El Txino, quien en realidad había organizado todo aquello para impresionar a otra de las chicas del grupo, la cual no parecía muy interesada en la aventura.
—Yo también voy —dijo finalmente Unai, a quien, por el contrario, dos o tres dedos amputados a cambio de un trocito del corazón de June le parecía un buen trato.
Quedaron a medianoche junto a la tapia de la piscina. Hacía una noche estupenda, templada, perfecta para bañarse a la luz de las estrellas.
—Por aquí —comenzó a trepar El Txino la tapia por un tramo en el que en la parte superior no había esquirlas de botellas rotas.
Unai desde abajo le observaba nervioso, preguntándose dónde ocultaba los chuletones con cloroformo. El Txino les ayudó a subir, primero a June y después a él. Desde lo alto del muro, vieron resplandecer a la luz tenue de una farola el agua de la piscina, estremecida por una leve y agradable brisa.
—¿Dónde están esos dóberman locos? —preguntó June.
El Txino sonrió.
—En la cabeza de Diego y todos esos caguetas —contestó.
Después saltó al otro lado, corrió hacia la piscina, se quitó el bañador al borde de la misma y se zambulló desnudo en el agua.
—¡Venid, está cojonuda! —gritó.
June y Unai bajaron también a la hierba y se acercaron a la piscina, avergonzados, sin mirarse. June saltó primero, con el bikini puesto. Después lo hizo Unai. El agua estaba buenísima. Las estrellas sobre sus cabezas parecía que pudieran cogerse con las manos. De repente, se activaron los aspersores y algunos de los chorros salpicaron sus cabezas. Se rieron. Aquello era un pequeño paraíso. Su pequeño y secreto paraíso. Al cabo de unos minutos, June se colocó junto a Unai y apoyó uno de sus brazos en el hombro del muchacho, para mantener el equilibrio, mientras con la mano contraria comenzaba a quitarse la parte inferior del bikini.
—La noche es para los valientes —pensó entonces Unai.
Y rodeó con su brazo la espalda repleta de promesas de June.
Serial de verano para magazine ON (diarios Grupo Noticias, 28/07/2018)
LA ENTRADA DE CINE MÁS CARA DE LA HISTORIA
Aquel verano nos lo pasamos viendo una y otra vez La vida de Brian, la película de los Monty Python. Y cuando no estábamos viéndola estábamos repitiendo sus diálogos: “¡Yo soy Brian, y mi mujer también!”. “¿Crucifixión?”. “Bienaventurados los queseros”. ¿Qué han hecho los romanos por nosotros? (y aquí, en lugar de los romanos a veces decíamos “¿Qué han hecho los españoles por nosotros?”, y respondíamos, “Bueno, tienen a Leño”. “Y la paella”. “Y a Faemino y Cansado. “Bueno y aparte de Faemino y Cansado, la paella y Leño, ¿qué han hecho los españoles por nosotros?”. Bueno, la siesta tampoco está mal”… Y así entrábamos en bucle durante horas.).
Solíamos alquilar la película en algún videoclub y verla en la casa de un amigo cuyos padres pasaban el verano en Salou. Jugábamos a centuriones romanos e intentábamos contener la risa cuando llegaba la escena de Pijus Magníficus y Poncio Pilatos. Pero siempre perdíamos, aunque la hubiéramos visto mil veces. Después, con los ojos todavía arrasados por las lágrimas, íbamos a los bares y entonces el juego consistía en ver quién reconocía antes el disco que pinchaba el camarero. Había bares con estanterías repletas de discos detrás de la barra y un camarero que no tuviera buen gusto musical podía ser una ruina para ellos.
Estoy hablando de mediados de los 90. Poco después llegó Internet. El sonido del modem parecía que te conectaba con el espacio exterior, y en cierto modo así era (otras veces, por el contrario, si había alguien hablando por teléfono, su voz familiar se colaba a través del aparato: “¡Apaga ya ese trasto, joder!”).
El caso es que gracias a Internet supimos que Eric Idle, uno de los Monty Python, había rodado un falso documental en el que parodiaba a los Beatles. Se titulaba The Rutles: All you need is cash. En The Rutles (que, por cierto, se puede ver subtitulado en la red), descacharrante trasunto del grupo de Liverpool, hay cameos, entre otros, de Mick Jagger, John Belusi y hasta de uno de los auténticos Beatles, George Harrison, a la sazón fan incondicional de los Monty Python.
Fue, de hecho, George Harrison quien produjo La vida de Brian, después de que la compañía EMI se negara a hacerlo por sacrílega y obscena. Para ello Harrison hipotecó su casa y su estudio de grabación, motivo por el cual Eric Idle pronunciaría la célebre frase: “Ha sido la entrada de cine más cara de la historia”.
La vida de Brian (1979), por lo demás, venía a reproducir el mismo esquema que The Rutles (1978), pues si la primera era una parodia de la vida de Jesucristo en la segunda lo que se ponía en solfa eran las andanzas de los Beatles, que, como ellos mismos dijeron, eran más famosos que Jesucristo. A lo largo de The Rutles: All you need is cash, suenan varias canciones con un eco, o un retintín nada disimuladamente beatle, que compuso el músico británico Neil Innes, y que conformarían el disco con el título homónimo que el grupo de ficción publicaría realmente e incluso llegaría a interpretar en una gira (posteriormente, en 1996 aparecería otro disco, Archaelogy, en clara referencia al Anthology de los Beatles, y la película también tendría una secuela en 2002: The Rutles 2: Can’t buy me lunch).
The Rutles fueron, por tanto, una de las bandas ficticias pioneras de la historia del rock, y del cine, pues en la mayoría de las ocasiones su existencia ha estado ligada al séptimo arte. Estamos hablando de grupos como The Wonders, cuya historia ficcionó Tom Hanks en la película de mismo título (el auge y caída de una banda de un solo éxito); o de The Soggy Bottom Boys, es decir, Los chicos de los traseros mojados, el grupo de bluegrass que aparecía en el film de los hermanos CohenO brother!, interpretada por Georges Clooney («En la película verás a Georges Clooney pero oirás mi voz cantando», le dijo el cantante original a su mujer, y ella contestó «Eso es lo que siempre había deseado»); hablamos de los Solfamidas o de Sadgasm, que aparecen en algunos capítulos de Los Simpson (los primeros son un cuarteto vocal formado por Homer Simpson, Apu, el director de la escuela Skinner y el jefe de policía Wiggum; los segundos, una parodia de un grupo grunge con Homer de nuevo a la cabeza —esta vez con pelo— convertido en un remedo de Kurt Cobain; no son, por cierto, los únicos dibujos que tienen su propio grupo de rock, en una historieta de Superlópez aparece Cachabolik Blues Rock, un grupo al que el superhéroe carpetovetónico deberá hacer frente, pues sus miembros han sido poseídos por las partituras diabólicas de unas canciones cuyas letras recuerdan vagamente a algunas de Barón Rojo); y estamos hablando también, por supuesto, de Spinal Tap, la banda ficticia de culto, que nació de otro falso documental, en el que se recreaba la vida de un chusco conjunto de heavy metal y que como The Rutles también llegaron a grabar e interpretar sus propios discos (aunque en el caso de estos, además de los discos reales, contaban con una larga discografía de más de treinta discos fantasmas; Spinal Tap, por cierto, también aparece en varios capítulos de Los Simpson, pues Bart es fan del grupo, e incluso es en esta serie de dibujos animados donde estos heavys de pacotilla desaparecen, tras un accidente de tráfico, lo cual desde luego, no es un mal final para una banda fantasma —no lo del accidente en sí, sino que un grupo ficticio que nace en un documental falso acabe sus días muriendo en una serie animada de televisión—).
Barriendo un poco más para casa, Fermin Muguruza ejerció de demiurgo creando Zuloak, un grupo de rock femenino cuyas peripecias se recogían en un mockmuntary, como se llama en inglés a los falsos documentales, y que posteriormente también alzaría el vuelo en la realidad y grabaría sus propias canciones, además de tocar varios conciertos en directo. Algo que de momento no han hecho Las Tampones (su tema más conocido es Estamos contra las reglas), el grupo punk ochentero en el que supuestamente militó la escritora Miren Lacalle, autora de la novelita Ultrachef en la que, hablando de parodias, se ridiculizan los concursos televisivos de cocina. Por último, tenemos a Ángel Casto y los honestos, el grupo de rock ultracristiano que teloneó a El Drogas y su banda durante una de sus giras, interpretando hits como Anduriña oYo pensaba que el hombre era grande. La banda, por cierto, en una entrevista concedida al periodista Amado Rey, de la revista de rock salvadoreña “Rock y cilicios eléctricos”, declaró que uno de los motivos por los que se habían disuelto se debía al proyecto en solitario de dos de sus miembros, el bajista Hugo Telé y el guitarrista Eneko Jete, que deseaban preparar una ópera rock basada, precisamente, en La vida de Brian y que a la vez sirviera como desagravio a la misma, que tacharon de blasfema y antirromana. Su nueva banda llevará por nombre Continencia Suma, añadieron.
Serial de verano para magazine ON (diarios Grupo Noticias, 21/07/2018)
«TENÍAMOS DIECISÉIS AÑOS»
El primer cantante de Eskorbuto era tartamudo. Eso sí que era actitud punk. O como ellos mismos cantaban: “Eso nos demuestra que somos antitodo”. Eskorbuto. Un grupo con demasiados enemigos. Había que estar con ellos o contra ellos.
Hoy resulta mucho más fácil ser eskorbutiano. Repetir sus máximas. Ponerse sus camisetas. Ponerles sus camisetas a tus hijos pequeños. Pero cuando el grupo estaba en activo, declararte seguidor suyo suponía tener que defenderlos constantemente. Defender a veces lo indefendible. Con uñas y dientes. Como si estuvieras enterrado vivo. Arañando las tapas de todos los ataúdes.
Con Eskizofrenia (1985) nos hicimos definitivamente punkis. La batería electrónica que sonaba como una taquicardia en aquel primer disco de la banda de Santurtzi nos hizo hervir la sangre y tratamos de calmarla aplicándonos hielos en las orejas, que agujereamos con imperdibles. Teníamos dieciséis años. Fue nuestro primer verano en libertad. Durmiendo en las playas, o en las bocas de ventilación de los parkings, cuando hacía frío. Poco después, Josema se compró su primera furgoneta. Mi casete de Ya no quedan más cojones. Eskorbuto a las elecciones (1986) se derritió en su salpicadero, un día en que el sol se hizo navajero. El fanzine que la acompañaba se lo presté a una chica que me gustaba. Nunca volví a saber de ella. Ni del fanzine. Hoy esa maqueta cuesta trescientos euros.
Escuché las canciones de Eskorbuto millones de veces, pero solo los vi tocar en dos ocasiones. Una fue durante unos sanfermines. El ayuntamiento organizó un concierto y las barracas políticas otro alternativo, con el escenario al lado, a la misma hora. Por llevar la contraria, más que nada, pues los grupos de uno y otro eran perfectamente intercambiables. De hecho, alguno de ellos tocó en los dos conciertos. No sé si fue Eskorbuto, pero pudo haberlo sido perfectamente. Les pegaba.
La segunda vez que vi tocar a Eskorbuto no recuerdo dónde fue. Creo que en el frontón de algún pueblo de Gipuzkoa. Fuimos en la furgoneta de Josema. Con nosotros vino el hermano de un amigo, algo mayor que nosotros, que acababa de salir de Proyecto Hombre, y el primo de otro, algo menor, al que la policía le había disparado meses atrás un bote de humo en la cara.
Antes de entrar al concierto nos bebimos mil cervezas y en cada una de aquellas rondas el hermano de nuestro amigo pedía siempre un vaso de leche. Era su bandera blanca, pero, a pesar de todo, los yonkis y los camellos no le daban tregua, no dejaban de acercarse y hablarle al oído. Durante el concierto, al primo del otro amigo, aquel al que le habían disparado un bote de humo en la cara, comenzó a dolerle la cabeza y tuvimos que sacarlo fuera del frontón. Mientras lo hacíamos Eskorbuto cantaba Mucha policía, poca diversión.
Después —después del Antitodo (1986) y del directo Impuesto revolucionario (1986)—, Eskorbuto sacó aquel disco raro, Los demenciales chicos acelerados (1987). A muchos no les gustó. Era un disco ciertamente raro. Fallido. A mí, sin embargo, es el trabajo que más me gusta del grupo, precisamente porque en él se apunta todo lo que Eskorbuto pudo haber llegado a ser, si no hubieran vivido tan deprisa, con un caballo coceándoles las venas del corazón, y un talento vendido al mejor postor, en trapicheos en los que siempre salieron perdiendo, en los que solo ganaron algún pico.
La idea de Jualma Suarez y Iosu Expósito era grabar una ópera punk, su propia Quadrophenia, a imitación de sus admirados The Who. Escribieron incluso un guión, prolijo en detalles y descripciones con ínfulas literarias, que llegó a emitir Roge Blasco por capítulos en uno de sus programas de Radio Euskadi, narrado por los propios miembros del grupo, incluido el batería Pako Galán, el tercer Eskorbuto, siempre a la sombra de Iosu y Jualma (algunos de esos capítulos se pueden encontrar buceando en internet, el resto se han perdido).
En dicho guión se cuenta la historia de dos socios capitalistas, uno de los cuales asesina al otro (“No es fácil ser pobre y con familia/ combatiendo diariamente por sobrevivir/ No es fácil ser rico y asociado/combatiendo diariamente por no ser pobre”, cantaban en uno de los temas). Tras hacerse con toda la fortuna de su socio y convertirse en uno de los hombres más acaudalados del mundo, este empresario sueña con dominarlo, con dominar el planeta, y para ello crea su propio ejército personal, al frente del cual coloca a los demenciales chicos acelerados, Pij, Ortan y Ángel, los tres huérfanos más hijoputas reclutados en los reformatorios más duros.
La idea era, pues, ambiciosa, pero entre las virtudes de Eskorbuto no estaba la paciencia, o, mejor dicho, tenían otro tipo de urgencias, y finalmente la ópera, o la zarzuela punk, como también la llamó Iosu en alguna entrevista, se grabó de manera precipitada, con las canciones desordenadas, para ajustar el minutaje, convirtiéndolo en un disco carente de sentido argumental, sin ningún tipo de hilo narrativo. Es más, algunos detalles del mismo, como la portada y contraportada en la que aparecían fotos de dirigentes nazis o Hitler, o canciones cuyos mensajes misóginos o totalitarios debían atribuirse a algunos de los personajes, quedaron peligrosamente descontextualizados (aunque con otras, como Las multitudes son un estorbo, resulta fácil estar de acuerdo cuando uno va a un centro comercial, por ejemplo).
Los demenciales chicos acelerados, más allá de lo que pudo haber sido y no fue, se convierte así en una extraña colección de canciones, en la que sin embargo hay varios hallazgos valiosos, flores en la basura, giros inesperados… Musicalmente, Eskorbuto introduce teclados y sorprendentes medios tiempos, en canciones como La canción del miedo, Paz, primero la guerra, Asesinar la paz… Y junto a ellas algunos de sus primeras y nerviosas canciones, clásicos ya del punk comoEnterrado vivo o Más allá del cementerio (más allá del cementerio, por encima de la tapia del mismo, era por donde Iosu Expósito enviaba los balones, cuando de chaval jugaba al fútbol con muy buenas maneras, según cuentan; de hecho Unai Expósito, el exfutbolista del Athletic de Bilbao, es sobrino del músico; y, ya que hemos abierto paréntesis y sección de cotilleos, ¡hola corazones!, Urko Igartiburu, hermano de la famosísima presentadora Anne Igartiburu tocó durante algún tiempo en Eskorbuto, tras la muerte, con apenas unos días de distancia, de Iosu y Jualma, cuando Pako, el batería del grupo intentó mantener en activo la banda; por si eso fuera poco Urko Igartiburu es pareja de Mamen Rodrigo, guitarra y voz de Las Vulpess; es decir, ¡Anne Igartiburu es cuñada de una de Las Vulpess!; cerramos paréntesis y con él esta minisección del ¡Hola! punk).
Volviendo al disco que nos ocupa, tras publicarlo con la compañía Discos Suicidas, el grupo robó el master de Los demenciales chicos acelerados y se lo vendió a otra compañía, Twins, que se limitó a comercializarlo con una portada distinta y el mismo orden desordenado de las canciones (el grupo podía al menos, haberle cambiado el título y llamarlo, no sé, Coge el dinero y corre). Todo, en definitiva, muy eskorbutiano.
Arrogantes, bocazas, contradictorios, insobornables y a la vez capaces de cualquier cosa por dinero, odiados y admirados a partes iguales por los grupos con los que compartieron escenarios, a los que de vez en cuando intentaban robar una guitarra o un amplificador, Eskorbuto fueron la mejor banda del mundo, aunque tocaran peor que nadie y disolvieran su talento en chutonas contaminadas con heroína y agua sucia de la ría. Sus vidas son el retrato generacional más crudo de unos años violentos, turbios y desesperanzados, pero no tanto como para no intentar hacerles frente con un puñado de canciones honestas que seguirán escuchándose durante toda la eternidad mientras no haya futuro; que resonarán incluso en nuestros cerebros destruidos cuando llegue el exterminio de la raza del mono.
Publicado en magazine ON (Diarios Grupo Noticias 14/07/2018)
—¡Hala, ahora a leer tebeos!
Eso es lo que dijo, con cierto recelo, una señora cuando al club de lectura llevé por primera vez un cómic. Luego resultó que el tebeo era Maus, de Art Spiegelman, y la señora se hizo fan incondicional del noveno arte, al que además ahora también podemos llamar novela gráfica para que los adultos no nos sintamos culpables por leer tebeos.
Yo también llegué al cómic tarde, sin otro recorrido detrás que Mortadelo y Filemón o Maki Navaja. Fue como vivir una segunda adolescencia. Como cuando entraba al viejo cuarto de los ficheros de la biblioteca e iba recorriendo por orden alfabético los autores, hasta que, en la B, me detuve en Bukowski y después Bukowski me llevó a Fante y Fante a Dalton Trumbo y así.
Con los cómics volví a sentirme de ese modo, muchos años después: un explorador, entre las baldas de la biblioteca: Joann Sfar, Paco Roca, Marjane Satrapi, Patxi Gallego, Alison Bechdel, Guy Delisle… Todavía me queda mucho camino por recorrer pero con la humildad del recién llegado, del diletante, del rubio de bote, me gustaría recomendar desde esta página tres cómics para este verano.
El primero es El tesoro de Lucio, de Belatz. Publicado por Txalaparta, esta estupenda novela gráfica es una biografía del irreductible anarquista navarro —tal vez el último anarquista vivo— Lucio Urtubia. La leyenda de Lucio es conocida (estuvo, entre otras peripecias, a punto de hundir, falsificando cheques de viaje, al poderosísimo City Bank), pero quizás en este cómic Belatz ha sabido retratar como nadie la personalidad del cascantino, o al menos eso dicen quienes conocen a Lucio, y ha conseguido, sobre todo, transmitir su mensaje, el legado, el verdadero tesoro de Lucio, e inspirar nuevos brotes (“Lucio es el puto amo”, dice La Chula Potra que dijo su hijo de doce años tras leer el cómic). Puede, en fin, que gracias a este cómic, Lucio no sea el último anarquista vivo sino el primero de los que vengan detrás.
El segundo cómic es Los puentes de Moscú, publicado por Astiberri, en el que Alfonso Zapico dibuja la entrevista a Fermín Muguruza que le hizo Eduardo Madina (el joven socialista vasco a quien una bomba de ETA arrancó de cuajo una de sus largas piernas de voleibolista) para la revista Jot Down, y que acabaría convirtiéndose en un emocionante y generoso encuentro, en una ejemplar muestra de empatía entre distintos, que en el fondo, se parecen mucho más de lo que creían. En la entrevista de Jot Down, que yo leí en su día boquiabierto, desconociendo que Zapico estuvo presente y después la glosaría en una novela gráfica, se revelan algunas anécdotas como que el técnico de sonido de Kortatu y Negu Gorriak era hermano de Yoyes, o el hijo del general Galindo fan de esos grupos. Un país pequeño, el nuestro, en el que estar tan próximos solo ha servido para herirse con más saña, en lugar de para hablarnos sin levantar la voz. Alfonso Zapico, ha tenido esa virtud: ser testigo de esa conversación y escuchar a quienes la mantenían con la limpieza de un papel en blanco.
Por último, en Arde Cuba (Grafitto editorial) el fabuloso dibujante pamplonés Agustín Ferrer reconstruye el estallido de la revolución cubana a través de la figura de un decadente Errol Flynn (quien ya no es la estrella de cine que en las fiestas de Holliwood epataba a sus invitados tocando el piano con el pito; bueno, eso ya era algo decadente), y que recala en la isla caribeña con la intención de entrevistar a Castro en Sierra Maestra. Un trepidante cómic, de corte histórico, que consigue trasladarnos a uno de esos momentos en que está a punto de pasar algo gordo.
Son solo tres recomendaciones, pero hay muchas más esperándoles en las baldas de librerías y bibliotecas, así que ya saben: