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ÁNGEL MARCELO

Jul 4, 2016   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote (ON, suplemento de los diarios de Grupo Noticias), 2/07/1969

Yo estaba durmiendo tan tranquilo, sin ser ministro del Interior ni nada, cuando de repente se me ha aparecido el ángel Marcelo. Ya saben, el ángel de la guarda de Jorge Fernández Díaz. El que le busca sitio para aparcar pero no se cosca cuando les están grabando las conversaciones que lo dejan con el culo al aire.

El ángel Marcelo se me ha presentado hecho un asco, con las alas despeinadas, barba de Picapiedra y la boca apestándole a coñac y a escombro.

—Me han dimitido, me han dimitido —balbuceaba, y también me ha ofrecido sus servicios, ahora que el supernumerario ministro del interior, el que condecora vírgenes e inaugura, al más puro estilo NODO, cuarteles de la guardia civil en el pueblo de su padre, ha prescindido de sus servicios.

Yo, sin embargo, cuando veo un ángel de la guarda me pongo en guardia. Cuando era pequeño mi madre, supongo que para entretenernos durante aquellos viajes sin cinturón de seguridad y apiñados los cuatro hermanos en el asiento trasero del 127, solía llamar así a los motoristas de tráfico:

—A ver si veis un angelito—decía.

Y yo estaba convencido de que lo eran hasta que una vez nos pararon en un control y nos hicieron bajar del coche y a mi tía le obligaron a quitarse de muy malos modos las gafas negras para identificarla y lo que pasaba es que mi tía no era una terrorista sino ciega.

Tengo también un recuerdo de otros angelitos grabado en la cabeza, pero grabado por fuera: cinco puntos de sutura, que me sellaron con un porrazo durante las inolvidables fiestas de la Txantrea de 1996, las del helicóptero de la policía nacional, popopó, sobrevolando los campos de trigo por los que huíamos con la cabeza rota y el carnet en la boca; me acuerdo también de los angelitos de la guardia pidiéndome a gritos que sacara toda la droga que llevaba encima, una vez que volvía de meterle mano a mi novia por lo oscuro,  y yo puse el paquete de Fortuna sobre el capó del coche Z; o de cuando tiraron sobre la carretera todos mis apuntes de euskera, en otro control en el puerto de Lizarrusti,  “¿A dónde va usted?”, “Al barnetegi de Lazkao”, “¿Un barnetegi, y eso qué es?”…

Este es un país en el que cuando ves a la policía en lugar de sentirte protegido tienes deseos de salir corriendo; un país en el que los ángeles de la guarda trabajan de gorrillas; en el que los ministros del interior se parecen a Gargamel —y en el que millones de pitufos votan a Gargamel—; un país en el que se protege, cuando no se condecora, a los policías que han torturado o a los que han sacado ojos o han matado con disparos de pelotas de goma; un país en los que el que se espía a los adversarios y disidentes políticos y se conspira contra ellos con la connivencia de leguleyos y periodistas a sueldo y de presidentes-sé-fuerte. Un asco de país, como sus ángeles de la guarda.

—Bueno, ¿y entonces qué?— insiste el mío, Marcelo.

Y yo, para que me deje en paz más que nada, lo pongo a prueba y le digo a ver si es capaz de conseguirme una entrada para el concierto de El Drogas de esta noche.

—Venga, que hoy, además, es mi cumpleaños— añado.

—Puf, imposible, está todo el papel vendido —me contesta él—.   Lo único, si eso, te acerco a la reventa y te busco un hueco para aparcar el coche.

Pero yo le contesto que soy más de los de ir al centro en autobús. Y el ángel Marcelo sale de mis sueños como alma que lleva el diablo. Como un ángel caído.

 

 

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