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LIBROS PRESTADOS, PERDIDOS Y ROBADOS (Reportaje en Gara)

Ago 21, 2012   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

“Pero ¿no te lo había devuelto?”
LIBROS PRESTADOS, PERDIDOS Y ROBADOS

por Patxi Irurzun

LIBROS QUE NO SE DEVUELVEN. LIBROS QUE NO HAY MANERA DE DEVOLVER. LIBROS TOMADOS COMO REHENES… MÁS DE VEINTE ESCRITORES Y ARTISTAS CUENTAN SUS EXPERIENCIAS CON LIBROS QUE PASAN DE MANO EN MANO Y QUE CASI SIEMPRE LLEVAN EN ESE VIAJE UN EQUIPAJE EMOCIONAL.
1- Libros prestados: Rehenes, naufragios y masturbaciones
“Existen dos clases de tontos: los que prestan libros y los que los devuelven”. Eso dice el refrán. Pero a menudo no hay nada más bobo, con más excepciones,  que un refrán. Hay personas que prestan generosamente sus libros, y otras a las que no devolverlos les parece poco menos que un sacrilegio. “Siempre presto un libro en la confianza de que me será devuelto. No pienso tan mal de mis amigos”, dice, por ejemplo,  el escritor y crítico literario Alberto Olmos. Y otro escritor, el arrasatearra Josu Arteaga,  asegura que antes se cortaría una mano que no devolver un libro prestado. “Los libros que prestan los colegas son sagrados”, le respalda el músico sevillano Poncho K, quien por cierto, acaba de estrenarse como novelista con “Trolo”. Evidentemente, no todo el mundo se lo toma tan a pecho, no por nada, a veces solo es una cuestión de mala memoria, algo del tipo “Pero, ¿no te lo había devuelto ya hace tiempo?”, frase que como señala el rockero Kike Turrón, va más allá del sentido estrictamente literal y que más bien quiere decir “No vas a volver a ver ese libro en tu vida”.
Hacerse el despistado suele ser una de las excusas más habituales, aunque a veces hay otras menos confesables para que los préstamos se prolonguen a perpetuidad:  “Tengo un par de libros prestados que no pienso devolver porque me he masturbado demasiadas veces sobre la portada y las páginas huelen ya demasiado a mí”, asegura la poeta irundarra-villavesa Fátima Frutos. Aunque suele ser más habitual que los libros conserven el olor de sus dueños originales y que los libros prestados se conviertan en rehenes (Eloy Fernández-Porta, por ejemplo, dice que tiene en su poder “Urbi et orbi» de David Leo “que me lo prestó Ana Serrano, pero ella también tiene algún  CD mío que no me ha devuelto, así que en paz”), o sean los restos del naufragio de una relación amorosa (“Presté‘Peatón de Madrid’, de Miguel Sánchez-Óstiz, libro fundamental en mi forja como aspirante a ‘flâneur’ madrileñista, a una exnovieta y nunca más se supo. Ni del libro ni de ella. ¡Ay!”, se lamenta el escritor pamplonés Eduardo Laporte). Después, hay libros para los que el camino de retorno es más complicado: “Tengo algunos que no recuerdo quién me los dejó y varios -estos dan más mal rollo-  cuyos propietarios han muerto”, explica el dibujante Mauro Entrialgo, quien prefiere regalar libros antes que prestarlos: “El año pasado, por ejemplo, acabé comprando media docena de «Los millones» de Santiago Lorenzo para regalar y que mi ejemplar no corriese peligro de desaparecer”.
Claro que la mejor manera de tenerlo todo claro es el método que utiliza el periodista y viajero Ander Izaguirre: “Desde hace tiempo, tengo una libreta en mi biblioteca en la que apunto qué libros presto y a quién. Soy un bibliotecario feroz. Ahora mismo tengo siete libros prestados a cuatro personas”.
Otros son más desprendidos y prestan a veces demasiado alegremente, como el cantante del grupo Insolenzia, Daniel Sancet: “Tengo muchos libros y no llevo ningún control sobre ellos, si a esto le añadimos que me encanta prestar, no es extraño que haya perdido gran cantidad. De lo que más me arrepiento es de prestar libros a personas que no se lo merecían. Siempre presto libros con la ilusión de que presto una parte de mi, algo que a mí me ha gustado”. 
Y por último están los libros que no hay manera de devolver:  “Recuerdo las ganas que tuve de devolver un libro que pedí prestado a una colega periodista: ‘En confianza’, de Mariano Rajoy, que necesité para un reportaje sobre políticos y cultura. Nunca en mi vida he puesto tanto empeño en devolver un libro prestado”, dice Eduardo Laporte.
2-Libros perdidos: mudanzas, cabras y ferias de segunda mano.
Prestar libros,  como vemos, es a menudo una manera de perderlos de vista, pero hay otras muchas más dolorosas y rocambolescas.   “Cuando era niño, por evitar dar un rodeo para llegar a la casa de mis abuelos solía saltar la tapia que separaba su casa del colegio”, recuerda el poeta Antonio Orihuela. “Esa tapia daba directamente a un corral de cabras y un fatídico día, al tirar primero mi maleta con los libros del colegio se abrió con el impacto y se desparramaron por el corral mis libros, cuadernos y, por desgracia, también mis queridos tebeos del Capitán trueno y de Jabato… Cuando llegué arriba de la tapia descubrí el espectáculo de las cabras comiéndose exclusivamente esos tebeos. O las cabras habían hecho apostolado de analfabetas o el papel de la editorial Brugera debía de estar hecho con un compuesto de fibra vegetal irresistible”. 
Una historia ciertamente singular, porque como todo el mundo sabe, los libros se pierden en las mudanzas, o al menos es a ellas a las que se echa siempre la culpa. Una mudanza fue precisamente la razón por la que el librero Patxo Abarzuza (Elkar, Iruña) dejara de perder libros, pues tuvo que deshacerse de más de mil al cambiarse a una casa más pequeña: “Desde entonces he adquirido la costumbre de no guardar casi ningún libro, aunque tampoco los presto. Los regalo con la condición de que rulen”, dice respecto al tema anterior, los libros prestados (respecto al posterior, los libros robados, a Patxo no le preguntaremos nada).
Algo similar le sucedió a la montañera y escritora Eider Elizegi, ganadora del Premio Desnivel en 2010 con Mi Montaña: “Hará unos tres años regalé casi todas mis cosas, incluidos los libros. Dejé mi curro y la casa de alquiler en la que vivía y me instalé en la furgo. Me quedé con algunos libros imprescindibles, pero repartí otros a los que me sentía muy ligada. Desde que tengo 15 años he gastado mis ahorros en libros y tenía una buena biblioteca. A veces  siento ganas de releer “El ojo” y algunos otros de Nabokov, libros con los que descubrí de lo que era capaz la literatura. Pero no me dolió perderlos: aunque a veces los echo de menos, desprenderme de ellos fue una liberación”, afirma.
Pero para pérdidas y reencuentros dolorosos y rocambolescos el que cuenta el novelista boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot:  “El libro que más me ha dolido perder fue “Antología negra”, de Blaise Cendrars, prologado por Henry Miller. Lo regalé a un amor (que pagó mal como pagan los amores). Lo compró en la feria de libros usados un amigo. El libro llevaba mi firma y obviamente ella lo había vendido por nada”.
3-Libros robados: hipnosis, hambre y otros atenuantes
“Una vez «distraje» un ejemplar de Dinero, de Miguel Brieva, que estaba huérfano en la barra de un bar. Aún no tengo claro si realmente lo mangué, pero sí que me hipnotizó y me lo tuve que llevar”, cuenta el músico Juan Abarca, de Mamá Ladilla. Los libros ejercen en algunas personas (curiosamente, a menudo escritores) un extraño influjo, que despierta su lado más oscuro.  El donostiarra Alain Gonfaus, último ganador del premio de narrativa de la editorial Irreverentes con su libro de relatos Vorágine, no se pudo resistir en una “monstruo-librería” del centro de Barcelona a robar «Dinero Gratis», de Carlos Padial. “Supuse que el título era una invitación a no pagar”, se justifica.  Porque estos incontrolables brotes de cleptomanía, en la mayoría de los casos tienen atenuantes. El escritor Miguel Ángel Mala confiesa haber robado cientos de libros: “Pero casi siempre han sido a grandes almacenes y cadenas, que son unos ladrones. Y ya se sabe lo que reza el dicho”. Algo en lo que le secunda Daniel Sancet: “He robado muchísimos libros, siempre en grandes superficies, en grandes almacenes y en cadenas de esas que son empresas potentísimas. Nunca robaría en una librería de las de siempre. Ahora que sé que las grandes superficies pagan el ejemplar robado a las editoriales… todavía robo más a gusto”. El zamorano David Refoyo, autor de “25 centímetros” y del poemario “Odio”, también tiene argumentos para defenderse. Y códigos de honor: “Robar en una biblioteca es un sacrilegio, robar en una librería es compartir conocimiento”. Hay, por otra parte, libros que nadie echa de menos. El artista antes conocido como Kike Babas, Kike Suárez, cuenta cómo se hizo en Londres con “And the Ass saw the angel” de Nick Cave:  El señor Cave firmaba ejemplares de su primera novela en unos grandes almacenes. Había una buena cola de siniestros (hablo de 1993). Simplemente cogí una copia de la estantería y me puse a la fila. Llegó mi turno, Nick preguntó mi nombre y me firmó el libro. A la salida no pitó nada, pero el corazón me latía fuertemente”. Ander Izaguirre, por su parte,  “robó” «Annapurna», de Maurice Herzog. “Atenuante: estaba en una pila de libros olvidados en una casa en la que nadie los iba a leer”, dice. Y, por supuesto, está el atenuante entre los atenuantes: el hambre. Macky Chuca, cantante del grupo argentino Mostros y autora de “La reina del burdel, (Premio Café Mon 2011) confiesa que siendo estudiante robó un tomo de Christian Metz. “Ahora no recuerdo si era “Cine y Psicoanálisis” o “Ensayos sobre la Significación en el Cine”. Era uno de los dos: el otro se lo compré al mismo librero amargado y odioso cuando ya me había gastado el dinero de comida de ese mes. Pero sé que haber comido fideos con manteca durante diez días no es un atenuante y probablemente me pudra en el infierno de los bibliófilos de todas formas”.
No lo creemos, Macky, ni tampoco que ninguno de los arriba mencionados vaya a acabar por estas confesiones en las páginas de una nueva edición de ‘Escritores Delincuentes’, el ensayo de José Ovejero, quien dice que lo único que se ha atrevido a robar en su vida es una alfombrilla de Ikea. Porque robar, prestar y perder libros parece ser algo inherente a ellos, algo inevitable, algo que en el fondo, se hace por puro amor al arte.  


GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

Jul 1, 2009   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

Ya solo faltan 5 días para que empiecen las fiestas de mi pueblo: los sanfermines (y uno para que yo cumpla 40 tacos, glup, mañana 2 de julio). Para quienes vayan a acercarse entre el 6 y el 14 de julio a Pamplona, aquí van estas recomendaciones. Por lo demás, en los próximos días probablemente publique un cuento sanferminero inédito, con alguna sorpresa. El reportaje que sigue a continuación lo escribí para Rolling Stone, creo que en 2003, así que no conviene tomarse algunos datos al pie de la letra. Las fotos son de mi amigo el gran Luis Azanza, que me perdone la disposición terrorífica que he hecho en el texto, mis conocimientos técnicos no dan para más.
GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN… QUE DICE LA CANCIÓN: ESE ES EL LUGAR Y EL MOMENTO ADECUADO PARA CONVERTIRSE EN UN PERFECTO GAMBERRO. PERO NO ES FÁCIL, LA FAMA CUESTA, Y MÁS TODAVÍA LA MALA FAMA, Y ENTRE SER UN PERFECTO GAMBERRO Y UN PERFECTO GILIPOLLAS SÓLO HAY UN PEQUEÑA DIFERENCIA, LA MISMA QUE ENTRE SER UN PATA Y UN PATÁN; HE AQUÍ LA GUÍA IMPRESCINDIBLE PARA MOVERSE POR EL ESTRECHO FILO DE UNA NAVAJA QUE PARECE BLANDERLA UN POCHOLO CON PARKINSON

Cuándo

Las fiestas de San Fermín, a pesar de que lo que diga otra canción (1 de enero, 2 de febrero, así hasta el 7 de julio ¡San Fermín!), comienzan la víspera, el día 6, que es cuando el chupinazo, a las 12 del mediodía, acaricia como un arañazo el normalmente límpido cutis del cielo de julio. Es entonces cuando Pamplona, una ciudad más bien ñoña durante el resto del año, comienza a vivir su aventura canalla. Entonces y solo entonces, porque si el perfecto gamberro intenta adelantarse puede que sea detenido y empaquetado en un tren de vuelta a casa. Así sucedió hace algunos años, cuando se rumoreaba la celebración de unos misteriosos y aterradores encuentros mundiales de punkis y se aplicó pena de destierro a todo el que asomara su cresta unos días antes por la ciudad.
Pero al grano, el asunto es que nada de comenzar a hacer el golfo hasta, al menos, dos o tres horas antes del cohete. A esa hora, aproximadamente, es cuando los indígenas empiezan a calentar motores, con un almuerzo pantagruélico que les llene el estómago para poder echar una grava bien compacta horas después, una vez relleno de kalimotxo. Al gamberro se le recomienda hacer lo propio, zamparse unos buenos huevos con txistorra en cualquier bareto del casco viejo a eso de las nueve de la mañana, y a continuación dirigirse a tomar posiciones en la pequeña plaza del ayuntamiento, bien pertrechado con unas cuantas botellas de vino gasificado (es una chorrada comprar cava, total para tirarlo…) y, atención, sin el pañuelo anudado al cuello, si uno no quiere pasar por un julai. No conviene tampoco aprovisionarse de huevos, pues en los últimos años un auténtico regimiento de policías municipales han establecido controles en los accesos a la plaza y requisan los mismos. A pesar de ello, no han conseguido evitar la entrada de los adolescentes-croqueta, quienes se rebozan unos a otros con harina, huevo, y champán. Presenciar el chupinazo en la plaza es, pues, para gamberros, además de algo guarros, atléticos, puesto que una hora antes ésta se convierte en una lata de sardinas en la que sólo se abren burbujas cuando alguien sufre una lipotimia, o se corta con alguna de las impresionantes montañas de botellas que se van formando. Pero si a uno lo que le va es acabar convertido en un ecce homo, oler sobacos ajenos, berrear, saltar, empaparse, pasárselo como un anormal, la cajita de cerillas que es la plaza consistorial es un buen lugar para prenderle mecha a la fiesta. Y después, a las 12 en punto, estallar junto con el cohete, y con toda la ciudad, que se convierte en un gran manicomio. A partir de ese momento, en el que uno ya puede colocarse el pañuelo, no hay horario, el perfecto gamberro puede empezar a moverse a sus anchas, desparramarse por las callejuelas petadas de bares del casco viejo, escuchar en todos la misma canción (que este año amenaza con ser «Es una lata el trabajar» -bueno, al menos una canción del verano con mensaje-), ir cambiando progresivamente su aspecto, añadirle cuantos accesorios le venga en gana, encasquetándose un orinal, colgándose de la faja vasos de plástico de litro (katxis) destripados… Suerte y al toro.

Qué ver.

Una vez comenzadas las fiestas reina la improvisación, corre el vino (en definitiva es en eso en lo que consisten las fiestas: mucho vino, mucho kalimotxo, mucho sorbete de limón, y cañas, sangría, cubatas…) corre la alegría y sólo durante, normalmente, poco más un par de minutos al día corren los toros por las calles. El encierro, de todos modos, es desde luego una especie de tótem de la fiesta, así que ahí van algunos consejos para gamberros:

Encierro

Lo más probable es que el perfecto gamberro llegue al encierro de empalmada y ciego de pacharán. Allá él. En todo caso es recomendable que intente disimular, pues de nuevo los munipas se encargarán de retirar del recorrido a los borrachos, y como más o menos la mitad de los corredores es probable que lo estén aplicarán una criba que incluya a quienes más den el cante. Dar la nota corriendo el encierro no es recomendable, amigo gamberro, al menos no darla cerca de un morlaco de 700 kilos de peso y con un par de cuchillos jamoneros incrustados en la testuz que pueden despanzurrarte con un leve movimiento, con la de gamberradas que te quedan por hacer. El encierro no es un juego, y si de verdad quieres ser un perfecto gamberro, la opción es apiñarse contra la barrera humana que conforma la policía foral en mitad de la calle Estafeta y en cuanto escuches un cohete apretar a correr en dirección a la plaza. Hay una auténtica competición de velocidad entre quienes quieren entrar los primeros por el callejón y ser recibidos con un ensordecedor abucheo por una plaza abarrotada, sobre todo si entran dando volteretas, o en pelotas, que también gusta mucho, a pesar de los silbidos. Es de ese modo como te conviertes en un pata, que tiene cierto matiz cariñoso, y de paso te infla el ego, que siempre es mucho mejor que que te inflen a hostias si te da por que tus gamberradas sean propias de un patán, tocándole los costillares al toro, o tirándole del rabo como si estuvieras en la feria en una de esas barracas del «Siempre toca». Porque aquí, en ese caso lo que toca son unos cuantos varazos de los pastores, o una mandíbula desencajada por algún «divino», como llaman a algunos corredores, y puede que hasta una denuncia interpuesta por, otra vez, nuestros amigos de la policía municipal

Lugares de interés:

-Fuente de la Navarrería

La fuente de la Navarrería, que en algunas otras guías turísticas, como las australianas, se anuncia como una tracción típicamente sanferminera, se ha convertido en un quebradero de cabeza para los pamploneses (y también para quienes cada año se descalabran arrojándose desde lo alto de ella). Esta pequeña fuente en el corazón de la ciudad, el burgo de la Navarrería, ha llegado a ser desmontada pieza por pieza para evitar que la plazuela se convierta en un guetto guiri, pero fue peor el remedio que la enfermedad, porque yankis, teutones e hijos de la Gran Bretaña trepaban entonces por los balcones de las casas, desde los cuales imitaban del mismo modo a Supermán, incluso en sus parapléjicas consecuencias. No debemos olvidar que tan borracho está quien se lanza como quienes entrelazan sus brazos abajo para recibirlo. Tomando esto en consideración, el perfecto gamberro encontrará en las inmediaciones de Navarrería un buen lugar para hacer calvos desde lo alto de la fuente, para intentar ligarse guiris borrachos o borrachas como cubas (y si fracasa en el intento para regalarse la vista viendo como exhiben orgullosos las trizas de sus pieles desnudas) o para jugar a los fakires sorteando toneladas de botellas de sangría hechas añicos; pero sobre todo este el lugar ideal para vivir completamente ajeno a la fiesta de San Fermín (eso sí, un consejo, justo al lado de la fuente, en el bar Cordovilla, dan unos de los mejores, y más típicos fritos de la ciudad).

-Tendido de sol

Otro buen lugar para desmelenarse es el tendido de sol de la plaza de toros. Allá cualquier cosa es imaginable. El paraíso del gamberro. Lo de menos, aunque el toro es torturado y muere igualmente, es lo que sucede en el ruedo. El espectáculo está en los tendidos. Cánticos, charangas, meriendas… Si es todo un espectáculo ver entrar a las peñas a la plaza, con sus grandes cubos en los que se vierten brebajes mágicos (siempre alcohólicos) y cazuelas con meriendas que ni en El Bulli (magras con tomate, cangrejos al ali-oli, bocadillos de polvorones…) no lo es menos verlos salir como una horda, con esas mismas cazuelas y cubos al hombro, con las pantorrillas apelmazadas por extraños grumos, y el culo ennegrecido por ese barrillo misterioso que se forma durante los sanfermines y que huele como el infierno, a puro destripado y vino peleón (los olores de la ciudad durante estos nueve días no son aptos para narices menores de 18 grandes borracheras: esquinas meadas por doquier, baches asfaltados con potas…). Pero sin duda lo mejor del espectáculo es participar de él. Conseguir una entrada para el tendido de sol no resulta en absoluto fácil, pero siempre hay recursos que no consistan en ser atracado a mano armada por un reventa. Puesto que hay que tener mucho estómago para soportar toda la feria en el tendido de sol, lo normal es que si uno no es un Indurain del alcoholismo, pinche en alguna de las tardes de toros. En ese caso, y por seguir con el símil taurino, hay que estar al quite: frecuentar los locales de las peñas, donde muchos socios dejan sus abonos, buscar a algún mozo con resaca que acuda a las inmediaciones de la plaza para vender su entrada… Si finalmente se consigue ésta, es recomendable acudir a la plaza con una toalla (que se revelará multiusos, válida tanto para limpiarse los morros sucios de chipirones en su tinta, como para cubrirse la cabeza cuando nos arrojen trozos de melocotón) y sobre todo con buen humor, a veces demasiado buen humor, sobre todo si se es chica y se está de buen ver, porque más de uno se empeñará en transparentarte la camiseta con una lluvia de sangría.

Quién

Existe todo un bestiario de personajes sanfermineros, entre los cuales, lamentablemente, el perfecto gamberro sólo es uno más. Como muestra haremos mención de dos de ellos: tenemos en primer lugar el «piesnegro», que siempre va acompañado de una flauta con la que nos atormenta y un perro pulgoso con el que se disputa curruscos de pan. No es un personaje exclusivo de la fiesta sanferminera, pero en Pamplona adopta nuevos comportamientos y costumbres. Su habitat ha quedado notablemente limitado en los últimos años, puesto que acostumbraba a merodear por las «txoznas» o barracas políticas de colectivos (radios libres, homosexuales, antimilitaristas…), que fueron prohibidas el pasado año, o los jardines de la Plaza del Castillo, en unas obras que amenazan con ser eternas. Echaremos de menos, aquí, las duchas a las que eran sometidos, manguera en ristre, por los servicios de limpieza, por la mañana, aunque siempre nos quedará ese espectáculo que es verlos entrar a la plaza de toros una vez finalizada la corrida en busca de restos de las meriendas de las peñas y de culos de botellas.
El otro ejemplar es el rezagado: un tipo, por lo general indígena y de mediana edad, al que los demás no han podido seguir el ritmo durante la noche y que queda solo, dando tumbos hasta el mediodía por la ciudad, en un estado de iluminación conocido popularmente como «momentico». Con la voz rota por farias y carajillos es capaz de hacer reír hasta a la ministra de exteriores, a lo que ayuda indudablemente su aspecto: una garrilla remangada y la otra no, dejando asomar una pantorilla peluda apelmazada con extraños grumos, el peluche de moda colgando de la faja, una txapela descomunal… Una dura competencia para el perfecto gamberro.

Dónde dormir, dónde comer y, por supuesto, dónde beber.

Dormir: conseguir un alojamiento en San Fermín es un trabajo como para McGiver, o como par Rockefeller, pues los precios se disparan, pero afortunadamente los muchos jardines de la capital navarra se convierten en grandes dormitorios al aire libre -y también picaderos, todo hay que decirlo. Pero tampoco es extraño ver a personas, por llamarlas de algún modo, durmiendo la mona en los lugares más insospechados, tirados en mitad de las calles más transitadas o sobre las marquesinas de las villavesas, como se llaman en Pamplona los autobuses. El mejor lugar el Parque de la Media Luna, los peores, por una parte los fosos de la Ciudadela y la Vuelta del Castillo, donde se puede ser achicharrado por los fuegos artificiales, y por otra las murallas, desde la cual cada año se despeña alguien (muy sonoro fue el descalabro de un cura, muy bien acompañado y que redondeó su canita al aire declarando que se había metido «una buena hostia»). Para mochileros, la consigna se encuentra en la terrorífica estación de autobuses, a la que estos años se le ha lavado la cara, pero que sigue siendo sin duda una de las más cutres del mundo.
Comer: aquí las opciones se multiplican: desde comer de plato, a irse de pinchos o zamparse un bocata. Esta es sin duda la apuesta más arriesgada, sobre todo en los puestos callejeros, con ese aceite reciclado miles de veces, esas planchas al rojo vivo colocadas estratégicamente en las calles en que hay avalanchas humanas… Comerse un bocata de txistorra aquí equivale en un 75% a la madre de todas las cagaleras. Para los pinchos, además del frito de pimiento del Cordovilla, antes reseñado, merecen la pena los huevos del Museo, en San Nicolás, y en general cualquiera de las decenas de bares que pueblan esa calle. Comer de plato depende del bolsillo de cada cual y de su habilidad para reservar mesa.
Beber: para esto no habrá ningún problema. El problema será donde no beber, aunque puestos a elegir las calles más animadas son Jarauta, donde se encuentran la mayoría de los locales de las peñas, San Nicolás y la zona de Navarrería. Allá van también un par de recomendaciones: el sorbete de la sociedad Gaztelu-Leku, en la Plaza del Castillo; y un sobrecito de Almax, de venta en cualquier farmacia.

Por último, querido gamberro, recuerda que esto es una guía orientativa y que la mejor forma de pasar unos sanfermines salvajes es dejarse llevar por tus instintos -siempre que tus instintos no sean un problema para los demás-; es decir, no haciendo ni puto caso a esta guía.

Despiece

Las cifras durante los sanfermines, en unas fechas en que en Pamplona todo es desproporcionado, también se multiplican. Por ejemplo, durante el primer fin de semana del año pasado se recogieron 160 toneladas de basura y 50 de vidrio, 15 de ellas tras el chupinazo (es decir 15.000 kilos de botellas) ventiladas en una hora.
En cuanto a los heridos, las atenciones en hospitales suelen rondar las 1000, la mayoría de ellas por traumatismos e intoxicaciones etílicas. En este último es de destacar que la Cruz Roja establece, en un céntrico colegio público, un servicio al que denomina «La coctelera» que intenta descongestionar los hospitales y que se encarga de atender traumatismos leves, cortes y sobre todo «intoxicaciones etílicas» -que no comas etílicos; muchos extranjeros, de hecho, se hacen los borrachos para dormir a cubierto-. Se le conoce como la coctelera porque cada persona que es atendida ha mezclado bebidas distintas.
A pesar de todo eso, de las cifras escandalosas, a las que todos los años lamentablemente se suma algún muerto (encierro, caída de las murallas, paradas cardiorespiratorias…), Pamplona sale bastante bien parada, si tenemos en cuenta que estos 9 días locos de julio cuatriplica su población y es una ciudad entregada por completo a los excesos.

BAR PARÍS

Jun 5, 2009   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

Untitled from Aran González-Boza on Vimeo.

Hoy he leído en la contraportada de un periódico local que van a abrir un comedor social en Pamplona, en el bar París de la calle Jarauta; casualidades de la vida, hace unos años empecé una novela (que nunca acabé y que se quedó perdida al fondo de algún cajón) en el que el escenario de fondo era un restaurante de menús económicos, punto de encuentro de vagabundos, prostitutas, locos.. y ese bar, el bar París, en el que a veces me tomaba algunas cervezas en noches de sábados de borracheras impenitentes (de esas que impregnan la ropa con un olor a humo de tabaco solidificado, serrín húmedo y cerveza con tufo a huevo duro), fue uno de los garitos en que me inspiré (era un bar algo desangelado, una pequeña burbuja, en una calle repleta de bares tumultuosos y atronadores, con bebedores solitarios y náufragos de la noche y de la vida en general).
La iniciativa, por lo demás, es encomiable, y parte de la Fundación Gizakia Herritar. En ella participan voluntarios (está abierta a colaboración), sobre todo porque va servir para que cada día unas cuantas personas tengan derecho a algo tan básico como alimentarse dignamente. Como dicen en su web, www.paris365.org, 40.000 personas en Navarra están por debajo del umbral de la pobreza (16.000 de ellas en situación de pobreza extrema); hay que estar muy ciego para no verlo; sin embargo, cuando en ocasiones comento a algunas personas que cada vez es más frecuente ver a gente en Pamplona buscando comida en los contenedores, suelen sorprenderse o incluso negarlo (yo lo veo a menudo en los contenedores que quedan justo tras el ventanal de la oficina en que trabajo, o en los que están a la vuelta de la esquina, al lado de un Caprabo…. Creo que ese es otro de los aspectos importantes de esta iniciativa, que visibiliza una realidad que a menudo se pretende mantener oculta, fiu, fiu, silban algunos, y miran para otro lado, como si esta ciudad fuera Disneylandia.
Quién sabe, quizás aquella novela se queda atorada esperando a que, como sucede tantas veces, la realidad superara la ficción; quizás debiera escribir algo sobre eso, sobre la gente de carne y hueso que va a ese comedor, hablar con ellos, contar sus historias, las de los voluntarios; quizás deba pasarme un día por el bar París.

VENGANZAS LITERARIAS S.A..

Abr 16, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Este reportaje, en el que he hablado con los escritores Carlos Castán, Gabriela Wiener, Ángel Petisme, Miquel Silvestre y Miguel Sánchez Ostiz sobre la literatura como venganza o ajuste de cuentas, se ha publicado en Papel literario, el suplemento cultural del periódico malagueño Diario Sur, después de hacer una ronda sin éxito por todos o los más importante suplementos y revistas literarios de este país, sin que ninguno de ellos se dignara ni siquiera a enviar una nota de rechazo. En Papel Literario lo han colgado de un día para otro (con la foto de uno que no sé quién es) y de un día para otro me he enterado de que ese suplemento ya no se publica con Diario Sur por la sencilla razón de que este diario ya no se edita (cosa que no aclaran en la web de Papel literario). «Ahora somos una especie de ONG», me dice su director, vamos, que no pagan un clavel. Las puertas se abren mucho más fácil si haces las cosas por la cara, el dinero, ah, el dinero es otra historia, eso es para repartir con los amiguetes o pagar favores prestados. En Papel literario me dicen que puedo mandarles más reseñas o artículos, y que me los publicaran sin censura (esa premisa no la entiendo muy bien). Y yo, para el caso, lo publico también en este blog y en Hank Over.

VENGANZAS LITERARIAS S.A. Patxi Irurzun


“¿Por qué escribes?” Es lo que pregunta un periodista a un escritor cuando no ha leído sus libros. Una pregunta fácil, a la que se supone una respuesta difícil. Pero ¿qué responde un escritor que sabe que el periodista no ha leído sus libros? Tópicos, frases hechas, titulares trillados: “Escribo porque lo necesito”; “escribo porque no sé hacer otra cosa”; “escribo para que me quieran”… Casi ningún autor es capaz de reconocer que, a menudo, se escribe por pura venganza (o como dice la escritora peruana Gabriela Wiener: “Pocos autores estarían dispuestos a reconocerse como unos cabrones”).

La literatura como legítima defensa
Escribir para ajustar cuentas a un jefe abusador, a un novio que dinamitó tu corazón, a un vecino que se ducha todas las noches a las cuatro de la mañana… Pequeñas y grandes venganzas: escribir también para defenderse de un mundo hostil o del poderoso (la literatura como legítima defensa, dice el navarro Miguel Sánchez Óstiz, autor de varios dietarios, género en boga, junto con los diarios, cuadernos de bitácora, autoficción…, todos ellos apropiados para devolver los golpes o al menos hacer inventarios de ellos: “Vivimos en un mundo en el que el fuerte, o el que se lo cree, se cree también con derecho a propinar empujones a quien le venga en gana, convencido de que quien los recibe está obligado a aguantarlos”)…
Las obras literarias también se edifican con todos esos escombros que deja la vida. A veces, únicamente con ellos. “La literatura o es vengativa o no es nada”, afirma Miquel Silvestre, que publicó en 2008, Spanya S.A., una novela de ciencia ficción levantada también de las ruinas, una venganza a años vista (en ella España es en 2337 un gran vertedero tóxico gestionado por ineptos y corruptos).

Otros, como el cantante y poeta Ángel Petisme, ganador del último Premio internacional de poesía Claudio Rodríguez, son más románticos: “Si hay que ajustar cuentas con algún gilipollas se le reta cara a cara y se le manda al dentista o al hospital literalmente. Si tienes una guerra contra el mundo, la tienes contra ti. La escritura es un ajuste de cuentas sin cuartel contigo mismo, con tus demonios y tus ángeles”.

Romperse las piernas a uno mismo

Eso es algo en lo que todos los autores parecen de acuerdo: lo justo es que el principal damnificado de las venganzas literarias, aquel al que se le rompen las piernas con mayor saña y refinamiento (pues víctima y verdugo son uno mismo y los dos saben donde duele más) sea el propio autor. “En todos los guiñoles burlescos que he montado, el primero que he subido al tablado de la burla he sido yo. No cabe quedarse al margen. De ir a la picota, vamos todos. Lo contrario es un abuso”, dice Sanchez-Ostiz.
El autor, pues, puede hacer que la autopaliza parezca un accidente, a través de la ficción, pero es solo es un disfraz, del que además se va despojando página a página: “En el fondo la ficción también es un streap tease: a nadie expone más un escritor que a sí mismo, nadie, ninguno de sus personajes de su mundo transfigurado, filtrado, queda más en evidencia y es más vulnerable que él”, señala Gabriela Wiener (quien, por cierto, también ha hecho streap tease, ella en su sentido más literal, para recopilar material y experiencias con las que nutrir sus reportajes y libros).
Se trata de hacerse daño, paradójicamente, para curar las heridas, para reconocerlas y palparlas: “El fin último es la sanación, la catarsis, mejorarte como persona y contagiar pasión y ganas de vivir. Uno no escribe para que le quieran y se la chupen. Escribe porque no sabe ser feliz, porque se resiste a la felicidad de la segunda vivienda y el carro nuevo de moda que se ha comprado. Escribe porque folla menos de lo que debería y le sobra tiempo. Si has aprendido a vivir ¿qué necesidad tienes de cantar tus pérdidas?”, dice Petisme.

Vendettas personales
Está claro, hay venganza cuando hay heridas, y la mayoría de las veces estas se las hace uno mismo. Pero qué pasa cuando son otros los que hacen daño. ¿Cómo se revuelve el escritor, es tan sufrido y tan honesto?
Tras la publicación de su novela Las Pirañas, Miguel Sánchez-Ostiz vio cómo en su Pamplona natal se elaboraban listas que identificaban a los personajes de la obra, a menudo erróneamente. “Vengarme, no creo que lo haya hecho nunca, en ninguna novela, lo que he hecho es construir personajes novelescos inspirados en personajes reales, qué duda cabe, pero más que en sus comportamientos sociales, en sus rasgos o caracteres, fácilmente identificables por el lector, y por el propio interesado, claro, pero también por sus amigos y conocidos. Si tú pintas un canalla, pierde cuidado que ya se encargará alguien de hacerle llegar el retrato al interesado que mejor le convenga al mensajero”.
Carlos Castán, autor de uno de los libros de cuentos más recomendables de 2008, Solo de lo perdido, tampoco ha llevado a cabo vendetta personales a través de sus libros: “No me he vengado ni ridiculizado a nadie en concreto, aunque es posible que sí me haya despachado a gusto con tipos genéricos, con actitudes o con ciudades. Y también puede que de alguna forma haya ajustado cuentas con algún episodio de mi pasado dando mi propia versión sesgada de algo que ocurrió o cambiando el desenlace en una acto de justicia poética totalmente subjetivo”.
Solo para valientes
La venganza personal a través de la literatura no parece, por otra parte, muy rentable. Sánchez-Ostiz dice que las veces que ha intentado devolver los empujones han sido contraproducentes. “No tenía secuaces que aplaudieran la faena. Fue un error de óptica, un caso patético de miopía social. Nunca cuentas con la camorra social”.
Quizás por ello, la literatura como arma arrojadiza es solo para valientes. Petisme: «Entiendo la autodefensa del escritor que se siente marginado en un sistema sumamente perverso donde sólo existe lo que se ve en los medios. La decisión de escribir e intentar publicar en sí es un acto de valentía. Miquel Silvestre: “Si piensas en que Quevedo fue a la cárcel por sus sátiras, resulta obvio que siempre es valiente escribir si molestas a los poderosos y ellos sabes quién eres. A mí lo que me parece cobarde es la autocensura y el pudor. Sánchez-Ostiz: “Si hablas de tu vida, acabas hablando de asuntos que no son del aplauso general y que “molestan”. Eso hay que asumirlo…

Una empresa ruinosa

Venganzas literarias S.A. no es, en definitiva, una empresa rentable, pero todos le reconocen sus méritos, más cuanto mayor es el enemigo al que se enfrentan. “Hay que medir el dolor que se inflige, la indefensión del adversario y la irreversibilidad del acto. Y estar seguro no solo de lo que se afirma sino de que el hecho de hacerlo esté verdaderamente justificado. Tiendo a aceptarlo mejor cuando en el fondo de todo hay odio o tragedia que cuando se trata de ligereza o frivolidad. Por paradójico que parezca, soy más indulgente con las venganzas más sangrantes, que surgen de las entrañas, quizás por considerarlas menos evitables”, diferencia Carlos Castán. Gabriela Wiener coincide con él: “Yo soy rencorosa, a mí me gusta la provocación, intervenir en la realidad y jugar con ella, me gusta desenmascarar, pero intento ser un poco justa, exactamente como en la vida misma, solo ridiculizo a los que creo que se lo merecen”.
La autora de Sexografías da además el que puede ser el quid de toda esta cuestión. Wiener, quien dice adorar las historias privadas bien contadas, las autobiografías llenas de rencor, no cree sin embargo en la pura instrumentalización de la literatura: “La venganza, como otros sentimientos viscerales, puede ser uno de los disparadores para la creación. Pero lo que se haga con ella dependerá del talento”. Y es que, en definitiva, en esta historia, además del escritor justiciero y la víctima, merecedora o no, de su venganza, hay otros implicados sin los que nada tendría sentido: los lectores.

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