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Dos décadas después, la editorial Pepitas de Calabaza vuelve a editar “Hertzainak. La confesión radical” (Pedro Espinosa y Elena López) con nuevas entrevistas, prólogo, todas las letras del grupo… Un libro clave en la historia del rock vasco que es mucho más que la biografía oral del grupo gasteiztarra, pues da testimonio también de una época plena de rabia, rebeldía, humor, todo ello sin ninguna intención de inmovilizar al lector con un ataque agudo de nostalgia, aportando, al contrario, el poso para gestar nuevos movimientos contestatarios.
Patxi Irurzun
“Pakean utzi arte”, “Ta zer ez da berdin”, “Si vis pacem”, “Eh, txo!”… En todos los garitos de los cascos viejos de Euskal Herria se escuchaban mediados los ochenta las mismas canciones de un grupo que nunca las tocaba igual en sus conciertos irrepetibles y locos. Hertzainak, el grupo que volcó el punk, el ska, la irreverencia en los textos a la música euskaldun. Los “The Clash” vascos. Triunfaron y, consciente e inconscientemente, renunciaron con cada disco al camino fácil, a repetirse, se echaron al monte y alcanzaron de ese modo cimas como “Aitormena”. Hertzainak aglutinó, o en su camino se cruzaron la “baska” con el culo más inquieto de aquellos años: el primer cantante del grupo, Gamma (hoy Xabier Montoia), Natxo Cicatriz, Ruper Ordorika, Itxaro Borda, Karra Elejalde… Y las radios libres, las procesiones ateas, las drogas, los gaztetxes, el euskadi tropical… “La confesión radical” es también el recuento general de una época y un lugar y uno de los hitos en la historia del rock radikal vasco.
JULIÁN LACALLE (editor de Pepitas de Calabaza): Es un libro al que le teníamos mucho cariño. Cuando leímos su primera edición nos encantó. Y es un libro que llevaba muchos años agotado. Nos pusimos en contacto con sus autores y cuando todos estuvimos de acuerdo en cómo mejorar la edición, y se hizo, pues lo editamos. Gran parte del encanto del libro reside en que, al participar tanta gente y tan diferente, da una visión muy plural (y real) de lo que realmente ocurrió.
PEDRO ESPINOSA (autor del libro): No creo que se pueda hablar de reedición sino de nueva edición porque hemos corregido errores que había en la primera, hemos incluido un quién es quién, porque solo los coetáneos de aquella época reconocerían a las personas que hablan en el libro, hemos renovado las fotos y añadido más ilustraciones , hay un prólogo de Roberto Moso a esta nueva edición (que se suma al original de Pablo Cabeza), hay un nuevo capítulo titulado Nuevas Confesiones en el que se incorporan comentarios e impresiones de personas que en 1993 no pudieron hablar en el libro, bien porque su testimonio no llegó a tiempo, caso de Itxaro Borda, bien porque eran muy jóvenes como Kirmen Uribe, Rafa Rueda o Txuma Murugarren. Finalmente presentamos la discografía completa del grupo con las portadas de todos sus discos y todas sus canciones en euskera y castellano.
ELENA LÓPEZ (autora del libro): Hemos incluido todas las letras del grupo, con las correspondientes correcciones, así que ‘La Confesión radical’ funciona también como un (buen) libro de poemas. Justo cuando estaba corrigiendo las letras, amargas y realistas, y terminé con la última del último disco, es decir, con ‘Eguneroko ilusioa’, de José Vicente Carrasco, que también aporta su confesión, pensé que esas canciones no habían perdido actualidad ni mordacidad. En el libro están las luces y las sombras, hay marea alta y baja, sueños y desilusiones, apogeo y crepúsculo, principio y fin, parabienes y críticas, equivocaciones y aciertos. Queríamos plasmar el subidón de energía que rodea a la creación de un grupo, la ayuda de la amistad, el trabajo en el local de ensayo, los conciertos y su poder adictivo, las relaciones con las discográficas, los problemas y los buenos momentos en los estudios de grabación, la ilusión de los comienzos y la amargura del final, los que se quedaron por el camino…
ROBERTO MOSO (Cantante de Zarama, autor del nuevo prólogo): Hertzainak fueron un referente constante para nosotros. Empezamos con una relación de camaradería (y rivalidad disimulada) pasamos por otra de tensiones y reproches más o menos manifestados (con un momento crítico en cierta actuación de Muskiz) y acabamos con una buena relación, que se suele plasmar en mesas redondas y encuentros culturales y en mi caso, también en una amistad ya duradera sobre todo con Gari y Josu. Hertzainak demuestran que ese axioma de que «Para que un grupo funcione se tiene que llevar bien» no es necesariamente cierto. Todos debemos tener desencuentros y hasta broncas para que los demonios no se queden a vivir dentro.
OSCAR BEORLEGUI (periodista y crítico musical, uno de los nuevos testimonios del libro): En octubre de 1984 su tema “Eh txo!” no dejaba de sonar en la maquinita de singles del bar La Cueva de Irunberri, donde pasé aquel verano. A duro la canción. Yo también era de los que cantaba “Que te he dicho que no” (cuando se oía aquello de “Gehiegi itxoiten duk). No entendía nada, ni la música ni las letras, pero la actitud y la marcha derrochada por el grupo me sobrepasó.
PEDRO ESPINOSA: Desde el primer momento, cuando decidimos dedicar el libro a Hertzainak al poco de su desaparición, no queríamos tanto contar su historia sino la del movimiento que se generó en Gasteiz en la década de los 80. Un movimiento que tuvo a la música como catalizador y en concreto las letras y canciones de Hertzainak, grupo que se alimentó mucho de la gente que había a su alrededor incluyendo siempre en sus canciones temas y letras que aportaban los que en aquel entonces llamábamos la baska. Fue así como contando la historia del grupo contamos la historia de aquel momento convulso y magnífico donde surgieron las procesiones ateas, las fiestas alternativas, las radios libres o los gaztetxes.
JULIÁN LACALLE: Nos interesa, sobremanera, todo lo que ha rodeado a Hertzainak: nos parece un momento muy importante de la historia reciente, uno de esos “orgasmos de la historia” que decían los Diggers. Yo no sabría decir que ha quedado de su espíritu, pero estoy seguro de que cuando vuelva a nacer un movimiento contestatario de verdad, de esos que reafirman la vida y que no se preocupan por gestionar la miseria, se tendrá en cuenta todo lo que se hizo en esa época.
OSCAR BEORLEGUI: A simple vista parecería que no dejaron tanta huella como otras bandas, sobre todo viendo que los Hertzainak, a día de hoy, son una de las pocas formaciones que se salvan de esa sombra o “extensión” que representan los omnipresentes “grupos-tributo” o de “versiones”. Pero tal vez por ello creo que dejaron huella; pero una huella no superficial, sino muy profunda. Una huella marcada a fuego en el subconsciente popular y presente en ciertas bandas actuales a nivel espiritual más que meramente musical. Como verdaderos perros verdes que fueron, cosa de su espíritu transgresor, provocativo, y de su valentía a la hora de afrontar la composición de sus canciones o gestionar posteriormente su éxito.
PEDRO ESPINOSA: Ojalá se recupere el espíritu de aquella época, han pasado 30 años desde la edición de la primera y única maqueta de Hertzainak, pero las condiciones son parecidas, el paro era altísimo, nosotros estábamos en paro, pero no parados, compartíamos con la gente que se movía en la calle las ganas de vivir y de crear, de no dejarnos explotar ni engañar, de ser libres para cometer cualquier pecado y de pensar que todo es posible si realmente lo quieres, si te empeñas y esfuerzas.
ELENA LOPEZ: Queríamos plasmar toda la energía que a nosotros nos transmitió la maqueta de Hertzainak del 83. Parafraseando a Kirmen Uribe, ni Pedro ni yo seríamos los mismos, de no habernos topado con ellos.
Es-ter-no-clei-do-mas-toi-de-o
El libro “Imagina cuántas palabras” establece un juego entre textos e imágenes con cincuenta palabras, cincuenta escritores y cincuenta fotos.
Playa, baloncesto, estuche, hámster… Son algunas de las cincuenta palabras preferidas de los alumnos de primaria del colegio público Cardenal Ilundain de Iruñea. Con ellas, cincuenta escritores (Manuel Rivas, Isaac Rosa, José Ovejero, Luna Miguel, Miguel Sánchez-Ostiz, Javier Eder, El Drogas…) han tenido que jugar y crear los textos que componen “Imagina cuántas palabras”, un proyecto de la gestora cultural Carolina Martínez y el fotógrafo Clemente Bernard, quien ha sumado al libro cincuenta imágenes plasmadas por él mismo en la corrala de vecinas La utopía de Sevilla.
¿Qué nos dice una fotografía? ¿Qué imágenes podemos asociar a una palabra? ¿Qué palabras podemos asociar a una imagen?… Estos interrogantes y otros como los que plantea Victor Moreno en el prólogo del libro (“¿Qué hay detrás de cada palabra que pronunciamos o escribimos?) componen el chispazo original de “Imagina cuántas palabras”. Preguntas que surgieron de una conversación entre Carolina y Clemente y que trasladaron a los participantes del libro y que estos han resuelto con cuentos, poemas, historias gráficas protagonizadas por hámsters azules o marcianos con el nombre del músculo más popular entre los escolares (el esternocleidomastoideo, la cuarta palabra más votada entre ellos).
Casi la mitad de estos autores estuvieron en la presentación que tuvo lugar el pasado miércoles 18 de diciembre en el centro Conde Duque de Madrid, donde leyeron sus textos y explicaron las dificultades que les había supuesto enfrentarse a este reto creativo. Entre ellas —eso todavía no lo sabían— que iban a tener una competencia feroz en los ingeniosos textos que los alumnos de Cardenal Ilundain también escribieron jugando con las cincuenta palabras. Uno de ellos, el de Eduardo Nieto, también ha sido seleccionado para aparecer en el libro, y el jovencísimo autor estuvo presente dos días después, el viernes 20 de diciembre, en la presentación que se llevó a cabo esta vez en el Baluarte de Iruñea. Eduardo expresó, con aplomo y determinación, su deseo de ser escritor y “escribir más libros”. Estuvo arropado por sus compañeros de escuela y por otros escritores como Federico de los Ríos, Emilio Silva o Felipe Zapico, que en sus intervenciones resaltaron otros valores de esta iniciativa, como el apoyo y confianza en la escuela pública o su planteamiento lúdico y experimental. En el acto de Iruñea participaron también un quinteto de cuerda de la Escuela de Música Joaquín Maya, El Drogas, que acompañado por Kutxi Romero interpretó dos de sus temas y Angel Petisme, otro de los autores presentes en el libro, que estrenó “Mi gigante preferido” y junto con los dos anteriores una canción inspirada en una viñeta de El Roto.
Un proyecto colectivo y transmedia, en definitiva, que permanece abierto a nuevas propuestas o que puede prolongar su vida en acciones educativas, creativas, sociales y que puede encontrarse en librerías o en la web www.alkibla.com
Clemente Bernard y La utopía
El fotógrafo Clemente Bernard ha acompañado los textos de “Imagina cuántas palabras” con cincuenta fotografías realizadas en junio de 2013 en la corrala de vecinas “La utopía” de Sevilla, un edificio ocupado al norte de la ciudad andaluza por 30 familias en situación de emergencia social, desahuciadas de sus casas o sin medios para acceder a una vivienda digna. Una iniciativa impulsada fundamentalmente por mujeres que ha plantado cara a bancos e instituciones, que funciona de forma asamblearia y que sigue resistiendo. En las fotos de Clemente los niños juegan al balón entre el edificio ocupado y un hotel de cuatro estrellas que se levanta justo enfrente, o se despliega como un arcoiris una pintada en una pared en la que se lee “Pueden cortarnos el agua, pueden cortarnos la luz, pero jamás nos cortarán las alas”. Un punto de vista cercano, comprometido e imprescindible, el de Bernard, en un momento en el que más que nunca no hay que desviar la mirada ni dejar que nos arrebaten las palabras.
Patxi Irurzun
¡¡¡BAAAARRICADA, BAAAARRICADA, BAAAARRICADA!!!
El tercer y definitivo concierto de despedida de la banda hizo vivir una noche inolvidable, llena de recuerdos, emociones, sentimientos encontrados, ausencias… Barricada ha sido mucho más que una banda: una seña de identidad, un fenómeno sociológico, un montón de recuerdos. Toda una vida. Se va el último de los grandes grupos del rock vasco, pero nunca diremos adiós a sus canciones. Agur, Barricada! ¡Gracias, Barricada!
Patxi Irurzun
Lo dijo Kutxi Romero (Marea): “Quien no quiere a los Barri no quiere a su madre”. Y aquellos que estaban en el Anaitasuna este sábado despidiendo al grupo es evidente que han crecido amamantados por ellos, por su rock callejero. Gritaban fuerte y emocionados cada estribillo las hijas e hijos de Barricada, en este largo, triste y multitudinario adiós, y lo gritaban también por todos los que no estaban pero tenían su corazón sobre la pista o en las gradas, por todos los seguidores del que ha sido, para bien y para mal, mucho más que un grupo. ´
Se abarrotó el viejo Anaitasuna, el fortín en el que Barricada ha presentado puntualmente todos sus discos; el Anaita de las mejores noches, con un grupo y un público entregados desde el minuto cero, desde antes, en realidad, porque a lo largo de todo el día los “barriqueros”, muchos de ellos venidos desde muy lejos, se habían dejado sentir por Iruñea, por los bares, en los que se pinchaban o se coreaban las canciones de los viejos discos, en los conciertos de bandas tributo…
Antes de entrar, el ritual de las últimas cervezas, en el Boni y los otros bares de los alrededores; la reventa en las puertas del pabellón; gente que no desespera y espera el milagro de una entrada a última hora; las caras de felicidad y excitación en las colas… El público que se agolpaba en ellas, variopinto: cuarentones que tenían quince años cuando Barricada publicó “Noche de rock&roll”, chavales que se han enganchado al grupo en los últimos años, niños de la mano de sus padres que han aprendido las canciones sentados en el alzador del coche…
La ausencia de El Drogas
Ya dieron las diez cuando el concierto, el último concierto, empezó. Al igual que en los dos anteriores, se escuchó de fondo “One more kiss, dear”, canción de la banda sonora de “Blade Runner” (“Un beso más, querido, un suspiro más”), mientras una pantalla gigante proyectaba un recorrido en imágenes del grupo, en el que aparecieron quienes han pasado por Barricada a lo largo de estos 31 años: Sergio Osés, Mikel Astrain, Fernando Coronado… Y El Drogas, claro. Fue él quien se llevó la primera ovación de la noche, y fue de él de quien se hablaba en muchos corros, quien faltaba para que una despedida imposible hubiera sido perfecta (al menos para los que estaban abajo). Quien no quiere a los Barri no quiere a su madre ni a su padre, y desde que el grupo comenzó a romperse hace dos años, los seguidores han sufrido con la separación dolorosa de una familia extrañamente feliz. Se ha hablado mucho, demasiado, algunos, o muy poco, otros, se ha intentado también pasar de puntillas, como si nada hubiera ocurrido, pero es evidente que la ausencia de El Drogas era uno de los temas del día y una de las espinas clavadas en estos conciertos de despedida y en el corazón del nombre del grupo. Probablemente porque efectivamente, Barricada ha sido mucho más que un grupo, un fenómeno sociológico, una seña de identidad. El Osasuna del rocanrol (su canción “Rojo”, de hecho, es un himno en El Sadar), con una afición apasionada que, por lo demás, siempre ha sabido responder en los momentos que se necesitaba, en las noches de rock&roll, como las de este fin de semana.
Canciones que sonaron por dentro
Con “Esta es una noche de rock&roll”, precisamente, abrió fuego el grupo, y a ella siguieron “Písale”, “Objetivo a rendir”, “Pasión por el ruido”, “Lentejuelas”… El público coreó el nombre del grupo desde las primeras canciones, y también estas, las canciones, dejando respirar a las gargantas de Boni y Alfredo, a quienes además dieron aire Ibi Sagarna a la batería y Ander Izeta al bajo, los músicos que han recorrido este último tramo del camino con Barricada. “Oveja negra”, Callejón sin salida”, “Pon esa música de nuevo”… Los grandes temas sonaban, uno tras otro, como permitía la antipática acústica del Anaitasuna, pero eso daba lo mismo, porque en realidad sonaban por dentro. Canciones llenas de emoción y de músculo, capaces de poner en movimiento fardos de recuerdos. Por el Anaitasuna pudimos ver de reojo a antiguos amores, a los viejos amigos, incluso a aquellos que ya no están… Allá estaba Natxo Cicatriz, por ejemplo, cuando se escuchó “A toda velocidad”. Barricada era el último superviviente en activo de la hornada de grupos como Hertzainak, Eskorbuto, La polla, Kortatu… y hubo también algo de despedida a una época, a un modo de vivir la música, cuando esta era algo identitario, ritual, contestatario. Hoy parece difícil pensar que puedan surgir grupos dispuestos a romper todo con su música y su actitud, pero también cabe imaginar que la cadena sigue, se transmite, al ver este sábado a familias enteras coreando abrazados las canciones de Barricada.
Con el tramo final del concierto todo se vino abajo: “Rojo”, “Animal caliente”, “En blanco y negro”… Y los bises, esta vez sí: “No hay tregua”, “Pídemelo otra vez”, “Barrio conflictivo” (con fans y miembros del equipo haciendo los coros) y el inesperado y emotivo final de “No sé qué hacer contigo” y “La silla eléctrica”. Una gran noche. Un nudo en el corazón. La convicción de que Barricada sigue dentro de todos nosotros, de que sus canciones nos acompañarán siempre y de que esto no acaba nunca, de que hay muchas más barricadas que poner. ¡Hasta siempre, Barricada!
ENSAYO GENERAL PARA LA CUENTA ATRÁS
El grupo ofreció ayer en el Anaitasuna de Iruñea el primero de los tres conciertos con los que deja los escenarios tras más de treinta años de rockanrol.
PATXI IRURZUN
A las diez y diez, la hora en la que las agujas de los relojes se detienen como flechas cardinales en los escaparates, comenzó la cuenta atrás. Sobre el escenario, tras unas grandes letras con el nombre del grupo, en una pantalla gigante se proyectaban imágenes en blanco y negro, en las que se pudo ver y echar de menos a los otros Barricada: Mikel Astrain, Fernando Coronado, El Drogas, por supuesto… De fondo, como un arrullo sonaba “One more kiss, dear”, una de las canciones de la BSO de Blade Runner: “Un beso más, querido, un suspiro más”.
“Agur, Barricada”, se podía leer impreso en los vasos reciclables que servían en las barras de arriba, o que rellenaban los hombres-bar que pululaban por la pista. Luz verde, cerveza; luz roja, kalimotxo. Otros se habían abastecido antes en los bares de los alrededores (el más conocido de todos ellos el bar Boni), donde se pinchaban los viejos discos del grupo. Y de repente sonaron los primeros acordes de “Esta es una noche de rock&roll”, y el Anaitasuna, nuestro pequeño templo del rock, por el que hemos visto desfilar a Bob Dylan, Black Crowes, Hertzainak, Deep Purple, Kortatu, pero a ninguno tantas veces ni con tanta emoción como a Barricada, comenzó a temblar, cubrió todo el parquet con una piel de gallina. Cada canción de Barricada es un montón de recuerdos. Pon esa música de nuevo. Cada una de ellas un momento de nuestras vidas. Un antiguo amor. Un amigo que ya no está. Una canción en el viejo coche…
Arrancaron nerviosos y algo atenazados, los Barri, con el corazón encogido, probablemente, y los ojos velados. En las gradas se veían huecos. Era el concierto de los rezagados, de los que no llegaron a tiempo de atrapar las entradas que volaron para los conciertos del fin de semana que viene. Quizás todos, el grupo también, estaba pensando en ellos y esta noche de rocanrol fue una noche de emociones contenidas. Un ensayo general. Es difícil resistirse, sin embargo a cualquiera de los grandes temas del grupo, que siguieron al primero: ‘Pasión por el ruido’, ‘Lentejuelas’, ‘Balas blancas’… Es difícil no corear sus estribillos, renunciar a dar tregua a la voz desgarrada del Boni, que carga con casi todo el repertorio, las 32 canciones prometidas (Alfredo cantó ‘Písale’, ‘Como el invierno’, ‘Mañana será igual’, ‘Animal caliente’… no, esa no, esa la cantó el público, como siempre)… La intensidad de cada canción no se mide ya con los saltos sobre la pista, sino por el número de móviles brillando. Excepto quizás con temas con los que hay que levantar los puños, como ‘Okupazión’. Quizás los gritos se oyeran un kilómetro más abajo, en el barrio de Sanduzelai y los pisos ocupados recientemente por la PAH (o quizás, no, quizás haya que acercarse más, gritar más alto).
El tramo final del concierto es insuperable: ‘Rojo’, la descarga de adrenalina de “En blanco y negro”, “No hay tregua” —un solo pulmón, un solo latido del corazón—, “Pídemelo otra vez” (que llegó como la madrugada, cuando el reloj marcaba las doce en punto)… Y sin embargo… Sin embargo, había algo que no había acabado de romper, cuando las luces se encendieron. Y nadie se movió de su sitio. Un hombre de sesenta años lloraba como un niño en las gradas. Un niño de 8 años subía desde la pista de la mano de su padre. Todo eso es Barricada. Y sin embargo, esa noche el grupo, incompresiblemente, no volvió a aparecer, o no supo gestionar los bises. En el tintero, canciones como “Barrio conflictivo” o “No sé qué hacer contigo”. Habrá otros dos besos, otros dos suspiros, pero la mayoría de los que estaban ayer en el Anaita no los verán. La última y triste imagen que les quedará de Barricada es la de una numerosa cuadrilla de operarios, con casco y chalecos fosforitos, retirando una a una las grandes letras con el nombre del grupo. Por suerte, quedan todas sus canciones.
CRÓNICA | GIRA DE DUNCAN DHU
Una gaviota pendenciera sobrevuela el escenario en el primer concierto
Duncan Dhu ofreció este viernes en el Baluarte de Iruñea el primer concierto de su gira de reaparición. Se escucharon algunos de sus viejos éxitos, sí, pero también las seis canciones de su nuevo y hermoso disco: «El duelo», demostrando que su regreso no es un mero revival y todavía son capaces de robar luz a las tormentas.
Patxi IRURZUN
Y el día de muertos Duncan Dhu resucitó. Al tercer día, después de la presentación de su nuevo disco «El duelo» en agosto en el palacio de Miramar en Donosti y del concierto hace casi un mes en el Auditorio Nacional de Mexico DF, el tercer y definitivo asalto en el Baluarte de Iruña dio comienzo a su regreso y su esperada gira. Duncan Dhu han vuelto, entre la niebla de los malos tiempos que corren. No han ocultado que el motivo por el que se reunieron fue económico, la oferta de una gira por México, pero la necesidad es a veces la mejor musa y su reencuentro nos ha dejado un nuevo disco pleno de poesía, un trabajo de madurez, con arrugas en la frente y en la voz, que sin embargo recuerda a veces a sus primeras canciones. Un duelo contra el tiempo del que Diego Vasallo y Mikel Erentxun, aún con el cañón humeante y las sombras de sus figuras elegantes y delgadísimas sobre el escenario, han salido gozosamente vivos.
Quienes vayan a ver revolotear sobre sus cabezas cien gaviotas tendrán que esperar, tendrán que ver primero cómo de entre las zarzas de la garganta de Diego Vasallo sale volando una gaviota pendenciera (a la que alude «Llora, guitarra», uno de los nuevos temas -una versión de una canción tradicional menorquina-). Tendrán que oír las seis grandes canciones que han escrito para «El Duelo». No serán las únicas que tocarán por primera vez sobre un escenario. En su repertorio se han sacado la espina de «Crepúsculo», el último disco editado y que no tuvo gira, y han incluido temas como «Nada», «Como dioses pequeños» o «Lobos»… Los viejos hits, los de los estribillos que se coreaban en los bares o se susurraban mirando al techo en la penumbra triste de los cuartos de adolescentes, caen con cuentagotas. «Rozando la eternidad» fue el primero, la octava canción; la primera chica no aguantó más y se levantó a bailar desde su asiento en el auditorio con «La casa azul» cuando ya había transcurrido la mitad del concierto. Y después llegaron en «Algún lugar» o, ya en los bises, «Jardín de rosas», «Esos ojos negros», «Cien gaviotas»… Duncan Dhu, sin embargo, no ofrece un revival, no hay nostalgia, no hay fantasmas arrastrando sus cadenas por el escenario…
En el reencuentro de Mikel y Diego -lo han repetido también en presentaciones y entrevistas- hay también un reencuentro musical. En sus cabezas hay pasadizos por los que se escuchan los ecos de los mismos discos. El telón en Pamplona se levantó bajo los acordes de «Girl from the North Country», de Bob Dylan y Johnny Cash, y por ahí van los tiros. Folk rock, rockabilly, country, rock&roll de los 50… Banjo, mandolina, pandereta, piano Hammond… Acompañados de una banda de lujo (Joseba Irazoki, Mikel Azpiroz, Karlos Aranzegi y Fernando Macaya) la esencia Duncan Dhu se vuelve más densa, más madura, cada canción tiene su propia luz, la que le corresponde (incluso físicamente, la estupenda iluminación fue un miembro más de la banda, se vistió de rojo tenue, de arabescos, estiró y encogió el escenario…).
Duncan Dhu fue para muchos esa expresión de la que se abusa a veces hasta la cursilería: banda sonora de sus vidas; para otros muchos también, pero a la fuerza, la música que se escuchaba a lo lejos y a todas horas, en los bares a los que nunca entrabas, en las radios que nunca oías. Tuvo que ser El Drogas (Barricada) quien dijera en cierta ocasión que las canciones de Duncan Dhu le parecían mucho más radicales que las de muchos radicales oficiales, para que algunos comenzaran a reparar en ellas. Era mucho más fácil escribir «Policía asesina» que versos como los de cualquier canción firmada por Diego Vasallo, profundos como su voz y con la belleza de las ruinas, o de las vidas asoladas por las tormentas. Como es fácil para Duncan Dhu, en esta gira por auditorios, levantar al público con `Cien Gaviotas’. Lo realmente difícil es mantenerlo encogido en sus asientos, con el corazón temblando, reconociendo toda tu vida escrita en una frase («La vida avanza con el labio partido», «Robábamos luz de cualquier tormenta»…) en temas tan hermosos como «El duelo» o «La última canción». Y Duncan Dhu lo han conseguido: han ganado el duelo.
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