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En septiembre publicaré con Alberdania mi diario «Dios nunca reza» así que ahora andamos con las galeradas, o con la portada que aquí os adelanto. Os dejo también algunos pasajes del libro que ya he ido colgando en este mismo blog:
Domingo, 20 de julio de 2008
En los últimos días se han fundido tres o cuatro bombillas de la casa. Es como si esta intuyera que se acaba un ciclo, que vamos a apagar la luz dentro de poco. Claro que nosotros le damos pistas, ya no limpiamos tan a menudo como antes, acumulamos en las habitaciones, a la vista, trastos que normalmente suelen estar escondidos… Es su pequeña venganza. Además, hace unos días la goma de la puerta del balcón, que había aguantado cinco años suspendida en una posición inverosímil, se despegó definitivamente. Y la pintura de una esquina de techo del cuarto de estar ha comenzado a abombarse.
Así que también intentamos engañarla, por ejemplo, comprandole algún juguete a Urko, que se sume a todos los que hay en su habitación, para hacer creer a esta casa rencorosa y posesiva que no tenemos que trasladarnos dentro de unos días, que todavía hacemos lo que se hace con las casas, llenarlas de cacharros inútiles, como retales de una vida que se va consumiendo y renovando día a día.
El último juguete, ayer, fueron unos muñequitos que representan a los personajes de Peter Pan. Todo un éxito. Urko no ha parado de inventar historias con ellos. Esta mañana incluso, no quería ir a una exposición sobre Mortadelo y Filemón a la que le habíamos prometido llevarle hace ya varios días, antes de San Fermín.
-No, porque luego se me olvida a qué estaba «juegando»- ha protestado.
Y me ha recordado a mí cuando era pequeño, la manera en que me sumergía en mundos imaginarios, desconectando por completo de la realidad, creando la mía propia, mi propia medida del tiempo; mundos de los que no quería salir, porque no sabía si volvería a encontrar el camino de regreso hacia ellos; mundos que se desvanecen para la mayoría de las personas conforme se convierten en adultos. Otros, por el contrario, nos resistimos a crecer, a dejar de ser peterpanes. Escribir, por ejemplo, es solo un juego, la manera en que un hombre de (casi) cuarenta años pueda seguir trasteando todavía con sus geypermanes o sus clicks de Famobil sin resultar ridículo. Me pregunto si Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, se habrá sentido alguna vez ridículo, al pintar sus monigotes. Supongo que no. Hacer reír es algo muy serio. Y él nos ha hecho reír, nos hace reír todavía de lo lindo. Me ha emocionado ver en la exposición (a la que finalmente hemos ido permitiendo a Urko llevarse sus muñequitos) los primeros originales de Mortadelo y Filemón (que al principio llevaba un gorrito y fumaba en pipa), poder ver los trazos de lápiz bajo la tinta china, las correcciones con tipex, los pedacitos de papel con los diálogos escritos a máquina, cortados y pegados sobre la historieta… Pura arqueología del tebeo.
La exposición, además, era en la Fundación Buldain, un pequeño chalet en Huarte (el pueblo de mi madre), dedicada a Patxi Buldain, pintor, desertor y ácrata, que huyó a Francia durante la posguerra. Buldain, en París, alternó con Picasso, Camus, Jacques Brel, fue uno más entre ellos. Pero en Huarte todo lo que saben contarte sobre él (incluso mi madre, a pesar de que el pintor vivió durante algún tiempo en la planta superior de su casa) es que Patxi era un rojo, y que escapó para librarse del servicio militar. Supongo que Buldain cruzó la frontera no solo por ello (una razón más que suficiente), sino también para dejar atrás un país gris, castrante, en el que se trataba a todos como a niños pequeños pero a los que no se les permitía jugar.
Algo ciertamente cruel, porque los niños tienen todos la capacidad innata de crear, de inventar. Y creo que hoy, como entonces, todo parece preparado para despojarles de ella a medida que se hacen mayores, para convertirlos en hombres y mujeres sin otra función que la de producir, consumir, exclusivamente para que puedan conseguir una profesión que desempeñar con precisión mecánica, y obtener un buen sueldo, para hacerles creer que con él pueden comprar todo, incluso los mundos imaginarios que les están arrebatando, reduciendo a escombros..
Todo el mundo en la calle habla de crisis, crisis económica, pero las crisis las crean y las destruyen, les marcan los tiempos, perfectamente, los bancos, los gobiernos, las multinacionales. Nadie, sin embargo, habla de esa otra crisis terrible, que permite que los niños se hagan mayores sin saber apreciar las marcas de lápiz bajo la tinta china. Es como si la casa en que viviremos dentro de unos años también comenzara a quedarse a oscuras, vacía, o fuera a llegar a ella un inquilino que derribara las paredes, sin licencia de obra, sin saber donde están las vigas maestras
Martes 17 de junio de 2008
Martes 19 de agosto de 2008
Con Janis aún calentita, ya empieza a hornearse «Dios nunca reza», el diario que Alberdania publicará en septiembre y del que ha aparecido publicado en Kulturklik esto:
28-06-2011
Un verano, el de 2008, desfila por las páginas de este diario de Patxi Irurzun, escrito con una fiereza solo equiparable a su ternura. Contiene, en efecto, la fiera crónica cotidiana de un ser humano que desea y persigue la verdadera vida en todas y cada una de las rendijas de la existencia y de sus múltiples escenarios. Sus anotaciones son entonces afiladas, pero también empáticas. Contempla y relata, pero, al mismo tiempo, se implica y vive. He ahí la clave. La ternura se cuela en las páginas de este diario tanto cuando Irurzun habla de su entorno afectivo, de su hijo nacido antes y de su hija, cuyo nacimiento nos relata en directo, de su compañera, de sus amigos, de su cosmos, como cuando nos habla de esos seres que lo que denominamos “sistema” expulsa de su interior como materia inservible, ya deglutida, digerida y amortizada… Esta crónica cotidiana, que bien podría haberse titulado Diario de mudanzas, recorre un trayecto vital que se inicia, efectivamente, con la perspectiva de una mudanza de domicilio, y acaba en una mudanza mucho más agria: el despido. Entre ambas mudanzas, Irurzun nos ofrece todo un mundo en sus múltiples y, a menudo, crueles manifestaciones. Dios nunca reza trae, sin duda, un aire radicalmente nuevo a la escritura del yo y de la memoria.
Título:Dios nunca reza
Autor/a:Irurzun, Patxi
Páginas:152
Idioma:Castellano
Colección:Alga
Formato:Rústica
Precio:17,00 €
ISBN:978-84-9868-319-6
Fecha de publicación:2011 (1ª edición)
Editorial:Alberdania, S.L.
Ya tengo fechas para los dos libros que publicaré este año:
«¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno -amateur-« (
Eutelequia), será un libro tórrido para el verano: aparecerá a finales de mayo.
Y
«Dios nunca reza» (Alberdania), a principios de septiembre.
Ahí van dos pildoritas de adelanto de cada uno de ellos
DIOS NUNCA REZA
Domingo 10 de agosto
El de hoy ha sido un domingo tranquilo, un domingo con periódicos, como en la canción de Andrés Calamaro. Por la mañana, he bajado con Urko al parque, es lo que suelen hacer los padres los domingos por la mañana, pasar más tiempo con sus hijos -y con los padres de otros hijos-, dar un respiro a sus mujeres, dejarles un par de horas libres para que se depilen (y librarse, en realidad, de ese modo de pasar el aspirador o limpiar los baños). Yo me he sentado bajo un árbol, mientras Urko se llenaba de arena las uñas y la ropa limpia, y he ojeado la prensa. El viernes empezaron los Juegos Olímpicos de Pekín. En uno de los periódicos, he visto una foto de varios soldados chinos, agitando banderas de su país. Son medio centenar, y en sus rostros se les ve orgullosos a unos, a otros enardecidos, incluso desafiantes, dispuestos a morir o matar por su patria o su presidente, pero yo me he fijado en uno de ellos, en una esquina, con la banderita arriada, descansando en su regazo, y la mirada perdida, el rostro estupefacto (quizás solo estaba tomando un respiro para agitar su bandera con más fuerza, pero he preferido imaginar que el soldado también se sentía extranjero, entre todos los demás ), y me ha parecido el más valiente de todos esos militares, hay que ser muy valiente para enfrentarte a tus dudas, para tener miedo cuando otros deciden que se debe ser audaz, que tu vida vale menos que el uniforme que llevas puesto, para pensar en la última vez que hiciste el amor con tu novia (y en la próxima que lo harás) mientras todo el mundo libre señala con el dedo y acusa al país que tú tienes que defender.
En el mismo periódico he leído, con titulares más pequeños, que al mismo tiempo que atletas de todo el mundo desfilaban tras su abanderados en la inauguración de los Juegos Olímpicos, Georgia y Rusia se declaraban la guerra, y soldados de esos dos ejércitos ya no empuñaban banderitas, sino fusiles, conducían tanques, bombarderos, y que ya han muerto más de dos mil civiles. Y en otro más, en una noticia de apenas unas líneas, que España ha aumentado en un 10% la venta de armamento a otros países.
¡OH, JANIS, MI DULCE Y SUCIA JANIS!
27- Breve auge y caída del porno-rock radikal vasco
En nuestro debut, en el concierto de la Txantrea, no pudimos estar mejor acompañados, tratándose de un grupo de porno-rock, pues nos pusieron de teloneros de La Polla Records y de Cicatriz en la Matriz. Supongo que más por ellos que por nosotros, cuando empezamos a tocar las txoznas estaban abarrotadas, yo miraba entre bambalinas –a través de una enorme ikurriña con el anagrama de las Gestoras Pro-Amnistía, que tapaba, a modo de telón, el escenario— y veía una jungla de cuero y tachuelas, con katxis de cerveza que la sobrevolaban y señales de un humo espeso y con un olor que alimentaba elevándose hacia el cielo y llamando a la revolución o a un pedo colectivo, no lo sabía muy bien.
Desde esa perspectiva daba un poco de acojone, pero nosotros también teníamos un as en la manga, y arrancamos nuestra actuación con “Quiero matar a polvos a un concejal de UPN”, la polémica canción de Las Perras en Celo. En ella yo salía vestido, de cintura para arriba, con el traje de la corporación municipal, con su chistera y todo, y, de cintura para abajo únicamente con una bandera de Navarra en plan pareo, cuyo escudo golpeaba con mi maza, como si fuera el mismísimo Sancho el Fuerte rompiendo las cadenas en la batalla de las Navas de Tolosa.
Mamen, de vez en cuando se acercaba a mí, ponía el culo en pompa y sacaba lustre al cuero de sus pantalones perfectamente ajustados, frotándose contra la bandera, tal y como habíamos ensayado en la bajera, pero ahora además, y eso no entraba en el guión, de vez en cuando agarraba mi maza y la apretaba con fuerza, e incluso en una ocasión hasta se agachó y le pegó un pequeño mordisco, como una auténtica perra en celo.
La cosa prometía.
Cuando acabamos el tema apenas hubo algunos aplausos, se escuchó algún silbido a lo lejos, y después se impuso un murmullo de risas nerviosas y cuchicheos. El público estaba desconcertado, eso era bueno, pero por desgracia rápidamente un grupo de enterados interpretó nuestro mensaje de una manera algo retorcida y empezó a corear goras a ETA.
—En ETA no se folla —les corté yo, acercándome al micrófono.
Para José Ángel Barrueco y Marta, con mis mejores deseos.
Martes 19 de agosto
Hoy hemos tenido ecografía. Con el anterior embarazo, Malen y yo no llegamos a convencernos realmente de que seríamos padres hasta la mañana en que vimos por primera vez a Urko en el monitor. Hasta entonces todo parecía sólo una prolongación de ese juego despreocupado de enamorados en el que se inventan nombres para hijos que no nacerán todavía, que quizás nunca nacerán. Malen y yo habíamos jugado muchas veces a aquel juego. Supongo que estábamos muy enamorados. Por lo menos tanto como todos los enamorados.
Nos conocimos en el barnetegi, un internado para estudiar euskera, en Lazkao.
Los dos estuvimos allá casi un año, un paréntesis en nuestras vidas mientras decidíamos qué hacer con ellas. Después yo hice el viaje a Filipinas y cuando volví ella todavía estaba esperándome. Durante los primeros meses de nuestra relación hablábamos entre nosotros en euskera, incluso hacíamos el amor en euskera. Después, un día, de repente, nos pasamos al castellano, y poco a poco nos fuimos olvidando de todo lo aprendido. Es curioso, mi vida ha sido una sucesión de cursos que no me han servido para nada, de esperas en las colas de las oficinas de empleo, de idiomas que se olvidan, de novelas en las que inventaba ese limbo al que van a parar los niños que nunca nacen pero tienen nombre. Como si en lugar de una vida fuera un simulacro. Al menos fue esa parte de mí, la que nunca llegaba a suceder realmente, la que hizo que Malen se enamorara de mí.
—Me gustó que fueras escritor. Me halagaba pensar que alguien sensible e inteligente se fijara en mí —solía decirme.
Pero a mí lo que me gustó realmente de Malen fue su culo. Todavía me seguía gustando. Mucho. A veces, cuando paseamos por la calle, dejo que se adelante unos metros sólo para mirarlo hipnotizado; o cuando por las noches nos acostamos y ella se coloca de espaldas a mí mi pene se desenrosca inmediatamente, como una serpiente encantada. Incluso a pesar de que sepa que no haremos el amor.
Malen, por su parte, nunca se ha sentido especialmente atraída en lo físico por mí y no tardó en comprender que a los escritores es mejor no conocerlos, que en realidad no son ni tan sensibles ni tan inteligentes, y de ese modo su pasión -al menos estos últimos meses- se ha ido escurriendo igual que un helado de una fruta de nombre exótico pero un sabor de regusto insulso.
—Es el cambio hormonal. El embarazo —trata de disculparse.
Como si June fuera una extraña que se ha entrometido en nuestras vidas, en nuestra propia cama. La niña, sin embargo, se esfuerza para que le hagamos caso. Esta mañana su pequeña figura ha aparecido plácidamente tumbada boca arriba, mostrándose con descaro. Incluso ha sacado la lengua cuando la ginecóloga ha enfocado su rostro.
—¡Uy, que descarada! —ha dicho Malen.
La he mirado sonriendo a los ojos y en el charquito que resplandecía en ellos he visto reflejado todo lo que quedaba en medio de la atracción física o intelectual, todo lo que realmente hace que nos queramos: el mismo sentido del humor, el mismo inconformismo, la misma capacidad de sorpresa, todavía y a pesar de todo, ante la vida…
Después he vuelto la mirada hacia el monitor y he distinguido un puntito que palpitaba agitado.
-Es el corazón- ha dicho la ginecóloga. Su voz sonaba fría, desprovista de emoción. Pero era normal. Tan normal como la vida misma. Para nosotros ese latido es el latido del mundo, pero ella descubre un nuevo corazón cada cuarto de hora.
-¿Qué tal tiene el pie? -ha preguntado Malen.
En la anterior ecografía nos dijeron que tal vez el pie derecho de June estuviera torcido. Apenas hemos vuelto a hablar de ello, tan solo haciendo bromas que traten de disimular nuestra preocupación (a veces la llamamos la cojita). Pero es pronto para asegurar nada, dicen los médicos.
-Yo no veo nada raro, pero es difícil apreciar algo así, en todo caso es algo que se soluciona con ortopedia, durante el primer año, no tenéis que preocuparos, la niña está muy bien, y es muy grande, muy hermosa -ha dicho la ginecóloga.
Cuando hemos salido de la consulta he vuelto a tener la misma sensación que con las ecografías de Urko, o el día de su parto, o cada noche cuando lo acuesto, la sensación de que mi existencia, al fin, deja de ser sólo un simulacro y se convierte en algo real.
Malen yo nos hemos besado. No ha sido un beso como los de antes, cuando nuestras lenguas se convertían en dos látigos que azotaban el corazón y le hacían sangrar esperma y jugos vaginales, pero ha sido un beso de verdad, de dos personas que todavía se aman.
Dios nunca reza (Patxi Irurzun) se publicará en 2011