“Preferimos las mentiras para vivir con tranquilidad”
Kutxi Romero, cantante y letrista de Marea. Lector voraz; poeta, y de los buenos, aunque lo niegue tres mil veces; enemigo de las entrevistas; lengua afilada y certera; inteligencia siempre al sprint. Al frente de su grupo, el último de los grandes grupos de rock urbano, enfila la recta final de una gira que ha reventado pabellones y que se arrima en sus últimos bolos a casa.
Patxi Irurzun / Fotos: Unai Beroiz/ Publicado en suplemento ON (Deia, Diario de Navarra, Gu¡iouzkoa y Alava)
La cita con Kutxi Romero está puesta en la Plaza Marea. No es ninguna fanfarronada. Es allí, en ese rincón de Berriozar dedicado a sus hijos predilectos, donde se encuentra el Kutxitril, la bajera, la guarida en la que este bandolero del rocanrol le roba versos y rasgueos de guitarra a un aire que en realidad es puro humo de tabaco rubio. Si las paredes del Kutxitril hablaran la Audiencia Nacional colapsaba. Por este pequeño museo del rock urbano (en esas paredes están colgados varios discos de oro o los originales de algunas portadas del grupo) han conspirado hasta el amanecer príncipes y maletillas del rocanrol y la literatura. Muchos de ellos se han quedado en la bajera para siempre, en fotografías en las que aparece Kutxi junto a Rosendo, Fito, El Drogas… Kutxi es solo un chaval que los mira con los ojos brillantitos, en las más viejas. En las más recientes, aparece junto a ellos compartiendo escenario de igual a igual. A pesar de ello, y de que Kutxi escribe como los ángeles —de cuero—, el cantante de Marea repite una y otra vez que él solo es un intruso. Pero lo hace solo por humildad y respeto a los maestros. Y porque es una persona educada, como a él le gusta la gente. Sin ir más lejos, Marea acaba de volver de su gira europea, y antes reventaron pabellones por toda España, telonearon a Bon Jovi o volvieron a encabezar la lista de discos más vendidos con su último trabajo: El Azogue. Hoy mismo estarán tocando en casa, en el Navarra Arena de Iruña y el próximo día 28 en Bilbao, antes de volver a echar la persiana, no se sabe —con los Marea nunca se sabe— hasta cuándo.
¿Se imaginaban en Marea, cuando empezaron hace ya más de veinte años, que acabarían llenando pabellones, haciendo giras por Europa, América, o teloneando a Bon Jovi?
Eso no se lo imagina nadie. Todas las bandas grandes, o populares, tienen algo en común, y es que el triunfo ha sido una consecuencia, no una finalidad. Cuando nosotros empezábamos nadie pensaba más allá de tocar en bares y ver si conseguía cien mil pesetas para poder grabar una maqueta, esa era la finalidad, era el arte por el arte, crear por crear, parecen tópicos, pero es la puñetera verdad, y eso significaba que tú ibas al local y no te autocensurabas, no pensabas si lo que hacía ibas a gustar o no, si la canción era larga o corta, cómo iba a ser el vídeo… Mi generación quizás fue la última con esta mentalidad. Ahora la mentalidad es otra: “Vamos a hacer una canción y a colgarla en internet a ver si funciona; o “Vamos a hacer un videoclip de puta madre”; o “Llevo un mes tocando y ya me voy a poner un caché guapo, porque soy un musicazo”. Yo creo que las nuevas generaciones ven todo como un medio para llegar a eso. Pero para nosotros crear, hacer canciones y tocarlas con tus amigos en el local, era el fin. Y en esas seguimos. Nosotros, y Evaristo, Fito, El Drogas… Todo lo demás, es solo una consecuencia.
¿La portada de El Azogue es un pequeño homenaje a esos orígenes y esa manera de trabajar?
Sí, es muy gráfica, un pico, una pala, varias herramientas de obra hacienda una especie de pira, de tal modo que si quitas una se cae todo. Nosotros siempre hemos defendido que si uno de los cinco Marea no quiere o no puede tocar, esto se ha acabado, porque no somos ni una ETT ni un equipo de fútbol. Si a una mesa le falta una pata, sigue siendo una mesa, pero cojea.
Cuando empezaron, de hecho, ustedes tenían ese tipo de trabajos, trabajos de pico y pala…
Sí, y hasta el 2002 o así, que ya habíamos pegado el pelotazo, seguimos en ellos, porque no salían las cuentas. Pero en realidad nosotros no nos fuimos de los curros, los curros se fueron de nosotros, porque cada vez íbamos menos días. Éramos peones de la construcción, limpiadores de marquesinas… Yo creo que si mañana mismo llamamos a nuestros curros anteriores nos cogerían otra vez, porque no me parece que el sistema de funcionamiento de una carretilla o de una paleta haya cambiado mucho.
El primer disco de Marea se grabó gracias al dinero que usted ganó en un concurso de cantautores…
Sí, sí, los encuentros de artistas jóvenes del Gobierno de Navarra. Y fui a eso, a ganarlo. Vi un cartel por la calle, leí que daban doscientas cincuentamil pesetas y se lo dije a Kolibrí, el guitarrista de Marea: “Voy, lo gano y con ese dinero grabamos el primer disco”. Y así fue. Pero lo mejor de todo es que nadie puso en duda que aquello no iba a pasar. El disco nos costó trescientas mil pesetas, Carmen (la compañera de Kutxi) nos dejó las cincuenta mil restantes, que todavía dice que se las debemos, yo creo que no, pero de todos modos a ver dónde encuentro yo ahora cincuenta billetes de mil.
Aquí, en el Kutxitril, hay muchas fotos de aquella época, y de otras posteriores también, usted con muchos de sus maestros, los artistas a los que admira, Rosendo, El Drogas, El Cabrero, Robe… ¿Se siente un alumno aventajado?
No, qué va, yo lo que me he sentido siempre ha sido un intruso en todo lo que he hecho. Para empezar en la literatura. Yo no soy poeta, poeta será David González, que es un escritor que se dedica en cuerpo y alma y las veinticuatro horas del día a eso, a pensar en la poesía. Yo si me pongo a pintar esta pared y alguien me pregunta: “¿Es usted pintor?”, le digo “Para, para, yo no soy pintor, soy el que pinta, que no es lo mismo”. Yo no me he dedicado plenamente nunca a la literatura ni a la música ni a nada. Músico es El Drogas, que ha sacrificado toda su vida a su carrera, y hay que ser muy valiente para eso, porque en la balanza todo se inclina hacia ese lado y todo lo demás, supongo, se descompensa y se resiente. Para mí eso es un músico de verdad. Y yo por eso salgo con tanta tranquilidad a todos los sitios a los que voy, nunca he tenido nervios, porque es como si esos sitios no fuesen los míos y no tengo que demostrar nada. Y así llevo ya, a lo tonto, 28 años.
Sin embargo, algunos de esos maestros sí le tienen a usted como un referente, El Drogas, por ejemplo, que repite siempre que de usted aprende mucho…
Hombre, yo sí he sido algo ha sido un buen seguidor de grupos. Y un buen lector. Y eso me ha servido para las letras de mis canciones. Con quince años yo ya era un lector indiscriminado. Entonces estaba muy enganchado a Miguel Delibes. Me leí Las ratas tres veces seguidas. Pero de repente llegó Bukowski y me dije: “¿Pero esto se puede decir?”. Y luego Henry Miller, Burroughs, la generación beat… Cuando conocí a Enrique sus lecturas eran muy dispersas, y, sí, le comencé a pasar cosas, libros, igual por eso lo dice.
En sus letras — por ejemplo en este disco en Jindama o Pájaros viejos— hay siempre alusiones y homenajes a sus músicos y escritores referenciales, Rosendo, Robe Iniesta, Lorca, Miguel Hernández…
Sí, y siempre son los mismos. La gente que contaba la verdad y era verdad lo que hacía. La verdad es muy interesante, porque ¡se ve tan poco! Preferimos las mentiras para vivir con tranquilidad.
Una de esas canciones, Pájaros viejos, ha dicho usted que en realidad es una canción sobre la muerte
Sí, porque no quiero que se vaya la gente que me ha hecho ser lo que soy, no quiero que se derrumbe mi raigambre. La muerte es inevitable, llegará y no seremos más que pellejo. A mí me gustaría ser católico, o creer en alguna religión que crea en la reencarnación o en la transmigración de las almas. Sin embargo, los católicos, que tienen después una vida eterna, son los que más temen a la muerte. ¡Pero si deberían estar deseando que llegue! A algunos si quieren los mato yo, y les hago un favor. Qué paradoja, a mí que creo que cuando la hinques sanseacabó la feria, no me da miedo la muerte… Sí, me gustaría ser católico, y creer en esa otra vidorra, bueno, no, porque igual entonces estaría muerto hace ya quince o veinte años.
¿Y a qué le tiene usted jindama, es decir, miedo?
Yo solo me tengo miedo a mí mismo. Pero el miedo, en el fondo, está bien, el miedo te hace estar alerta, es una buena defensa.
Volviendo a sus letras, en alguna ocasión ha dicho que en Marea, musicalmente hablando no han inventado nada, pero lo que es incuestionable es que su manera de escribir tiene el poso de esas lecturas, pero también mucho peso propio.
Sí, bueno, sí que siento que he creado una manera quizás más poética de contar, pero que es consecuencia de la mezcla de esas grandes bandas, sobre todo cuando aparece Roberto Iniesta (Extremoduro), que para mí, y para todos, en realidad, es la pieza clave en esto, es él quien empieza a contar las cosas como nunca se habían contado. Y eso más la tristeza de Los Suaves, más la bravura de Barricada, más lo críptico de Rosendo…
Pero, insisto, usted tiene una voz literaria propia y muy potente, que además en El Azogue suena especialmente afinada e inspirada.
Bueno, igual sí tengo una voz propia, pero me parezco mucho a mi padre y a mi madre.
Por ejemplo, podría elegir cualquier verso al azar, pero en este en particular usted escribe “al fondo de mi alma hay un pozo pero la soga no alcanza”. Y a mí eso me ha hecho pensar en la introspección, en algo que suele decir David González, el poeta que ha mencionado antes: “Yo escribo para limpiarme”.
Para mí escribir no es un refugio, solo escribo para saber lo que pienso, no tengo una opinión clara sobre nada hasta que no lo escribo, y a veces me da mucho miedo lo que pienso. Es mi manera de hacerme justicia, como decía otro gran poeta, Karmelo Iribarren. Cuando leo lo que he escrito pienso que está bien que lo haya escrito, porque si no, si en vez de un boli tuviera una pistola, estaría en el talego.
De hecho, en una entrevista anterior usted me decía que ahora incuso podríamos acabar en el talego también por eso, por lo que pensamos, no por lo que hacemos.
Sí, y ya está pasando. Lo que no sabemos es si prescribe el pensamiento, es decir si yo hoy te digo en esta entrevista que pienso que me encantaría ver mañana un linchamiento público de Casado, Rivera, Sánchez y Abascal, y va un juez y me llama a declarar y le digo: “No, no, pero eso era ayer, hoy ya no”, ¿eso prescribe?
Centrándonos en algo más anecdótico del disco, para el video de En las encías, contaron con la colaboración de Poli Díaz, El Potro de Vallecas. ¿Cómo fue la experiencia?
Surrealista. El guión para ese vídeo ya estaba hecho, era algo muy gráfico, algo que representara el resurgir, volver al ring, a la batalla después de tantos años, y solo faltaba el actor. Y entonces pensé que solo podía ser él, Poli Díaz, la resiliencia hecha persona. Contactar con él fue complejo, porque para llegar hasta su casa, en Madrid, hay que pasar ocho vías, un descampado con lavadoras, un campo con cereal, unas chabolas, al final un camino a la izquierda… Alguien nos dijo que solía parar por un bar y dejamos allí un teléfono. Y a la semana y pico llamó. La conversación fue surrealista, él me hablaba de lechugas, de no sé qué pieza de motor de un coche, pero al final, no sé cómo, nos entendimos. Luego, a la hora de grabar el vídeo, fue todo muy fácil, hacía un frío terrible y él estaba en calzones, le echábamos cubos de agua para que pareciera sudor, y Poli ni se inmutaba, porque para todo lo que ha vivido eso era una menudencia. Nos dio también muchas instrucciones sobre boxeo, y salió un vídeo espectacular. A raíz de eso empezó a aparecer otra vez en los medios y ahora mismo parece ser que van a hacer una serie, que ya era hora, porque si Poli fuera americano tendría ya tres películas. Él, por lo demás, está bien, está limpio, corre todos los días, se cuida físicamente…
Marea siempre ha funcionado de un modo que no suele ser habitual, ustedes sacan disco, hacen gira, y solo se vuelven a juntar cuando los cinco tienen ganas…
Las ganas generan todo, la inspiración, el duende. Si a mí ahora mismo me viene una frase genial pero no tengo ganas de levantarme a escribirla, se pierde. A mí no me va a pasar lo que a Picasso. Si la inspiración te tiene que pillar trabajando a mí no me va a encontrar. Hay que tener ganas, y en el caso de Marea tenemos que tener ganas los cinco a la vez, lo cual es difícil, pero a la vez esa conjunción es una maravilla, cinco cohetes encendidos a la vez generan mucha potencia. La mesa tiene que estar firme, si está coja no vale. Igual tienen que pasar tres, cinco o diez años, claro. Con nosotros nunca se sabe. Pero creo que funcionar así es muy necesario. Hay gente que dice que eso podemos hacerlo nosotros que tenemos pelas. Pero cuando no teníamos pelas también lo hacíamos. No vivimos en el cuerno de África y nos podíamos buscar la vida. A otros grupos les decimos que hagan lo mismo, que tengan grupos paralelos. Nosotros, de hecho, así nos damos cuenta cuando nos juntamos de lo bien que estamos con Marea. Es como cuando Maki Navaja mandaba al Popeye y al Moromierda un día al año a trabajar a la obra, para que vieran lo bien que vivían el resto del tiempo.
Marea, ciertamente, es un grupo muy popular, llenan pabellones, tienen discos de oro y platino… ¿Cómo lleva usted la fama?
Yo la llevo bien porque a mí solo me conoce la gente del rocanrol. Y ya me cuido yo mucho de no ser una cara popular. Mi vecina igual no ha escuchado a Fito en la vida, pero si lo ve por la calle sabe quién es. Sabe que es alguien de la tele. Fito no puede ir a ningún sitio, ni a correr. Yo si voy a un concierto de Los Suaves, sí, me van a venir quinientos a hacer fotos, pero si voy a ver a El barrio, que le gusta a Carmen, solo soy otro tonto más con sombrero entre cuatro mil; o si voy al cine, me reconocerá el rockero que haya en el cine, nadie más.
Berriozar, su pueblo, en ese sentido le ha ayudado mucho a mantener los pies en el suelo…
Ser de pueblo te permite ser el hijo de la Inés. Todavía hoy hay gente que me pregunta a qué me dedico, aparte del grupo. Mucha gente no sabe que yo como de esto. “Sí, sí, tiene un grupo, pero de qué vive, si no yo no he visto al gandul trabajar en veinte años”, dicen. Mi abuelo también lo decía, que yo no podía ser muy buen artista porque no me había visto en la tele. Lo que no saben es que de la tele me llaman mucho pero yo no voy. Entre otras cosas porque hoy en la tele no hay entrevistados, hay entrevistadores, que quieren ser solo ellos los que brillen. Y yo el papanatas lo hago en mi casa. A mí para que me vengan a ver cobro. Aparte de que la tele engorda.
La que es una estrella, o la famosa de la familia es su madre, ahora que la menciona.
Bueno, ahora está retirada, pero creo que va a volver. Canta en un coro rociero, misas cantadas, bautizos… Y sí, en la gira anterior ella hacía más bolos que Marea, sesenta o setenta al año.
Para acabar, ¿se sigue viendo usted de mayor tocando en Benidorm?
Sí, me veo como María Jesús y su acordeón, o Arévalo, contando chistes de tartamudos, en algún bar de un lugar con costa, buena temperatura, que me vendrá bien para los huesos, y alguien que viene y me dice, “Tócame El perro verde, que me enamoré con ella de mi mujer hace noventa años”. Y no me parece mal, envejecer sin dignidad me parece maravilloso. Y en cuanto a los Marea no sé qué va a pasar. Nuestro guitarrista César, que es bastante reservado pero que cuando habla le hacemos mucho caso, porque dice cosas con mucho juicio, suele contar que a partir de los cincuenta y particularmente en el rocanrol no se hace otra cosa que el ridículo (salvo honrosas excepciones). En fin, no sé, de momento han sido veintidós años con Marea y se han pasado en veintidós minutos. Y para lo gandul que soy, me parece que ya he hecho cosas. Y, además, no he tenido que volver a coger la paleta, de hecho hace dos o tres años la tiré, porque si no siempre había algún colega que me pedía que le alicatara el baño.
PATXI IRURZUN
Patxi Irurzun, David González y Kutxi Romero hacia 2002
“Me siento un guerrillero, más que un referente o un modelo a seguir”
Enrique Villarreal Armendáriz, El Drogas
Tras acompañar a La Polla Records en su multitudinario regreso a los escenarios El Drogas arranca la gira de presentación de su último trabajo, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, un disco quíntuple con 42 canciones con diferentes estilos, llenas de recovecos, puertas de entrada y laberintos. El artista txantreano desguaza en esta entrevista uno de esos temas en exclusiva
Patxi Irurzun/Gara 30/11/19
Timbre equivocado Cuando, hace años, El Drogas se cortó el pelo pasó de ser el melenas de Barricada al del pañuelo pirata en la cabeza. De un día para otro. Y siguió siendo, en realidad y simplemente, El Drogas. El Drogas podría, cualquier día, quitarse el pañuelo de la cabeza y tatuarse en ella en verde fosforito un poema de Leopoldo María Panero, y seguiría siendo El Drogas. Solo alguien con personalidad puede conseguir algo así. Solo alguien con un alias como el suyo puede haberse ganado el respeto de todo el mundo menos el de aquellos que nunca han oído una de sus canciones, o que si las han oído no la han escuchado. El Drogas no escribe canciones para quienes solo oyen canciones sin escucharlas o hacen chistecitos a cuenta de su apodo. Su último disco, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, es un piloto suicida a la contra de la industria musical, la tontería y las canciones desechables: 42 canciones diseminadas en cinco discos, cada uno con su propio timbre (oxidado, canalla y de bullanga, equivocado, acústico y fundido).
Timbre acústico La primera parte de la gira de presentación del quíntuple disco arrancó en Murcia la semana pasada. Todo ello apenas finalizados los conciertos en los que junto a su incombustible banda (Txus Maraví, Brigi Duque y Flako Txarrena) telonearon a La Polla Records en su histórico regreso a los escenarios.
“Ha sido algo importante, inolvidable, pero eso, los conciertos masivos, no son mi sitio natural. Mis preocupaciones ahora mismo van más, por ejemplo, por aprender a tocar mejor el piano, o la guitarra, no tanto por buscar virtuosismo o ser más reconocido públicamente, es sobre todo por mí. No lo digo en plan soberbio, quiero intentar cuidar más a la gente que entiende mi modo de hacer las cosas. Y este convencimiento me hace trabajar de una manera muy concreta. Ahora, por ejemplo, que empieza la gira, sé que lo primero que tengo que conseguir es meter quinientas personas en cada sala, para que económicamente sea viable. Yo sé batallar en todos los lados, y hay pocos que me vayan a ganar, esto sí lo digo con soberbia, con toda la soberbia del mundo, pero no busco eso… El otro día alguien me dijo que era un guerrillero, y me siento más de ese modo que como un referente o ejemplo a seguir. Si acaso soy un ejemplo a no seguir”.
El Drogas nos cuenta todo esto en su casa de la Txantrea. En el patio de la misma la lluvia intenta borrar envidiosa las paredes que sus nietos han pintarrajeado de colores. En una de las puertas de la casa hay un 69. No es la dirección real de la casa, pero es la que cuenta. Otra puerta lleva a su txoko, en el que han compuesto buena parte de las canciones. Sobre el piano todavía reposan las ilustraciones que el mismo Enrique Villareal dibujó para el arte de uno de los cinco discos (Timbre fundido). Las estanterías están repletas de libros. Entre ellos, los Cuentos completos del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, uno de los cuales, Fénix, ha inspirado el disco Timbre fundido.
Timbre fundido “No tenía ni idea de quién era Ribeyro pero un día en vez de ir a pasear hacia Iruña tiré para Atarrabia, empecé a callejear y de repente me encontré un puesto con discos y libros de segunda mano. Empecé a mirar, y de repente di con uno gordo: Julio Ramón Ribeyro, Cuentos completos, ocho euros… Lo primero que me vino a la cabeza fue “¿Toda una vida en ocho euros? ¿Quién será esta persona?”. El caso es que lo compré, me lo llevé a casa, empecé a leerlo, un cuento, otro, y de repente, entre medio el cuento Fénix, uno de esos hallazgos, esas casualidades que a los que nos dedicamos a esto a menudo nos pasan (porque yo llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de hacer algo sobre el tema del circo, y ese cuento narra la historia de uno). Son como subidones en los que te dices, “¡Qué suerte dedicarme a este oficio!”, nos cuenta un Enrique Villareal cada vez más interesado en la lectura y la escritura.
Timbre fundido es un disco conceptual, una pequeña ópera rock con tintes industriales, pero en Solo quiero brujasen esta noche sin compañía (el título, por cierto, es un verso de Leopoldo María Panero) hay también blues, tangos, rock, canciones acústicas… El lado punkarra y reivindicativo se desborda en Europa (Timbre oxidado), en el que aparece la lengua más peleona de El Drogas, que no se puede contener cuando se charla con él y asoman inevitablemente la actualidad política o social:
Timbre oxidado “En el estado español quitando Catalunya, Euskal Herria y Galiza no hay partidos a los que se pueda agarrar una izquierda, sin tener que ser necesariamente nacionalista o independentista, y es complicado tomar conciencia de izquierdas sin referentes claros, lo digo con cierta tristeza porque Podemos comenzó capitaneando una indignación que no se debía de haber abandonado, porque además los motivos para ella siguen presentes, el tema bancario, eclesiástico, o el militar… La Legión, por ejemplo, no sé, haz un grupo de teatro que siga levantando al Cristo, pero que quede claro que es un grupo de teatro. Estás en un país en el siglo XXI, asimila lo que eres”.
Un trabajo, en definitiva, el último de El Drogas, peleón, atrevido, complejo, para escuchar y degustar una y otra vez y que lo tendrá en la carretera durante meses, cantando las cuarenta: en los conciertos de presentación tocarán 15 canciones de todas las épocas y 25 canciones de tres discos de este trabajo quíntuple; y a inicios de 2020 volverán para presentar los dos discos restantes. Este mismo sábado estará en Gasteiz (Jimmi Jazz, 21:00), durante el puente foral en Iruña y Atarrabia (viernes 6, sala Totem, 22:00; sábado 7, Zentral, 21:00, y a inicios de enero en Bilbo (sábado 4 de enero, Kafe Antzokia, 22:00).
¡Pasen y vean! ¡Y escuchen!
Desguazando una canción de Timbre canalla y de bullanga
Las erratas son inevitables en cualquier trabajo artístico. Pero El Drogas, que siempre ha confesado que para él la vida es aprendizaje continuo, saca partido de ellas y aprovecha una de ellas, detectada en el libreto de Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, para desguazar en exclusiva para Gara, de una manera improvisada y casual, una de sus canciones y contarnos cómo puede llegar a ser de minucioso su trabajo creativo. Se trata de la canción La mujer del aguacero, incluida en Timbre canalla y de bullanga, el disco en el que resuenan ecos de tango y, sobre todo, la temática y el vocabulario lunfardos, por los que El Drogas siente fascinación, y que trae a su terreno, llenando, en este caso, uno de esos términos lunfardos, la palabra zaguanera, de simbolismo y plasticidad.
“En La mujer del aguacero hay una palabra que no sale en el libreto, una corrección que se me pasó. Siempre pasa, por mil veces que lo revises. En el libreto pone “La que, sin bostezo, dijo adiós”, y en la canción se escucha “La que zaguanera dice adiós”. Zaguanera, como tal, no existe, ni siquiera en el lunfardo. Existe zaguanero, que es el dedo corazón, pero entendiéndolo como el dedo que da placer sexual a la mujer. Ese es también el dedo que, para todo el mundo, simbólicamente quiere decir “Que te den por saco”. Y la imagen que a mí me viene de la mujer zaguanera es la de la que manda todo a tomar por saco, con ese gesto del corte de mangas (la famosa imagen de Rosie, la remachadora y el We cant do it!). Una imagen del empoderamiento, la fuerza de la mujer… En fin, en mi cabeza le di vueltas a todo eso hasta llegar a esta palabra que no existe y que, como otras que uso en este disco, por ejemplo “Hicimos vena al último policía”, si las traduces no tienen realmente ningún significado literal pero que son expresiones que están como dibujadas en el aire”.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 30/11/19
Música: Luter / Dibujos: Pedro Osés
En Zarraluki, el pueblo donde lo normal es extraordinario, todos los años se muere la pareja ganadora del campeonato de mus del club de jubilados. Es ya una tradición, y la tradición, ya lo decía La Polla Records, es una maldición. Los jubilados, claro, juegan siempre a perder.
“Es el azar”, tratan de consolar los perdedores a quienes levantan la copa, con su epitafio grabado; pero saben que es mentira, que en realidad se trata de un acto de justicia poética: las partidas de mus de Zarraluki las ganan siempre quienes nunca pierden.
En Zarraluki hay, también, una niña que se pasea siempre con una nube negra atada a su mano con un cordel. Se la regaló su padre, que era el hombre del tiempo, el día de su segunda comunión (en Zarraluki no se celebra la primera comunión, sino la segunda, porque hay muchos niños que no toleran las hostias y no vuelven a comulgar). Después, al padre de la niña lo despidieron del telediario por robar la nube negra de la pantalla un día que se pronosticaba tormentas y mar arbolada. Desde entonces, el hombre vive deprimido, sin un anticiclón que lo consuele, y como se quiere morir se apunta todos los años al campeonato de mus del club de jubilados, quienes le dejan participar, aunque todavía solo tenga 156 años, porque saben que el hombre del tiempo es un perdedor nato y no corre peligro.
En cuanto a su hija, la hija del hombre del tiempo, es una niña atormentada, a la que los agricultores marean en las épocas de sequía, llevándola de aquí para allá: a las huertas en que cultivan sus puerros y su marihuana; a los árboles frutales de los que cuelgan algunas palabras del diccionario que ya nadie usa y que no quieren que se agosten, como ramonear, prensa escrita, justíbiris o república; o al bancal en el que señor alcalde plantó una calabaza y el esqueje de un señor de Albacete que se trajo un día del rodaje de Amanece que no es poco.
Para ser alcalde de Zarraluki, por cierto, hay que decir todos los días tres veces en público la palabra chaflán. En Zarraluki — esto creo que ya lo conté otra vez, no recuerdo si en otro artículo o en mi novela zarralukitarra Pan duro— es verdadera pasión lo que tienen por los chaflanes, entre otras cosas porque una farmacia que hace chaflán tiene en cada esquina del mismo un termómetro y entre ambos hay siempre una diferencia de treinta grados, o sea que dependiendo de qué calle enfiles en Zarraluki puedes estar en invierno o en verano.
En Zarraluki hay, además, un señor que camina siempre hacia atrás porque hace años cometió un crimen horrible —mearse en un chaflán— y le gustaría desandar sus erráticos pasos. Y un bar en el que te encuentras contigo mismo en el futuro o en el pasado. El señor que camina hacia atrás suele ir mucho a ese bar, pero no soluciona nada, porque unos días se encuentra con su yo cuando era joven y este le dice “Ándate con ojo, no vayas a hacer algo de lo que te arrepientas”, pero otras aparece su yo cuando será mayor y este le dice “¿Por qué hiciste aquello tan horrible, animal, por qué?”, y al final el pobre hombre se vuelve loco y bebe hasta olvidar y sale del bar haciendo eses hacia atrás y siempre se mea en los pantalones antes de llegar a casa por no mearse otra vez en un chaflán.
En Zarraluki, hablando de locos, hay también un manicomio, pero lleva cerrado desde hace años, porque allí están locos los que son normales, los que no se mean en los pantalones ni llevan nubes negras atadas a la mano con un cordón; los que tienen vidas corrientes y trabajos corrientes y votan a partidos corrientes. En Zarraluki, eso sí, cada uno es libre de votar a quien quiera. En las últimas elecciones, por ejemplo, la ultraderecha sacó dos votos, pero la pareja que les votó después ganó el campeonato de mus del club de jubilados.
Zarraluki es, ciertamente, un pueblo extraordinario.
«Soy así porque soy mi propio desastre. Y me gusta” El Drogas
La semana pasada arrancó la gira de presentación del último trabajo de Enrique Villarreal, El Drogas, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, un disco quíntuple con más de cuarenta canciones pensadas para ser desguazadas. Una buena excusa para repasar su trayectoria y hablar ¡a gusto! con el músico txantreano
Patxi Irurzun / Magazine ON (diarios Grupo Noticias) 30/11/2019
El Drogas, nos recibe en su casa de la Txantrea temprano, en un día frío y lluvioso, con la cafetera tejiendo zamarras de humo en el aire y en la cabeza el pañuelo pirata, que, ahora, en su nuevo disco, es también el de artista de circo ambulante. Tiene en la mano su guitarra, su arma para matar fascistas, y en la boca aguarda emboscada la lengua guerrillera, que también sabe ser tierna, hablar de su madre o cantar a sus nietos canciones que se desvanecen en el momento y son por eso únicas, inolvidables. Antes de empezar a charlar —El Drogas es un buen conversador para quien sabe escuchar, se explaya, deja que el verbo camine libre, se desborde, vuelva a su cauce— Unai Beoriz, el fotógrafo, le retrata atinadamente frente a los dibujos que esos afortunados nietos han garabateado con libertad en las paredes del patio; también lo retrata en su txoko, la guarida en la que el artista compone, toca el piano sintiéndose un vendedor de crecepelo, lee, escribe, enreda, en definitiva… Todavía quedan por allí restos del material empleado para su último trabajo, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, un disco quíntuple desgranado en diferentes timbres (acústico, oxidado, canalla…), y que comenzó a presentar en una gira que arrancó la semana pasada (hoy mismo estará en Gasteiz y la semana que viene en Iruña y Atarrabia). Podemos ver, por ejemplo, sobre el piano, las ilustraciones que él mismo ha hecho para el timbre fundido, el disco basado en un cuento del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Y libros, anotaciones… De todo eso, de sus libros, de sus nietos, de los fascistas y los ortegas-smiths, de la vida y sus txipi-txapas hablamos con don Enrique Villarreal Armendáriz, El Drogas.
Empecemos por el principio. En algunas de sus canciones hay alusiones a la infancia, el río, los txipi-txapa… ¿Cómo se recuerda a sí mismo de niño?
Como una criatura feliz, para mí la infancia y la adolescencia son épocas felices. Sobre todo la infancia. El otro día mismo fuimos a ver el río. Nos gusta ir cuando llueve mucho. El río es algo muy significativo, da mucha vida a los lugares por los que pasa. Y aunque no tiene nada que ver el paso del Arga por la Txantrea con los ríos de los pueblos, sí le da un toque pueblerino o aldeano al barrio que me encanta. En nuestro caso, además, el río y la carretera, en la zona del instituto Irubide, eran lugares fronterizos, porque eran los lugares a los que tu madre te decía que no fueras, de los que no tenías que pasar, y precisamente por eso era donde nos encontrábamos todos los críos a los que nos lo prohibían.
La Txantrea es un barrio que tiene también su propia frontera con Pamplona, la campa de Irubide, la cuesta de Labrit …
Sí, los de nuestra cuadrilla llamábamos a esa frontera el camino negro, es algo que aparece en algún poema de mi libro “Tres puntadas”. Yo mis historias contraculturales realmente no las vivía en la Txantrea, sino en Pamplona, en el casco viejo, en el Txino, que era donde te encontrabas a gusto con gente con tus propios intereses, pero luego estaba ese camino negro, que marcaba la frontera, con esos árboles en los que te parabas a mear, o el parque de Irubide, que entonces era una inmensidad verde, en el que jugabas a fútbol con unos jerséis en el suelo, sin córners, ni fueras de juego, podías meter gol gasta por detrás de la portería, era algo anárquico y a la vez organizado porque todos jugábamos con las mismas no-reglas.
¿El txipi-txapa, es decir, hacer bailar las piedras sobre el agua, sería una buena metáfora para la vida siempre en el aire de un músico?
Sí, pero no solo para los músicos, para todos, yo la vida siempre la he definido como crisis, entendida esta como movimiento. Tú te levantas cada día siendo alguien diferente, sin, realmente, una seguridad laboral, sentimental, vivimos dando botes encima del agua, hasta que te paras, y entonces pasamos a formar parte de ese conjunto de piedras que están en el fondo, y ya está, eso es para mí la vida.
Usted siempre ha dicho que se siente privilegiado por poder vivir haciendo lo que le gusta, pero ¿ha pensado en cómo habría su vida de otro modo, si no hubiera sido El Drogas?
No, es imposible y no empleo tiempo en pensar en eso. Yo, efectivamente, me siento muy afortunado de trabajar en lo que me gusta, aunque quizás uno de mis errores ha sido pensar que la vida es la que te marca el devenir de las cosas; cada vez siento más la necesidad de ser yo mismo el que marque ese devenir, y ahora mismo, por ejemplo, tengo muchas ganas de comenzar otra vez de cero, no en cuanto a trabajar en otro disco o en nada relacionado con la música, sino, por ejemplo, en comenzar a escribir. He recuperado la lectura de manera más cotidiana, no tanto a salto de mata, y esa necesidad de perder el tiempo leyendo me está llevando a una necesidad de perder el tiempo escribiendo, y además sin tener ese fin de tener que publicar, creo de hecho que cada vez voy a dedicar menos tiempo a pensar en publicar, ya sean escritos o canciones, y más en fórmulas más acordes con mi forma de ser.
¿Cuando entra la música en su vida?
Desde siempre. Recuerdo a mi madre cantando mientras “extremaba”, y no solo a mi madre, eran todas aquellas madres de posguerra: de las ventanas de las casas salían voces cantando coplas, mejicanas… A mí me encantaba la voz de mi madre y las historias que esa voz contaba. Ahí empieza esa especie de enamoramiento, esa manera de escuchar historias con una melodía. Algunas me dejaban muy tocado, como la de Juan el Carraspeao, que me jodía mucho cómo podía terminar de un modo tan triste, cuando sale de la cantina y lo matan y en la choza queda una viuda llorando con un niño, ¡rediós, qué imagen!
Después llega el rock, que en aquellos años formaba parte con mucha intensidad de la cultura juvenil, era casi como una religión ¿Cree que ahora los jóvenes la viven de la misma manera?
No lo sé, no sé como lo viven ahora, antes, aparte de la propia explosión que podía ser tener un grupo, o la implosión, mejor dicho, porque los grupos lo que hacen es implosionar, viven mirándose los ombligos, y luego, en aquella época al menos, tú ponías en común tu ombligo con otros ombligos, llevabas las maquetas a los bares, hablabas con otra gente de otros grupos, que te contaban sus influencias… bueno, pues aparte de esa implosión, antes estaba también la explosión de las radios piratas, o las fiestas de los pueblos, que duraban tres días la que menos y en las que siempre había un día con un concierto con cinco, seis grupos, y todo eso se traducía en poder vivir de lo que hacías, y digo bien, vivir, vivirlo en su sentido más estricto. Ahora, no sé muy bien cómo implosionan los grupos, porque ya no tengo esa necesidad de ir a conocer gente; ahora en cuanto puedo voy a ver cómo implosionan mis nietos.
Barricada fue una parte muy importante de su vida, pero no sé si está un poco harto de que le pregunten por esa etapa
No, y cada vez lo hacen menos, en realidad. Para mí Barricada es parte del pasado, pero una parte importantísima, tanto en años, como en producción y experiencia. Con una buena base como esa entiendes mucho mejor tu presente y afrontas el futuro con el pecho fuera, esa es mi experiencia en Barricada.
Quizás uno de los discos de Barricada que más tienen que ver con su momento actual, o su manera de trabajar, es La tierra está sorda, un disco conceptual, en el que comienza a interesarse por la memoria histórica, a la que ha dicho a menudo que llegó muy tarde (por ejemplo, reconoce que creció a los pies del fuerte Ezkaba sin saber qué había pasado allí)…
Sí, yo me entero de eso con 46 años. Nunca es tarde, si te viene el conocimiento. Me parece muy importante. Y no es que yo esté obsesionado con ese tema, es que arrastramos muchas cosas a consecuencia de aquello: si hoy tenemos ortegas-smiths por todo el país es gracias a que Franco ganó la guerra, si no a un estúpido como él no se le haría ni caso, pensaríamos que este hombre está gagá, o que deberíamos llevarlo cada noche uno a nuestra casa y hacerle cuatro caricias, para que viva más feliz…
Ahora podríamos titular esta entrevista “Ortega-Smith está gagá”; últimamente, de hecho, muchas de sus entrevistas se suelen encabezar con titulares llamativos, opiniones políticas, a menudo sacadas de contexto, con las que se busca el clic o el megusta fácil. ¿Le cansa un poco todo esto?
Me aburre porque es lo que llevo diciendo toda la vida, el mismo análisis político, y también porque esas entrevistas suelen salir desde Madrid, que es el centro de donde se envía toda la desinformación, pero bueno, lo acabo entendiendo, porque bastante tienen con lo que tienen…
¿Y se cansa uno de ser El Drogas, por ejemplo, le paran mucho por la calle?
No, por la calle no es exagerado, es llevadero, a veces me molesta si voy con los nietos y alguien me pide una foto, pero bueno, forma parte del oficio, igual que hay que hacer kilómetros en la furgoneta para ir a tocar, los hago a gusto aunque llegue cansado. El fin justifica los medios. Además lo mío no es algo masivo, y en Pamplona la gente ya me conoce de hace mucho tiempo y en general tampoco me hacen mucho caso.
Pero sí le llaman para participar o apoyar muchas cosas y causas. ¿Eso no le quita tiempo para escribir, componer?
Tampoco tengo ya complejos a la hora de decir que no, antes me costaba más, ahora voy a lo que me apetece, y puedo estar desaparecido durante meses, para componer, grabar… Con eso, de hecho, ya tengo bastante, soy de esos hombres que no pueden hacer dos cosas a la vez, más vale que tengo a Mamen, que es la que me da cuerda y me echa a andar, a mí me rodea el desastre, pero bueno, está bien, soy así porque soy mi propio desastre, y me gusta. Por ejemplo, este verano he compuesto más canciones fuera de las que aparecen en el disco que para el propio disco. Son canciones para mis nietos, los meto en ellas, y les gusta, y luego al día siguiente igual me vienen y me dicen “Aitatxi, toca esa canción de ayer”, pero yo ya no me acuerdo, era el momento, y esos momentos son los que tienen que quedar, los que ellos tienen que recordar, porque yo no los voy a recordar, no los recuerdo ahora, pues imagínate tú cuando me ataque ese tal Alzheimer…
Ahora que lo menciona, el Alzheimer es un tema que ha tratado en sus canciones y que le afecta directamente, en el caso de su madre.
Si, ahí sigue, cada vez en forma más fetal, digamos, en una última fase. Hablar de esto así, normalizarlo, creo que es importante, hace bien a las personas que viven estas historias.
Y por lo que ha dicho, ¿vive con ese temor de que a usted también le pueda afectar?
A mí sí que me puede pasar. Y si me pasa me gustaría ser valiente o coherente, luego cuando llega una situación así, vete a saber cómo se sale, pero me gustaría tener la conciencia suficiente como para terminar con mi propia vida y rodeado de mi gente, es decir, normalizar la muerte, que luego ya digo que no sé si sería capaz, pero sí, me gustaría poder hacerlo, y pensar que he hecho las cosas que he querido, y mucho más, porque lo cierto es que nunca podía haberme imaginado una vida como la mía… Y me gustaría también por mi entorno. Es cierto que en casos así el entorno se hace más fuerte, de manera individual y en conjunto, pero no me gustaría que pasaran por situaciones que no son necesarias. Todo esto lo digo sabiendo que yo ahora mismo no sabría tomar una decisión respecto a mi madre. Ha habido otros momentos en los que quizás sí he pensado en que ella, que era una mujer invencible, quizás nos habría dado con la zapatilla por haberle hecho pasar por algunas cosas, pero ahora no estoy muy seguro de qué haría, excepto si entra en juego el dolor.
Volviendo a su trayectoria, y ya con la etapa con El Drogas, sus últimos discos han ido a la contra del mercado y de la forma de oír música hoy en día, el anterior fue un triple y este un quíntuple disco. ¿Son discos para oír varias veces, para desguazarlos, como usted dice?
Sí, es algo que me viene mucho de lo ochentero, de historias como Pink Floyd, los discos conceptuales, trabajos que haya que escuchar, no oír, ahora se oyen canciones e igual ni siquiera durante treinta segundos, este no es un trabajo para el tipo de gente que oye así música, eso quiero que quede claro, he visto críticas de gente que no tiene ni idea de lo que habla, que dice cosas a la ligera, sin entender la envergadura, todo lo que hay detrás de este trabajo, que no es un trabajo masivo, entendida la masa como algo maleable, sin criterio propio, ahora parece que o eres masivo o no existes, y yo estoy mucho más cerca de no existir. En cuanto a lo de desguazarlo me refiero también a que cada uno tenga sus rincones por los que entrar, y que cada uno entre a ellos como quiera, y también a que después no facilito la salida del laberinto, no hay un “siga la flecha”… En fin, es un trabajo para ir descuartizando cada disco, leyendo las letras, las colaboraciones, por eso le he dado mucha importancia en los créditos a quién participa en cada canción, dónde se graba…
¿Cómo será la gira?
Vamos a presentar los tres primeros discos, 25 canciones más 15 que son un abanico de todas las épocas, para llegar a los 40, porque me sigue gustando esa idea de “Te cantamos las cuarenta”. Estará muy centrado en la parte acústica, el timbre acústico, con el contrabajo, el piano, y también habrá esa estética o esa mezcla entre lo eléctrico, las canciones del timbre canalla, que son más rhythm & blues, o del timbre oxidado, que es más cañero, más punkarra, y lo acústico. Pero va todo mezclado, no lo haremos por partes. Y esto, presentar solo los tres primeros discos da pie a, para finales del 2020, volver a presentar los otros dos discos, con una estética más industrial.
¿Todo, en definitiva, remite a trabajos anteriores, como Demasiado tonto en la corteza?
Sí, para entender todo esto el prólogo está en el trabajo anterior, Demasiado tonto en la corteza y el prólogo a ese prólogo en La tierra está sorda, y antes en La venganza de la abuela… En definitiva son historias que han mamado de todo lo que he vivido y sigo viviendo.
Y entre lo que ha mamado están muy presentes sus lecturas. En este trabajo por ejemplo uno de los discos está basado en un cuento de Julio Ramón Ribeyro. ¿Cada vez gana más peso la literatura en su música?
En la música y en mi vida. Con la literatura me pasa lo mismo que con la música, no me explico a mí mismo sin estar leyendo tres libros a la vez, aunque no me entere de ninguno, porque me doy cuenta de que leo por el puro placer momentáneo de la lectura. A veces Mamen me habla de libros que hemos leído los dos, y yo ya no me acuerdo, es como si no lo hubiera leído, es nuevo para mí. Y eso me gusta. A menudo damos importancia a cosas que no la tienen tanto, por ejemplo cuando te preguntan cuáles son tus discos o libros fundamentales, pues no lo sé, igual hoy son unos y mañana otros; o hay libros y canciones que me gustan y de los que ni siquiera me acuerdo del autor. Es lo mismo que hablábamos antes, el placer del momento, la propia vida, ir saltando, en fin, el puto txipi-txapa otra vez.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias)
Al humor, en general, no se le toma en serio. Se ha hablado poco del niño del Fairy, el muchacho que en una de esas conexiones para algún telediario en las que un reportero cubría una protesta estudiantil en Catalunya, mostró a la cámara, de manera magistral —dominando el tempo, la mueca, adueñándose desde su esquina de figurante del plano — un bote de Fairy, ya saben, esa arma de destrucción masiva que, según el por entonces delegado del gobierno Enric Millo, fue utilizada como trampa durante el referéndum del 1 de octubre para hacer resbalar a los antidisturbios (esos sufridos trabajadores a los que los alborotadores acostumbran a agredir golpeándoles con la cabeza las porras).
El niño del Fairy, con su performance, rompió el código. Sin abrir la boca. No tuvo que gritar “¡Prensa española manipuladora!” para desautorizar al periodista. Nadie recuerda, en realidad, qué dijo el periodista. Y si el niño del Fairy pudo hacer eso fue amparado por otro código, por el mismo escudo invisible que protege o ha protegido secularmente al bufón, a la voz literaria narrativa o al ventrílocuo. Siempre me han admirado los ventrílocuos, la carta blanca de sus muñecos para decir barbaridades que si las dijese el artista con la boca en lugar de con el estómago lo llevarían a prisión o al hospital. Es el hecho de hablar con el estómago lo que da prestigio al ventrílocuo. En la antigüedad se creía que quienes hablaban con el estómago —pitonisas o sacerdotes que desvelaban los oráculos— alojaban en él las voces de los muertos. Y eso explica el mal rollo que generaban, por ejemplo, antes que los muñecos de trapo, tipo José Luis Moreno —en ese caso el mal rollo no era culpa de los muñecos—, los guiñoles de madera vintage; circula incluso una leyenda urbana que habla de un ventrílocuo, Edgar Bergen, que utilizaba para sus números la momia de su hijo. Es, claro, una fake new —que en castellano se dice patraña—, pero con esos precedentes tampoco es raro que exista incluso una fobia a estos muñecos, la automatonofobia, o que hoy apenas queden ya ventrílocuos. Lo cual no quiere decir que no existan. ¿Qué es sino pura ventriloquía un debate electoral? El problema es que cuando no se ve al ventrílocuo —al IBEX 35, la CEOE, la conferencia episcopal, las fuerzas armadas…— los chistes no hacen gracia, solo provocan pavor y más automatonofobia.
En el caso de los bufones, todavía es peor. Los bufones reales servían para que los monarcas tuvieran los pies en el suelo. Un buen bufón tenía que decir lo que el rey no quería oír. Y cuanto más déspotas eran un rey o un gobernante más necesitaban a su bufón. Y más lo estimaban. Hoy en día, por el contrario, los bufones reales están domesticados, son solo aduladores, lacayos, palanganeros, prensa rosa o al rojo vivo…
Por no hablar de la literatura, pues ya es algo comúnmente aceptado no distinguir al autor del narrador (sin ir más lejos, hace unos días un sindicato policial pidió en una denuncia que declarara un grupo musical, Manel, porque en un programa de televisión habían hecho una parodia ofensiva, en su opinión, usando como base una de las canciones de dicho grupo, lo cual es rizar ya el rizo).
Solo una sociedad, en fin, cada vez más embrutecida y menos culta puede prescindir de la espita del humor. Necesitamos más bufones, más ventrílocuos, más guerras de tartas, más pistolas que hagan ¡Pum! con letras escritas sobre un trapo blanco. Y otro día se puede debatir si el humor sirve realmente para cambiar algo, pero lo que es incuestionable es que — al contrario que todo lo demás, que tampoco parece solucionar mucho— con apariciones como la del niño del Fairy al menos te echas unas risas.