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TRIGESIMOQUINTA CRISIS (Cuento inédito).

Jun 11, 2009   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

JUAN KALVELLIDO

Pa-paaa-parabá….

La alarma del móvil suena todos los días a las 8 de la mañana.

Parapa-papaaa-parabá.

«Satisfaction». El tema peor elegido para un momento como ése. He terminado por aborrecerla, pero no tengo ni idea de cómo cambiar la melodía. Soy un desastre.

Pa-paaa-parabá….

Isabel siempre remolonea varios minutos. Yo entonces suelo mirarla. Me gusta mirarla. Es muy guapa y creo que nunca me acostumbraré ello. A veces me pregunto qué hago yo junto una mujer como Isabel. Sé que ella también suele preguntarse qué hace con un tipo como yo. Pero lo hace de otro modo.

Isabel suele despertarse de buen humor, a pesar de todo. La oigo cantar en la ducha, mientras hago la cama. Vivimos en una habitación de un piso compartido y para abrir los armarios antes hay que recoger la cama plegable. Todo muy confortable.

Cuando Isabel vuelve a la habitación y comienza a vestirse la tumbo desnuda sobre el colchón y abro sus piernas, o la abrazo por detrás y coloco mi pene entre sus nalgas. Hace unos días fui yo quien remoloneó un poco y cuando ella volvió de la ducha se metió otra vez en la cama y echamos un polvo memorable. Pero normalmente ya nunca sucede nada. A no ser que Isabel se enfade, que se queje de mi halitosis o que me diga que es tarde y vamos a perder el autobús. Apenas hacemos el amor, últimamente, o cuando lo hacemos la noto distante, deseando que termine cuanto antes. Eso me hace desgraciado. Intento creerla cuando dice que no se siente cómoda porque los compañeros de piso pueden oírnos, que todo cambiará en cuanto tengamos nuestra propia casa, pero sé que algo se ha roto o se ha perdido entre nosotros y que ya nunca volverá a ser igual. Lo más curioso de todo es que, precisamente ahora que apenas tenemos relaciones sexuales, Isabel lleva un par de semanas de retraso.

—Nada —dice, al volver de la ducha. —Sólo he manchado un poco.

Nos quedamos en silencio. Hemos hablado muchas veces de tener hijos. Nos hemos reído imaginándolos, pero ahora no es el momento. No tenemos dinero, ni casa. Yo ni siquiera tengo trabajo.

Isabel es dependienta. Suelo acompañarla todos los días a la tienda. Después recorro las oficinas del paro y las ETT. Cuando me echaron del periódico creí que conseguir trabajo sería más fácil. Que sería como hacía unos años. Entonces entraba en una ETT y salía con la dirección de una fábrica o un almacén para empezar esa misma tarde. Pero ahora tengo 35 años, estoy en el límite para trabajar como operario, y sólo me llaman para vigilante por 600 euros al mes. Brutos.

—Con las horas extras puedas llegar a los 800—suelen decir.

Yo les contesto que no me interesa. Llevo ya casi 3 meses en paro, vivo en un piso compartido y dentro de poco seré padre, pero no estoy tan desesperado.

Así que sigo buscando trabajo. Suelo empezar el recorrido por las oficinas del paro. En ellas apenas renuevan las ofertas pero la desidia de los funcionarios me resulta menos hiriente. Es lo que cabe esperar de ellos. Pero en las ETT de vez en cuando me entran ganas de escupir a alguna de esas niñatas que te piden los datos si mirarte a la cara. Voy de una oficina a otra de mala gana. Después me dedico a callejear, como un vagabundo. Entro en las tiendas de discos y en las librerías. Me siento mal, como si estuviera perdiendo el tiempo, escondiéndome, engañando a alguien… Después compro el periódico y lo abro por la página en la que iba mi columna. La leo y pienso que yo la habría escrito mucho mejor. Eso me hace sentirme maltratado.

Al mediodía voy a buscar a Isabel a la tienda. Cada vez me cuesta más.

—¿Qué tal ha ido? —me pregunta.

—Mal —le contesto, encogiéndome de hombros.

Ella no dice nada, pero yo sé que se disgusta. Cree que no lucho lo suficiente. Y tal vez tiene razón. Pero estoy cansado. He luchado mucho, durante muchos años, por lo que de verdad me interesa. Para nada. Así que me parece lógico no esforzarme todo lo que debiera por algo que no me interesa en absoluto. Lo cual no evita que me sienta culpable por ello.

Yo ya ni siquiera le pregunto qué tal le ha ido a ella. Isabel odia su trabajo. Tampoco hablamos mucho, últimamente, porque cada vez que lo hacemos terminamos discutiendo y empeorándolo todo todavía un poco más. Al menos seguimos sentándonos uno junto al otro cuando comemos juntos fuera de casa. Solemos hacerlo dos o tres veces por semana, en algún chino. Necesitamos estar a solas de vez en cuando, aunque sea para sentir que todavía estamos el uno al lado del otro. El piso compartido nos ahoga.

Yo, de todos modos, regreso a él por la tarde e intento escribir. Pero no lo consigo, siempre termino releyendo lo que escribí hace tiempo. La semana pasada volví a casa de mi madre a coger algunas cosas y revolviendo en mis armarios encontré varias carpetas con las redacciones del colegio, los cuentos y pequeños reportajes que escribía cuando era un niño. Al principio me parecieron muy graciosos, pero luego me entraron ganas de llorar, con esas lágrimas que se derraman hacia dentro como cuchillos. Me sentí estafado por la vida. Escribir ha sido lo único que he hecho durante toda ella y todo lo demás siempre ha estado determinado por eso. Pero ahora me parece que no he hecho más que perder el tiempo, que no sé hacer otra cosa —ni siquiera cambiar la melodía del móvil— y que escribir sólo ha servido para apartarme de la vida real. Incluso cuando la vida real ha sido escribir: me echaron del periódico por un cuento en el que aludía en términos «inapropiados» a alguien, por lo visto, demasiado poderoso. Ni siquiera llegaron a publicarlo, pero discutí con el redactor jefe. Todo lo demás vino rodado. Primero mis reportajes dejaron de interesar. Después me quitaron la columna. Y finalmente me despidieron. Eso fue hace tres meses. Desde entonces me pongo frente al ordenador y experimento un rechazo casi físico. Sólo consigo escribir historias en las que yo soy el protagonista y me compadezco de mí mismo. Son, en realidad, las mismas historias que cuando tenía 15, 20, 30 años y me encontraba triste, solo y asustado. He escrito el mismo cuento 35 veces, pero ahora ya no sirve, no es suficiente. De modo que casi siempre termino tumbándome en la cama, esperando a que Isabel vuelva del trabajo, o aprovecho para ducharme tranquilo, sin miedo a que se gaste el agua caliente. También me lavo los dientes. No me gusta que Isabel me diga que me huele la boca. Me siento sucio y repulsivo, como si hubiera un cadáver en mi interior, como estuviera muerto para ella. Me froto la lengua con energía y contengo las arcadas. Y a pesar de todo, cuando Isabel vuelve no consigo que me bese como antes.

Después de cenar vamos al cuarto de estar. El televisor siempre está encendido así que yo suelo aprovechar para leer un poco. Isabel y yo tenemos que compartir un pequeño sofá. Ella se tumba y coloca sus piernas sobre las mías, que permanezco sentado. Le masajeo los pies y de vez en cuando intercambiamos alguna broma. Es uno de los mejores momentos del día, pero los dos sabemos que tal vez no sería así si en el cuarto no estuvieran también los compañeros del piso. Es como si tratáramos a toda costa de ocultar las grietas que empiezan a dibujarse en nuestra relación. Después, cuando nos vamos a la cama, es distinto. Todavía seguimos acostándonos en la misma cama, pero cada vez nos giramos antes hacia nuestro lado. A veces cuando ella lo hace primero le acaricio el pelo, la espalda, y a ella le gusta, pero si intento ir más lejos noto que se incomoda. Algunas veces discutimos y a veces hasta lloramos, y la mayoría de las veces no es porque nos hagamos daño el uno al otro, sino por nosotros dos, porque estamos asustados, porque todavía nos queremos pero sabemos que algo no va bien.

Cuando eso sucede me siento terriblemente desgraciado, maltratado y estafado por la vida.

Y sin embargo todas las noches, justo antes de dormirme, enredo durante varios minutos en el móvil y me duermo convencido de que al día siguiente, a las 8 de la mañana, en él sonará una melodía distinta, más satisfactoria.

Patxi Irurzun, 2004. 

BARRICADA, ANIMALES CALIENTES

Jun 9, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Foto Oskar Montero
Hoy se ha entregado el Premio Príncipe de Viana, el galaradón más pomposo de la cultura en Navarra, para el que los pasados años se presentó la candidatura de Barricada, sin que prosperara e igual ni falta que hacía, los Barri ya tienen bastante premio con sus discos (por cierto, están grabando en Finlandia, ni más ni menos, el próximo, que promete, pues todas sus canciones van a versar sobre la guerra civil, y bien versados, pues me consta que El Drogas se ha leido un centenar de libros sobre el tema; algunas de esas canciones, apuntan alto, como Matilde Landa, que tocaron en acústico hace unos días en el homenaje a los presos del penal del Fuerte de San Cristóbal); decía que los Barri ya tienen bastante premio con sus discos, sus 25 años de carrera, sus canciones que para muchos de nosotros son como himnos, o con ser tan majos como son. El caso es que postularlos para el Premio Príncipe de Viana era una manera de reivindicar el ROCK como Cultura con mayúsculas. Esta fue mi pequeña contribución, un artículo para Diario de Noticias que los Barri incluyeron además en su caja ’25 años de rocanrol’, con gran regocijo para mí. Como dice el compadre Kutxi, quien no quiere a los Barri no quiere a sus padres.

BARRICADA, ANIMALES CALIENTES

La primera cinta que me compré fue una de Tequila. Me costó veinte duros en el Rastro de la Txantrea, aunque en realidad valía el doble. El tipo que me la vendió se armó la picha un lío con las vueltas porque en realidad estaba más atento a otro grupo que en ese momento tocaba en la Plaza del Félix, unos jóvenes melenudos y que daban mucho yuyu, venga romper televisores y con un cantante feo como él solo, que se cubría la cara con una capa mientras se reía a carcajadas y vociferaba no se qué sobre una silla eléctrica. Hoy no existe el Rastro y nadie escucha cintas de caset, pero aquellos desconocidos —25 años y 20 discos después— siguen hechos unos chavales. Ya no dan miedo, eso sí, pues son casi como de la familia, los autores de la banda sonora de nuestras vidas, que se dice. Efectivamente estoy hablando de Barricada, ahora es fácil adivinarlo, pero entonces tuve que esperar aún unos meses para saber quiénes eran. Primero fue aquella canción: Esta es una noche de rocanrol. Solían pincharla una y otra vez en Radio Paraíso, o en alguna de aquellas emisoras piratas que mi hermano mayor sintonizaba de vez en cuando con una radio antediluviana que, sin embargo, era capaz de rastrear también las comunicaciones internas de la policía: “Charli 2 a Bravo 1, barricada de fuego en la Txantrea”.
Barricada. Unos días más tarde, junto al título de aquella canción, vi por primera vez escrito ese nombre. En la portada de su disco de debut, aparecían los melenudos del Rastro echando una partida en un billar que no tardaría en descubrir que era el del Viana, bar-catacumba de la calle Jarauta, que las madrugadas de los fines de semana convertía sus paredes de piedra en enormes y sudorosos músculos; músculos que se tensaban, se estiraban prodigiosamente para hacer hueco a todos los náufragos de la noche (o al menos a los que llevábamos elásticos).
Las canciones de los Barri también estaban llenas de músculos y todavía hoy cuando escucho sus primeros discos son capaz de poner en movimiento fardos de recuerdos: las chicas de pelo cardado y chupas de cuero y cremalleras, las partidas de futbolín en el Primi, los multitudinarios conciertos en el Anaita, las pelotas de goma estrellándose contra las persianas de los bares, los bolsillos vacíos al volver a casa, el pelo largo y limpio, las botas sucias…
Pronto los Barri se convirtieron en héroes locales. Los subimos a los altares, que en nuestros casos eran las aceras del txino, sus barras de los bares (donde sus canciones se coreaban como himnos –ese tipo de himnos que en lugar de dejar en la boca el sabor de la sangre tenían regusto a cerveza de barril—). Superhéroes de barrio a los adorábamos por su música y, sobre todo, porque eran unos los nuestros; porque sólo se ponían la capa para subir al escenario, y cuando se bajaban de él (aunque se dejaban puestas las mallas) te los podías encontrar tomándose una caña en Calderería, o haciendo cola en la parada de la villavesa. Los Barri no eran orgullosos, pero nos daban orgullo a los demás (sobre todo a los que vivíamos en el “barrio conflictivo”), y también esperanza, nos enseñaban que se podían tocar las estrellas con la punta de los dedos. Aunque fuera reflejadas en un charco. Para mí fueron, en ese sentido, siempre un referente, los admiraba porque habían conseguido ganarse la vida, haciendo lo que les gustaba, sin complejos, sin grandes aspavientos… Yo quería ser como ellos, un «barri» de la literatura. Supongo que por eso, cuando años más tarde publiqué una de mis primeras novelas, le pedí a El Drogas que me acompañara en la presentación.
Recuerdo muy bien la primera vez que hablé con él. El Drogas estaba pegado al escaparate de Xalbador, con los ojos clavados como un anzuelo en el último libro de Leopoldo María Panero y creo, no estoy seguro, todavía llevaba el pelo largo (tal no recuerdo tan bien aquel primer encuentro; nos hemos acostumbrado pronto al pañuelo pirata de El Drogas, del mismo modo que antes a su melena). El caso es que yo me acerqué a él y me presenté. Estaba muerto de lacha, pero a la vez me daba vidilla saber que hacía unos días, un amigo común, Kutxi Romero, le había pasado algunos cuentos míos. Me moría por saber qué le habían parecido… Y El Drogas no sólo me reconoció, sino que me dijo que los relatos le habían gustado. Tal vez no debía haberlo hecho, porque me crecí y le lié en unas cuantas embarcadas más: una charla, unas líneas para otro libro… Y lo mismo que yo otros tantos, grupos que empezaban y le pedían una colaboración en su disco, una charla en su instituto, su firma, su apoyo para alguna iniciativa social o cultural… El Drogas nunca sabe decir no (excepto cuando hace falta, cuando los demás, la mayoría, los que nunca se atreverían a dejarse el pelo hasta el culo o calzarse un pañuelo pirata, sólo se atreven a decir sí). El Drogas, y los Barri, han sido por ello, unos activos agitadores de la cultura navarra. Muchos de nosotros estamos en deuda con ellos y tal vez una buena forma de pagárselo de una vez sea apoyar la candidatura al Príncipe de Viana de la Cultura que ha promovido en su favor el Ayuntamiento de Villava.
No tengo ni idea de qué piensa el propio grupo (supongo que, cuando no es la primera vez que les proponen, no harán ascos), y en realidad el premio no les hace ninguna falta, son el mismo grupazo de rocanrol con o sin él, pero yo creo que es necesario, para desacartonar ese concepto de cultura domesticada, aburrida, clonada… El primer paso, desde luego, sería una ceremonia —no me la perdería por nada del mundo— en la que los galardonados no se visten de pingüinos sino con camisetas negras o a rayas y no agachan la cabeza ni hacen reverencias ante nadie, por muy alto que sea; una ceremonia en la que no hay bandera alguna que nos ponga de pie, ni otra patria que la suela de nuestras botas; una ceremonia en el que el premio no es para quien lo concede, sino para el que lo recibe: para los Barri y en consecuencia para todos nosotros, para todos los que alguna vez hemos sentido pasión por el ruido, para los que alguna vez hemos estado contra la pared, para las ovejas negras, para los animales calientes.

VIAJES (II): METROMANILA, UN INFIERNO CON GOTERAS

Jun 7, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Foto: Christian Razukas

El premio del concurso «El viajero«, de El País-Aguilar, que conseguí con mi relato «Poetas muertos«, consistía en 6.000 euros, que había que gastar en un único viaje. Por aquella época, yo había conocido al fotógrafo Joseba Zabalza (al que había entrevistado para un periódico, y que me invitó a escribir algunos textos para su libro sobre el basurero de Guatemala, El árbol del zope). Joseba tenía un proyecto sobre basureros de los cinco continentes y, medio en serio medio en broma, me propuso ir a Manila, donde estaba uno de los vertederos a cielo abierto más grandes del mundo. A mí me pareció una buena idea y me embarqué con él en un viaje que nos llevaría, primero a Filipinas, y después a Papúa Nueva Guinea. Este es el reportaje que escribí sobre Manila, que no llegó nunca a aparecer en ningún medio.

METRO-MANILA:UN INFIERNO CON GOTERAS

Metro-Manila, como todas las megalópolis (su censo «oficial» cifra en 12 millones las almas que habitan la capital filipina, pero todos convienen en que pueden llegar hasta 16) es una ciudad de contrastes. El cielo y el infierno. El infierno su trafico disparatado, el calor y la polución asfixiante, la lluvia torrencial… El cielo, su gente, a pesar de todo ello, tranquila, amable, risueña…

Montañas de basura y rascacielos

Dicen que desde algunos de los ministerios de Quezon City, uno de los 18 municipios que componen Metro-Manila, es posible ver la gran montaña de basura de Payatas, donde cada día 10.000 trabajadores («scarvengers») se ganan la vida escarbando entre los desechos y que en julio del año 2000 se hiciera tristemente famosa como consecuencia de un derrumbamiento que sepultó a 200 de ellos. Sin embargo, resulta imposible encontrar en un mapa este lugar, y todavía mucho menos conseguir que las autoridades concedan un permiso para visitar la hoy férreamente controlada zona a la que va a parar el 80% de la basura de Metro-Manila (siempre cifras «oficiales», en realidad hay mas «Smoky-Mountains», como la de Tondo).
Es como si Payatas no existiera, como si desde esos ministerios lo único que se pretendiera ver fueran los rascacielos de Makati, la vieja ciudad colonial de Intramuros o los grandes centros comerciales de Ortigas. Y todo ello a pesar del carácter de los filipinos, quienes consideran de mala educación una respuesta negativa. De nuevo los contrastes: en una ciudad aparentemente caótica, cualquier trámite viene precedido de desazonadoras formalidades, interminables reuniones en las que, de todas maneras, probablemente dilatando el terrible momento del NO, las decisiones varían en lo que le cuesta a un jeepney, uno de los taxis colectivos, hacer su recorrido suicida por cualquiera de las palpitantes arterias de esta ciudad-monstruo.

Tráfico desmesurado

El jeepney es, sin duda, junto con los trycicle, cuyos recorridos son mas cortos, el medio de transporte más popular en Manila. El aspecto de estos en su origen vehículos militares, remodelados de manera que en su interior puedan viajar apretujadas hasta 20 personas (más alguna que otra colgada en el exterior) se asemeja a la habitación de un adolescente de familia rígidamente católica al que se le empiezan a desperezar las hormonas, de tal modo que en su estrafalaria y colorida animación alternan lemas religiosos con Pikatxus mutantes o retratos picantes de Britney Spears. En cuanto a su funcionamiento, puede resultar algo complicado al principio, primero porque el precio varía en función de la calidad del vehículo (la «calidad» puede consistir en un atronador equipo musical torturándote con cualquier canción de éxito en las melosas listas de éxitos filipinas), la longitud del recorrido, etc, y segundo porque es cada viajero quien decide cuando subir a bordo, haciendo una seña al conductor y cuando apearse, golpeando el techo o gritando «¡Para!» (tal cual, el tagalo comparte un buen número de palabras con el castellano, los días de la semana, las horas y otras de uso común -vaso, plato, periódico…- ). En todo caso, un viaje en jeepney siempre resulta económico, sobre todo si lo comparamos con otros deportes de riesgo. Y es que el tráfico en Manila es una locura: miles de vehículos de todo tipo se adueñan de las calles, se cruzan de improviso, casi se rozan… En una ciudad en que semáforos, intermitentes, pasos de cebra son una broma de mal gusto, sólo hay algo más arriesgado que montar en un jeepney: cruzar la calle.
Metro-Manila es una ciudad diseñada para el automóvil, hasta tal punto que a menudo ni siquiera existen aceras o que los peatones parecen aceptar con resignación asiática llevar siempre consigo un pañuelo o toallita con el que proteger sus vías respiratorias de la polución que produce todo este tráfico desmesurado.

La Manila colonial…

Afortunadamente el clima tropical divide en dos las estaciones, una seca, de noviembre a mayo, y otra húmeda, de junio a octubre, en la cual, al anochecer es posible ver recortado en el haz de luz de los faros de los automóviles cómo una cortina de agua limpia la nube de humo negro y espeso que envuelve Manila.
Manila, o mejor dicho Metro-Manila, porque la ciudad de Manila es en realidad sólo uno de esos 18 municipios que componen la megalópolis, si bien es cierto que en la vieja ciudad colonial se encuentran la mayoría de los lugares de interés turístico: Intramuros, con su muralla de 6 metros de longitud, los patios de estilo español…; la catedral o la iglesia de San Agustín con la tumba del conquistador Legazpi; la bahía y sus espectaculares atardeceres, aunque, todo hay que decirlo la bahía en si se corresponde con una ciudad-basura como Manila, en la cual los desperdicios no sólo se encuentran en las montañas de Payatas o Tondo, sino amontonados sin orden ni concierto junto a mercados, puestos callejeros de comida (encontrar un contenedor, una papelera en Manila añade todavía un grado de dificultad a cruzar a pie sus avenidas) y también en la Bahía, cuyo oleaje arrastra miles y miles de botellas, bolsas, latas, y sobre todo, en una imagen que resulta inquietante, como si se tratara de los restos de un naufragio descomunal, chancletas. Hasta tal punto es desmedida la basura en el mar que también a sus orillas es posible encontrarse con «scarvengers».
Ermita y Malate, centros de la animada vida nocturna, también pertenecen a la vieja Manila, así como el Parque Rizal, uno de los pulmones de la ciudad con varios jardines, chinos y japoneses, a los que los manilenses no ponen reparos en entrar pagando con tal de tomarse un respiro, de sacudirse por un momento, merendando, durmiendo la siesta o jugando al ajedrez, el aliento del monstruo.

…y la Manila que no sale en las guías

La Manila colonial, y también Makati, un pequeño Manhattan cuyos rascacielos no se iluminan por la noche (muchos de ellos porque antes de finalizar su construcción quebraron -acaso por culpa de un presupuesto dilapidado en numerosas reuniones y comidas de trabajo previas-, quedando de esa manera convertido en fantasmas de hormigón), y también los grandes centros comerciales de Ortigas, son la cara amable y moderna de Metro-Manila.
Pero hay otra Manila que no aparece en las guías turísticas (ni en los planos, como Payatas): las precarias chabolas construidas por «squaters» llegados de provincias a orillas del río Pasig, o de las vías del ferrocarril; el impresionante hormiguero humano que es el puerto de Navotas, el mayor de Asia, donde trabajan miles de personas, entre ellos 400 niños que descargan barcos, acarrean hielo, bucean en la bahía en busca de objetos de valor…; ni siquiera es necesario ir a las zonas más deprimidas de la ciudad para encontrarse con esta otra cara de la capital filipina. El mismo tráfico, especialmente nocturno, por ejemplo en Aurora Boulevard, una de las calles principales de Cubao, la zona comercial de Quezon City, se asemeja a la escena de una película futurista, apocalíptica (de hecho podría tratarse de cualquier fotograma de «Blade Runner»): grandes puentes de cemento de los que caen riadas de agua, aceras mal iluminadas en las que la gente se acurruca dentro de cajas de cartón, o vocea sus mercancías, los destinos de miles de autobuses, taxis, jeepneys, trycicles…
Metro-Manila no es, en suma, un lugar apropiado para el turista que vaya en busca de relax (a no ser que busque otro tipo de «relax» -en numerosos bares de Malate no es raro ver extrañas parejas: occidentales panzudos que de repente se vuelven atractivos a los ojos de despampanantes bellezas filipinas, abuelitos colgados del brazo de quinceañeras…). Manila, más bien, es un destino recomendado para viajeros aventureros, que gusten de tomarle el pulso a monstruos, si bien es cierto que entre el cielo y el infierno siempre hay un purgatorio y esta ciudad también puede convertirse en una solución intermedia para quien por unos días desee experimentar algo parecido a la fama: desconocidos que le saludarán como si fuera Robert de Niro («¡Hey, Jou!»), todas las miradas convirtiéndole en una diana hacia la que sólo se dispararán sonrisas, camareros que le rellenarán el vaso de cerveza y le darán lumbre, a veces aunque usted no fume…
Porque el infierno de Manila es, a fin de cuentas, un infierno con goteras, excavadas por la amabilidad, la alegría, la tranquilidad del pueblo filipino. Un infierno poblado por 15 (12 según los datos «oficiales») millones de ángeles.

Despiece :Sin vergüenza

El pueblo filipino es, al menos a la hora de divertirse, algo sin vergüenza. Sin complejos, entiéndase, lo cual no deja de ser curioso en una sociedad a menudo demasiado pendiente de su sentido del ridículo (un filipino, por ejemplo, siempre evitará una negación rotunda, o un enfrentamiento personal directo que contraríe o ponga en evidencia a su interlocutor). Cuando se trata de su ocio, sin embargo, los filipinos no han tenido ningún reparo en convertir en el deporte nacional uno para el que, evidentemente, no están cualificados: el baloncesto. En Manila aparecen canastas en los lugares más insospechados, y en el Coliseo Araneta se disputan cada semana varios partidos, con sus animadoras, sus jugadores americanos y en ocasiones sus peculiares hinchadas. Una de ellas, por ejemplo, está, en buena parte, compuesta por travestidos que piropean a los jugadores, los manosean si pueden… No es, por cierto, extraño en Manila cruzarse con hombres vestidos de mujer, sin que nadie se gire, se ría o los ridiculice. Tampoco se avergüenzan los filipinos a la hora de cantar. El karaoke, o videoke (se denomina así si aparecen fondos, por lo general de señoritas occidentales ligeras de ropa) esta presente en centros, bares, y casas, por humildes que sean… Y los filipinos cantan, cantan mucho, cantan bien o mal, no importa, tampoco nadie se ríe porque por lo general cantan para si mismos. ¡Stupid Love! (la canción de moda, un rap en tagalo-english), Bon Jovi, Julio Iglesias… Cantan, y juegan al billar, y se toman unos vasos de ron, o unas San Miguel (que por cierto, es una cerveza filipina que se bebe aquí, y no al revés), y vuelven a cantar… Tom Jones, Scorpions, La bamba…

REFLEXIONES SOBRE LA CENSURA

Jun 6, 2009   //   by admin   //   Blog  //  10 Comments

Hace algún tiempo Vicente Muñoz, con quien he coordinado a pachas la antología de homenaje a Bukowski ‘Resaca / Hank Over’, me pidió algunas impresiones un poco a vuelapluma sobre la censura, para una charla que debía dar sobre el tema. Lo hizo a cuenta de un episodio que tuve en diferentes medios de comunicación. Recupero y reproduzco aquí el email que envié a mi compadre y lo amplío con algún otro episodio de censura posterior.

La verdad es que mi historia con Ese Tocho pasó hace ya tiempo y aunque en su momento me quemó mucho, ahora ya he olvidado muchos detalles, pero intentaré ir al grano.

La cosa es que a mí de vez en cuando me encargaban cosas para el diario GARA, cuentos por capítulos, etc. También tenía una columna semanal, en la que siempre había escrito con total libertad (cuentos, también, o textos creativos, nada de opinión, aunque eso sí, cuentos de lo más burros, bastante gamberros, a veces yo mismo me sorprendía de que me publicaran esas cosas, y para ser honesto sabía que en ningún otro periódico se atreverían). En alguna ocasión también “toqué” algunas cosas “sagradas” para ellos (patrias, banderas…) y tampoco pasó nada.

En el cuento este, que era un cuento de San Fermín, hablaba, entre otras cosas, de una relación sexual de una alcaldesa de Pamplona y un portero de Osasuna. Nunca he sabido muy bien si el problema fue la alcaldesa o el fútbol u otro, porque nunca me lo explicaron. Pudo haber sido perfectamente el tema de la alcaldesa, porque por aquel entonces GARA andaba con algún lío con la Seguridad Social o amenazaban con volver a cerrarlo, y no les convenía mucho meterse en fregados, llamar la atención, dar una excusa… Claro que eso es mucho pensar de un simple cuento. También puede que les pareciera un cuento que degradaba a la mujer, políticamente incorrecto porque el portero se follaba a cuatro patas a la alcaldesa o algo así, no sé, yo a las mujeres a las que se lo he pasado no ven nada ofensivo en ello, y desde luego ese propio portero y los hombres que aparecen en el cuento resultan mucho más degradados, patanes, penosos…
Quiero decir que también hay un tipo de censura desde la progresía que es bastante lamentable. Es bastante lamentable, por ejemplo, no poder decir polla, o cojones, porque es misógino, fálico; o que los negros, los homosexuales siempre tengan que ser buenos o sensibles (para mí eso, no ver una opción sexual o una raza en toda su dimensión, verla como si no estuviera formada por personas, eso si es discriminatorio); pero bueno, yo casi estoy convencido de que el problema en el caso de Ese tocho vino más bien porque se ridiculizaba a Osasuna, el mundo del fútbol… El fútbol es hoy intocable. Si tú escribes un cuento o una novela metiéndote con el Madrid, o el Barça, vas a arruinar tu vida, tendrás a unos cuantos ultras esperándote a la puerta de tu casa, y Florentino Pérez pidiendo y trabajando y casi seguramente consiguiendo que se retire el libro de todas las tiendas, y que ese autor no vuelva a publicar más (constructores, empresarios, etc, son quienes de verdad “mandan”). El fanatismo atraviesa a todas las capas de la sociedad. Sencillamente, hay temas de los que no se puede hablar: ese es uno, otro es la casa real, otro el “problema vasco” desde un punto de vista que no venga marcado por los grandes partidos políticos y grupos de comunicación…
Bueno, el caso es que dos días antes de la fecha prevista de publicación me llamaron para decir que no salía, porque era un cuento “inapropiado”. No me explicaron por qué, pero en aquel momento lo que más me fastidió fue que había estado sacando horas de donde podía, porque estaba trabajando de barrendero y a la vez en una guía turística por encargo, y acababa baldado. Encima como no lo publicaban no me pagaban nada. Eso sólo nos pasa a los escritores, vete tu a un fontanero y dile que no te gusta como te ha dejado el lavabo y que no le vas a pagar. Y, por si eso fuera poco, el cuento me había gustado mucho cómo quedó. Por eso decidí que lo tenía que publicar, como fuera, e hice unas cartas de protesta, que envié al propio periódico y medios alternativos de internet. En Rebelión.org se ofrecieron a publicármelo, pero lo que más les dolió en GARA fue que yo lo acompañara con una carta de protesta, hablando de censura en un periódico que ellos creen progre, y que lo hiciera en medios alternativos, que es donde más les jode que afecte su reputación. Hubo alguna carta de apoyo en las que les llamaban gazmoños) Además el asunto desató en Rebelión alguna discusión, con reflexiones acerca de mi cuento insospechadas para mí, reflexiones que hablaban de erotismo, sexualidad, el amor en nuestros días: se pueden leer todavía en http://euskalherria.indymedia.org/es/2003/07/8529.shtml

A los poco días de que todo esto pasara me llegó un email en el que me comunicaban que habían decidido suprimir mi colaboración semanal, con la que llevaba cinco años. Fue una represalia, claro, automáticamente yo me pasaba al otro bando (cosa bastante improbable porque yo no pertenecía ni pertenezco a ningún bando ni banda por escribir en ese periódico), y más aún dejaron de dar información sobre libros que fui publicando, premios y otras actividades en las que yo estaba implicado (posteriormente ha aparecido una entrevista a cuenta de otro libro, pero del último, Ajuste de cuentos, después de pedirme que se lo enviara, no tengo noticias –hoy mismo les he escrito diciendo que si no van a sacar nada me devuelvan el libro-). Todo esto por supuesto no digo yo que fuera cosa de toda la gente de GARA, seguramente lo decidieron dos o tres personas o comisarios políticos.

Eso pasa ahí y en todos los lados, en todos los periódicos, por supuesto, y en muchas editoriales, revistas, etc, los escritores muchas veces acabamos escribiendo para empresas, tras las que hay grupos de poder, y en consecuencia nuestra libertad está restringida, no podemos hablar de temas que afectan a los poderes que sustentan esas empresas (o a sus anunciantes).
Por lo demás, el cuento afortunadamente siguió luego su camino, fue incluido en la antología Golpes, y más tarde traducido al italiano para otra antología de Mondadori, junto a autores como Javier Marías, Julio Llamazares, Roberto Fontanarrosa, etc, sin que pasara nada con él (sólo era un cuento), lo cual demuestra que la censura que ejercen los medios a veces es puro acojone, sin fundamento, y que la gente tiene sus (buenos) criterios y no siempre necesita que nadie le diga qué tiene que pensar, qué es conveniente que lea, etc.

Eso, por una parte, por otra, en mi relación con los medios de comunicación yo he detectado otro tipo de censura de la que nunca se habla, pero que me parece terrible. Por una parte, la imagen es hoy una dictadura, los textos están sometidos a ella, y si para que una foto o el diseño de una página cuadre hay que meter la tijera, se mete, a menudo sin criterio, sin tener en cuenta la opinión del autor, da igual por donde. “Total, la gente no lee”, te pueden llegar a decir, lo cual es el colmo, poner menos textos y más fotos es perfecto para estimular la lectura… Tampoco vale cualquier foto. Cuando volví del basurero de Payatas, en Manila, nos recorrimos varios semanales para intentar colocar los reportajes que junto con un fotógrafo hice allá. Muchos los rechazaron porque ese tipo de fotos a la gente no les gustaba verlas al desayunar un domingo. Y a la vez te pedían fotos más morbosas, con niños (es importante que sean niños) esnifando pegamento, etc. Los textos, por supuesto, eran demasiado largos y demasiado duros.

El periodismo hoy en día es una pura farsa (lo se porque ahora mismo yo trabajo como periodista o algo parecido), está totalmente desconectado de la calle (nuestra principal fuente es en la mayoría de los casos internet) y desde luego los redactores no escribimos con libertad, sabemos perfectamente que no hay que morder la mano que nos da de comer.

Pero volviendo al terreno puramente creativo, hay otra censura, otra dictadura todavía peor, que es la de la mediocridad. Pululan por hay correctores, o editores de textos que, aparte de corregir errores ortográficos o sintácticos se dedican a mutilar textos, a asignar títulos, entradillas, sumarios, que tú no habrías formado ni harto de porros. Muchas veces, más de lo mismo, necesitan más espacio para que entre la foto de marras, o la publicidad, y cortan frases o palabras que para ellos no aportan nada pero sobre las que tú has hecho pivotar todo el texto. Hay una falta absoluta de sensibilidad (normalmente esos cambios se hacen sin consensuarlos con el autor, que se los encuentra horrorizado cuando su texto ya ha sido publicado), una mediocridad, una incapacidad para detectar qué es lo que la gente quiere, espera, que es lo que les puede hacer reír, pensar… Se supone que todo ello, la intuición, ya viene implícita en la tarea del escritor. Es además bastante frustrante que uno de mil vueltas a una frase, que valore, sopese, qué orden, que adjetivo, que expresión es la más adecuada, para que luego llegue un mindundi y se la cargue sin ningún miramiento en una decisión que no lleva más de unos segundos. Yo, por ejemplo, siempre intento que mis textos fluyan, de alguna manera, que un párrafo lleve a otro, etc, y suprimir una frase, una palabra, una coma, supone cargárselos por entero. La censura que ejercen este tipo de funcionarios de las letras es de las peores que hay, porque nadie habla de ella, y porque se da con más frecuencia de lo que parece. Y, sobre todo, porque esos funcionarios creen que están haciendo bien su trabajo. Es una falta de respeto total al creador, al lector. Y en cierto modo es también lógica, una consecuencia más de esta sociedad cada vez mas desintelectualizada, más deshumanizada, robotizada, apresurada…

Después de todos estos episodios, aún tuve otro más con el diario ADN, en el cual “confiaron” en mí ofreciéndome una columna cada tres o cuatro semanas. En la última de ellas, que nunca llegó a publicarse yo hablé de mi libro La polla más grande del mundo, en un tono cómico, diciendo lo poco acertado que había estado al ponerle ese título: mi madre nunca podría ir a Gómez, la librería moña de Pamplona y preguntarle al librero si tenía la polla más grande del mundo… En ese tono. También hice alguna mínima alusión a la familia real española y al Diario de Navarra, que no hizo ninguna reseña de mi libro, y que curiosamente, pertenece (o pertenecía) al mismo grupo informativo que ADN (al menos en Navarra), pero no, ese no fue el problema, me dijo la directora, no, no, por dios, nosotros estamos a favor de la libertad de expresión, la columna (que tampoco era para tanto, la podéis leer aquí) me la retiraban por usarla para autopromocionarme (de lo cual se deduce que si el libro no hubiera sido mío podría haber escrito tranquilamente polla, o algún retruécano del tipo ‘los borbones a los tiburones’ o ‘Diablo de Navarra’)… Lo más gracioso de todo (aparte de que me enteré de que la columna no se publicaba el día anterior y que otra vez, como sus colegas de GARA, no me la pagaban –bueno, eso no es muy gracioso-) es que la directora argumentó las razones de la censura tomándolos de un blog en el que yo mismo, con un seudónimo, ironizaba al respecto:

Acabo de leer en el blog de Hank Over / Resaca que te han «censurado» una columna en el diario ADN. Joder, pues muy bien hecho. ¿Qué esperabas? ¿Te parece bonito hacerte publicidad a ti mismo y la basura de tu libro en un espacio que amablemente te ceden? (…) Mira que podrías subirte a esa columna y otear a tu alrededor, con la de cosas interesantes y jodidas y sorprendentes, incluso alguna hasta bonita, que hay en este mundo, y tú vas y te dedicas a mirarte las pelusas de tu ombligo, a hablarnos de ellas, como si a alguien nos importara?
Bah, de todos modos, seguro que estás encantado con la jugada, ahora tú también eres un escritor maldito, qué suerte, igual así hasta consigues vender alguna «polla» más ¿verdad?

La periodista casi repitió letra por letra mis propias palabras. Demencial. Por lo demás, ni siquiera supo despedirme con un poco de elegancia, me amenazó (“arrieros somos”, soltó), dijo que estaba muy ocupada para perder el tiempo conmigo… Y lo más triste de todo fue que ni siquiera podía disimular que ella solo era una correveidile, una mandada, una pobrecilla, alguien que al contrario que yo, que era un desagradecido nunca mordería la mano que le daba de comer… Por cierto, que el recado intuyo yo, porque no lo puedo asegurar , vino de alguien que después pasó a dirigir un periódico orientado hacia un Público muy progre y muy de izquierdas, lo que son las cosas.

Hay, además, otro episodios menores y muy desalentadores, como una publicación de estudiantes de periodismo que me pidieron un cuento para un suplemento sobre el periodismo del mañana, o algo así, y donde yo puse “teta” ellos corrigieron “seno” (¡yo nunca habría escrito eso!). El periodismo del mañana, qué risa.

¿Continuará?

BAR PARÍS

Jun 5, 2009   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

Untitled from Aran González-Boza on Vimeo.

Hoy he leído en la contraportada de un periódico local que van a abrir un comedor social en Pamplona, en el bar París de la calle Jarauta; casualidades de la vida, hace unos años empecé una novela (que nunca acabé y que se quedó perdida al fondo de algún cajón) en el que el escenario de fondo era un restaurante de menús económicos, punto de encuentro de vagabundos, prostitutas, locos.. y ese bar, el bar París, en el que a veces me tomaba algunas cervezas en noches de sábados de borracheras impenitentes (de esas que impregnan la ropa con un olor a humo de tabaco solidificado, serrín húmedo y cerveza con tufo a huevo duro), fue uno de los garitos en que me inspiré (era un bar algo desangelado, una pequeña burbuja, en una calle repleta de bares tumultuosos y atronadores, con bebedores solitarios y náufragos de la noche y de la vida en general).
La iniciativa, por lo demás, es encomiable, y parte de la Fundación Gizakia Herritar. En ella participan voluntarios (está abierta a colaboración), sobre todo porque va servir para que cada día unas cuantas personas tengan derecho a algo tan básico como alimentarse dignamente. Como dicen en su web, www.paris365.org, 40.000 personas en Navarra están por debajo del umbral de la pobreza (16.000 de ellas en situación de pobreza extrema); hay que estar muy ciego para no verlo; sin embargo, cuando en ocasiones comento a algunas personas que cada vez es más frecuente ver a gente en Pamplona buscando comida en los contenedores, suelen sorprenderse o incluso negarlo (yo lo veo a menudo en los contenedores que quedan justo tras el ventanal de la oficina en que trabajo, o en los que están a la vuelta de la esquina, al lado de un Caprabo…. Creo que ese es otro de los aspectos importantes de esta iniciativa, que visibiliza una realidad que a menudo se pretende mantener oculta, fiu, fiu, silban algunos, y miran para otro lado, como si esta ciudad fuera Disneylandia.
Quién sabe, quizás aquella novela se queda atorada esperando a que, como sucede tantas veces, la realidad superara la ficción; quizás debiera escribir algo sobre eso, sobre la gente de carne y hueso que va a ese comedor, hablar con ellos, contar sus historias, las de los voluntarios; quizás deba pasarme un día por el bar París.
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