Zergatik ez? Euskaraz saituko naiz, hiruzpalau lerrotan behintzat–akatsez josita, ziur aski, baina tira-: gaur joan naiz Iruñeko Elkar megadendara, ospatzera liburudendaren 25. urteurrena. Ekitaldia bukatzeko jende guztiak abestu du goian dagoen kanta, Xalbadorrren heriotzean: unkigarria, dudarik gabe, beti unkigarria, baina ez dakit aproposa den abestia Xalbador izena zuen liburudenda baterako. Batez ere, ziur nago, Xalbador edo Iruñeko Elkar edo Comedias kaleko Elkar, ez dakit nola duen izena orain, bizia izango da hemendik datozen 25 urtetara gutxienez.
Y ahora sigo en castellano antes de que Euskaltzaindia me denuncie. Decía arriba, que hoy he estado en el acto que han celebrado en la librería Elkar de Pamplona con motivo de su 25 aniversario (como han dicho, la librería se inauguró en 1984, un año orwelliano, que no era mal augurio –y también en lo que a música se refiere, el año en que se publicó el disco blanco de Hertzainak –y yo añado, ya que El Drogas andaba por ahí y es asiduo a esa librería, el año también en que Barricada publicó Barrio conflictivo). El acto ha acabado con la siempre emocionante Xalbadorren heriotzean (La muerte de Xalbador), la canción que compuso Xabier Lete sobre la muerte del bertsolari del cual tomaba hasta hace poco nombre la librería (ahora es solo Elkar, o Elkar de la calle Comedias, no sé muy bien, para muchos de nosotros sigue siendo Xalbador, a secas), y no sé si esa canción, aunque la hemos cantado a capella todos los que allá estábamos –y no venían nada mal unos escalofríos en una tarde de bochorno como la de hoy-, si esa canción, decía, es muy apropiada, porque Xalbador, la librería, va a seguir viva al menos otros 25 años, estoy más que seguro.
Xalbador-Elkar, es una librería de referencia, como los son la familia Abarzuza, en Pamplona, que los lectores y escritores de esta ciudad, al menos yo, asociamos con momentos emotivos. Siempre es emotivo topar con un buen libro, pero en mi caso, además, he presentado dos de los míos en esa librería. Mis Cuentos sanfermineros (por cierto, durante los próximos sanfermines tengo intención de subir por capítulos, uno al día, uno de ellos), para el que me acompañó Idoia Saralegui, que ese mismo año, solo unos días después tiró el chupinazo; y Ciudad Retrete, que recuerdo –el de su presentación-como uno de los mejores días de mi vida (presenté el libro acompañado de Kutxi Romero y El Drogas, la editorial, Txalaparta, invitó a fritos, hizo marcapaginas, de ahí cogí el coche y me fui al barnetegi de Lazkao, en el que había estado internado 9 meses -euskera no sé si aprendí mucho, pero allá conocí a mi compañera y madre de mis hijos- y donde celebrábamos la fiesta de despedida, en la que me pillé una de las borracheras más felices de mi vida, a base de sidra y de besos, dos días más tarde me subí, todavía ebrio, al avión para Manila…). En Xalbador, también, hablé por primera vez con El Drogas, Patxo Abarzuza me montó un expositor con mi libro Atrapados en el paraíso para compensar la horrorosa edición y distribución que me hizo el Gobierno de Navarra, han mantenido durante meses alguno de mis libros en el escaparate… Son libreros, en definitiva, de los de antes, libreros-lectores y libreros que cuidan a los escritores que tienen más a mano.
Xalbador, además, ha sido un txoko para la cultura euskaldun, que en Pamplona es casi como decir un bunker, un refugio antiaéreo, porque al euskera, la lingua navarrorum se le zumba en Navarra por tierra, aire y mar; así que ha sido natural que hoy en la mayor parte del cumpleaños haya sido esa la lengua que se ha escuchado. Castillo Suárez ha leído un texto, hasta donde mis conocimientos me lo han permitido, hermoso, sobre trapecistas, los riesgos a los que se expone y que asume quien escribe (¿el trapecista se sube al alambre para tener una visión más completa desde las alturas o para que todos le miren?). Además de ella, por Xalbador andaban, como digo, El Drogas, recién llegado de Finlandia, donde los Barri han grabado disco, y comprando más libros sobre la guerra civil (hoy La pólvora y el incienso), Kutxi, que cada vez fuma más pero no se le nota y que permanece fiel a los suyos (él se ha llevado Poemas de la última noche en la tierra, de Bukowski), Oscar Beorlegui, el piloto suicida, siempre con su intepretación peculiar y socarrona de la realidad, me ha parecido también ver, al salir, al imprescindible Jose Mari Esparza, de Txalaparta (una editorial que tiene un catálogo que si algunas cosas son como deberían ser habría que enmarcar, todavía recuerdo cuando fui a Tafalla a corregir las galeradas de mi primer libro y los ojos mi hicieron chiribitas al ver unos poemas inéditos de Bukowski, otra vez, sobre la mesa, El infierno es un lugar solitario, antes de que casi nadie publicara la poesía del viejo indecente por aquí; o las Poniatovskas, Marcelas Serrano, tantos otros, antes de que las “descubrieran” las grandes editoriales…). He echado de menos a Miguel Sánchez-Ostiz, que creo que debe de estar ya regresando -y ya se sabe que regresar a Pamplona es irse, como decía María Luisa Elío– de Bolivia, con la maleta y el magín repleto.
Y más gente a la que no conocía o no he distinguido. Un feliz aniversario, en definitiva. Y el cava, muy bueno, Patxo. Eskerrik asko eta zorionak!
Con Ernesto y Carla Badillo tomando unas birras en el Café Iruña
A veces me da la venada y me presentó a algún concurso, lo reconozco (este blog lo abrí, además de para autobombo, como trastienda literaria, para enseñar todas mis vergüenzas y miserias).
Cada vez menos, lo de los concursos, pero cada vez peor, porque antes si tenía algo escrito que cuadraba con las bases lo enviaba, pero últimamente, en alguna ocasión, he llegado a escribir alguna cosilla ex-profeso para un certamen. Como hace unos días para uno de microrrelatos de San Fermín. Y así va la cosa, salen abortos como el de abajo. Y encima claudicando, los microrrelatos no me gustan demasiado, eso de ceñirse a un número de caracteres, de comprimir la historia… La historia tendrá que salir como sea, y si sale comprimida, porque a ella se lo pide el cuerpo, vale, si no…
Los microrrelatos, como fórmula o moda a impulsar me parecen una rendición ante estos tiempos de prisa y de pasar por todo por la superficie, algo propio de esa gente que dice que no encuentra tiempo para leer -y sí para tragarse cuatro horas de tele, por ejemplo; no todos claro-.
Pero me estoy dispersando, el caso es que en este concurso en particular me ha dolido no llegar ni siquiera a estar entre los 20 finalistas (¿tan malo soy? Yo que he escrito tantos cuentos sobre sanfermín…), y quedarme sin el dinero y las botellas de vino y sin esa minicuota de popularidad (la fotito en el periodico, alguna entrevistilla en una radio local…) de la que renegamos con una falsa modestia pero que tanto nos sube el ego y la autoestima.
Y a la vez me ha aliviado no ser ni siquiera seleccionado, permanecer en la sombra, uno, porque después de presentarlo he visto que en el jurado había alguien a quien conozco y con el que me escribo, y dos, porque incluí mis datos, mi ridiculum vitae -creo que equivocadamente- junto al microrrelato. No me hubiera gustado nada que luego hubiera suspicacias (aunque sean moneda corriente los amaños, los favores prestados y devueltos y otros pufos en muchos concursos literarios; algún día contaré alguna cosita sobre alguno que conozco de primera mano).
Por cierto, que en este tipo de concursos modestos, a veces queda como mal que resulte ganador un autor con «carrera» (o que «hace la carrera» literaria), con varios libros editados, algún otro premio, «Deja a los demás», recuerdo que pensaba yo cuando empecé a presentar cosas, pero ahora lo veo desde otra perspectiva, uno se pasa la vida escribiendo, con derechos de autor escamoteados, yendo a todos los sitios por la cara… ¿Por qué no puede optar a, por una vez o de vez en cuando llevarse quinientos euros?, ¿por qué tiene más derecho un «aficionado» o «uno que está empezando»?…
Bien, seguimos dispersos. El caso es que por lo demás, al microrrelato de abajo, le fueron cortando las alas ya desde que pensé la idea, primero con esa gilipollez consitorial de homenajear a Hemingway con un concursode dobles, por ejemplo, segundo cuando soprendido, descubrí unos días después de escribirlo en la Estafeta a una estatua humana que bien podría ser el protagonista de mi texto. Contra esto no pude hacer nada, pero lo primero modificó algo mi texto, y me alegro, ese es mi pequeño consuelo porque mi claudicación ante los concursos no es para tanto, puedo escribir cuentos ex-profeso para un concurso, pero no cuentos ex-profeso para ganar un concurso, con los ingredientes, la perspectiva esperada, o tópica (¿se puede premiar un concurso de cuentos sobre invierno en el que no nieve?). Espero que no sea el caso, este certamen de microrrelatos y quienes lo han impulsado pintan bien, veremos, mañana, cuando den el fallo. De momento, aquí tenéis un microrrelato que no va a ganar.
EL GITANO RUBIO
Clin-clin, me encanta oír las monedas cuando caen al vaso, “zenkiú”, digo después, y también “Goua San Feumín”, y los payos se parten la caja, y me echan más dinerico. Ya hasta me he quitado de la reventa. Vengo de par de mañana, me pongo junto a la estatua, y enseguida empiezan a hacerme corro.
-Este sí que se le parece de verdad- dicen.
A mí me costó caer. Todo empezó el día 7. Estaba tomándome una cerveza fresca y cuando le pegué el último trago…
-Clin-clin- oí.
Me había quedado muy quietico, con los ojos cerrados y, al abrirlos, ahí estaban: unos cuantos pasmados mirando, un rato a mí y otro algo a mis espaldas. Me volví y vi entonces la estatua. “He-ming-way”, leí en la placa. No había oído hablar de él en la vida, aunque fuera clavadico a mí. Después ya me han ido explicando: “uno que bebía mucho” o “un escritor yanqui o inglés, no sé”…
Lo que no he encontrado todavía es a nadie que me diga de qué hablaba en sus libros. Pero no me importa, yo a lo mío, “zenkiu, Goua San Feumín”, digo y ellos, clin-clin, siguen llenándome el vaso.
A este paso a Hemingway lo hacen santo en Pamplona, de momento lo han puesto a rezar: «Que alguien se lea mis libros en esta ciudad, señor, que alguien se lea mis libros en esta ciudad»
Hacía frío, nuestras bocas humeaban como el cañón de un revólver recién disparado y yo intentaba disimular mi erección, mientras mirábamos toda aquella ropa tirada sobre la hierba y las gotas de sangre congelada a su alrededor.
La teniente Davidova y yo habíamos hecho un viaje en coche de más de dos horas para llegar hasta allí. Durante muchos kilómetros solo vimos un manto interminable de nieve, como un sudario que cubriera el mundo entero, y la carretera en una línea recta e infinita, por delante, despejada por los quitanieves, con pájaros que se posaban sobre el asfalto, en busca de un poco de calor, y que morían golpeados por el capó del Lada.
–¡Crac¡ –se escuchaba, y yo sentía que eran los huesos de mi conciencia los que se astillaban. Pero no podía evitarlo, no podía dejar de imaginar, cada vez que la teniente Davidova agarraba la palanca de cambios, escenas que a mi mujer no le gustarían nada.
Después, la nieve desapareció y el paisaje de la tundra se volvió oscuro y yo pensé que podría apartar de mi mente aquella bruma de fiebre helada. Pero al llegar al escenario del crimen, apareció la ropa desperdigada sobre la hierba y los remolinos que esta dibujaba, como pliegues de sábanas revueltas en una cama sin hacer y todavía caliente.
Y fue entonces cuando, tras realizar una primera inspección, la teniente Davidova me miró y dijo:
-Creo que va ser un día muy largo, Mijail, quizás tengamos que quedarnos a pasar la noche en el hostal del pueblo.
Este microrrelato formar parte, con él me estreno, del proyecto Literatura Caffenol (fotos y microrrelatos -aunque no me gusta mucho esa palabra-) del blog colectivo Tomtum Revolutum que el fotógrafo Luis Azanza y otros locos como Berta Bernarte, Susana Barragués… idearon en una noche de borrachera, que es cuando surgen las grandes ideas.
Eva Orúe, en su sección de Divertinajes, Círculo de Iluminación, hace un extenso repaso de la pasada Feria del libro de Madrid. Ella fue la moderadora del debate sobre El libro peor vendido, y también habla de él en La resaca, como se titula su artículo, en el que cortesmente (puesto que yo mismo le envié la información) cita mis frustrados intentos por figurar en esa dudosa categoría de los worstseller. Esto es lo que dice:
En otra división
Tal y como les conté la semana pasada, el miércoles día 10 moderé una mesa redonda en la Feria del Libro en torno a la cual cinco editoriales querían reflexionar sobre su fracaso más sangrante, su worstseller.
Pues bien, no sé qué repercusión tendrá en las ventas de esas obras, pero la iniciativa despertó el interés de los medios, que siempre compran una buena idea: Cadena SER (Hora 25), TVE, Cuatro, El País, ABC y Público, entre otros, informaron de la cita, si bien alguno lo que hizo fue aprovechar la convocatoria para escenificar uno de los cara a cara más improbables de feria: Carlos Jiménez-Arribas, autor del worstseller Viaje al ojo de un caballo, frente a Ildefonso Falcones.
Por gracioso que resulte, no me parece un titulo envidiable, ese de autor que menos vende. Y sin embargo, hay varios candidatos. Con fair play y sentido del humor, Patxi Irurzun presenta sus credenciales en su blog Ajuste de cuentos. Y al hacerlo nos recuerda que hay muchos escritores de talento que por la razón que sea no han tenido el reconocimiento que merecen.
Aunque lo que de verdad tiene chicha, en mi opinión, de este artículo de Eva Orúe es lo siguiente:
Es costumbre, tal vez lo sepan, que el miembro de la familia Real que participa en ese acto sea obsequiado con libros por los responsables de las casetas en las que se detiene. Casetas que, previamente, han sido visitadas por un trabajador de la Casa Real para sondear las intenciones de los feriantes. Luego, cuando el royal de guardia se aleja, otro enviado pasa y pregunta: «¿Qué se debe?». Excuso decirles que, normalmente, le responden que nada. Como me dijo uno en esta feria, «me contento con ser Proveedor de la Casa Real».
Pero, a veces hay alguien que rompe la norma no escrita. Este año, un grupo de expositores respondió a la pregunta, a lo que ser ve retórica, presentando la factura. Y en pago recibieron la devolución de los libros que habían entregado a la infanta
Ni siquiera para worstseller. Como dije hace unos días había propuesto La polla más grande del mundo para el debate que con ese argumento, los libros peor vendidos, se iba a celebrar en la Feria del libro de Madrid, y envié para ello una carta a mis editores de Baile del Sol, que participaban en el debate y que me prometieron leer. Sin embargo, no hay rastro de La polla en ninguna de las numerosas notas y noticias que hablan sobre este debate en diferentes medios y el escritor Carlos Jiménez Arribas y su Viaje al ojo de un caballo me han usurpado la antigloria, merecida y esforzadamente, eso sí. Dando la cara.Por cierto, el libro de Jiménez tiene muy buena pinta y también su blog Veinte días en Mongolia.
Un nuevo fracaso, el mío, pues, pero creo que coherente, tratándose del libro peor vendido no habría sido justo un efecto rebote o aparecer en el telediario. Yo diría, pues, que ‘La polla más grande del mundo’ –y el resto de mis libros- es más que un worstseller un loser-seller (si es que eso existe). Os dejo con mi carta:
¿Y no podías haberle puesto otro título?
Mi libro La polla más grande del mundo -no sé si por suerte o por desgracia para mí- no es autobiográfico. Es algo que tengo que aclarar cada vez que lo presento, o hablo o me preguntan sobre él. Y también que no es un libro pornográfico. Está claro que elegir un título como ese no fue una decisión del todo acertada. Y mira que mi madreme lo advirtió: ¿No podías haberle puesto otro título, hijo? Según ella, con ese título sus amigas no podrían preguntarle al librero si tenía La polla más grande del mundo.
¿Por qué lo hice, pues, porque elegí un título tan chabacano? Por marketing. Porque quería que todas las miradas se volvieran hacia mí. Como el niño que está venga hacer monerías en mitad de una habitación llena de gentey de repente alza la voz para gritar teta-culo-pedo-pis. Pensé que de ese modo, por fin, me harían caso, y entonces podría mostrarles de lo que era capaz. Una operación publicitaria, en definitiva, en toda regla, aunque un tanto inmadura y sin duda fracasada, que ha tenido efectos contrarios a los deseados: en los periódicos no han reseñado el libro, las librerías lo han escondido… Y todavía recuerdo la pasada feria del libro de Pamplona, cómo por los altavoces todos los libros presentados eran voceados con sus correspondientes títulos y al mío era simplemente «el último de Patxi Irurzun» (y eso que el spiker era un muchacho con rastas, con un aspecto de los más transgresor).
Todos estos inconvenientes los intenté sortear con acciones de guerrilla promocional, como sacar mi polla aprisionada bajo las pilas de novedades y colocarla sobrepijamas de rayas. También quise hablar de él en una columna que tenía en una edición local del periódico ADN,una columna que no llegó nunca a publicarse (ni esa ni ninguna más), en teoría porque la había usado para autopromocionarme (también hice alguna alusión a la familia real y al Diario de Navarra, grupo que pertenecía la mismo grupo informativo que ADN, pero ese no era el problema, me dijeron).
Está claro que un título como este, además de inapropiado, estaba gafado. Y que, desde luego, no es ilustrativo respecto al contenido del libro. La polla más grande del mundo es solo uno de los 70 cuentos, de todo tipo y estilo, que lo componen y ni siquiera ese es un cuento autobiográfico o pornográfico, sino que hace referencia a una gallina de dimensiones monstruosas. Un chiste, vamos, que ya explica la portada de Kalvellido.
El escritor Miguel Sánchez-Ostiz, por su parte,ya puso por escrito la inconveniencia de un título como este:
Patxi Irurzun acaba de publicar unos relatos tan duros como hermosos, Ajuste de cuentos, y no hace mucho otros reunidos en La polla más grande del mundo, que es un título que invita a no leerlo o a despreciarlo. Y sin embargo en sus páginas late un humor zumbón y una forma de mirar más pacificadora que otra cosa, en un mundo hostil para quien parece estar condenado a ser un perdedor. Junto al vitriolo, Irurzun expresa un sentido de la belleza de lo cotidiano y pequeño, una emoción común y compartible.
Creo por todo eso que La polla más grande del mundo es un digno aspirante a Libro peor vendido, aunque en mi defensa y la de mi puesto de trabajo (trabajo en una agencia de publicidad), la estrategia de marketing no era tan descabellada y el blog del mismo título que que abrí para promocionar el libro se acerca ya a las 200.000 visitas. No me pregunten, eso sí, cómo ni por qué llegan hasta ese blog,los pajilleros, perdón los internautas.