Bolis como este mítico Bic cuatro colores vendía Donan Pher
Ahí va una de la docena de columnas que me dejaron publicar en el diario ADN, edición navarra. «Arrieros somos», me dijo la directora del periódico, cuando pedí explicaciones y aireé en algún que otro blog los malos modos con que me echaron y la columna que me censuraron. Yo pensaba que era una amenaza, pero se ve que no, que la chica tenía dotes adivinatorias, porque al cabo de un tiempo a ellos también los mandaron a la mierda. Ay, chica, qué cosas.
SUPERVIVIENTE
Soy un guarro. Ahora mismo, aquí me tenéis, manoseando el retrete de un bar. Bueno, es sólo una metáfora, en realidad estoy escribiendo esta columna, pero existe un estudio de la Universidad de Arizona, según el cual se encuentran 400 veces más bacterias en el teclado de un ordenador que en la taza de un inodoro. Claro que en la vida hay que arriesgarse. El otro día, por ejemplo, decidí por fin comerme una de las moras que resisten, como una anomalía urbana, en las zarzas de la Cuesta de Santo Domigo. La tenía fichada desde hacía varios días, la veía ahí cada vez que bajaba a comer a casa, desafiando al tigre que se agazapaba en mi estómago. Tan tranquila, orgullosa, sintiéndose una superviviente, convencida de que ningún urbanita milindri sería capaz de zampársela, del mismo modo que no bebería agua del Arga o no permitiría a su hijo chupar los caramelitos que un señor le ha regalado a la puerta del colegio. Pero a mí ninguna mora se me pone chula, y por fin un día, en un arrebato jipi, me la tragué. Fue como volver a aquellos años de colegio y borotas, de tapias y sol, en los que las ovejas ramoneaban en el Campo del moro y las bacterias nos dejaban en paz porque escribíamos con bolis BIC, que nuestras madres compraban por racimos a Donan Pher, el emperador del bolígrafo… Qué tiempos. Después vino la desilusión, resultó que un día uno se daba cuenta de que Donan Pher en realidad quería decir Fernando, si lo leía del revés; o que -muchos años más tarde- una noche, bajando por la Cuesta de Santo Domingo, el tipo que caminaba dando tumbos unos metros por delante de ti echaba una cálida, dorada y prolongada meada justo sobre el zarzal con el que alimentabas todos tus recuerdos de infancia.
Con Josu en la fiesta Hankover de Gruta 77, hace un año y algo pedicos los dos
Para nosotros que no creíamos en nada el punk-rock era una religión. Creo que esa será una buena manera de empezar el libro que algún día escribiré sobre el rock radikal vasco, los ochenta y qué queda de todo eso. Luego vendrá alguno y dirá que soy solo pura pose, que voy de escritor macarra, aunque tenga ya cuarenta tacos y una hipoteca y qué se yo. Por lo visto, uno tiene que renunciar a ciertas cosas cuando cumple años, o, por el contrario tener siempre veinte años, y demostrarlo, dar fe y llevar el carnet de autenticidad en la frente. No lo entiendo muy bien. Algo raro pasa cuando no es la propia vida, ni los que tratan de domesticar tu vida -y tienen las herramientas para hacerlo, por ejemplo, con una hipoteca-, sino gente de a pie los que te exigen entrar al redil, diluirte…
El caso es que hace unos días estuve presentando la novela de Josu Arteaga, Historia universal de los hombres-gato, en el gaztetxe de Arrasate-Mondragón, y por la noche Josu me llevó a ver un par de conciertos, en los que se veían huecos, y hablamos de eso, de que para nosotros la música era una religión y los conciertos su eucaristía, había que ir a ellos por devoción y por obligación. La música era la forma de socializarse, de expresarse, de escupirle al mundo y aunque el lapo volviera de regreso a tu cara, tú pensabas que estaba lloviendo y que olía a libertad.. Creo que la música sigue teniendo ese componente religioso para los jóvenes, pero ha perdido la capacidad de socialización, hoy la fe se vive de forma individual y acumulativa, lo que cuenta es el número de discos que tengas en el iPod, y no hay que perder tiempo, hay que intentar oírlos todos, pero no aprenderse las oraciones de memoria, no despegar el auricular ni siquiera cuando estés con tus colegas, tu pareja… Claro que todo esto no lo sé muy bien, efectivamente no tengo veinte años. Vi, de todos modos, en el gaztetxe de Mondra a muchos chavales jóvenes y muy jóvenes gestionando un espacio con entusiasmo y con mucha miga (radio, fanzine, conciertos…). Me cuenta Josu que una de las cosas que los ha espoleado y unido ha sido la muerte repentina de un compañero. A veces eso pasa, la vida te agarra por las solapas y te espabila, le escupes a la cara y esta vez das en el blanco. Me alegró mucho ver a esos chavales tirando palante. Como me alegró lo bien que salió todo en la presentación, y que la culpa de todo la tuviera Josu y los suyos, que se lo montaron como merecía la ocasión, llevaron tortillas, vino, y le despojaron a ese acto (la presentación de un libro, oh) de ese matiz pedante y aburrido que suele llevar implícito, no sé por qué, pues escribimos, entre otras cosas, para entretener, para que la gente pase un buen rato. Nos colocamos allá todos en círculo y hablamos, cada uno como pudo (esto lo digo por mí), en euskara y en castellano, antes y después de la presentación, nos echamos unas risas… Y allá estaba, gente de todas las edades, desde el pequeño Taxio, el hijo de Josu, hasta la tía Eugeni, la primera vez en su vida que pisaba un gaztetxe. Y la gente de Alberdania, la editorial, respaldando y arropando a Josu, y despachando libros de una caja como rosquillas (para cubrir las carencias de las librerías -es increíble que en este negocio el que se lleve la mayor parte sea la distribuidora y que luego cueste tanto conseguir que en tu propio pueblo haya más que los cinco o diez ejemplares, con suerte, de rigor-). Una gozada. Josu me dijo que había descubierto que tiene un montón de amigos, pero cualquiera que lo conozca un poco sabrá que él se los ha ganado a pulso. Y luego la novela, que es maravillosa, cruel y tierna, una salvajada dulce, un libro desde luego diferente. Ya dije en la presentación que los libros hay que leerlos en lugar de hablar de ellos o diseccionarlos como animales muertos. Este libro está vivo y caliente, como un gato callejero.
Después de la presentación, lo dicho, cervezas, y bocadillos de setas, y conciertos, y reencuentros sorprendentes con peña de otras épocas y lugares (como Iker Barandiaran, de la revista Putz, en la que aparecí en un número metiéndole mano a Lazkao-Txiki, el bertsolari y meando en la pila de la iglesia, después de que Diego Martiartu me emborrachara en Lazkao, en donde estuve un año aprendiendo euskara para después desaprenderlo sobre todo por una dejadez imperdonable por mi parte pero también porque en Navarra hablar la lingua navarrorum es cada vez más una cosa de marcianos, sospechosa, mal vista…).
En cuanto a los conciertos, estuvimos viendo en un bar a Puro Chile, en el que toca Mamen, la que fuera miembro de Las Vulpes y de Anticuerpos y hasta de Cicatriz, entre otros, o Urko Igartiburu, que llegó a tocar en Eskorbuto (ellos podrían ayudarme mucho con esa novela sobre el rock radikal). Yo siempre he tenido debilidad por la voz de Mamen, así que fue una guinda perfecta para el pastel. Luego Josu me puso cama, cuando ya estaba tambaleante (después del otro concierto en el gaztetxe, con varios grupos punks, y un encuentro o encontronazo con unos nazis que luego no lo eran o sí o no quedó claro, pero la cosa no fue a más), y he de decir que es una de las camas más cómodas en las que dormido en mi vida. Tanto que ni siquiera me enteré de que mis anfitriones tuvieron que salir a toda prisa poco después de acostarnos porque Josune, la chica de Josu, tenía una neumonía (nadie lo diría a la mañana siguiente, viéndole coger en brazos a Taxio; una mujer fuerte, sin duda. Un beso para ella, espero que ya esté bien).
Me lo pasé muy bien, en definitiva, y como siempre que estoy con Josu, estuve muy a gusto. El punk-rock y la gente del gaztetxe y la Historia universal de los hombres-gato volvieron a darme fe, me sentí como un chaval y si a alguien le pica o piensa que soy pura pose, que se arrasque, y que se prepare porque pienso volver por Mondra y si hay fuerzas y ganas igual la liamos bien gorda, menudos somos los de Olariz y alrededores.
Esta de arriba (sin la leyenda antitodo) es la que fue portada provisional de Ajuste de cuentos durante mucho tiempo (años). Es de Kalvellido, sí. Me encanta. Pero como soy un escritor tímido y de carácter débil, al final salió otra portada (que también me gusta mucho, eso sí). Os dejo con uno de los cuentos del libro. Al final hay un enlace donde podéis leerlo entero, ese y otros de la serie «Cuentos de curriqui«
UN DEMONIO ES UN ÁNGEL CAÍDO
Después de lo que voy a contar seguramente no me creeréis pero yo de niño era un angelito. O al menos eso pensaba mi mamá.
-Tú serás un hombre de bien- solía decirme. Y seguro que se refería a juez, concejal, a algún otro tipo de capullo, la pobre.
Las mamás a veces sueñan con pijadas como esa pero luego tú creces y en lo que te conviertes es en una gran mierda con patas, y después ellas la palman y a tí se te queda su recuerdo y el recuerdo de sus sueños como una rata que te mordisquea por dentro, y supongo que después también tienes hijos y la única manera de botar al bicho peludo es soñando que jugarán en primera, o que llenarán pabellones de melenudos, y finalmente ellos también crecen y tampoco llegan a nada, y así pasa la vida, como la gran potada de una borrachera de vino peleón.
Y es que en realidad con lo que las mamás sueñan todo el rato es con que no crezcas nunca, con que seas para siempre su niñito bonito, porque ellas son las primeras en descubrir que dentro de tí hay roncando un demonio. Lo descubren en gestos inapreciables para los demás, un tirón violento en la mano frente a un escaparate, un rabo de lagartija en bolsillo del pantalón, el empujón caprichoso a otro niño…
A mí hay veces que tampoco me gustaría haberme hecho mayor. En concreto todas las veces que no estoy borracho o haciendo el amor. O sea casi siempre, más por lo primero que por lo segundo. Por desgracia.
Puedes resistirte a crecer. Puedes intentar no hacer las cosas que hacen los mayores: trabajar, casarse, reproducirse… Pero no vale para nada. Yo diría que incluso es peor. Si pretendes ser un niño toda tu vida todos se creen con derecho a darte coscorrones y entonces te endureces todavía más, las capas de inocencia que recubren tu corazón se van cayendo como ronchas de piel seca y en su lugar aparecen láminas de acero blindado.
A mi, por ejemplo, las alas se me quebraron en cuanto comenzaron a recubrirse de acné. Y caí en los infiernos de cabeza. Drogas, palos… ya sabéis.
Pero tranquis, no voy a hablar de eso. Sólo diré que creo que a mi mamá la maté de los disgustos. Y que entonces me comí su fiambre como si fuera una hostia redentora.
-Hasta aquí hemos llegado -me dije-. Voy a ser un hombre de bien, mamá, como tú querías.
Así que para empezar comencé a buscar trabajo.