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Otra de fútbol

Jul 7, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Horacio Elizondo fue el árbitro que pitó la final del Mundial de Alemania 2006. La del cabezazo de Zidane. En ella, Zizou, el jugador-bailarín, el que parecía que siempre hacía lo que debía, con el balón y sin él, pudo haber cerrado su trayectoria impecablemente. Su cabezazo, sin embargo, lo hizo humano y yo, al menos, lo prefiero así. Pero volviendo al árbitro, el otro día Lander Santamaría contaba en Diario de Noticias que el argentino Horacio Elizondo era un árbitro poeta, y dejaba esta dirección desde la que podía descargarse su biografía, Un hombre justo. Curioso.

Un cuento maradoniano

Jul 4, 2010   //   by admin   //   Blog  //  28 Comments

A mí por lo general el futbol ni fú ni fá, excepto cuando juega Osasuna y en los Mundiales. En estos de Sudafrica iba con Argentina (o más bien, con Maradona) y, siempre, con todos los equipos que juegan contra España. Ahora seguro que suenan las vuvuzelas. Pero no aguanto el bombardeo mediático, la arrogancia, el desprecio, en lugar de respeto al contrario (aunque Del Bosque ha atemperado algo eso), el buscar siempre cabezas que cortar cuando algo falla, como si esto no fuera un juego en el que el error humano es uno de los componentes, los comentaristas-hoolligans de televisión (aunque uno de ellos sea el entrenador de Osasuna, precisamente), el despliegue de banderas y de patriotismo chusco… Supongo que en todos los países sucederá lo mismo, pero a mí me toca soportar a los de aquí. En cuanto a lo de Argentina, siempre he sentido debilidad por Maradona, y también en este mundial, donde ha seguido siendo el Pelusa (por ejemplo, sacando a Palermo y con la fortuna y la justicia poética de su parte, consiguiendo que este metiera su golito). Ahí abajo va un cuento maradoniano que escribí para un especial sobre Diego que creo que nunca llegó a publicar el escritor Chus Fernández en su fanzine -luego lo incluí en La polla más grande del mundo-y que explica esa extraña simpatía por un personaje como este, al que creo que hay que querer de este modo, desde lejos y viéndolo detrás de esa halo nebuloso que rodea a los mitos.

 

PELUSA

 

Aquel gatito lo trajo a casa mi hermano una tarde de agosto en que el cielo era un brasero. Se lo encontró a la orilla del río, enredado en unos matorrales. Parecía una bolita palpitante de pelos negros, negrísimos. Estaba aterrorizado. Recuerdo que todos los días le lavábamos la cola con un champú que olía a fresas, pero el volvía a cagarse encima. Era todavía muy pequeño. Tan pequeño que dormía en una caja de galletas María. Y sin embargo, ya desde aquellos primeros días, jugueteaba con las pelotas de lana con destreza, correteaba por el pasillo con ellas ensartadas en sus garras de pantera de mentirijillas . Le pusimos Pelusa, por ello, y porque era negro, y porque había nacido en un arroyo. Por Maradona. Por entonces Diego estaba en su mejor época, hacía sobre la cancha exactamente lo mismo que nuestro gato en el pasillo, sorteaba a todos sus rivales como si estos fueran invisibles, como si llevara la pelota cosida al pie, enganchada a una de sus uñas; o metía goles con la mano. La mano de Dios. En un mundo-balón Diego Armando Maradona no podía ser otra cosa sino Dios.
Pelusa poco a poco fue creciendo, dejando de embadurnarse la cola con sus propios excrementos, hasta acabar convirtiéndose en un gato hermoso, que se movía con una elegancia arrogante por la barandilla del balcón, como si también él fuera un dios animal, o un demonio enmascarado. Un día, sin embargo, de repente perdió el equilibrio, y cayó al patio desde nuestro quinto piso. Cayó de pie, porque esa era su naturaleza, y aunque tras una semana sin probar bocado ni moverse de su capazo pareció volver a ser el de antes, algo se había roto dentro de si mismo. Pelusa comenzó a destrozar todas las plantas de casa, a mordisquear sus hojas y revolcarse después medio loco en el suelo de la cocina. A veces incluso se cagaba encima, y volvía a ensuciar su preciosa cola negra. Pero Pelusa ya no era un cachorrito, así que mamá dijo «O el gato o yo».
Lo abandonamos allá en las afueras, junto al manicomio, en un viejo caserón plagado de gatos callejeros, más demonios caídos y rotos por dentro, a los que los locos alimentaban en sus paseos errantes. Algunas tardes mi hermano y yo también le llevábamos a Pelusa un trozo de hígado, pero siempre aparecía un gato más fuerte, o más rápido, o más joven, que se lo arrebataba. Poco a poco dejamos de vagabundear por allá, pero algunos meses más tarde, cuando por casualidad volvimos a pasar por el caserón Pelusa, lejos de morir de hambre, se había transformado en un magnífico ejemplar, gordo, monstruoso, casi repulsivo que se paseaba desafiante entre los demás machos, los cuales le abrían paso con respeto, sin valor para disputarle la comida que le arrojaban los internos del manicomio y que él sólo compartía con varios cachorrillos con las colas salpicadas de lapas; como si todavía recordara aquella tarde de agosto con un cielo como un brasero en que mi hermano lo encontró enredado en un matorral.
Me gusta recordar así a Pelusa. Casi más que cuando se deslizaba, presumido y elegante, por la barandilla del balcón.
Me gusta casi tanto como ver a ese Diego gordo y balbuceante, o a aquel Diego con la mirada perdida en un desierto de nieve, a este Diego al que los porteros le dejan meter los penaltis.
Porque prefiero creer en un dios que tropieza, y que cae de pie, y que se vuelve a levantar enrabietado; en un dios que lleva al Che Guevara tatuado en un hombro; en un dios al que Andrés Calamaro le escribe canciones; en un dios que no olvida que él también nació en el arroyo.

METACOLUMNA Y JUMELAGE

Jul 3, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Una columna de autobombo -sobre mi propia columna, Día D hora H, de hace años en Gazte Algara- ilustrada por Exprai en esta ocasión en jumelage con Kalvellido.

TABLÓN DE ANUNCIOS

La primera vez que escribí un cuento tenía cinco o seis años –hay que ver, tan pequeñito y ya tan desgraciado, contagiado por esa terrible enfermedad–. Fue en el campo. Me había destripado un dedo trepando a un árbol, cuando uno de aquellos anillos con sello se enganchó en uno de sus nudos, y ya no pude, ya no me dejaron seguir jugando con mis hermanos y mis primos, continuar taponando los hormigueros, meándome en las brasas de las fogatas domingueras… Fue entonces cuando, ¡voila! mi madre sacó de la chistera que es el bolso de todas las mamás un lápiz y un cuaderno, que todavía conservo y en la cual aparece garabateado aquel primer cuento. Cuenta la historia de unas mariposas a las que les gustaba oler las flores en vez de ir al cole, y cuando fueron mayores, se hicieron pelotaris, como mi abuelito, y restaban todos los tantos desplazándose rápidamente por el aire y recogiendo suavemente con sus alas la pelota… Cosas por el estilo, no importaba. Lo que de verdad importaba era que de esa manera podía seguir trepando a los árboles, y hasta encaramándome a sus ramas más altas, aquellas a las que sólo podía llegar con mi imaginación.
Todavía hoy, muchos años después, mientras el resto de los niños de mi edad se casan, tienen niños preciosos (un beso muy fuerte para la recién llegada, mi sobrinica Amaia), sacan sus oposiciones, sientan, en definitiva, sus cabezas, yo sigo, lápiz –ahora ordenador–, en ristre, dándole vueltas a la mía, mi cabezota, incapaz de bajarme de las frondosas copas de esos árboles imaginarios, donde se encuentran mundos maravillosos o extraños pero muy pocas peras, melocotones o higos que llevarse a la boca. Escribir, sñif, continua siendo llorar, pero tranquis, que no transcribiré a continuación la consabida lista de lamentos : las impersonalmente amables cartas de rechazo de las editoriales, los editores que juegan con tus sentimientos, prometiendo libros que nunca llegan a publicarse, los que te reciben calculadora en mano, los “encargos” de los “colegas” (otro saludo, éste a escritores, dibujantes, rockeros… gremios “altruistas” donde los haya; ellos entenderán de qué hablo–, las correcciones, recortes y errores como amputaciones en los textos …). A todo termina resignándose uno, incluso a esta enfermedad incurable que es lo del lápiz, o sea el ordenador, y el papel y que tantos sarpullidos provoca en la piel de la autoestima y en la de la cartera. A todo, excepto a que aquí al lado, junto a esta columnita, no aparezca mi careto. ¿Soy acaso más feo que los demás? Sí, lo soy; planteémoslo de otra manera: ¿soy acaso un monstruo?… Bueno, dejémoslo.
El caso es que, tantos años después, sigo escribiendo por lo mismo que cuando tenía cinco o seis años, en busca de un poco de diversión, de comunicación, y que de vez en cuando, muy de vez en cuando, o al menos más de vez en cuando de lo que yo quisiera y para lo que quisiera (para ligar, para ser sinceros, que es para lo que uno escribe –para que le quieran, en definitiva, y así ¿cómo?, si nadie sabe quien soy o nadie me cree cuando intento pegarme el moco–), pues eso que, muy de vez en cuando, a pesar de todo algún despistado o despistada me comenta que le ha gustado alguna de estas mis colaboraciones. Dicho lo cual, para todos esos perturbados que quieran respescar cualquiera de estos DIA D HORA H que el cruel género que es la colaboración periodística el columnismo, o como quiera Umbral que se llame, anuncio que he colgado, modestamente, todas ellas en la siguiente dirección web: http://salman.ws/diadhorah*

Y puesto que lo que comenzaba siendo un tierno y nostálgico relato infantil ha terminado convirtiéndose en un descarado tablón de anuncios publicidad, saludos a tutiplén –ahí va otro, este para mi socio y sin embargo amigo el dibujante malagueño Kalvellido, que es el que me retratado de tan impresentable guisa en el dibujico que acompaña, excepcionalmente estas líneas…), recuerdo también que a través de esa página se puede acceder a, ejem, ejem, mi vida, obra y milagros, enviarme vuestras apasionadas declaraciones de amor, propuestas indecentes o insultos –siempre que sean originales–, además de echarle un vistazo al ciberfanzine literario que edito, Borraska, de momento yo solito, pero que está deseperadamente abierto a todo tipo de ayuda y colaboraciones que le permitan supermineralizarse, como diría Super-ratón, antes de esfumarse, dejando una estela de humo y estrellitas, hasta la siguiente semana; hasta el siguiente Dia d Hora h, en este caso.

*El link no funciona desde hace años.

LA POLLA MÁS GRANDE DEL MUNDO

Jun 24, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Este es el segundo cuento que me publican en la revista Groenlandia, y el que da título a mi libro La polla más grande del mundo, que, una vez más lo aclaro, no es una autobiografía.

LA POLLA MÁS GRANDE DEL MUNDO

El ojeador de monstruos descubrió su vocación cuando su papá le compró uno de aquellos pollos que vendían en las fiestas de los pueblos, todos apelotonados en una caja de galletas y pintados de colores chillones, a la mayoría de los cuales a los dos días comenzaban a pelárseles el culo, y después venían los temblores y finalmente el pollito moría trágicamente ante los ojos como sartenes de los niños, en los que se empezaba a cocinar la idea todavía imprecisa de la muerte, pero al ojeador de monstruos el pollito le sobrevivía, el color se iba desdibujando hasta quedar sólo algunos ridículos corronchos fosforitos en las alas despeluchadas, y después le salía una cresta punk, y como lo alimentaba con ositos de gominolas, y panteras rosas, el bicho engordaba a lo bestia, y un día aparecía un huevo extraño, como una canica blanca, así que el pollo era en realidad polla, la polla más grande del mundo, que era como la anunciaba el ojeador de monstruos entre sus compañeros del colegio, a los cuales cobraba cinco duros por enseñarles aquel adefesio, hasta que un día su mamá se cansaba, porque la casa se le estaba llenando de cagadas, y se llevaba la polla al gallinero del cuñado en el pueblo, donde finalmente acababa sus desdichados días entre las fauces de un perro malo maloso, eso nunca se lo contaban al ojeador de monstruos, aunque hubiera dado igual, él ya llevaba el veneno en el cuerpo, y cuando en el colegio les mandaban aquello de las semillas y los algodones dentro de un tarro vacío, él se las ingeniaba de modo que a sus raíces les brotaran unas hojas con calcamonías de Popeye, unas hojas tan raras que ahora para verlas la tarifa subía hasta los diez duros, y de esa manera era como nuestro héroe iba medrando, por ejemplo cuando descubrió en el bloque de enfrente a aquella pareja que se vestían como batman pero a lo «jevi», con cadenas, y se daban de hostias sobre el colchón, antes de hacer el amor, el alquiler de los prismáticos alcanzaba ya el talego, y así iba tirando, hasta que acabó el colegio, entonces se enroló en con unos titiriteros, «pasen y vean al hombre más pequeño del mundo, el cordero de dos cabezas, el policía bueno», se desgañitaba sin demasiado éxito, pues el mundo del circo agonizaba, todos los monstruos y payasos se habían trasladado ahora la televisión, la mujer barbuda fue sustituida por una folclórica, los leones que rugían por presentadores de telediario, los domadores por ministros del interior…, y para allá que se fue el ojeador de monstruos, cameló a una chica del barrio algo chocholoco, ésta a su vez a un picoleto corrupto, que había estado casado con la hija de otra folclórica, y a triunfar, al principio era así de sencillo, no había más que aplicar el viejo truco de la polla más grande del mundo, instruir a su pupila para que contara quien entre los que se tiraba ostentaba aquel récord, y a esperar a que el móvil, al que había programado el tono de una caja registradora, empezara a echar humo, pues la programación se había reducido en todas las cadenas a una sucesión de programas del bajovientre entre los cuales se insertaban algún que otro telediario en el que sólo hablaban de Arzalluz y del Real Madrid, aunque, eso sí , después al ojeador de monstruos la niña acabó fugándosele con el mejor abogado ultraderechista del país, que andaba algo flojillo últimamente, ahora ya le hacían la mayoría -la mayoría absoluta- del trabajo otros, y había tenido que abrirse de patas a otros mercados, así estaban las cosas, los nuevos famosos no daban más que disgustos, y el ojeador de monstruos pasó una mala temporada, hasta que llegó su gran oportunidad, el público se había encanallado ya tanto que ya no se conformaba con la foto de un pito retocada con photoshop, ahora se trataba de subir al pedestal y ver hacer el ridículo, entre carcajadas malsanas, a auténticos fenómenos de feria, y ahí nadie le ganaba, él era único, y no tardó en reunir a la cuadrilla más «freak» imaginable, uno que parecía Heidi con peluca, otro que aseguraba haber invitado a Michael Jackson a comer macarrones a su piso, y sobre todo, ella, su joyita, la nueva diva, y su canción, una sarta de mentiras, cuando el público se aburriera de ella no seguiría siendo la misma, si cambiaría, si cambiaría, si cambiaría, y no lo podría soportar, pero ese era ya no era su problema, el ojeador de monstruos había tocado techo y, eso él no lo sabía, fondo al mismo tiempo.

EN ‘EL JUEVES’ Y EN LA ‘SEMANA NEGRA’ DE GIJÓN

Jun 19, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

El editor de Tiempo de Cerezas, Santiago Oset no ha parado hasta que ha conseguido reeditar mi primera novela, Cuestión de supervivencia con su título original, La virgen puta, y sobre todo -ese el principal motivo de la reedición, creo- con los dibujos que Kalvellido hizo para el blog en el que publicamos la novela hace dos años. A mí me parece una labor de arqueología, porque siento que publiqué esa novela hace siglos (aunque han pasado «solo» 12 años) y sobre todo porque ahora, desde la distancia la veo llena de polvo y de imperfecciones. El caso es que La virgen puta vuelve pisando fuerte y, por una parte, esta semana Carlitos Azagra le hace un guiño en El Jueves (sí, sí, Azagra, el de Pedro Pico y Pico Vena o el PGB, el Partido de la Gente del Bar), y porque con ella vamos de invitados a la Semana Negra de Gijón (aquí está la lista de participantes, en la que hay escritores como Martin Cruz Smith, Mario Mendoza, Lorenzo Silva, Carlos Salem, Juan Madrid, etc.). Nosotros presentaremos La virgen puta el sábado 10 de julio a las 20:00 . Os dejo con el prólogo que he escrito para esta edición:

LAS TRES VÍRGENES PUTAS


La virgen puta fue en su primera vida una Cuestión de supervivencia. Ese es el título con que se editó originalmente, en 1997, esta novela que tienes en tus manos. Fue también la primera novela que yo publiqué. La escribí con 26 años, mientras me recuperaba de una operación para eliminar un pequeño tumor en la vejiga. Pero no fue una cuestión de supervivencia por eso (todo salió bien); ni siquiera porque para mí por entonces, como ahora, escribir fuera una necesidad vital, como respirar o volver a escuchar de vez en cuando algún disco de Barricada o de Eskorbuto. No, La virgen puta fue primero una Cuestión de supervivencia por mi debilidad de carácter. Fueron mis editores quien aconsejaron ese título; o mejor dicho quienes desanconsejaron de cualquier manera el agresivo título que yo había dado al libro (o al menos de manera que entendí que, con él, sería impublicable).

Por entonces yo era un pipiolo, aquella era mi primera oportunidad de publicar una novela y me fie de los editores. Siempre estaré agradecido a Altaffaylla kultur taldea por su apoyo y por ser los primeros en apostar por mí. Sé que su recomendación pretendía protegerme, para que en esta tierra de mojigatos y cortapichas, con tantas piedras y cadáveres en las cunetas, nadie me diera un garrotazo nada más asomar la cabeza por la alcantarilla.

Pero siempre me he preguntado qué habría pasado si no hubiese sido un pusilánime y me hubiera mostrado firme, si hubiera mantenido el título original de la novela, La virgen puta: ¿Jaime Ignacio del Burgo me habría denunciado, como hizo con el video de Javier Krahe, Cómo cocinar un crucifijo, por ofensas a los sentimientos religiosos?[1] ¿Se habrían firmado manifiestos de apoyo y colocado botes en los bares para pagar mi fianza? ¿Me habría convertido en un maldito, en un enfant terrible de la literatura? ¿O estoy fantaseando y en realidad mi libro habría pasado igualmente sin pena ni gloria, y a nadie le habría sorprendido, ofendido, llamado la atención?

Nunca lo sabré, y pensándolo bien prefiero que todo haya transcurrido como ha transcurrido, sin sobresaltos. En todo caso siempre me quedó esa espina clavada de no poder llamar a mi primer libro por su verdadero nombre. De haber sido un mal padre. Un pipiolo. Un cagueta.

Por eso, entre otros motivos, once años después –hace ahora dos- decidí volver a publicar la novela, esta vez con su primer título, en el blog http://lavirgenputa.blogspot.com.

En su primera vida, La virgen puta (es decir, Cuestión de supervivencia) fue un libro que no se vendió demasiado (de hecho, creo que aún quedan ejemplares de la primera edición), pero se leyó bastante y funcionó bien por circuitos al margen de las librerías: bares, catálogos de discos y bibliotecas, en algunas de las cuales me consta que se prestó con frecuencia y a un público muy determinado: jóvenes entre 15 y 20 años. Yo creo que nunca tuve la pretensión de escribir una novela juvenil, sino una novela negra (o más bien, la parodia de una novela negra, es decir una novela de humor). Y sin embargo, la segunda vida de la novela, la novela- blog, me confirmó que los lectores de La virgen puta eran jóvenes, chavales de institutos, y ahora también, gracias al milagro de Internet, punks a los que comenzaba a despuntarles la cresta en Bolivia, Colombia, México, Costa Rica…

La virgen puta fue editada por segunda vez en el blog, mediante entregas por capítulos, cada uno de ellos acompañado de las canciones que yo creía que debían sonar mientras se leían: Kortatu, La Polla, La Banda Trapera del Río, Ramones… Y, sobre todo, por las magníficas ilustraciones de mi gran amigo y compañero de fatigas desde hace ya veinte años, Juan Kalvellido. Kalvellido hizo también varios bocetos para la portada de Cuestión de supervivencia, en 1997, pero finalmente en la cubierta apareció una ilustración de Benito Goñi, no recuerdo bien por qué –probablemente de nuevo por mi debilidad de carácter-. Después los dibujos de Kalvellido han acompañado a casi todos mi libros, pero quedaba esa cuenta pendiente, y ese fue otro de los motivos por los que La virgen puta tuvo una segunda vida, en Internet.

Su tercera y hasta ahora última vida es esta edición limitada de Tiempo de cerezas, por iniciativa del editor Santiago Oset, quien ha publicado ya a Kalvellido en su catálogo y que conocía nuestro blog. Creo sinceramente que la principal razón de volver a imprimir ahora la novela es dignificar las ilustraciones de Kalvellido trasladándolas al papel. Y sinceramente, en lo que respecta al texto, reconozco que es una novela cuajada de imperfecciones que ahora hacen que me sonroje, y que descubrí ya cuando la corregí para la versión en Internet. Once años después, algo había cambiado. O alguien. Supongo que, sencillamente, se trataba de que once años más tarde yo era once años más viejo.

Ahora, en esta tercera vida de La virgen puta constato y asumo que efectivamente esta es una novela juvenil. Dudo mucho que nadie vaya a recomendársela a los chicos de 15 a 20 años, sin embargo. Es curioso pero en general la mayor parte de la literatura juvenil no interesa a los chavales, porque, tal vez de un modo premeditado, ofrece una visión edulcorada de la juventud que confunde nobleza con masendumbre, y en la que lo políticamente correcto borra por completo todo el mundo en el que los jóvenes se desenvuelven: sus primeros contactos con el sexo, con las drogas y el alcohol, la agresividad, incluso la violencia con la que se enfrentan al mundo de los adultos, a las imposiciones, a una vida que se les echa encima con intención de reducirlos, de hacerles olvidar cuanto antes su sospechosa y amenazante condición de jóvenes.

La virgen puta puede que sea imperfecta, pero me gusta pensar que tiene todo eso, la rabia, la inocencia y la rebeldía juveniles. A menudo escribimos los libros que a nosotros nos gustaría leer. Y a mí, cuando estudiaba en el instituto me hubiera gustado leer un libro como este (o mejor todavía, que me lo hubieran pasado fotocopiado, casi clandestinamente, o sacado de la biblioteca y puesto en circulación a hurtadillas, como sé que ha sucedido en las dos vidas anteriores de La virgen puta).

Dudo mucho, por lo demás, que la suerte que vaya a correr esta tercera edición sea distinta a las anteriores (o que ningún profesor de instituto vaya a recomendarla a sus alumnos –aunque yo les animo a hacerlo- y un Jaime Ignacio cualquiera a denunciarnos por ello). Y sin embargo, a la vez, intuyo, tengo la esperanza de que a este libro aún le quedan muchas vidas. Pero eso, a partir de ahora, ya depende de vosotros.

Patxi Irurzun, Pamplona, 23 de mayo de 2010

1 Hace poco he sabido, por otra parte, que en aquella época ya estuvieron a punto de denunciarme por injurias al rey, después de que otro escritor –fue él quién me lo contó- leyera en la radio un cuento mío en el que hablaba del cabrón del rey –cabrón es aquí un sustantivo, Jaime Ignacio-.

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