REFRANES
Uno de los cuentos que va rescatando pacientemente Exprai en su página, y que ilustró en su día para el periódico en el que yo los escribía (GARA). Aquí están todos los recuperados hasta el momento. Era una buena gimnasia semanal. Un cuento cada siete días, durante unos cinco años. Son muchos cuentos y de algunos yo ya ni me acordaba.
—Hombre precavido vale por dos –recordé el refrán.
Pero nunca me habían gustado los refranes. A menudo dos hombres no valían más que uno solo. Ni siquiera unos cuantos hombres valían más que uno solo. De hecho creía que los hombres eran más ruines y en consecuencia peligrosos a medida que diluían sus personalidades en matrimonios, familias, religiones, patrias… Quizás yo fuera un misántropo, pero al menos obraba con cierta justicia, pues no me excluía a mismo de ese odio a la humanidad. Sabía por ejemplo que después de todo el refrán era cierto y que mi precaución me desdoblaba en dos hombres: un cobarde y un desgraciado. Era un desgraciado porque nunca había tenido suerte y un cobarde porque nunca había tenido el valor de buscarla. Siempre salía corriendo cuando las cosas amenazaban con cambiar. Por eso llegaba siempre con una hora de adelanto a las estaciones de autobuses. Las estaciones de autobuses eran tierra de nadie. En ellas el tiempo parecía detenido. Todos estaban punto de llegar o de partir hacia algún lugar. Asustados. Aturdidos. Pero seguros mientras esperaban.
—Eh, tronco ¿tienes un cigarrico?– volvió a interrumpir alguien mis pensamientos, esta vez un yonki.
Le miré a los ojos. Al fondo de ellos había escombros, una bicicleta rota y oxidada, peces de colores muertos…
Le pasé la pava de mi cigarrillo.
—Este es el último– me excusé.
El se encogió de hombros.
—Tranqui tronco, siempre que ha llovido ha parado– dijo.
Pensé que tal vez deberían empezar a gustarme los refranes.
EN EL SEMANARIO ‘UNO’ DE BOLIVIA+EL EXILIO VOLUNTARIO
http://issuu.com/semanariouno/docs/semanariouno_443 (en la penúltima página)
Lo afea un poco que han puesto una foto mía. A este paso me hago famoso en Bolivia, aquí no se puede. Dentro de poco contaré algo sobre este autor boliviano, pero si alguien quiere hincarle ya el diente Alberdania publicó su novela El exilio voluntario, de la que se pueden leer aquí sus primeros capítulos. Y esto es lo que dice la editorial:
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El exilio voluntario. Claudio Ferrufino-Coqueugniot.
*Premio Casa de las Américas
La vida de Carlos Flores, universitario nacido en Bolivia cuya discusión interna está en la de ser o no ser un hombre de acción, lo separa del inmigrante usual que emigra por factores económicos. Sin embargo, ya en el campo, el país ajeno, extraño, se ve inmerso en esa realidad y comienza a vivirla, sufrirla y también disfrutarla. Su prurito individual cede paso a opciones colectivas. En el momento en que se solidariza con sus compañeros de trabajo y/o infortunio –y estos se solidarizan con él–, su punto de vista se altera. Sin dejar de lado el intelectual que presume ser, piensa en los aspectos sociales de su voluntario destino desde la óptica de un trabajador, que encima soporta un exilio, la ausencia de la tierra y de la madre, la orfandad del idioma, la adversidad del clima. Como Sísifo, carga una piedra que nunca se deja de cargar. Ello añade a la nostalgia, al cuestionamiento personal, pero, al mismo tiempo, a la dinámica de la lucha y la posibilidad de vencer, en casi absoluta soledad, aquello que se le opone.
UN COMENTARIO ANÓNIMO
Uno a veces se devana los sesos pensando en cómo escribir un cuento, y a veces no tiene más que coger los comentarios anónimos que caen en su blog, como este a cuenta de la foto (solo de la foto, la de arriba) que ilustraba uno de los post. Madre mía, qué tipo más fiero. A mí lo que más me gusta es el final.
Ese cojudo para Halloween ya no necesitará máscara, debe ganar bien trabajando en el circo y para follar con su mujer le metera un polvazo colocandose la mascara de Brad Pitt esa de $1 porque asi de feo ese criminal nadie va a querer que se lo entierre esa verga que hsata debe tenerla igualita que el gato, como un anzuelo para que entre y ya no salga, que pendejos carajo.
Ya imagino ese buey no faltara aquel pendejo que se haga lo mismo pero con cara de perro y lo quiera perseguir en la vida real, debe ser la cagada porque si buscan cara de perro en google encontraran varios putos de mierda con el mismo trauma creyendose animales del diablo.
Imagino que si lo llevas a un restaurant y pides el menu del dia te lo debe tirar en la cara y contentarse solo con su Ricocat (comida para gatos), ya imagino esos cornudos que tengan cara de ratas deben andar cojonudos de miedo con este loco traumado puto de mierda que no conocera el paraiso porque ni Dios se lo querra guardar, y creo que ni el diablo engrosaria sus filas con ese embutido de hombre transformer, por temor a que convierta en gays a su poblacion infernal.
Imaginen como sera el culo de este pendejo, seguramente se hizo una cola el marrano cochino y se la puso en el horto para parecer mas gato, su revista porno debe ser las aventuras de gardfield en la gaticueva de las putas.
Adios pendejos y por favor dejen sus apestosos comentarios.
Un saludo desde Mexico que cada vez está más ahogado con la delincuencia y nadie sabe que hacer, las mafias gobiernan nuestro pais, te matan por 1 peso y se necesita un imbecil con cara de gato descender drogado desde un avion para que todos piensen que es Cristo y los viene a salvar, maldito demonio convertido en quirofano por un par de pesos ahora te puedes convertir en cabra con el pene de king kong y la cara de Elvis Presley la puta que lo pario!
¡ROBESPIERRE, VUELVE!
Hace algún tiempo a veces yo era director de un banco. Yo era EG. Ese que recoge con una mano 900.000 euros, que se sepa, al año, más trienios, más blindajes… mientras con la otra ondea una banderita donde se lee Banca Cívica, Obra Social, Transparencia (hay que escribirlo así, con mayúsculas, para que cuele)… Sí, yo era EG, y esto lo digo totalmente en serio. Lo era a ratos. Un negro. El que le escribía algunas cartas: “Muy rico el vino que me enviaste”, “Muy interesante el libro que me regalaste”, cosas de ese tipo, y también discursos, cuando se jubilaban algunos empleados, prólogos para libros…
Una vez hice uno para el libro de un amigo íntimo suyo. Me pareció una cosa muy fea. Encargar a un negro que te escriba el prólogo para un amigo. Pero bueno, era mi trabajo, y mis buenos ochocientos euros al mes que me pagaban por eso (el ‘sueldazo’ se lo debía a un jefe progre que teníamos en la agencia de comunicación en la que trabajaba, uno que de joven contaba que era troskista y que el día que se murió Pinochet trajo bollos para celebrarlo).
Otra vez me pidieron que escribiera unas palabritas para el presidente del gobierno foral y a la sazón de la caja de ahorros, y como metí un par de metáforas, me lo tumbaron porque decían que nadie iba a creerse que aquello lo hubiera escrito él. Esto también va en serio. Como lo de incluir estrofas de Eskorbuto o de La Polla en todos aquellos bodrios por encargo, que a veces sí colaban.
En el prólogo para su amigo EG se despide diciendo “Mañana sol ¡y buen tiempo!” Era una pequeña venganza, una tontada, que no compensaba, que no servía para limpiarme. Porque con aquel trabajo yo me sentía sucio. Era como un mal chiste, uno esos en los que se te aparece el genio de la lámpara y cuando te pregunta qué quieres tú dices tocar muchos culos y te convierte en taza de baño. Yo quería vivir de lo que escribía y acabé firmando cartas con el nombre de otro, de uno de esos tipos que siempre había odiado, y también escribiendo anuncios de hipotecas o depósitos financieros. Pero el jefe progre me dijo el primer día que no me preocupara, que me iba divertir mucho, que allá se pasaban el día riéndose, y también que el dinero no iba ser un problema (se lo olvidó decir que no iba a serlo para él).
Otro mal chiste. Cuando ganas miles y miles de euros al año , cuando dejas un Chillida en el hueco de la escalera como si fuera la bolsa del Eroski, no te preocupa nada, y te pasas la vida riéndote, sí, riéndote de los otros, claro. Como EG. El otro día, al leer lo de los 900.000 euros, me entraron ganas de coger una metralleta y plantarme en Carlos III. Primero pensé en que ojalá me hubieran pagado a mi proporcionalmente los raticos que me pasé siendo él, pero luego me cabreé, me cabreé mucho, me pareció insultante, indecente, más aún teniendo en cuenta que eso no era ningún chiringuito, era una caja de ahorros (ahora ya no sé qué es ni de quién es), de la cual ha salido dinero a espuertas, por ejemplo, en dietas secretas que deberían ser un fotomatón, un retrato para estampar en la carta de dimisión, pero que sin embargo Barcina y famiglia han utilizado para venderse como los campeones de la austeridad y, de paso, para reírse otra vez, para reírse de todos nosotros. Aquí lo que interesa y para según quién prescribe de un día para otro.
Es como si yo voy a casa de EG (vamos de Enrique Goñi, yo soy un parado, sin prestación ni subsidio ni renta básica ni nada, ya no tengo nada que ocultar, ni miedo ni vergüenza de nada –he ahí una buena idea, el paro te puede quitar muchas cosas, pero te da otras, te da libertad para según qué e ideas sobre en qué emplear el tiempo o la rabia o hacia donde apuntar con el dedo-), como si voy a la casa de Barcina, decía, o de mi jefe, apando con todos los Oteiza o Chillidas que encuentre por ahí, en el cuarto de las escobas, y si me detiene la policía va y digo “Vale, no voy a volver a hacerlo”. “¿Y los cuadros?” “Los cuadros me los quedo, eso ya forma parte del pasado, ahora voy a ser buen chico”, “Ah, bueno”, “Ah, bueno, no, como voy a ir algo más justillo de vez en cuando volveré pasarme y me llevo algún otro ¿vale?”. “Pues vale”.
Lo mismo lo mismo no es, dirán algunos, porque yo soy un ladrón y ellos lo hicieron todo por lo legal. Son corruptamente legales. Y además, la justicia es igual para todos, salta el otro, el suegro de Urdangarín. Pero eso habrá que verlo. También sentí ganas de entrar en la Zarzuela con una metralleta, o mejor con un auditor, uno de verdad, el otro día, cuando la Casa Real dijo que hacía públicas sus cuentas. Estos ya ni siquiera se cortaron un pelo a lo hora de reírsenos a la cara, lo anunciaron el Día de los Inocentes (aunque últimamente cualquier noticia del periódico parece una inocentada).
Más indecencia, más insultos. “Robespierre, vuelve”, circulan por ahí unos logos, para hacer camisetas, pegatinas… Y cuánta razón que llevan, pero no pasará nada, no parece que vaya a pasar nada, mientras nos quede todavía un Barça-Madrid. “Jessica, vuelve”, lo dijo el otro día Paquirrín, esa es todavía la consigna. No pasó nada tampoco un día que debería ser un hito de la historia moderna, el día que a la democracia, o lo que fuera esto, se le dio la puntilla, el día que Papandreu huyó hacia delante con el órdago de un referéndum y todos los demócratas de toda la vida, los nuestros los primeros, se echaron las manos a la cabeza, dijeron que era una locura, eso de preguntar a la gente. ¿Qué sabe la gente? ¿Qué pinta la gente en todo esto? La gente solo somos los negros que escribimos sus mentiras, datos de las agencias de calificación, soldados de infantería, los que tenemos que exponernos a las balas para que los palacios y los hemiciclos y los consejos de administración sigan a salvo, lejos de la crisis, y las máquinas registradoras sigan haciendo clin-clin. (Esto Miguel Sanz no podría decirlo porque es una metáfora, o igual no, quizás ya hay en marcha otra guerra, otra de verdad, con muertos de verdad, con bombas y tiros y eso, no muertos de los otros, de hambre, o de infartos, o de desahucio, muertos de asco e impotencia; las guerras, por lo demás, ya se sabe, reactivan la economía, las hacen por nuestro bien, y ya hay misiles que van de aquí para allá y nos los ponen en los telediarios todos los días para que vayamos acostumbrándonos).
En fin, hay quien dice que la revolución será twiteada, pero no sé, quizás sea más práctico lo que—hablando de guerras— escribía Dalton Trumbo en ‘Jhonny cogió su fusil’, aquello de sí, sí, dadnos los fusiles (o las metralletas) cuando montéis la próxima guerra, esta vez quizás sepamos a dónde apuntar. De momento, ya vamos afinando la puntería con el dedo.