BSO
Un cuento para el Día de la Música, una Banda Sonora Original para aquellos tiempos vividos (y bebidos) a toda velocidad. Con la participación estelar de Body Count, Los Calis, Barricada, Calamaro, Metallica, Alphablondy… La ilustración es de Exprai
Recuerdo aquel concierto de reaparición de La banda trapera del Río en Arrasate. A Mintxo, bebiendo vasos de leche, y a todos los camellos que le entraban justo entonces, que había ingresado en Proyecto Hombre. Recuerdo a Josema meando por la ventanilla, mientras conducía a toda hostia y en el loro sonaba AC/DC. Recuerdo aquel concierto en Barcelona. Y aquel trompo volviendo de un concierto de La Polla en Aoiz después de que las novias nos dejaran a los tres a la vez. Recuerdo a Los Calis, y a Sabina, mientras Migueltxo conducía por carreteras oscuras e interminables de la Ribera, en silencio.
Recuerdo la voz rota y desesperada de Janis Joplin en los walkman, aquel día de reyes que me extirparon el tumor. Recuerdo a todos los amigos que vinieron a verme al hospital. Y el cuaderno en el que empecé a escribir “Cuestión de supervivencia”, que entonces se titulaba “La virgen puta”. Recuerdo las cintas de Metallica que me dejaba Mikel, el pelos, en aquel turno de noche de 12 horas en la fábrica, justo antes de que cayera enfermo.
Recuerdo los bares jevis del casco viejo de Iruña con Yoli. Y aquellos besos interminables en el Kayak. Recuerdo a los Red Hot Chili Peppers en el asiento de atrás del coche. Recuerdo Solidariti, aquella canción lenta de los Angelic upstars, que yo sabía que era un presagio. Recuerdo que la oí el día que cumplí 19 y conocí a Maite. Recuerdo los caracoles azules de su pelo, su sonrisa, su culito respingón, sus celos enfermizos, las llamadas a casa. Recuerdo lo valiente y lo fuerte que era. Recuerdo cómo la esperaba a la puerta del supermercado, muerto de frío, oyendo a Sanchís y Jocano. Recuerdo “Crímenes perfectos”, de Calamaro, y pienso en todas las otras chicas que nunca llegué besar, Cristina y la pupa de su nariz, Nerea y sus hermosas cartas…
Recuerdo a Baldin Bada en el Bar Lacalle de Jarauta. Los empujones. El olor a cerveza y serrín. Los pelotazos contra la persiana. Las miradas cruzadas de punta a punta de la barra. Aquella rubita de primero, en Irubide, que apoyó su cabeza en mi hombro mientras Gari cantaba “Aitormena”, lo bonita que era y lo joven que me parecía a mí, que ya estaba en tercero.
Recuerdo a Belladona en un concierto de Aste Nagusia, en Donosti, mientras dormíamos en la playa y la gente nos tiraba botellas, nos llamaba “piesnegros”. Recuerdo el sabor del colacao con agua, y el calor de las rejillas de los aparcamientos…
Me recuerdo a mi mismo tumbado en el cuarto, a oscuras, otra vez Calamaro “Otra vez a brindar con extraños”. Recuerdo a toda la gente que ha pasado por mi vida, recuerdo las fábricas, la universidad, los euskaltegis, los fanzines… Gracias a la música, lo recuerdo todo.
YA FALTA MENOS
¡ESTAMOS DE ESTRENO!!
El jueves 28 de junio (20.00 h.) estrenamos los montajes de los tres textos del I Concurso de Textos Teatrales sobre las Fuiestas de San Fermín: «Fiambre», de Patxi Irurzun; «Los abuelos por San Fermín», de Josu Castillo y «¡Pum!», de Miguel Munárriz.
La entradas, a 3 €.
Es decir, 3 obras, por 3 €.
A la venta, a partir del 21 de junio
FORZA ITALIA! En la columna de Xabi Larrañaga
Hoy Xabi Larrañaga, habla de Dios nunca reza en su columna de la contra de Diario de Noticias:
EN Dios nunca reza, el profundo, desnudo y muy entretenido diario de Patxi Irurzun, el escritor confiesa su deseo de que pierda la selección española de fútbol. No tengo el libro a mano -ando lejos-, pero por lo que recuerdo en él explica que prefiere que gane otro equipo no por ser nacionalista, sino precisamente porque con el cuento de la Eurocopa le obligan a serlo. Supongo que también influirá la evidencia sociológica de que en general la bandera rojigualda no despierta aquí arriba los amores que enciende allá abajo. Ni el himno, ni el ejército, ni el cani, cani, cani Sergio Ramos.
Me gustó esa confesión porque en los tiempos que corren, o sea que frenan,cuando pretenden prohibir hasta el silbido, cada vez resulta más difícil ser uno mismo con su opinión libre y sincera en bastantes tribunas. España sería un país más acogedor si cualquiera pudiera ascender en la escala social,intelectual y política sin necesidad de esconder su verdadera manera de sentir y pensar para ser aceptado. Falta la posibilidad de ser ciudadano ejemplar limitándonos a cumplir la ley, no el mandato patriótico de turno.
Y no, no es ofensivo ni maleducado querer la derrota de la neollamada Roja. Un murciano quizás lo sueñe porque lo que en realidad juzga ofensivo es el dinero público que reciben esos deportistas; y maleducado,tanto forofismo institucional. También lo puede desear un apátrida cansado o nacionalista periférico, ¿y? ¿Acaso en Madrid aplauden a la selección catalana de algo?La opción italófila para mañana no conlleva odiar a nadie, pues incluso el menos español de nosotros tiene amigos españoles, y yo a mucha honra. Tampoco se desprecia una cultura o un idioma, ni siquiera el propio. Basta el poema del brasileño Lêdo Ivo para entenderlo: «Mi patria no es la lengua portuguesa. Ninguna lengua es una patria. Mi patria es la tierra tierna y untuosa donde nací, y el viento que sopla en Maceió». Así que menos balones fuera: ¡Aupa Malta y Liechtenstein!
VENGA LA GUERRA (SOBRAN ESTÚPIDOS)

—No hay ninguna guerra buena– dijo el primer borracho.
—Puta bola – contestó el segundo, y recordó aquella canción de Eskorbuto: “Venga la guerra, sobran estúpidos, venga la guerra, sobran payasos”.
Estaban anclados por sus gin-tonics a la barra del bar, con la mirada perdida al fondo del televisor que, entre la selva de cabecitas danzantes proyectaba imágenes de racimos de bombas que convertía cada noche en Kabul en una animada pirotecnia y un rastro multicolor de muertos colaterales.
—La guerra puede ser buena; una guerra que borre para siempre de la faz de la tierra a quienes las declaran, da igual en nombre de qué: dios, alá, la democracia…
—Democracia. Se les llena la boca con esa palabra, pero ¿acaso nos han preguntado qué queremos?
—Para qué. Total, sólo se trata de vidas humanas. También se les llena la boca de condolencias y condenas cuando hablan de las víctimas, pero lo cierto es que la vida humana nunca ha valido una mierda.
—Ni la vida ni la muerte. Deberían preguntarnos si estamos de acuerdo, si realmente necesitamos tantos muertos ¿A quien pueden interesarle, más que a los que han convertido la muerte en un negocio?
—Por eso hace falta una guerra que extermine a todos esos que las incuban bajo sus gorros de plato como piojos monstruosos o como bombas de sangre bajo pechos enchatarrados y uniformados; una guerra que reduzca a cenizas a todos los mundos, países y razones tabloides que las justifican y las alientan; una guerra en que por fin los vencedores sean los miles de cadáveres con que se han saldado todas las guerras. Que vuelvan a reclutarnos, que vuelvan a darnos sus consignas, y sus armas. Esta vez sabremos a quien apuntar.
—Joder, eres un poeta– dijo el segundo borracho.
—Qué va, solo intertextualizo. “Johny cogió su fusil”, Dalton Trumbo– citó el primero y en el breve instante en que soltó amarras para atizarse otro lingotazo de gin-tonic, la mar arbolada de cuerpos ebrios le arrastró, le colocó en el centro de un remolino en que dos tipos, uno de los cuales había derramado su cerveza sobre el otro, se insultaban, se empujaban, intercambiaban finalmente violentos puñetazos.
El borracho sintió una nausea, su corazón encaramándosele a la boca y rompiendo a sudar sangre. Era repugnante. Aquellos tipos eran capaces de matarse con sus puños desnudos.
—Quizás por ello los seres humanos inventamos las armas, las guerras: para no despellejarnos los nudillos, ni ensuciárnoslos de sangre– pensó el borracho, y regresó, abriendose paso a duras penas, hasta la barra, a curar su herida con alcohol, apurando el gin-tonic.
—Igual tienes razón, igual ni siquiera esa guerra sea justa– dijo –Igual todos esos carniceros también son inocentes, o tan culpables como todos.
—Igual, yo que sé– contestó el segundo borracho, rematando también su copa.
Y enfilaron ambos la puerta del bar.
Era tarde y fuera, en la calle, todo estaba a oscuras.
(Otro viejo cuento escrito para los periódicos, recuperado por Exprai -e ilustrado por él en su día-)