El último peatón
Patxi Irurzun
HEMEROTECA DEL DESCAMPADO
Los periódicos de hoy mañana solo les interesan —aquí en el descampado— a las moscas verdes. Se convierten en banderas amarilleadas y hechas trizas, que ondean entre basura, tetrabriks de vino peleón, carroña de animales muertos… Pero yo, soy un lector polintoxicado y leo todo cuanto cae en mis manos, me da lo mismo si es el prospecto de un hemorroidal o La Razón, la publicidad de los videntes africanos que la de una caja de ahorros —ah, no, que cajas de ahorros ya no quedan—. Así que, mientras vuelvo a casa del súper, atajando por el descampado, no puedo evitarlo y arrío una de esas banderas. “Suspendido el Riau-Riau”, leo el titular, y a mi memoria viene ese día, aunque ha pasado ya tanto tiempo, más de una semana, 10 periódicos viejos… Y recuerdo también que, hace muchos años, a mí no me gustaba el Riau-Riau porque dudaba de la salud mental de quienes eran capaces de corear la misma canción, por muy emotiva que fuera, 300 veces seguidas. Pero sobre todo, porque en el Riau-Riau siempre había hostias. Por lo que se ve, sigue habiéndolas y seguimos sabiendo —elevados a la categoría de sacamantecas— solo los nombres de algunos de quienes las dan, los de otros quedan impunes, protegidos por una placa, o un carné, un apellido de toda la vida, ellos sí, ellos tienen carta blanca para patear, apuntar con el dedo, y para, después, tomarse un cacharrico y recibir además el aplauso o la prima de peligrosidad. Yo, por cierto, este año también me acerqué al Riau-Riau, no mucho, pero sí lo suficiente para, al parecer, molestar a una señora que señalaba airadamente mi camiseta contra los recortes. Hacía diez minutos ya que el acto se había suspendido y, según creí entender, esa señora culpaba de ello a “los de siempre”, los que siempre están contra todo, “como ése”, me señalaba una y otra vez con muy mala educación. Yo no dije nada, ni señalé sus pendientes de perla, aunque para mí esa señora también fuera una de “los de siempre” y además ella y su cocodrilo en el pecho se ocuparan de dejarlo claro, pero no dije nada, solo deseé —y lo deseé solo porque sabía que eso nunca sucedería— que a esa mujer la despidieran de su trabajo, la echaran de su casa, que enfermera y la pusieran en una interminable lista de espera, eso y que al cabo de un año la plantaran de nuevo donde estaba, a ver qué decía entonces. Por mí el Riau-Riau se lo pueden meter por donde les quepa todos esos que quieren bailar un vals 300 veces sin ensuciarse de barro las alpargatas mientras a su alrededor los demás nos encerramos en las fábricas, las oficinas de empleo, los colegios, los ambulatorios, en nuestras propias casas antes de que lo desmantelen todo.
Seguí leyendo. Otro periódico, otra noticia aún más vieja: “El Gobierno indemnizará a Instalanza con 40 millones de euros”. Instalaza, la empresa de armamento de la que fue consejero Pedro Morenés hasta un día antes de que lo nombraran ministro de defensa. Cojonudo. Es decir, si el Ministro de Defensa es, o ha sido un pez gordo de la industria bélica, ¿en qué puede estar interesado, si no es en que se den las condiciones para que sigan vendiéndose armas, tanques, pelotas de goma, para que, en definitiva, la gente se siga dando de hostias? Bellísimas personas todas, en definitiva. Consiguen que a uno se le quiten hasta las ganas de leer. Y eso fue, precisamente, lo que hice allá en el descampado: dejar atrás esos periódicos viejos, esas banderas amarilleadas, esas hemerotecas del descampado que deshacen la lluvia, los anos y las lágrimas de los vagabundos, las patas de las moscas verdes, que se deshacen y se olvidan sin que a nadie le importe, y mucho menos a aquellos que, ¡Riau, Riau!, tienen un cocodrilo en el corazón.
Colaboración del 15 de julio de 2012 para Udate (Gara)
(Foto: Iñaki Porto)
Cuatro rostros conocidos cuentan hoy cómo viven los sanfermines, decía el otro día el periódico. ¡Y yo era uno de esos rostros! Bueno, igual es un poco exagerado -¡soy un escritor! (un día de estos escribiré algo sobre eso, sobre el ser escritor y el ser conocido o no)- pero sí que es cierto que durante estos días ya ha habido más de una y de dos personas a las que no conocía que me han parado para darme las gracias por ‘Dios nunca reza’ y los buenos momentos que les ha hecho pasar. Yo, por supuesto, les estoy igualmente agradecido. ¡Felices fiestas!
Sanfermines a la carta
Cuatro rostros conocidos cuentan cómo han vivido y viven las fiestas
Ander Goyoaga – Miércoles, 11 de Julio de 2012
Como si fuesen unas fiestas a la carta, cada cual diseña, en la medida de lo posible, unos Sanfermines a su medida. No son los mismos con visitas que sin ellas, con silletas que sin hijos a cargo o con crisis que en vacas gordas. Tampoco son lo mismo a los 20 años que a los 50. Y cada cual recibe la llegada de las fiestas a su manera.
PAMPLONA. El exjugador del San Antonio Alberto Martín puso rumbo el día 5 a Valencia y hasta el viernes no tiene idea de volver, el escritor Patxi Irurzun solo recuerda haberse perdido unas fiestas por encontrarse en Filipinas y al pelotari Abel Barriola le suele tocar vivir las fiestas entre el frontón y la calle. La concejala de NaBai y diputada de Geroa Bai, Uxue Barkos, promete «disfrutarlos y saborearlos» a tope este 2012, aunque mañana tendrá que hacer un paréntesis para acudir al Congreso de los Diputados.
Tanto Alberto Martín como Uxue Barkos tuvieron la suerte de lanzar el chupinazo, aunque sus experiencias fueron bien diferentes. De hecho, Martín no tiene un recuerdo especiamente bueno. «Quien lanzó el cohete fue Fermín Tajadura -presidente de aquel gran Portland San Antonio- y los demás estuvimos metidos en una sala abarrotada sin ver apenas nada. Luego varios compañeros tuvieron la oportunidad de tirar cohetes, pero no me enteré y tampoco pude. Y eso que era de los pocos navarros del equipo. Además, tuve que ver cómo se produjo una bronca muy desagradable cuando algunos concejales intentaron sacar una ikurriña y la policía empezó a repartir con mucha violencia, fue algo que como euskaldun me dolió», explica el gran lateral zurdo, que también recuerda que una vez que salió del Ayuntamiento se lo pasó mucho mejor.
Uxue Barkos, en cambio, tiene un gran recuerdo de 2008, cuando como concejala de NaBai lanzó el chupinazo. «Es algo muy especial y muy entrañable para cualquiera que viva en Pamplona. Es algo que siempre llevaré muy dentro», explica. Los Sanfermines de este 2012 también serán especiales para la periodista pamplonesa porque, por un lado, «un buen amigo» como Iñaki Cabasés ha sido el encargado de lanzar el chupinazo y, además, se encuentra muy recuperada del tratamiento de un cáncer de mama que le mantuvo convaleciente en 2011. Aunque los Sanfermines que con más cariño recuerda Barkos son los de 1980, siendo una adolescente. «Somos seis hermanos y mis padres solían hacer alguna oportuna escapada en Sanfermines cuando éramos niños. Los de 1980 fueron los primeros en los que pude disfrutar de verdad», explica.
El primer recuerdo sanferminero del escritor Patxi Irurzun tiene que ver con los de 1978. «Con todo el lío que se montó mi madre cogió el coche y nos llevó a casa de un tío en Pasajes San Juan», explica. Después, le vienen a la mente aquellos primeros Sanfermines de juventud. «También recuerdo esos primeros años en los que empiezas a salir, esos ritos de iniciación sanferminera. La primera gaupasa, la primera borrachera, los primeros ligues o intentos de ligue…». Unas fiestas bien distintas a las que vive ahora: «Los de ahora son Sanfermines de silletas, pero los vivo muy a gusto también. Les he cogido el gustillo, que uno tiene ya edad de retirarse», comenta.
El pelotari Abel Barriola también guarda un gran recuerdo de esos primeros Sanfermines en los que venían «en tropel» desde Leitza. Como pelotari profesional, para Barriola los Sanfermines van pegados al Cuatro y Medio Navarro, con final el día 7, y al Torneo de San Fermín, cuya final es el día 14. Y el tiene su plan perfecto: «El mejor día para mí es el 7, me gusta mucho el ambiente que hay por el día, con gente de todas las edades y con muchas ganas de fiesta. El plan perfecto es jugar la final el día 7, ganarla y después salir con los amigos. Si no gano también es un buen día y suelo aprovechar para quedar con los amigos del pueblo o con los de Luzaide», indica. De momento ha ganado el Cuatro y Medio Navarro en dos ocasiones. Dos días perfectos.
Durante sus años como deportista en la elite, Alberto Martín solía hacer un paréntesis en Sanfermines. «Siempre me he cuidado mientras he jugado, pero en Sanfermines sí que me ha gustado salir», explica. Aunque Martín reconoce que los años no pasan en balde: «El año pasado salí con Alvaro Jáuregui el día 6 y acabé destrozado, no volví a salir hasta el 13». Quizá por eso, este año ha decidido poner rumbo a Valencia con sus hijas y no pisar Pamplona hasta el día 13. Porque hay Sanfermines para todos los gustos.
Los ojos de la cajera tenían el color de los caramelos de café “7 de julio”. Su mirada era, en aquel súper superdesangelado, un tropezón entre los dientes, el único con sabor a algo dulce y humano. Fuera de eso, solo quedaban el frío del pasillo de los congelados, de las voces metálicas (“Vanessa acuda a caja”) y de las sonrisas cicatrizadas por los sueldos miserables de otras chicas, que ofrecían sus bandejas de promoción con croquetas de la abuela amasadas por máquinas industriales, batidos con bichos, hamburguesas vegetarianas de soja transgénica…
—54 con cinco —dijo después ella, señalando la máquina registradora, y fue como si escupiera los caramelos de sus ojos en un cenicero.
Solo había sido un espejismo y cuando se desvaneció la realidad se impuso, me vi, como tantas otras veces, sacando la cartera, mientras se amontonaba la compra sin recoger y en la cola las miradas de los clientes que venían detrás me encañonaban, amenazaban con fusilarme si no me daba prisa, si no mantenía el ritmo, si no me comportaba como un consumidor diligente, como un pizpireto despegabolsas.
Las cajas de los supermercados son el resumen perfecto del capitalismo, nosotros haciendo cola en ellas, colocando sobre la cinta las pechugas de pollo, los preservativos, las latas de cerveza, no hay tiempo que perder, nosotros sacando las tarjetas de crédito, el DNI, el carnet de cliente fidelizado, y la máquina registradora haciendo clin, clin, que pase el siguiente, que no pare la fiesta, el blues de los códigos de barras, ey, chica, vamos, mírame otra vez, déjame otra vez morder tu mirada con olor a cafetera, ey, chica, dime al menos que tengo más de dos minutos para despegar estas puñeteras bolsas y poner los congelados donde no abollen el pan de molde…
—Póngase a un lado caballero, por favor…
Bueno, buen intento, pero no me voy a conformar con eso, chica, esta vez no, estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo, yo ya no soy un hombre con prisas, yo ahora soy un peatón, el corazón de mi coche ha reventado y ahora el mío late más despacio, más tranquilo, más dulce, más humano, así que, chica, recogeré mis bolsas sin prisa, me tomaré el tiempo que haga falta, no el que decidan con un cronómetro en un consejo de administración los dueños de este garito y del mundo, ni el que me impongáis vosotros, los que esperáis detrás, en la cola, y sentís ganas de cortarme el cuello con el tíquet del parking, no os preocupéis, por ahí viene Vanessa, moved los carritos, corred, a ver quién llega antes a la otra caja, vended vuestras almas al diablo en un cruce de caminos, todos ellos llevan al mismo lugar, todos acaban haciéndoos volver al súper, y solo yo, el último peatón, conozco la salida a este matadero, eso fue lo que pensé, ya en la calle, con mis bolsas de la compra en las manos, los congelados juntos, el pan de molde intacto, mientras los monovolúmenes pasaban ante mis ojos, y los conductores volvían a encañonarme con sus miradas, y ante mí se extendían las aceras vacías, y las grúas paradas, y un sol con hambre de sangre y vino pastando y engordando entre los descampados, entre los esqueletos de las VPO, entre los escombros del capitalismo, un sol enorme y rojo hacia el que yo, el último peatón, o puede que el primero, eché a andar, deshaciendo entre los dientes miradas con sabor a café, masticando espejismos, tarareando para espantar la madre de todas las resacas, la del 7 de julio, este blues, el blues de los códigos de barras, oh yeah!