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“Tímido, valiente, contradictorio”, así se definió en una ocasión el bertsolari Andoni Egaña, y solo quien pertenezca al gremio (al de los tímidos, me refiero) sabrá apreciar esas palabras, del mismo modo que aborrecerá con todo su corazón a los tímidos (de pega) que alardean de serlo, como si ese rasgo del carácter fuera una virtud, en lugar de una condena, una rémora, una limitación que condiciona y disminuye tu vida. Yo soy tímido, y si no lo fuera, o mejor dicho, si dejara de serlo, una de las primeras cosas que haría sería asesinar con mis propias manos al siguiente artista megaguay que en plena promoción de su último disco o su último libro (del que ya ha vendido miles de copias y es obra maestra antes de que esté en la calle) se hiciera de rogar y musitara un “Yo es que soy muy tímido”, para a continuación bajarse con desparpajo los pantalones y entrar en una piscina llena de fango, durante alguno de esos programas de televisión en los que se grita mucho y no se dice nada.
Cuando era pequeño mi madre llegó a ofrecerme hasta veinte duros, toda una fortuna para un niño de la época, si bajaba a comprar el pan a Zazpi, la tienda del barrio, pero yo abofeteaba a Manuel de Falla, apartaba el billete de mi vista, renunciaba a la montaña de chuches que podía edificar sobre él, a las noches interminables de petazetas y fuegos artificiales sobre mi lengua… Todo con tal de no volver a enfrentarme a las señoras que simulaban no verme y se me colaban con toda su cara y una sonrisa más falsa que una calcomanía estampada en ella, mientras el tendero canturreaba “¡El siguiente!” y a mí se me ahogaba una vez más el “Yo” en la sima de mi garganta.
Eso es ser tímido. Sudar en invierno. Trabarse al pedir coca-cola en los bares. Despedirse siempre a la francesa por no tener que abrir la boca, o porque al abrirla nadie te ha oído. Decir sí cuando deberías decir no, por no molestar. Por no molestar, decir no cuando te corresponde por derecho un sí. Parecer arisco, raro, bobo, bueno, inofensivo… Hacer creer a quien te está engañando o trata de aprovecharse de ti que no te das cuenta. Volverte invisible. Perder todas las discusiones y todas las novias, antes de tenerlas. Temblar al levantar las copas. Dejar de levantar copas que podrías haber levantado…
Para un tímido todo es una proeza. Saludar, pedir un favor, comprar el pan… Y no hay, a la vez, nadie más valiente que un tímido cuando se desinhibe, o cuando encuentra la espita por la que dar salida a su introversión. Un tímido puede, por ejemplo, improvisar versos perfectos ante un pabellón repleto de gente. Hay que ser muy valiente para ser tímido. Sobre todo cuando el tímido es un personaje o su oficio adquiere cierta dimensión social. Cuando en esa esfera, en ese gran acuario catódico, se desenvuelven como peces en el agua depredadores que, por el contrario, tienen más morro y menos talento o carecen por completo de él y pese a ello se comen los trozos más grandes, se cuelan en la tienda y sonríen con desfachatez, chapotean con más habilidad en el fango… Gentuza con mucha cara que no duda en calificarse como tímida porque cree que eso resulta encantador. No tienen ni idea. Solo los tímidos enfermizos entendemos aquello de “Tímido, valiente, contradictorio”. Lo dijo Andoni Egaña. Y yo, tímidamente, se lo tomo prestado.
Publicado en en mi sección RUBIO DE BOTE de ON, suplemento de los periódicos del Grupo Noticias
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Una vez mi amigo Juantxo el jipi vio al calvo de la lotería en un bar del casco viejo. Apareció en el otro extremo de la barra arrastrado por una marea humana, se subió el cuello del gabán y le sopló una de sus pompas de la suerte. Después llegó otra nueva ola de clientes sedientos y el calvo desapareció, pero sobre la barra quedó su botellín de cerveza, hacia el que Juantxo se abalanzó convencido de que dentro de él encontraría el mapa del tesoro. Cuando comprobó que la botella estaba vacía, arrancó la etiqueta, un gesto que, se decía por entonces, era síntoma de insatisfacción sexual. Pero a mi amigo Juantxo el jipi no le importó. Estaba convencido de que los últimos números del código de barras coincidían con los del gordo de Navidad y de que pronto decenas de mujeres perderían la cabeza por él. Ya se veía a sí mismo a la puerta de un bar Manolo, descorchando una botella de champán delante de las cámaras y agitando inconscientemente el boleto premiado, como un reclamo para huelebraguetas, banqueros y todo tipo de delincuentes. Luego resultó que no, que aquella botella que había dejado la marea solo traía raspas de pescado y lapos de chapapote. Que el gordo tocó en Sort y al presidente de una diputación (aunque las televisiones encontraran, como siempre, un “barrio obrero muy afectado por el paro en el que la suerte ha repartido millones”, y todos tan contentos).
—Aquella noche yo me había bebido hasta el agua de los ceniceros— confiesa mi amigo Juantxo el jipi. —Pero era él. El calvo de la lotería. Lo juro.
Y yo le creo. De hecho, aquel año despidieron al calvo de la lotería; o él mismo se despidió, por dignidad profesional, después de haber errado el tiro de una de sus pompas de la suerte. Y llegaron los anuncios con famosas cantantes de ópera y su sonrisa terrorífica tatuada como una cicatriz en el rostro; y los bares Manolo se convirtieron en bares Antonio, con cafés a 21 euros y camareros de buen corazón y pobres que dan pena y ablandan el nuestro, todo para vender más boletos, en el que es el mayor negocio del año (dicen que la lotería de Navidad factura anualmente más que empresas como Zara o Hipercor, y eso vendiendo un trocito de papel que casi siempre tiene el mismo valor y provoca la misma insatisfacción que la etiqueta arrancada de un botellín de cerveza). Por lo demás, desde el spot del año pasado, el de Raphael con una careta de Raphael, el anuncio de la lotería lleva ya camino de convertirse en una tradicional e ineludible cita con el humor, en una broma gigantesca e institucional, y aunque este año hayan tratado de contrarrestar a base de sentimentalismo, se han pasado de frenada y ya circulan por doquier las parodias, los chistes y fakes, a cuenta, entre otras cosas, del sobre (incluir, en estos tiempos de desfalco generalizado que corren, un sobre en el anuncio tal vez no haya sido una buena idea).
Quizás la única manera de cortar esta dinámica sea apostando el año que viene de forma descarada por el cachondeo, no provocándolo sin querer. Volviendo, por ejemplo, a contratar al calvo de la lotería y sacándolo con peluca en un bar de casco viejo, mientras trata de pasar desapercibido cuando aparece mi amigo Juantxo el jipi, que le debe un par de hostias.
RUBIO DE BOTE. Publicado en el suplemento ON de los periódicos del Grupo Noticias.
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Portada original de Tasio para Cuentos sanfermineros
Colaboración para BLOG SANFERMÍN.COM
Los sanfermines han sido un tema recurrente en mi obra, oh, mi obra, una obsesión literaria. El primer libro en que aparecieron fue en mi segunda novela, Ciudad Retrete, en la que uno de los personajes, el chatarrero y enfermo mental Animal, abandonaba la ciudad imaginaria de Jamerdana, mi Macondo foral, y viajaba a Pamplona para vender pañuelos, fajas y gorros “Gora Euskadi” en un puesto ambulante. Animal se liaba con una americana que iba hasta las trancas de sangría y acababan magreándose en plena calle, junto a la estatua de un hierático e impotente Hemingway, al contrario que la beoda y excitada concurrencia, que animaba a la pareja a pasar a mayores.
Pero para entonces ya había escrito también varios cuentos sanfermineros y muchos de ellos habían sido publicados en periódicos, la mayoría por capítulos. Por entonces (a principios de siglo), la prensa era un buen medio para escribir de ese modo, y los sanfermines una época del año propicia, en que la venta y lectura de periódicos aumentaba. No había internet, ni Facebook, ni mierdas de esas con las que hemos avanzado mucho pero nos han vuelto a todos también un poco más bobos y a los periodistas y escritores mucho más pobres. Reuní varios de esos cuentos en mi siguiente libro, Cuentos sanfermineros, para el que escribí un prólogo que pretendía ser un ensayo sobre el relato sanferminero, y en el que hablaba del mismo como subgénero literario, o de la trascendencia desde lo local a lo universal en los temas abordados (primeros encuentros con las drogas, el alcohol, la muerte, el sexo, ah, no el sexo no, que estamos hablando de Pamplona…). En la presentación de aquel libro me acompañó Idoia Saralegui, que aquel mismo año, solo unos días después tiraría el chupinazo. Para mí eso fue un flipe. Por lo demás, entre los cuentos recopilados, había algunos de los que más alegrías me han dado, como Fiambre, en el que el personaje saca a pasear a su abuelo muerto en una silla de ruedas durante unos sanfermines, a modo de despedida; cuento que al cabo de los años adapté para una obra teatral con la que gané el concurso de textos teatrales del Gayarre; o como ¡Ese Tocho!, que narra las peripecias eroticofestivas de una alcaldesa de Pamplona y un portero de Osasuna, y que aunque inicialmente escrito para prensa local, fue censurado en la misma y eso le permitió recorrer mundo y aparecer en dos antologías: Golpes. Ficciones de la crueldad social, compartiendo cartel con autores como Manuel Vilas, David González, Eloy Fernández-Porta…; y Cuentos de fútbol, junto a otros como Julio Llamazares, Javier Marías, Roberto Fontanarrosa, Juan Villoro…, todos ellos, todos nosotros, traducidos al italiano. Mi cuento apareció en esta ocasión, curiosamente, bajo el título L, Animale.
Los sanfermines también están presentes en Dios nunca reza. Los sanfermines de 2008, en concreto, en los que fue asesinada Nagore Lafagge, de quien hablo en las páginas de ese diario, uno de mis libros más queridos y más tristes y dolorosos. Aquel año fue también el que mi hermano se rompió la tibia y el peroné saltando desde el tendido a la arena de la plaza, creyendo que aún tenía veinte años.
En ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!, también hay varios capítulos dedicados a los sanfermines más lúbricos, más sucios y más gamberros. En esta sí se folla. El protagonista, por ejemplo, con el rostro cubierto por una careta de Caravinagre (en la edición digital, en la de papel creo recordar que era de Verrugas) hace el amor con una teutona en un balcón de Navarrería, mientras neozelandesas con el pubis en llamas se arrojan desnudas desde lo alto de la fuente de la Navarrería. Como la realidad siempre copia a la ficción estoy seguro de que algún día sucederá algo así (de hecho, creo que ya el pasado año se rodó alguna película porno durante los sanfermines). Por lo demás, el protagonista, además de actor porno, era un barrendero pamplonés, como yo lo fui durante unos sanfermines y un verano, sin que ningún redactor jefe fuera capaz de aprovechar esa circunstancia y estuviera dispuesto a publicarme una crónica desde dentro del corazón de la bestia en la que contara cada día cómo había transcurrido, qué habíamos encontrado entre las toneladas de mierda que excretaba la ciudad. Fue una oportunidad perdida para el que habría sido uno de los grandes momentos de la literatura sanferminera, del que solo pude resarcirme años después escribiendo en Diario de Navarra una columna sobre los sanfermines con silleta, es decir, sobre mis sanfermines como padre de niños pequeños. Por supuesto, no era lo mismo ni por el forro, pero creo que hay ahí todo un filón periodístico desaprovechado, el San Fermín gonzo, que cada año se sacrifica para escribir siempre los mismos y manidos reportajes: los objetos perdidos en la consigna, el precio de las barracas y de los cubatas, la metereología y la chaquetica por la noche…
Termino de enrollar este yoyo sanferminero y literario, añadiendo que también en mis dos últimas obras, las fiestas están presentes: con un cuento titulado El año de la lengua azul en la ciudad del mundo al revés, en La tristeza de las tiendas de pelucas (libro que fue finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos del año 2013 y finalista del Premio Euskadi 2014 –esto lo digo siempre que puedo porque no lo sabe nadie, no se ha hecho público, solo lo sabemos yo y el cartero que trajo la carta certificada en la que se notificaba-) (en este relato, como consecuencia de una enfermedad contagiosa del ganado bovino, los toros son sustituidos por avestruces en los encierros y las corridas por un Madrid-Barça con las camisetas de los equipos cambiadas); y también en Atrapados en el paraíso, aquí ya de un modo tangencial, cuando cuento como el chupinazo de 2002 lo viví en el basurero de Manila, transmitido vía SMS por mi chica.
http://www.blogsanfermin.com/yoyo-literario-sanferminero/#comment-1421742
ESKROTO, UN ARTISTA DEL COPÓN IRREPETIBLE
Hace unos días el desaparecido cantante de Tijuana in blue y de Kojón Prieto y los Huajolotes fue homenajeado en un concierto-parranda que sonó como un “txueno”
TEXTO: Patxi Irurzun / FOTO: Pege
Y de repente, a través del culo del vaso de plástico reciclable, se me apareció Manu Chao, mezclado entre el público. Se habían anunciado sorpresas de las gordas y Manu también colaboró en uno de los discos de los Huajolotes, en la canción El tren de la negra, así que ¿por qué no? ¿Por qué no iba a sumarse él al concierto-homenaje a Eskroto, del mismo modo que lo habían hecho Tonino Carotone, Gari de Hertzainak, Kutxi de Marea, Txerra de RIP…? Lo más granado del rock vasco reunido para recordar a uno de sus héroes caídos. Luego, enseguida, en cuanto aparté el vaso de mi boca, ya me di cuenta de que no, de que el manuchao en cuestión se parecía más a su réplica chanante e incluso, cuando me saludó efusivamente, a un antiguo compañero mío de instituto, al que no veía desde entonces, hace ya casi treinta años.
De hecho, ese era el perfil de los miles de personas que se reunieron en las txoznas de Antsoain (Navarra), durante sus fiestas, en la parranda-homenaje a Eskroto, también conocido como Gavilán, el que fuera cantante de Tijuana in blue y Kojón Prieto y los Huajolotes. Un público talludito, de cuarentones, que al día siguiente pagarían caros los saltos frenéticos al ritmo de naparmex y los cañones de cerveza que trasegaban como si en unas horas se acabara el mundo o no hubiera niños pequeños que se levantan pidiendo a gritos que les pongas al puto Bob Esponja en la tele.
Clarete, speed y rock radikal vasco
Todos esos que hace veinte años tenían veinte años crecieron forrando sus carpetas del colegio con el monstruo de Iron Maiden o se amamantaron en bares de casco viejo con clarete, speed y rock radical vasco. Entonces ¿qué demonios hacían ahora coreando rancheras, mientras contenían una melancólica lagrimita? La culpa es de los Huajolotes, el grupo que en los 90 se convirtió en un auténtico fenómeno social, y que puso a bailar mejicanas a legiones de irreductibles punks, jevis… Al frente de ellos, estaba Marco Antonio Sanz de Acedo, Gavilán, antes conocido como Eskroto, el que fuera uno de los cantantesde Tijuana in blue (el otro era Jimmi), el conjunto probablemente más descacharrante y bestia del punk-rock vasco. Muchos recordarán, por ejemplo, la entrevista que les hicieron en el programa de televisión Plastic, quizás la primera entrevista alcohólica de la televisión española, antes de la de Fernando Arrabal; o sus conciertos, en los que se repartían al arrebuche vísceras de animales o se escenificaban unas chuscas misas negras; o las letras de alguno de sus temas: “Oye, Patxi, sácame un txikito”, “Mierdas de perro inundan la ciudad”, “Bebe y olvídalo”… Eskroto abandonó esa nave de locos a principios de los 90, para convertirse en Gavilán.
Cantinas, muchas cantinas
A él siempre le había tirado la música mexicana, así que decidió viajar a México a beber de las fuentes y de los morros de las botellas de tequila. Casi sin bajar del avión llenó de discos una maleta, que tuvo que ir arrastrando de cantina en cantina durante los tres meses que estuvo viajando por México. La intención inicial de Eskroto-Gavilán no era montar un mariachi, al volver a casa, sino un programa de radio. Él ya se había fogueado en las primeras radios libres de Pamplona. Había tenido incluso la suya propia, una radio unipersonal, que emitía desde su propio cuarto, con los trastos de otra radio pirata, Radio Paraíso, que había sido chapada por la autoridad y que Eskroto ocultaba en su casa. La llamó Radio Krótalo, y de ahí, de un juego de palabras con ese nombre (krótalo, eskrotokrotalo, eskroto…), deriva su primer y más conocido alias, que no tiene nada que ver con ninguna anomalía genital.
Con la pila de discos ya en Pamplona Eskroto puso en el aire en otra emisora pirata, Eguzki irratia, el programa “Fiesta mexicana”, que se convirtió en una auténtica juerga herziana a la que seguían cientos de oyentes. Una buena parte de ellos y de músicos de la ciudad solían reunirse en Lore Etxea, una casa okupa, para merendar, y el ambiente festivo fue el que propició la gestación de Kojón Prieto y los huajolotes, un grupo que en principio no tenía otras pretensiones que pasar la gorra por las calles de Pamplona para sufragar las costilladas de Lore Etxea y que acabó convirtiéndose en un auténtico fenómeno de masas. Casi sin quererlo los huajolotes inventaron el naparmex: música mexicana hecha en Navarra, con letras que podría firmar cualquier otro conjunto del rock radikal vasco pero a ritmo de mariachi: Txibato, Carcelero o Insumisión, esta última quizás su rola más conocida, firmada por Toñín, uno de los miembros de la numerosa troupe que acompañaba al grupo, insumiso encarcelado y que con el tiempo, al igual que había hecho Eskroto, cambiaría de nombre y de personalidad para convertirse en el italianizado Tonino Carotone: “Me cago en el amooooooor”.
La tumba no será el final
Los huajolotes triunfaron, como ellos mismos cantaban (aunque en este caso se referían a un encuentro cara a cara con la policía), y en poco tiempo pusieron a bailar rancheras a toda Euskal Herria. Sus conciertos, como lo habían sido los de Tijuana in blue, eran memorables, alcohólicos (bueno, estos dos adjetivos quizás no casen muy bien), caóticos, en todo caso, y el maestro de ceremonias era siempre el ínclito, el irrepetible, el gran Eskroto. Su voz, probablemente, era la más inapropiada para cantar mejicanas, pero sobre el escenario no había nadie como él, nadie con su chispa, su ingenio, su espontaneidad… Eskroto era artista, un artista del copón, y siempre tuvo hambre de escenario, ese gusano de mezcal royéndole el corazón. Cuando los huajolotes murieron de éxito, Gavilán no dudó en cerrar el círculo, en convertirse otra vez en Eskroto y volver a reunirse con Tijuana in blue en una gira de regreso como un trallazo y que se cerró en un concierto triunfal en Pamplona en el que acompañaron al grupo otros faranduleros como El Drogas, Fermín Muguruza, Kutxi de Marea o Francis de Doctor Deseo. Ni siquiera este último, a quien Eskroto se abrazó en los camerinos y le susurró un enigmático “Abrázame y no digas nada” antes de desaparecer a la francesa (como cuenta otro de los presentes, Kike Babas, en su relato Todos los palos) podía imaginar que solo dos días más tarde el dicharachero cantante aparecería muerto en su casa. El suicidio de cualquier persona siempre deja tras de sí un saco de preguntas sin respuesta, pero estas revientan las costuras cuando quien se va es alguien que era capaz de matar de risa a quienes lo rodeaban: ¿quizás fue la incapacidad para dar rienda suelta a su talento, en una sociedad en la que no se toma en serio a quien es capaz de hacer feliz a los demás? ¿O una genialidad que lo sobrepasaba?…Quién sabe. Las respuestas, como ha contado en alguna ocasión su compañero de Tijuana, Jimmi, se las llevó consigo Eskroto, pero lo que sí permanece es el recuerdo de su arte desmesurado y natural.
Y por eso, más de una década después de su desaparición, buena parte de sus amigos y admiradores se reunieron para recordarlo en el concierto de Antsoain. Y para merendar. La merienda y el trago han sido preceptivos en los ensayos durante los cuales se fue gestando el homenaje. Y a este, al multitudinario concierto, que sonó como un “txueno” —como diría Eskroto, y en todos los sentidos— no faltaron los huajolotes, ni tampoco sus herederos, los nuevos grupos de naparmex, como Los zopilotes txirriaos o Marianitoz blai, grupo que sirvió de base sobre el escenario para que a él fueran saltando, mientras los cuarentones descoyuntaban sus huesos abajo, la larga lista de invitados especiales y anunciados: Aitor de Lendakaris muertos, Kutxa de Ultimatum, Javiero de Vendetta… o incluso los propios Tijuana in blue (el lugar de Jimmi y con su permiso lo ocupó el gran Kutxi Romero, cantante de Marea), que se marcaron por sorpresa (esa era la sorpresa) cuatro de sus viejos y emblemáticos temas. Solo faltó Manu Chao, pero dio igual, estaba mi viejo compañero de instituto, y todos los viejos compañeros de instituto, y de los bares de casco viejo, todos los que chapoteamos juntos en los charcos de barro y kalimotxo de los conciertos de los huajolotes y de Tijuana. Todos los que hace veinte años teníamos —siendo generosos— veinte años, y que ahora sumábamos a ellos una resaca más, una cruda horrible y con niños pero que mereció la pena, pues fue para brindar por Eskroto, y hacerlo además al más puro estilo naparmex: ¡Gora Eskroto, cabrones!
http://mugalari.info/2014/11/03/cronica-del-concierto-homenaje-eskroto-un-artista-del-copon-irrepetible/
Patxi Irurzun
1.- ¿Por qué escribes?
Es difícil responder a esto sin parecer pomposo o grandilocuente o sin recurrir a tópicos, pero yo diría que lo hago por necesidad, no soy capaz de disociarme como persona y como escritor, si no escribiera no estaría o me sentiría vivo. Escribo también para comunicarme, es un mecanismo de compensación, soy una persona introvertida y con pocas habilidades sociales, y escribir me ayuda a relacionarme con el mundo. Escribo también porque no me gusta ese mundo que veo. Escribo porque mantiene viva mi imaginación, mi parte soñadora. Y escribo en parte, aunque esto no se suele decir, por un poquito de vanidad, porque me gusta que me digan que lo hago bien, porque busco reconocimiento y lectores, que es una forma por otra parte de sentirse querido. Ser escritor es convertirse en alguien obsesivo y extraño.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a la hora de escribir?
Nunca he sido demasiado maniático. Empecé escribiendo a mano, tumbado en la cama, pero no me costó nada pasarme al ordenador. Antes solía ponerme música, rock duro, punk, no me desconcentraba, al contrario, me creaba un clima, ahora escribo en silencio y procuro hacerlo cuando estoy solo, pero también he llegado a hacerlo con los niños pululando por aquí, la tele puesta (no tengo una habitación para escribir). Antes escribía cuando la historia me venía, o sentía esa sensación casi física que me pedía hacerlo, ahora procuro hacerlo todos los días a las horas que puedo, que no son muchas, porque me queda menos tiempo. En fin, creo que podría adaptarme a todo para escribir, lo que no podría sería estar sin hacerlo.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Cada libro es un mundo, cada cuento, cada novela, pero es cierto que un escritor casi siempre escribe de lo mismo, tiene unas obsesiones fijas, en mi caso como he dicho antes escribo porque me indigna lo que veo a mi alrededor y tengo esa idea romántica de que escribiendo puedo contribuir a cambiar el mundo, o al menos de que tengo que escribir como si fuera a ser así, en consecuencia mis preocupaciones suelen ser la gente que está en los márgenes, a la que se silencia, la que sufre, la gente común, en cuanto al tono oscilo entre el humor y la ternura, aunque a veces soy bastante burro o gamberro, no sé, en cuanto a temas concretos hay muchos temas recurrentes, la introversión, la locura, los autobuses urbanos, el rock, el sexo y el amor, las cosas de la vida cotidiana, la casa, mis hijos… Escribo sobre mí y me gustaría que escribir sobre mí sea escribir sobre nosotros
4.- ¿Algún principio o consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?
No sé, consejos no doy, yo solo diría que me pongo a escribir para divertirme (no acabo de entender a esos escritores que dicen que sufren escribiendo, serán masocas) y también que en mi escritura es el único territorio o parcela de esta vida en el que me siento realmente libre.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo tienen todo planificado desde el principio?
Soy de los que se dejan llevar, es eso lo que me gusta, que la historia los personajes vayan creciendo y sorprendiéndome. No digo que en ocasiones tenga claro algo, un final, por ejemplo, que luego puede ser otro en realidad… Pero nunca he escrito siguiendo esquemas o haciendo planos, anotando previamente los rasgos de los personajes, me gusta que todo esté en mi cabeza, sea una especie de magma que no distingo bien e ir soltándolo… Más importante que todo eso creo que es dar con el tono, tener clara desde el principio la voz adecuada para cada historia.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Leo de forma muy desordenada, lo que va cayendo en mis manos, o lo que voy descubriendo a cada momento, pero bueno, los de siempre son Bukowski, Fante, Baroja, Kenzaburo Oé, Miguel Sánchez-Ostiz, Delibes, Steinbeck, Pedro Juán Gutierrez, David González, Vicente Muñoz, Kiko Amat, Mohamed Chukri, Raúl Nuñez, Josu Arteaga, Eduardo Mendoza, Tom Sharpe, Harper Lee, Carson Mcullers, la novela picaresca, los comics, Joann Sfar, Guy Delisle, Maki Navaja… Tengo que leer a más mujeres, está claro
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
El último libro que he publicado es Atrapados en el paraíso, en realidad es una edición diez años después del libro al que probablemente tenga más cariño, y creo que mis lectores también: en él cuento el viaje que hice a Filipinas (al basurero de Payatas en Manila) y Papúa Nueva Guinea. Fui allí gracias a un premio literario de El País, 6000 euros para gastar en un solo viaje, y yo me fui a un basurero en Manila. En realidad, no diría que es un libro de viajes, o no al menos al uso, está novelado, tiene mucho humor, hay una historia de amor, tiene algo de diario… Durante estos diez años (la primera vez lo publicó el Gobierno de Navarra, tras ganar un premio –durante dos o tres años estuve encadenando premios y viajes–), pero no tuvo un recorrido comercial, sino más bien una vida secreta, aunque intensa, fue enamorando a mucha gente, una chica lo tradujo al francés porque le gustó, un grupo de rock lo regalaba en sus conciertos, en una universidad de New Jersey lo incluyeron en un curso de novela… y tuvo también muchos lectores ilustres… Lo volví a reeditar con impresiones de toda esa gente y otro material (fotos, artículos…) y revisado, me apetecía que nuevos lectores pudieran sentir ese aprecio que han tenido por él otros anteriormente. Es un libro especial para mí.
Patxi Irurzun (Pamplona, 1969) es autor, entre otras obras, del libro de relatos La tristeza de las tiendas de pelucas (finalista del Premio Setenil en 2013 y del Premio Euskadi 2014); las novelas Atrapados en el paraíso, sobre su viaje al vertedero de Payatas, en Manila (Premio a la Creación literaria del Gobierno de Navarra) y ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!; el diario Dios nunca reza; o de Mi papá me mima(Ediciones B), una crónica humorística sobre la paternidad. Ha escrito además literatura infantil y juvenil, colabora habitualmente en prensa y ha ganado diferentes certámenes literarios, como el I Premio de relatos de viajes de El País-Aguilar o el Ciudad de Palencia de narrativa.
www.patxiirurzun.com
http://ciertadistancia.blogspot.com.es/2014/11/patxi-irurzun-cuestionario-basico.html