Participo con mi relato inédito «La gran bronca» en el libro colectivo editado por Pamiela «24 relatos navarros». ¿Os acordáis de aquella bronca en el 96 en fiestas de la Txantrea? ¿De los helicópteros de la policía sobrevolando los campos de trigo? Yo y los cinco puntos de mi cabeza perfectamente. De eso va el cuento, un relato generacional en el que recuerdo aquella noche que comenzó con un concierto de Barón Rojo en Burlada y acabó en Urgencias.
Publicado en Rubio de bote, magazine ON (diarios del Grupo Noticias), 24/04/16
Los niños eran monísimos, tres o cuatro príncipes de Beckelar, con sus pelos rubios como soles, cortados a tazón, y sus dientes resplandecientes, ultrablancos, todavía sin manchas de sangre, y los pantaloncitos cortos y cuadriculados de sus uniformes de colegios concertados, en los que en cada aula solo hay los inmigrantes justos y necesarios, y se hacía raro verlos allí, en la caja de aquel supermercado, un súper de barrio, fronterizo, en mitad del polígono industrial que separaba nuestros bloques de VPO de sus urbanizaciones de chalets, y también a sus padres, que parecían descolocados, nerviosos, con ganas de pagar cuanto antes y largarse de allí, de volver al mundo real, pero justo después de pasar la tarjeta y recoger la compra, la cajera los retuvo aún un poco más dentro de aquella pesadilla de extrarradio, metiendo la mano y sus uñas pintadas de tres colores en una bolsa de caramelos con el logo del súper.
—Estamos celebrando nuestra reciente apertura, esperamos volver a verlos pronto por aquí —dijo después, con voz de máquina de tabaco, ofreciéndoles una sonrisa falsa (la de verdad la mantenía candada a su boca con un piercing) y un generoso puñado de aquellos caramelos a cada uno de los niños.
—¿Qué se dice, chicos? —preguntó entonces, de mala gana, un poco por obligación, el padre.
Y aquellos príncipes de adosado, tan ricos, contestaron al unísono, en un coro que entonaba el himno de los tiempos que corren:
—¡Más!
La escena, aunque parezca un esperpento en el que el espejo deformante de la escritura exagera a conveniencia los trazos, es real, la presencié hace poco mientras hacía la compra en un supermercado recién abierto cerca de mi casa. Si no hubiera sido real y me la hubiera imaginado los niños tal vez habrían sido menos rubios y menos concertados, para que nadie me llame maniqueo o populista o bolivariano, pero los niños eran así, pijos, qué le vamos a hacer.
Después, con el tiempo, igual esos niños, y otros como ellos, o distintos (no hay nada más democrático y menos clasista que la estupidez) dejan de ser príncipes y se hacen tronistas, comienzan a tener otra inquietudes y preocupaciones, el terrorismo, por ejemplo, pues cada vez que hay un atentado en la tele emiten programas especiales y suspenden Mujeres, hombres y viceversa (MYHYV) y a eso “no ay derecho”, prenden fuego a la red entonces con sus tuits, “y a mi ke me inporta todo eso de Bruselas, ande cae Bruselas?”, teclean airados en sus móviles, y a veces su indignación no se queda ahí, también salen a la calle, ellos u otros distintos, o sea iguales, todos estúpidos, y hacen concentraciones, “¡Salvemos a Carlos!”, gritan unos, y otros les responden “¡Salvemos a Laura!”, y Carlos y Laura no son desahuciados o refugiados sirios, son los finalistas de Gran Hermano (GH), porque a los refugiados esos y a los pobres pobres ya les dan bastante bola en los telediarios, gritan los tronistas, y su coro se unen ahora belenestabanistas y bertinosbornistas y hooligans del fúrgol y de la vigorexia y de Vargas Llosa (del escritor no, del otro que sale en las revistas del corazón), a nosotros que nos dejen en paz, corean, a nosotros que nos dejen con lo nuestro, que vivimos muy tranquilitos y no hacemos mal a nadie, nosotros también votamos y tenemos derechos, nosotros lo único que queremos es más MYHYV y más GH y más LIGA BBVA, todos queremos más —se cogen finalmente todos por los hombros, hermanados— y más y más y mucho más. Chimpún.
Publicado en la sección «Rubio de bote» del suplemento ON de los diarios del Grupo Noticias (09/04/2016)
A todos nos pasa de vez en cuando y, sin embargo, cuando sucede nos sentimos especiales, elegidos por algún dios menor de la casualidad. Estás, por ejemplo, hojeando un libro o el periódico y en el preciso momento en que lees una palabra alguien junto a ti la pronuncia o la escuchas en la radio o en la tele. No sé si existe un nombre para eso. Estrictamente no se trata de una serendipia, es decir, de un hallazgo obtenido por azar o error, en el transcurso de otra búsqueda o investigación, como la penicilina, los tripis, el kalimotxo o la Viagra, que se descubrió al observar que los pacientes de un estudio sobre la angina de pecho, se mostraban entusiasmados con el mismo, además de puntiagudos, y que no devolvían las pastillas sobrantes.
Cuento todo esto porque hace unos días, mientras le daba vueltas a la idea de escribir en esta columna sobre otro curioso fenómeno para el que también desconocía el nombre, como es el de las frases que inventamos para canciones cuya letra no sabemos o que llevamos toda la vida cantando mal sin saberlo, en el libro que casualmente estaba leyendo, el estupendo Vikingoen sorterrira de Xabier Mendiguren, uno de los protagonistas de uno de los relatos (que, abundando en las coincidencias, además se llamaba Felisín, como el personaje de mi primera novela) entona el Eusko gudariak de esta manera: Irrintzi va que chuta, mendi tontorrean!; y a continuación el narrador explica que en inglés a eso se lo define como un mondegreen.
Mi primer mondegreen, el primero del que yo tengo constancia, tiene también que ver con el euskara, o más bien con el desconocimiento de él. Recuerdo que cuando era pequeño y mi madre nos obligaba a ir a misa en la iglesia de nuestro barrio solían adaptar canciones de Simon & Garfunkel o Bob Dylan (el Blowin in the wind se transformaba en Saber que vendrás, por ejemplo, o The sounds of silence en Padre nuestro tú que estás) y que en algún momento de la ceremonia también se entonaba el comodín del Txoria de Mikel Laboa, en cuyo caso se mantenía la letra original, y que cuando le tocaba el turno a la estrofa que decía “neria izango zen”, yo la transformaba en un “María y san José” que debía sonarme mucho más propio para un lugar como aquel.
Más adelante, en mi adolescencia vendrían otros lamentables mondegreens como sustituir en el Eh, txo! de Hertzainak aquello de “Gehiegi itxoiten duk” por “Que ya he dicho que no”, o tararear el tema central de Grease, en el momento en que Travolta se pone a señalar con el dedo mientras menea pizpiretamente las caderas, de esta macarrónica manera: “Acanchuuuú is pepinable”.
En este último caso, en realidad, más que ante un mondegreen nos encontramos con un claro caso de guachi-guachi, que con el tiempo descubriría que es un recurso más que habitual entre los músicos a la hora de componer: encajar letras provisionales en sus temas en un inglés de pega, algo que por lo demás también hacen los niños cuando imaginan canciones o imitan a artistas extranjeros. Me pregunto, por lo demás, en qué idioma cantan los niños ingleses cuando se inventan o no se saben la letra de una canción.
“Cuando te haces mayor empiezas a mirar atrás y eso lo único que da es tortícolis” Kutxi Romero
El cantante de Marea acaba de publicar No soy de nadie, un disco con diez canciones en las que se palpa hasta reabrirlas cicatrices propias, deja abierta la espita de sus pensamientos y sale un gas surrealista o nos ofrece una muestra de ADN tomada directamente de los huesos de su corazón. Lleva tocando esos temas por decenas de bares y salas desde hace casi dos años y seguirá haciéndolo hasta agosto. (La gira ha sido suspendida, según informa en un comunicado el artista)
Patxi Irurzun. Publicado en Gara 08/04/2016
No tiene ninguna intención de empezar una carrera en solitario. Como mucho de acabarla: se ve a sí mismo, cuando sea viejo, tocando la guitarra en bares de carretera, o en Benidorm, con un público que no le hace mucho caso y que solo se acerca hasta él para que les firme discos antiguos de Marea. “Porque eso es lo que soy, lo que voy a ser siempre, el cantante de Marea, y yo encantado”, dice. Y dice también que en No soy de nadie sigue tocando la misma canción que desde hace 25 años. Pero lo cierto es que en este disco firmado con su nombre, que iba a titularse El año del conejo (en alusión a su año de nacimiento, en el calendario chino) y que puede conseguirse solo en sus conciertos o en su web (kutxiromero.com), sus temas suenan más personales, más desnudos que nunca.
Kutxi nos recibe una vez más en el Kutxitril, su bajera de Berriozar, cuyas paredes con los posters de sus maestros se van pareciendo cada vez más a un panteón, y lo hace en traje —o al menos así lo ha retratado el fotógrafo Fernando Lezaun— de modo que, por si acaso (y también porque en una de sus canciones dice que viene de joder preguntadores) nosotros le hablamos de usted.
¿Cómo montó este disco?
Después de acabar la gira con los Marea me junté, como siempre, en el Kutxitril, con mi primo Juanito Lorente (Bocanada) y con otro colega, Pete Marco (Pasternak), y empezamos a tocar versiones, yo empecé a montar canciones… Un día nos invitaron a tocar a un bar, de ese bar fuimos a otro y para cuando me di cuenta había hecho 75 bares. Kolibrí (productor del disco y guitarrista de Marea) me dijo un día que todo eso tenía que grabarlo, y la idea era que saliera después de la gira, es decir, hacer todo al revés, primero la gira y después el disco, pero bueno, al final ha salido así, el disco ya está y todavía quedan algunos conciertos…
Su idea también era sacarlo a la vez que El carretero cosaco, el poemario que nos/se regaló al cumplir los cuarenta años.
Sí, pero yo soy como un niño, veo un hormiguero y me pego con un palo enredando toda una tarde, así que para cuando me di cuenta ya no daba tiempo.
Dice que es un proyecto personal pero no en solitario…
Es un disco mío porque pone mi nombre en la portada pero, de mis discos, es en el que más gente ha participado: además de Juanito y Pete, están los cuatro guitarristas que más me gustan del mundo: Txus Maraví, Kolibrí, Iñaki Uoho y Mai Medina, de los Ciclonautas; y además está el Pirata de Los del Gas, Pedro de La Fuga, Gabri de Motxila 21, con el violín, Luter, Juanjo Ojeta, Alén Ayerdi, Dr. Txo…
¿Por qué una autoedición?
Yo en esto ya he vendimiado, si alguna vez tuve sueños en el mundo de la música ya se han cumplido, y ahora no quería vender de nuevo la moto, entre otras cosas porque ya no tengo moto que vender. Este es el mismo disco con la misma canción de siempre, llevo 25 años haciendo la misma canción, con diferentes trajes, y voy a seguir con ella hasta que me muera. La diferencia es que como lo saco yo no tengo que ir a ningún lado a dar explicaciones, y si va bien, de puta madre, y si va mal también de puta madre.
Pero sí que es un disco más personal, más íntimo que otros…
Bueno, yo no me doy cuenta de eso, Vengo del mercado sí que es una muestra de ADN, que habla de de donde vengo, pero las demás son la de siempre…
En el video de No me beses en la boca, también aparecen imágenes de todas esas referencias musicales, sus ídolos y maestros…
Sí, y me he dado cuenta de que me estoy haciendo viejo, y por eso dice la canción: “En este patio de muertos me toca vivir”. Muchas de las personas que aparecen en las fotos y posters que puse cuando monté el Kutxitril ya no están, se han ido muriendo…
¿Y eso asusta?
A mí no me da miedo la muerte y creo que en realidad a nadie, lo que les da miedo es saber cómo va a ser, a fin de cuentas si todos supiéramos que vamos a palmarla durmiendo el mundo giraría de otra manera. Pero no creo que la muerte sea algo aterrador. Se supone que yo que soy ateo debería tenerle más pánico, porque tengo la firme convicción de que no hay nada más, sin embargo los católicos que creen que hay un edén son los que más miedo le tienen, cuando se supone que les espera una vida eterna. En ese sentido nunca he entendido muy bien a la gente religiosa… Yo hablo mucho de la muerte en mis poemas y canciones.
Portada de Mikel Poza
La trata con naturalidad…
Sí, porque para mí ya sabes que no hay nada que sea muy trascendental, me hace todo como gracia, me río de todo menos de lo que tiene ni puta gracia. En realidad no hay nada trascendental. ¿Este disco es trascendental? Lo que es una putada es ver cómo malviven algunas personas, pero un disco, un libro ¿le cambian la vida a alguien? Bueno, no sé, a mí algunos discos y libros sí me cambiaron la vida…
Ha escrito en este disco sobre otros temas existenciales, además de la muerte: el dolor, la soledad…
Como se va haciendo viejo uno se va quedando más solo. Los que nos dedicamos a escribir, necesitamos además esa soledad, y a mí cada vez me gusta más escribir y cada vez me aterra más estar solo, lo cual es un putadón. Yo si pudiera tener dos oficios y elegir, elegiría el otro, uno que fuera más acompañado.
En otra canción escribe “Para el dolor dejé abierta la espita/y ni siquiera así lo adormecí”.
Sí, porque la peña que escribimos somos muy masocas, cuando hay alguna cicatriz sacas la navaja y vuelves a abrir la herida. Eso y que me estoy haciendo mayor y cuando te haces mayor empiezas a mirar para atrás, que es algo que tengo que dejar de hacer, porque mirar hacia atrás lo único que te da es tortícolis.
Pero también hay quien dice que la patria de cada uno es su infancia.
En mi caso es así porque me niego a crecer mentalmente, mi calvicie incipiente y mi degradación física me van diciendo que no, pero yo me niego a ser un adulto, alguien maduro. Nunca me ha gustado esa palabra, madurez, cuando alguien dice “es un trabajo muy maduro”, ¡cuidado!, porque entre madurarse y pudrirse hay una línea muy fina.
En definitiva, usted es como un niño grande, un niño de cuarenta años
Sí, y a veces es un poco triste, porque soy un señor ya con una edad, y ahora aún, con cuarenta, vale, pero dentro de nada, cuando mi hijo sea adolescente y le pregunten qué hace su padre y él diga “Mi padre canta en un grupo de rock” será como ridículo.
¿Cómo lleva su hijo tener por padre a Kutxi?
Mi hijo de momento lo ve con naturalidad, porque es un niño, sí es consciente de que soy distinto, de hecho me llama Kutxi y no aita o papá, porque para él los papás son otra cosa. Yo siempre he sido un marciano, siempre he estado fuera de lugar, cuando estoy haciendo la compra, o con otros padres, o en cualquier situación cotidiana, me parece que no tenía que estar allí, o con tu hijo, por mucho que lo ames. Tener hijos no es incompatible con la música, lo que es incompatible es ser padre. Ser padre o madre es incompatible con todo, se compatibiliza porque no queda otra, pero no haces nada a derecho.
Volviendo al disco, en él también hay muchos elementos surrealistas, como Corazón equino, la canción sobre la cabeza de un caballo de la que usted se enamora.
Lo del caballo se me ocurrió viendo la película de El Padrino, cuando aparece una cabeza de caballo en la cama, me pregunté qué haría si me levantara una mañana y me encontrara ahí una cabeza de caballo. Yo escribo para saber lo que pienso, no tengo una idea formada de nada, si escribo sobre algo sé lo que pienso sobre ello, y a veces me doy miedo. El día que pongan la policía mental para detenerte por lo que piensas, que va a ser mañana, a mi va a ser al primero que se lleven… Bueno, ya te detienen por lo que piensas, pero tienes que decirlo. Pero yo creo que policía mental ya se está formando y el día que empiecen entrarán en mi cabeza, que tengo ahí de guardián a Tim Burton, y me llevarán al talego, estoy seguro. Estoy convencido de que eso lo voy a ver. Y esa es una de las cosas que no tienen ni puta gracia.
La de El año del conejo también es bastante surrealista
Tengo un vecino chino que me dijo que yo nací en el año del conejo, en el 75, y como no tengo Facebook, porque no tengo tanto mundo interior para mostrar, pues hice la canción. Si hubiera tenido Facebook me habría hecho una foto con mi vecino chino, se la habría enseñado a mis 75.000 amigos y ya está. El año del conejo me pareció un buen título para una canción, de hecho iba a ser la que diera nombre al disco, pero ya había un libro con ese título. En la canción me imagino que, como soy un conejo, hacen un calderete conmigo. En el fondo mis canciones son ideas infantiles, de ese niño de cuarenta años, pero luego les doy forma poética y así parecen algo.
No tiene Facebook pero hay muchísima gente que le sigue.
Me da miedo que cualquier ser humano me coja de modelo para nada. Por ejemplo, me dan mucha pena los grupos tributo a Marea, sobre todo por sus madres, cuando les pregunten a qué se dedican sus hijos y ellas, con todo lo que han sufrido, tengan que decir que se disfrazan de un señor con barbas, se pintan unos tatuajes y van por ahí imitándome. Si lo mío es triste, imagínate eso.
Rubio de bote. Publicado en el magazine ON (Diarios del Grupo Noticias), 25/3/2016
Este año el invierno estaba de veraneo y regresó cuando ya nadie lo esperaba, sacudiéndose con ímpetu juvenil los restos de la última fiesta de la espuma, que se convertían al entrar en contacto con el aire súbitamente adiciembrado de marzo en copos de nieve lentos, gordos y abatidos, descendidos del cielo como palomas de la paz con un ala rota.
Una mañana, por ejemplo, nos levantamos y, contra todo pronóstico (metereológico) y desafiando a la aburrida infalibilidad de AEMET, había caído una nevada imprevista, como las de antes de ahorcar al hombre del tiempo.
Y tanta espontaneidad nos pilló a todos desprevenidos, incapaces de reaccionar, de improvisar, de usar el transporte público o las katiuskas, en lugar de las ruedas de invierno.
Desde la ventana de casa se veía en la rotonda de salida a la autovía un atasco descomunal, que podría haber sido cortaziano, de no ser por aquel tonto del haba y su bocina. Si en su cuento La autopista del sur Julio Cortázar imaginaba a conductores que se ofrecían sándwich de jamón y vasos de granadina y se enamoraban y morían con naturalidad en mitad de un embotellamiento canicular y parisino, en el nuestro (que podría haber sido la cara B de aquel cuento y titularse La autovía del Norte), los conductores disfrutaban en calma de la coartada perfecta de la nevada para, por un día, llegar tarde al trabajo, y lo único que se escuchaba era la música tranquila de sus radios o las risas de los niños y sus guerras de bolas o el crujido un poco denteroso y a la vez adictivo de la nieve recién hollada por los felices transeúntes…
Todo eso hasta que llegó aquel tonto del haba y su bocina. ¿Qué pretendía? ¿Tenía más prisa, se sentía más importante que el resto de los conductores? ¿Creía que estos tenían sus coches detenidos para contemplar alelados cómo caía la nieve? ¿Cómo sonaría una bocina cuando te la metían por el culo?
La expresión tonto del haba, y su apócope tontolaba, tiene su origen en una tradición navideña de la soldadesca de los tercios de Flandes, que escondía un haba en un bizcocho, de tal suerte que al que le tocaba en su ración durante unas horas podía mandar y sobre todo desmandar en los demás. Eso luego evolucionó hasta el roscón de reyes, por una parte, y por otra hasta elegir delegado en el instituto al más lerdo de la clase. Hoy, además, el original tonto del haba es el previsible tonto de la bocina. Y su claxon el reclamo que despierta el instinto gregario y propenso a la bulla de la especie humana carpetovetónica. Y así, en menos de un minuto, lo que podía haber sido un atasco modélico, civilizado, noruego, se convirtió en un guirigay de pitos, insultos escupidos por la ventanilla y disparos a las alas sanas de las palomas de la paz.
La bocina como paradigma del mundo en que vivimos, en el que meter ruido parece ser la única solución para todos los atascos. El ruido mediático de las noticias, que anestesian por saturación; el ruido de los likes en las redes sociales, que calman nuestras conciencias o nuestra ira; el ruido de la política-espectáculo, con su información invasiva y excesiva, copándolo todo, sobreponiéndose a los auténticos problemas y dramas de la gente común…
Hemos decidido seguir a los hombres-bocina, en lugar de gobernarnos a nosotros mismos, de intercambiarnos mantas y cargadores de móviles en los embotellamientos. Hemos dejado nuestros destinos en manos de los líderes mesiánicos y narcisos de la vieja nueva política y en su ruido. Todo ello mientras la fila apenas avanza y la nieve sigue cayendo, como un maná que se deshace cuando intentamos atraparlo con las manos.