“Todos somos, en última instancia, inmigrantes”
Javier de Isusi. Dibujante
En ASYLUM, el dibujante bilbotarra hace un ejercicio de memoria colectiva cruzando historias de personas que buscan hoy refugio en Euskal Herria, a causa de su condición sexual, el feminicidio, la trata de blancas, los conflictos bélicos… y de vascos que tuvieron que exiliarse durante la guerra civil. Todas ellas tienen algo en común: lo que más echan a menudo durante su exilio es un abrazo.
Patxi Irurzun.
Asylum fue inicialmente un encargo para Javier de Isusi (autor entre otros comics de He visto ballenas o la serie Los viajes de Juan Sin Tierra ) de CEAR-Euskadi, enmarcado dentro de su proyecto Memorias Compartidas. Tras agotar la primera tirada, Astiberri retoma el proyecto con una nueva edición que mantiene el espíritu del libro (los beneficios van a parar a CEAR, la Comisión española de ayuda al refugiado). Un libro que, con el estilo y el tono siempre atinados del autor bilbaíno, afincado desde hace años en Extremadura, nos alerta sobre la fragilidad de la memoria y nos recuerda que los exiliados con los que hoy convivimos podemos ser mañana o lo fuimos ayer nosotros mismos.
Quizás una de las cosas que llama más la atención en el comic es que en situaciones de exilio o migración lo que más se echa en falta en ocasiones no es lo material, sino lo emocional, el afecto, los abrazos…
Bueno… A mí no me resulta tan llamativo. Lo material es básico para tener un mínimo de dignidad, evidentemente, pero es lo otro, la acogida, el afecto, en definitiva el ser reconocidos como personas lo que nos hace sentirnos integrados en el lugar en el que vivimos. Yo soy un emigrante también, llevo once años viviendo muy lejos de mi tierra natal y si sigo ahí es precisamente por eso, porque me siento bien acogido y tengo un buen círculo de amistades que cuidan lo afectivo.
¿A qué cree que se debe esa falta de empatía emocional con la que a menudo nos enfrentamos a estas historias, a pesar de que ser las historias de nuestros vecinos, de gente con quien convivimos?
Precisamente a que no convivimos con esas personas. Puede que sean nuestros vecinos de escalera pero, ¿qué sabemos de su vida, de sus problemas, de sus aspiraciones? Mucha gente está dispuesta a creerse cualquier bulo, como que a los inmigrantes se les regalan casas (en serio, no paro de oírlo), pero no está dispuesta a escucharles. Si fuéramos capaces de sentarnos a escuchar los relatos de muchos de ellos de por qué se fueron de su hogar, cómo fue su travesía para llegar aquí… A lo mejor esa empatía saldría sola.
Y lo que es peor, a menudo son nuestras propias historias, las de nuestros abuelos, que hemos olvidado muy pronto.
Eso me impresiona mucho. Todos somos en última instancia inmigrantes, ¡aunque tengamos los ocho apellidos vascos! No tenemos más que remontarnos más atrás en el tiempo hasta que demos con ese antepasado que vino de otras tierras. Pero es que encima, el pueblo vasco, y aún más el español, ha sufrido el exilio antesdeayer. Y bien que hablamos entonces de lo mal que nos trataron aquellos, o, al contrario, de lo bien que nos trataron los otros… Y ahora, ¿qué papel del relato que narren los refugiados que vienen a nuestra tierra queremos ocupar?
En Asylum es precisamente la persona que quizás podría tener la memoria más frágil, Marina, quien se ocupa de mantenerla y transmitirla. ¿Por qué?
Las abuelas y los abuelos siempre han tenido ese papel de guardianes de la memoria, es una lástima que hoy en día en nuestra sociedad ni siquiera se les conceda ese rol. Ahí me venía como anillo al dedo la paradoja que se establece con la palabra asilo, que significa “lugar de acogida a alguien que sufre persecución” y también tiene el sentido peyorativo del lugar a donde llevamos a nuestros mayores cuando no podemos (o atrevámoslo a decirlo: no queremos) tenerlos en casa.
Y, sin embargo, las historias de nuestros abuelos son nuestras historias. Llevamos sus historias en nuestros genes, forman parte de nuestras vidas, de nuestras emociones, de nuestras carencias, de nuestras necesidades. Y conocerlas nos ayuda como personas, conocer nuestro pasado es vital para entender nuestro presente. Y eso vale para lo personal, pero igualmente vale para el colectivo, para el pueblo.
Desde un punto de vista técnico, ¿cómo ha abordado la historia?
En este libro he seguido explorando la técnica de acuarela que ya usé en mis anteriores libros, Ometepe y He visto ballenas. Aquí, para cada historia he usado sólo dos colores, uno frío (gris) y otro cálido en una gradación que iba del amarillo al rojo pasando por el naranja, ocre y siena. Cuando todas las historias se juntan uso todos esos tonos y el resultado, al mezclarse todos ellos, parece una policromía total. La metáfora cromática del libro es precisamente esa, que sólo cuando juntamos todas las historias vemos la vida con todos sus colores.
¿Qué le gustaría que lograra transmitir Asylum? ¿Cree que el comic es capaz de humanizar un poco estas situaciones, de despertar esa empatía emocional que a veces nos falta con los exiliados?
El objetivo del libro es recordarnos que la memoria del exilio es una memoria compartida por todos los pueblos y que las vivencias que les están tocando vivir a muchas personas ahora son, a nivel interno, exactamente las mismas que nos tocaron vivir a nosotros anteayer… Quién sabe si nos tocarán mañana. Marina dice en un momento al final del libro que los años más felices de su vida los pasó en Venezuela… ¡En el exilio! Es una frase real de la amatxi en quien más me basé para hacer el personaje de Marina. ¿Podrá alguna de las personas que llegan ahora refugiadas a Euskal Herria decir eso alguna vez, que sus años más felices los pasaron aquí? Es una pregunta que me gustaría que se suscitara en quien lea el cómic.
Para los pasados carnavales de Sarriguren, me pidieron escribir un cuento y salió este «Los días cabeza abajo», que se ha editado con la ayuda de diferentes colectivos del pueblo y la colaboración del Ayuntamiento del Valle de Egües. Maider Sukunza lo tradujo al euskara y la portada e ilustraciones son de David Satrústegi. Aquí abajo se puede ver parte de la presentación (la explicación de los diferentes personajes del cuento y mi intervención)
Cuento publicado en «Rubio de bote», ON, magazine de diarios Grupo Noticias (25/02/2017)
Solía coincidir con mi vecino en el autobús todas las mañanas y unos días llevaba peluca y otros no. Él, quiero decir, yo tengo un pelazo impresionante, pero también es cierto que en aquella época algunos días me ponía unos pantalones de lo más recatados y otros iba con minifalda. Nos saludábamos formalmente, por pura cortesía y con cierto alivio, porque allí ni siquiera teníamos que hablar del tiempo, como en el ascensor, bastaba con un leve cabeceo y un yepa desganado, y luego cada uno a lo suyo, yo a leer mi novela y él a buscar sitio en los asientos de atrás.
A mí me gusta leer, pero llevar un libro siempre conmigo también era una señal de aviso al resto de los pasajeros: “Dejadme en paz, podéis sentaros a mi lado pero no voy a hablar con vosotros”. Es como —hablando de ascensores— esa canción de Cabezafuego que dice: “No me hables en el ascensor, ¿no ves que me escondo tras gafas de sol?”.
Lo del libro, de todos modos, ya no sirve, la gente se siente igual de sola pero ya no necesita charlar con desconocidos, tienen sus móviles y con ellos pueden llamar a otras personas solas que viajan en otros autobuses en otras partes de la ciudad o de otras ciudades. Así que hay que tragarse igualmente sus estúpidas conversaciones y dejar de leer. Antes, al menos, cuando me desconcentraba o el libro no conseguía engancharme, me entretenía imaginando las vidas de todas aquellas personas con las que compartía cada día media hora de la mía, pero de las que no sabía absolutamente nada. Y sus vidas, desde luego, eran mucho más emocionantes que las que cuentan ahora por el móvil a sus madres o amigos.
Por suerte, me quedaba mi vecino. “Igual trabaja en dos sitios en días alternos y en uno de ellos a sus jefes no les gustan los calvos”, me hacía mis películas al verlo subir.
Una mañana en la que el autobús iba más llenó de lo habitual, mi vecino tuvo que sentarse a mi lado. Y así, a lo tonto, comenzamos a hablar. Al día siguiente, volvió a pasar lo mismo. Y al otro. No recuerdo muy bien de qué hablábamos, me daba lo mismo. Creo en realidad que solo lo hacíamos para que quedara claro que éramos los dos versos sueltos de aquel autobús. Lo que sí recuerdo es por qué dejamos de hablar. Un día, él me trajo una cinta de casete grabada y me dijo que tocaba el clarinete. Quería que la oyera. Maldito el momento en que lo hice. Tuve que poner la cinta en el coche, porque en casa no me quedaba ningún reproductor. Al principio pensé que se había averiado algo o que había algún gato atrapado en el motor. Luego me di cuenta de que no, de que era la música. Después pensé que tal vez se trataba de jazz de vanguardia o experimental. Y, por fin, comprendí que simplemente mi vecino desafinaba horrorosamente.
Durante toda la semana siguiente cogí el autobús anterior al mío. Cuando mi vecino me preguntara qué me había parecido la música no me veía capaz de mentirle. Temía además que se me saltara la risa al recordar todos aquellos maullidos de su clarinete. Tampoco sabía cómo devolverle la cinta. Finalmente, la dejé en su buzón. La siguiente vez que coincidimos en el autobús, mi vecino pasó a mi lado, nos saludamos con un leve cabeceo y un yepa desganado, y él se sentó al fondo. Al día siguiente volvió a pasar lo mismo. Y al otro.
Mi vecino, por lo demás, continuó poniéndose peluca unos días sí y otros no. Pero para mí ya no tenía ningún misterio, ningún morbo. Él, por su parte, supongo que seguirá preguntándose a dónde iba en minifalda algunos días un señor con bigote y con este pelazo tan impresionante que Dios me ha dado.
Publicado en «Rubio de bote», ON, magazine de diarios Grupo Noticias (25/02/2017)
“El pensamiento único, ya sea político o cultural, teme al humor”
Mauro Entrialgo. Dibujante
El Oscar Wilde del comic, como define al dibujante gasteiztarra Mery Cuesta en el magnífico prólogo de “Angel Sefija en camisa de once varas”, acaba de publicar en Astiberri la undécima recopilación de las historietas de su carismático personaje, Ángel Sefija, agudo e hilarante observador de la realidad que señala allá donde todos miramos pero no vemos.
Las historietas sin pelos en la lengua de Ángel Sefija llevan publicándose en El Jueves desde el año 2000, sin hacer pellas ni una sola semana. A través de este barbudo e involuntario moralista, Mauro Entrialgo reflexiona sobre algunos de nuestros usos y costumbres más ridículos, que el avance de las redes sociales y las nuevas tecnologías, el auge de expertos en todo o de lo políticamente correcto nos impiden a veces percibir. Y lo hace de la manera más efectiva, contundente y honesta: a través del humor. Un libro, en definitiva, —esto lo lleva puesto el propio libro en la solapa, no lo decimos nosotros; bueno, también— para partirse el ojete.
Esta es la undécima recopilación de Ángel Sefija, así que lee habrán preguntado ya de todo sobre él ¿Qué diría Ángel sobre las entrevistas sobre Ángel Sefija?
Es cierto que me suelen repetir bastante las preguntas en las entrevistas. Sobre todo, en prensa generalista. Una temporada tuve en proyecto gamberril un poco a lo Sefija que consistía en colgar en mi web un apartado secreto con una página con una respuesta para cada pregunta habitual. Es decir, respuestas a “¿Qué influencias tienes?”, “¿Cuándo empezaste a dibujar?”, “¿Se puede vivir de dibujar cómics?”, etc. Cada una con su propio URL. La idea es que cuando un periodista o alguien de un fanzine me mandara preguntas podría responderle solo con enlaces a esas páginas. Abandoné la idea a medio hacer porque en la práctica la broma quedaba como algo superborde y alguien que te envía preguntas, aunque sean las de siempre, es alguien que se interesa por lo que haces y merece un respeto.
En este caso, además, en el prólogo de Mery Cuesta está ya casi todo dicho. ¿Qué piensa cuándo escribe de ti que eres el Oscar Wilde del tebeo?
Pues me da una vergüenza de grandes dimensiones. Siempre pido a las personas que me prologan los libros que hablen poco de mí y cuenten lo que les sugiera, recuerde o provoquen las historietas que reúna el tomo en cuestión, pero luego ellas hacen lo que quieren. A Mery le pedí el prólogo porque me gusta en general todo lo que hace, pero en concreto, disfruté mucho con las consideraciones de su ensayo La rue del percebe de la cultura y me interesaba su opinión. Luego me escribió esa sarta de hipérboles agudas y me pareció estupendo, pero me dio un poco apuro, para qué nos vamos a engañar.
¿Cree que llegará un momento en que le falten argumentos para su personaje o el surrealismo, lo absurdo, son fuentes inagotables?
Al menos en Sefija tiro poco de lo onírico. La realidad es la que, a pesar de su condición de cíclica, es fuente inagotable. Y la tendencia a que los medios miren las cosas desde muy poquitos puntos de vista ofrece muchísimas posiciones vacantes al francotirador humorista.
-¿Ángel Sefija es un agudo observador de la realidad y de lo cotidiano o alguien que no tiene filtros para decir lo que todos pensamos pero no nos atrevemos a decir?
El humor es una forma de contar que tiene su técnica y mecanismos. Una vez controlados estos, se trata un poco de fijarse, sí, pero sobre todo de recordar muchas pequeñas reflexiones del día a día que la inmensa mayoría de las personas también elaboran ante su colisión con la realidad, pero que luego suelen olvidar. Yo intento recordar la mayor parte de las que me vienen a la cabeza, les doy forma humorística y formato de Sefija y las publico. No tiene más misterio la cosa.
-Uno de los aspectos a los que presta más atención últimamente es a las nuevas tecnologías y los usos que hacemos de ellas, su influencia en nuestras vidas familiares, sociales…
Las redes sociales son los nuevos bares. Y ya sabemos que los bares animan la vida, pero también tienen sus riesgos y pueden complicártela mucho. Los de mi misma generación y sector espaciotemporal no concebimos la existencia sin los bares. Mi propia carrerica de humorista gráfico no habría existido sin bares. Sin embargo, hoy en día, supongo, que un chaval que empiece puede profesionalizarse comunicándose con los demás en las redes sin necesidad de bares.
También abundan los chistes sobre o contra los expertos en todo, tertulianos, críticos de arte… ¿El humor es una buena manera de enfrentarse a todo eso?
El pensamiento único, ya sea político o cultural, teme al humor mucho. Y eso se evidencia cada vez que sus cabecillas intentan manipular las leyes y la justicia para perseguir al humorista disidente de forma desproporcionada y rabiosa. El humor muestra de manera eficaz y contundente otras formas de ver las cosas, desactiva las consignas, revela la estupidez, señala al sinvergüenza, ridiculiza al vendemotos e introduce debate donde nos querían colar verdad única.
Y también están los eufemismos de lo políticamente correcto, los youtubers, el aire acondicionado, la corrupción política… ¿A veces hay que reírse por no llorar?
O hacer las dos cosas al mismo tiempo, que es un poco la esencia de mis historietas de Sefija. Alguna persona ha habido que me ha confesado que le incomodan porque le dejan un regusto chungo. No lo dudo, a cualquier lector con un poco de sensibilidad debería dejárselo.
-Por último, tal y como plantea Mery Cuesta en el prólogo. ¿Es Ángel Sefija un moralista?
Me temo que sí, Mery tiene toda la razón. Nunca fue mi intención que lo fuera. Pero, aunque no proponga un modelo concreto de comportamiento, es cierto que señala. Y señalar, casi siempre, es un acto moral.
Sábado, 4 de febrero: Este mañana al levantarme, Gainsbourg, mi conejo enano belier, de repente se ha puesto a hablar y me ha pedido que le ponga en el bebedero un chupito de licor de hierbas y que baje al estanco a por Gitanes. Yo le he hecho caso, y después él se ha pegado todo el día fumando y cantando el Gernikako arbola por soleares y al acostarme me ha dicho que me quiero mucho pero en francés, Je t’ aime, y con una voz de carretero que me ha dado un poco de grima.
Domingo, 5 de febrero. Me he pasado toda la noche dándole vueltas a lo del conejo. Es la primera vez que me habla, pero eso no me ha extrañado mucho. Después de todo, el presidente del gobierno es ahora el hombre del tiempo, las compañías eléctricas las dirigen exdirectores de la Guardia Civil, Belén Esteban vende más libros que Vargas Llosa y Vargas Llosa sale en las revistas de cotilleos más que Belén Esteban, así que ¿por qué un conejo no va a ser políglota? No, lo que me ha parecido raro es que Gainsbourg me echara los tejos. Yo creo que es que me ha confundido con otro conejo, porque para no poner la calefacción ni tener que vender el riñón que me queda (el otro lo utilicé para la factura de la luz) por casa llevo puesta una bata gorda de felpa gris.
Martes, 7 de febrero. Hoy Gainsbourg me ha dicho que quiere ser youtuber. Me ha dado un disgusto terrible. A mí me gustaría que fuera poeta, o rockero y que Marino Goñi le grabara un disco. “Además, ¿qué te crees que no lo he intentado yo, que no te he grabado ya y lo he subido al Facebook? Pues nada, tres tristes megustas”, he intentado desilusionarlo. Pero él erre que erre, así que al final le he dejado el móvil y se ha ido a la calle a llamar caranchoa a los que pasaban.
Miércoles, 8 de febrero. Gainsbourg la ha liado parda. Ayer, después de salir de casa, entró en la tienda de chuches, se compró una bolsa de conguitos, se la zampó entera, se cagó dentro de ella y después fue invitando a todos los niños con los que se encontraba. Todo eso, por supuesto, lo grabó y lo subió a youtube. Hoy tenía cuatro millones de visitas y ahora aquí estamos los dos, sentados junto a la puerta de casa bebiendo chupitos de licor de hierbas y esperando a que venga la policía.
Jueves, 9 de febrero: Han llegado de madrugada, han echado la puerta abajo y se han llevado a a Gainsbourg esposado. Gainsbourg estaba borracho y se ha ido cantando “Bugs Bonnie & Clyde”, tan feliz, pero yo me he quedado muy preocupado, porque no se lo llevaban por lo del video sino por un delito de odio y apología del terrorismo. He corrido a revisar sus tuits y no he encontrado ningún chiste sobre Carrero Blanco ni nada. No sé qué ha podido hacer o decir, el caso es que ahora está en Madrid, en la Audiencia Nacional.
Sábado, 11 de febrero. Por fin me han dejado ver a mi conejito. Pobrecito, estaba todo despeluchado y con los ojos llenos de legañas. Le he preguntado de qué le acusan y me ha dicho que de desearle la muerte a Donald Trump y a Franco. “¡Pero si Franco ya está muerto!”, he dicho yo, y él ha contestado: “Eso es lo que tú te piensas”. Luego le he preguntado a ver dónde ha puesto eso y él me ha dicho que no lo ha puesto en ningún lado, que solo lo ha deseado, y yo que a ver entonces cómo se han enterado y él que hay métodos muy efectivos. Me he quedado muy triste. A Gainsbourg se le veía deprimido y desmejorado. Mañana lo trasladan a Alcalá Meco. Podré venir a visitarle la semana que viene. “Tráeme Gitanes”, me ha pedido al despedirnos
Patxi Irurzun
Publicado en Rubio de bote, magazine ON (diarios de Grupo Noticias, 10/02/2017)