“JUSTO” ACUMULA TODO EL CABREO DEL MUNDO Y NO TIENE NADA QUE PERDER
Carlos Bassas, escritor
El escritor barcelonés Carlos Bassas, afincado en Iruñea desde hace años, regresa a su ciudad natal con Justo, una novela con un protagonista homónimo, que narra en primera persona, con un estilo afilado —sus frases son como cuchilladas sobre el papel—, la historia de un asesino de la tercera edad en la que el lector decide si la trama es real o la alucinación de una mente desordenada y justiciera.
Justo, publicada por Alrevés, al igual que algunas de las anteriores novelas del autor, pertenecientes a la serie de su investigador Herodoto Corominas, aparece a la vez que Bassas deja la dirección de Pamplona Negra, del que ha sido creador y director durante años. Tanto lo uno como lo otro, sus novelas y su trabajo al frente del festival literario, lo han convertido en uno de los “kíes” del género negro en el estado, pero con su nueva obra decide salirse del camino seguro y arriesgar, buscar una voz y una manera de mirar propias, un personaje heterodoxo dentro del género, y una historia que es a la vez guía de una Barcelona cuya memoria se está perdiendo.
¿Cómo surgió Justo?
Todo empieza en una conversación con otro escritor, Alexis Ravelo, durante uno de los festivales de Barcelona Negra, en la que él comentó que escribir una serie de novelas con un personaje, un detective o un policía, está muy bien, pero es lo fácil, y si te quieres probar como escritor tienes que salir de tu zona de confort y romper con el camino cómodo, probar otras cosas. Eso me picó, y decidí ponerme a prueba a mí mismo. A mí había un personaje secundario de una película, Magic girl, que había visto hacía tiempo y que me gustaba, y el cual me hizo plantearme por qué no un personaje de novela negra de la tercera edad, un hombre de 75 años que acumula todo el cabreo del mundo y que está en ese punto en que no tiene nada que perder. Con eso y la leyenda judía de los 36 justos empecé a darle forma a un personaje que tenía algo de justiciero y de loco, y al que el lector, puesto que está escrito en primera persona —algo que tampoco había hecho nunca— puede optar por creer o no lo que cuenta, decidir si es real o no. Así surgió Justo.
¿Esa elección de la primer persona y el tono de la misma fue algo que lo determinó la personalidad de Justo o era algo premeditado?
Tenía la idea de que al personaje le iba ese estilo desordenado, con una mezcla entre cabreo y nostalgia, pues es alguien que vive en una ciudad que se está desintegrando. Normalmente suelo planificar bastante las tramas, pero esta novela empecé a escribirla sin saber realmente a dónde iba, aunque tenía unas líneas maestras en la cabeza. A mí lo que me preocupaba era ser capaz de mantener la misma voz del personaje, el mismo tono al principio y al final y por eso escribí escenas del final de la novela a la vez que las del principio. Y después pensé que ya uniría ambas, que ya recorrería ese camino desordenado. El desorden también me interesaba con un personaje como Justo, un anciano, en el que a veces se mezcla el presente con la memoria, recuerda cosas…
La novela también le ha servido como hallazgo, para encontrar un estilo propio
Sí, ya con la anterior, Mal trago, empecé a perder el miedo a tener una voz o un estilo propio muy marcado. Al principio uno tiene la sensación o quiere escribir de manera que te lea más gente, o que puedas llegar a más lectores o que sea más cómodo para ellos, pero eso te lleva a un gris uniformador, a parecerte mucho a otros, y en literatura lo bueno es que alguien abra un libro tuyo, lea tres párrafos y te reconozca inmediatamente por tu forma de escribir pero sobre todo por tu forma de mirar el mundo. Y yo con Justo quería eso. Justo evidentemente es un personaje de ficción pero también tiene mucho de la manera en que yo miro el mundo.
La novela es también una guía de una Barcelona que se ha perdido
Hay una parte de homenaje a mi ciudad, a la que yo dejé siendo joven, es decir a la Barcelona de los 80, la que reflejaron los que son algunos referentes míos como Vázquez Montalbán, González Ledesma o Andreu Martín. Esa Barcelona se sigue manteniendo a duras penas viva en algunos barrios y mientras siga viva determinada gente. Cuando esa generación desaparezca morirá, no desde un punto de vista de memoria histórica, porque las fotos, las crónicas, están ahí pero morirá en la memoria de la gente, ya solo permanecerá en los libros, y eso, y es una de las críticas que hago en Justo, no es tanto culpa del turismo masivo que ha invadido la ciudad, sino de una forma de pensar de los propios barceloneses, que creían que esa Barcelona era paleta y provinciana y que los Juegos Olímpicos nos lanzaron a la modernidad y a convertir Barcelona en una ciudad pija, en una marca, que reniega de su pasado, que es verdad que cierto modo es un pasado muy feo, porque Barcelona era una ciudad fea, que vivía de espaldas al mar, pero que desde el punto de vista afectivo era muy bonita, con mucha vida en los barrios, y sentimentalmente más acogedora. Es la primera vez que ambiento algo allí, quizás porque he llegado a una edad en la que ya no me sonroja mirar hacia atrás con cierta nostalgia.
Justo es un justiciero, alguien que además se cree un elegido, lo cual lo convierte en alguien peligroso
Ese un tema que me interesa y está presente en otras de mis novelas, me refiero a estos tres conceptos: ley, justicia y venganza. Vivimos en una sociedad que se rige por unas normas, las leyes, que emanan de un poder político que tiene ideología, lo cual hace que muchas veces no sean justas, o no sean justas para quien tiene otra ideología. Hay una serie de normas en las que todos coincidimos, relacionadas con homicidios o asesinatos, pero fíjate la polémica ahora mismo con la prisión permanente revisable. Justo representa en cierto modo ese concepto de justicia popular, muy bíblica. Yo pensaba en cómo podía representar eso y recurrí a la leyenda judía de los 36 justos, los cuales no tienen por qué ser buenos, sino fríos o incluso vengativos. Y todo eso forma un poco la personalidad de Justo, junto con algunas otras historias, relacionadas con su madre, que componen un personaje que finalmente no se acaba por saber si está loco o no, y que a la vez es ese justiciero que todo ser humano lleva dentro.
Con Justo rompe su serie de Herodoto Corominas. ¿La recuperará, habrá por el contario más novelas de Justo?
Tengo dudas, porque por un lado me tira, pero por otro lado creo que es una novela bastante redonda. No sé, si acaso hay otra novela de Justo, antes habrá otra de otro tipo por medio. En cuanto a la otra serie, habrá al menos una más, que ya estoy escribiendo.
Publicado en Rubio de bote, magazine ON (diarios de grupo Noticias) 30/03/2018
Un mes antes de que Nirvana publicara Nevermind, de que yo ni siquiera supiera que ese grupo existía ni qué era el grunge, me compré por fin la camisa de leñador. Aquella camisa de leñador fucsia. Solía verla cada vez que pasaba por delante de Ortega, una tienda en la Calle Mayor de Pamplona en la que vendían ropa de trabajo. Me preguntaba quién llevaría aquellas camisas. Quizás alguna brigada nocturna de tala, en los arcenes de una autopista de montaña. Me daba lo mismo. A mí me encantaba. Pero me daba vergüenza entrar a pedirla, primero, y una vez que la compré, salir con ella a la calle. Todo me daba vergüenza y miedo en aquella época: las chicas, el trabajo, el paro, la policía, la gente, el teléfono, las drogas, yo mismo… A veces me pasaba semanas enteras sin salir de casa, encerrado en mi habitación, escribiendo y oyendo discos, con el pelo sucio y aquella camisa de leñador que ni siquiera me quitaba para dormir. La camisa era mi armadura. Con ella puesta podía hacer astillas todos mis problemas, mi timidez, convertir en leña mis complejos y levantar con ella refugios de palabras, cabañas en el bosque, bajo los que me resguardaba de la intemperie de la soledad.
En aquella época, comenzaron a verse los primeros canales de televisión de otros países. En casa solíamos poner la MTV en alemán. Había un presentador con el pelo largo y aros en las orejas que se llamaba Nino y que ponía videos de Aerosmith, Europe, Bon Jovi… Yo salía de vez en cuando de mi habitación para verlos junto a mis hermanas. Ninguno de nosotros entendíamos nada de lo que decían, pero a ellas les gustaba Nino y a mí el AOR. Y el hard rock. Y el punk. El reggae. El heavy metal. El blues… Tenía más de quinientas cintas, la mayoría de ellas grabadas, de grupos como Eskorbuto, Leño, Iron Maiden, Led Zeppelin, Barricada, Gari Moore, Hertzainak, Dire Straits, Bob Marley… Pensaba que lo había escuchado ya todo y que todo estaba inventado. Y de repente un día, Nino puso aquel video: un gimnasio lleno de humo, unas animadoras vestidas de negro, moviendo desganadamente los pompones, un barrendero viejo y rijoso cabeceando al ritmo de la música, aquella música, sobre todo aquella música, como una válvula de escape, la espoleta de una bomba de mano a punto de estallar, un mantra de guitarras sucias, como mi pelo, y atormentadas, como yo… No sé cuantas veces oí ese año aquella canción, aquel disco. Muchas. Como se escuchaban entonces los discos. Aprendiéndolos de memoria. Recitando cada estrofa, cada rasgueo de guitarra como una oración. Nosotros que no creíamos en nada… Recuerdo las navidades de aquel año, cuando Nino hizo un resumen de los mejores discos del año y volvió a poner Smells like teen spirit. Mis hermanas y yo cabeceando en el cuarto de estar. La mente llenándose de niebla y sangre al compás de la canción, del mantra, de la oración de los descreídos… Yo con mi camisa de leñador, talando de cuajo los nudos que crecían en mi estómago muerto de hambre, en mi corazón en piel de gallina, cercenando las ramas podridas, arrancando las raíces, despejando la espesura que me separaba del mundo, al otro lado de la puerta de mi habitación y de casa, degollando los monstruos del miedo y la introversión.
No convertí, sin embargo, a Nirvana, ni al grunge en mi religión… No lloré, ni sentí que mi corazón se abrasaba cuando Kurt Cobain se extinguió como una llama. No me compré todos sus discos. No me masturbé pensando en Courtney Love. Nunca tuve curiosidad por saber en qué se convirtió el niño desnudo nadando detrás del billete. Pero siempre supe, cuando escuché por primera vez aquella canción, que jamás había escuchado nada parecido. Y que era la primera vez que me sucedía algo así. Y, sobre todo, a partir de entonces comencé a salir a la calle, alguna que otra vez, con mi camisa de leñador. Mi armadura. Mi camisa de leñador fucsia.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (con diarios de Grupo Noticias) 24/03/2018
¿Hay algún truchimán en la sala? No, un truchimán no es lo que parece indicar su nombre, no es un tritón u hombre-pez, ni un Pokemon, sino un hombre-lengua, un intérprete al que los conquistadores españoles abandonaban durante algún tiempo con una tribu indígena para que aprendiera su idioma y después les sirviera como intérprete y así poder cambiar mejor espejitos por oro.
En mi caso lo que necesito es algún abducido, alguien con el C1 de alienígena.
No, no, tampoco estoy intentando descifrar el último trabalenguas de M. Rajoy. Lo que pasa es que me han contactado los marcianos. Otra vez. Fue hace unos días, a través de mi blog. Colgué en él una entrevista que hice a la directora de un conocido festival de cine experimental y de vanguardia y en los comentarios alguien escribió lo siguiente:
“Parece ser una traducción entre dimensión de Littlestone y rango-2 de Shelah (y claro, de ahí, estabilidad equivale a pequeña dim. de Littlestone o sea “online learnability”)”.
Y así varias líneas más. Al principio pensé que se trataba de algún error, una broma, el guión de alguna de las películas del festival, un desvarío de un estudiante de álgebra, pero apenas unas horas después alguien contestó: “Gracias, Paco, tienes razón. Lo corrijo”. Con lo cual, aparte de saber que el primer marciano tenía un nombre bastante terrenal, Paco, descubrí que alguien encontraba sentido a aquel galimatías. Y, claro, me acojoné. ¿Quién y por qué estaba utilizando como buzón para sus crípticos mensajes mi humilde bitácora? Igual no eran marcianos, sino hackers sin escrúpulos, o los servicios secretos.
Como digo, no era la primera vez que me contactaban los extraterrestres. Ni el CNI. Hace años —esto ya lo he contado alguna vez— me presenté a una oferta de trabajo en la que, a través de un anuncio del periódico, pedían colaboradores para un estudio sociológico. Me recibieron en un despacho oscuro en lo alto del último piso de un edificio singular, y tras una tensa conversación con un tipo de lo más siniestro, este acabó preguntándome si yo podía infiltrarme en grupos radicales, al tiempo que deslizaba un billete de cincuenta euros por la mesa. Todo eso mientras mi espalda se convertía en el mapa de Groenlandia.
En cuanto a los marcianos lo han intentado varias veces, a través de las facturas de la luz, en la catequesis, en otras ofertas de trabajo, estas piramidales, en un mitin de Ciudadanos… Pero siempre había sido algo más de tú a tú. Esta vez los marcianos me ignoraban, solo me estaban utilizando. Así que, del mismo modo que acostumbro a responder a las despampanantes jóvenes rusas y a las desconsoladas millonarias nigerianas que me envían emails proponiéndome matrimonio o compartir su fortuna (suelo enviarles una foto de Copito de nieve con mi rostro, para ver si su amor es de verdad desinteresado), decidí también terciar en la conversación entre los dos marcianos: “Hola, Paco, y compañía. Siento interrumpir vuestra conversación. Pero puesto que la mantenéis en mi blog y parece algo privado os pediría que o bien habléis en otro lugar o bien me hagáis partícipe de la misma”.
Desde entonces no duermo bien. Miro por la ventana y en cualquier momento me parece que va a aparecer un chorro de luz succionador, un platillo volante, un holograma de Albert Rivera… ¡Malditos marcianos!
GARBIÑE ORTEGA
Directora artística de Punto de Vista
“Nos falta distancia para apreciarlo, pero Punto de vista es un referente internacional”
Este lunes 5 de marzo arranca en Iruñea una edición más del Festival internacional de cine documental de Navarra Punto de Vista. Su nueva directora artística, la gasteiztarra Garbiñe Ortega, afronta tranquila e ilusionada su primera edición al frente de la programación, en la que destacan nombres como José Antonio Sistiaga o la vietnamita Trinh T. Minh-ha
Apenas faltan unas horas para que arranque Punto de Vista y Garbiñe Ortega transmite a la vez una calma y una ilusión envidiables. Ni ella ni su equipo quieren que los nervios les impidan disfrutar del proyecto que durante unos años va a ser el centro de su vida, al menos profesional. Para ello, han sido cuidadosos con el proceso. El resultado es una programación extensa y variada, tejida con palabras como colaboración, colectividad o correspondencias, que pretenden convertirse en señas de identidad de Punto de Vista y sumarse a la modélica trayectoria de un festival que es una referencia internacional del cine documental y que busca ahora abrirse a nuevos públicos y a artistas locales.
Tras la edición anterior de Punto de Vista entrevistábamos a Oskar Alegria, su último director, y nos decía que para él había sido muy emocionante haber llegado a dirigir Punto de Vista desde la butaca, después de haber sido espectador del festival. ¿Usted sigue el mismo recorrido?
Sí, he sido espectadora de Punto de Vista desde los primeros años de Carlos Muguiro y le debo mucho a esa visión, a esa manera de mostrar la obra. Allí conocí además a muchos autores que he programado después. Así que, sí, mi trayectoria ha sido similar: ser espectadora, marcharme fuera, escuchar hablar mucho de Punta de Vista a mis compañeros, volver, y ahora… ¡me ha tocado a mí!
¿Y qué se siente pilotando la nave?
Mucha emoción. Siento que es un festival especial por muchos motivos, por la trayectoria que tiene, por su tamaño… A mí particularmente no me interesan los festivales grandes, aunque creo que tienen muchas cosas atractivas; pero Punto de Vista me parece una joyita para un programador, porque dispones de mucha libertad para plantear ciertas líneas de programación, porque no tienes presiones de ningún tipo… El reto es estar a la altura de esa trayectoria del festival.
Con el festival a punto de comenzar se le ve serena, ilusionada…
Sí, es una sensación extraña, porque hay muchas cosas que hacer, pero a la vez estamos muy contentos no solo con la programación sino también con los procesos, que creo que es algo muy importante trabajar, no solo en este proyecto, sino en todos. El otro día hablábamos en el equipo sobre cómo feminizar los procesos, y también tiene que ver con eso, con no sentir que llegamos agotados y sin poder disfrutar a algo en lo que hemos puesto tanta ilusión.
Supongo que será difícil guardar un equilibrio entre las cosas que en un festival asentado como Punto de Vista funcionan y entre las aportaciones o ideas con las que usted llega
Yo creo que hay que respetar la esencia de todos los proyectos, que es lo que he intentado hacer al armar la programación, impulsando a la vez ciertas cosas que a mí me interesan, como son los públicos infantiles y juveniles, la comunidad de artistas locales… En ese sentido hemos abierto algunas líneas: los talleres que va a haber para centros educativos, sobre cómo construir el punto de vista desde una perspectiva de género; también vamos a tener sesiones familiares; o los laboratorios para la creación colectiva, en los que conviven artistas de fuera con artistas locales para crear algo juntos durante el propio festival.
Otra de las secciones, Dokbizia, pretende crear sinergias entre artistas de diferentes disciplinas. La hibridación, lo interdisciplinar ¿quiere ser también una de las señas de identidad de Punto de Vista?
Sí, es algo en lo que yo he venido trabajando mucho en los últimos años y me interesa mucho, el cruce de disciplinas, porque yo creo que es algo con lo que podemos encontrar nuevos estímulos, nuevas formas de mirar. Creo que todas las artes y círculos son en el fondo pequeños y pueden resultar endogámicos, y una de las formas que tenemos para romper ciertos discursos y líneas de trabajo es conviviendo con artistas que están trabajando con los mismos intereses pero desde sus respectivos lenguajes, y por eso definimos Dokbizia como un encuentro, en el que convivan artistas escénicos, visuales, sonoros, performers durante varios días. Es algo que me hace mucha ilusión.
La colaboración está también muy presente en otras secciones, como los laboratorios de artistas…
Sí, dentro de esas palabras clave que hemos utilizado para articular toda la programación las palabras comunidad, colaboración, colectividad, están muy presentes, desde la apertura de X films a colectivos, en lugar de solo artistas en solitario, a estos trabajos que se van a hacer durante los laboratorios…
Y están también las correspondencias, por ejemplo en el libro que como cada año editan, o en el encuentro entre José Antonio Sistiaga y P. Adams Sitney…
Sí, todas estas palabras transitan por toda la programación, no están solo en apartamentos estancos. Las correspondencias están en el libro que publicamos este año (que se dedica al intercambio de cartas entre cineastas), en los laboratorios, y están también en la sesión sobre el cine pintado a mano, en un encuentro entre la obra dos grandes del cine pictórico, Sistiaga y Stam Brackhage, con la presencia de Sistiaga y de P. Adams Sitney, una de las visitas más esperadas, escritor, historiador, experto en el cine de Brackhage —además de ser su amigo más cercano—, y que además sé que conoció también a Sistiaga en el 68, en Donosti, con lo cual será un reencuentro muy bonito.
En el ciclo dedicado a José Antonio Sistiaga se proyectará su película sobre los Encuentros del 72 en Iruñea. ¿Se puede decir que el espíritu vanguardista de aquellos encuentros llega hasta Punto de Vista, que hay algo que ha permanecido latente en la ciudad?
Los encuentros del 72 me parece todavía algo para estudiar, una locura maravillosa, y me apetecía mucho trasladar o traer al festival algo de lo que fue aquello. Cuando vi la película de Sistiaga pensé que esta podía ser una especie de fin de fiesta para este año. No fue algo premeditado, porque la conexión surgió a posteriori, no estaba en mi cabeza de manera consciente, pero claramente hay un interés común. Y esta película, en concreto, tener a Sistiaga comentando cómo fueron aquellos días, cómo lo vivió y qué era el arte en ese momento, va a ser una experiencia muy bonita, no solo a nivel artístico sino para la ciudad, porque esa película más allá de su valor artístico tiene un valor histórico, ver, por ejemplo, como de repente pasaba John Cage por un jardín lleno de gente tomado el sol, los niños jugando con esculturas… No podemos ser tan ambiciosos como para emular aquellos encuentros, cada proyecto tiene su momento, pero me encantaría que hubiera ese nivel de participación ciudadana, y por eso queremos expandir el festival a otros públicos, otros círculos y que la ciudad se apropie del festival.
En ese sentido, a pesar de que Punto de Vista es un festival asentado en la ciudad, y una referencia internacional dentro del mundo del cine, ¿cree que se lo valora como se merece o que es un desconocido en su propia casa?
Yo creo que hay mucho trabajo por hacer, sobre todo desde el propio festival, para hacerlo accesible el trabajo que mostramos. Es cierto que no es un festival para todos los gustos, que el trabajo que se muestra es a menudo exigente, pero esa es nuestra labor: nuestro trabajo no es solo seleccionar películas que nos gustan o nos parecen interesantes, sino crear el contexto adecuado para que esa obras se vean, se disfruten, tengan mayor alcance… Es una carrera de fondo en la que creo que hay muchas cosas que explorar. Y se tienen que aportar desde las dos partes, desde un lado nuestro trabajo y desde el otro tener una actitud abierta, dispuesta a dejarse sorprender. Por lo demás, siempre nos cuesta valorar lo de casa, por una serie de motivos. Nos falta distancia, por ejemplo, pero —yo lo puedo decir ahora, porque no habla de mi trabajo, sino del de directores anteriores— Punto de vista es un referente internacional, sin duda.
Respecto a la programación, supongo que es difícil, sobre todo para usted, resaltar algo de ella, pero ¿qué le gustaría destacar?
Va a haber varias visitas que yo creo que pueden atraer no solo al público cinéfilo, por ejemplo la vietnamista Trinh T. Minh-ha, cineasta, compositora musical, poeta, profesora de retórica y estudios de género en Berkeley, que tiene un trabajo sobre pensamiento post-colonial muy importante… Es una visita muy esperada, a la que me ya consta que va a venir público, solo por verla a ella. Trinh T. Minh-ha va a mostrar su trabajo, presentar su último libro, dar una conferencia titulada “El intervalo cotidiano de resistencia”… Ya que hablo de resistencia, es otra de las palabras claves de esta edición: hay un ciclo que se titula “Nuevas resistencias post-68”, que no pretende ser algo celebratorio sino crítico, que revise mayo del 68 y sobre todo que nos libere de esa carga histórica, a todos los niveles, político, formal y que plantee una serie de nombre contemporáneos muy comprometidos, que están innovando, como belit sağ , una cineasta turca, Hiwa K, un artista kurdo que vive ahora refugiado en Alemania, nombres que para mí son importantísimos en el panorama internacional y que vienen a demostrar nuevos lenguajes de protesta. Se puede decir, en definitiva, que la programación es extensa y variada.
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Garbiñe Ortega (Gasteiz, 1981) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco, y especializada en cine experimental y de no- ficción. Su trabajo se ha mostrado internacionalmente en distintos festivales de Estados Unidos y Europa. Ha sido programadora de espacios como el Centro Cultural Montehermoso en Vitoria-Gasteiz, directora del proyecto sobre Bruce Baillie (padre de la vanguardia cinematográfica en EEUU) y jurado en festivales como Ann Arbor Film Festival en EEUU o FICUNAM en México. Se ha formado específicamente en el género documental con José Luis Guerín, Antonio Weinrichter o Antoni Muntadas. Produjo el último largometraje del director vasco Luiso Berdejo, “Violet” (2013), y la película de transficción “Casa Roshell (2016), de la cineasta chilena Camila J. Donoso, estrenada en la Berlinale 2017.
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Los acústicos de Punto de Vista
“Ha sido como un deseo pedido al aire que se ha cumplido”, dice Garbiñe Ortega, sobre la presencia de Niño de Elche en los conciertos acústicos que de la mano de Radio 3 complementan la programación de Punto de Vista. “Niño de Elche representa en la música todo lo que queremos traer a este festival en otras disciplinas”, añade. Además de este heterodoxo cantaor (miércoles 7, 20:00h), la cantina de Katakrak acogerá las actuaciones de Doctor Deseo (lunes 5), Las Kasetes (martes 6) y Monte del Oso (jueves 8). No será la única presencia musical, pues Punto de Vista se clausurará con la proyección de una película rodada durante el propio festival, de la mano del colectivo de Los Angeles Echo Park center, en la que colaboran el grupo Musergo y el escritor Harkaitz Cano.
A menudo la pantalla del televisor se cubría de niebla y hormigas y para sacudírselas había que levantarse y pegarle un bofetón en un lado de la caja tonta y entonces volvía a aparecer Naranjito o el inspector Gadget o Afrodita, la novia de Mazinger Z, disparando un tetazo.
—¡Pechos fuera! —decíamos todos que decía, pero en realidad nunca pronunció esa frase y su auténtico grito de guerra era ¡Fuego de pecho!
Una audacia, en todo caso, para la época, en la que un pezón podía mantener pegados a la pantalla a millones de espectadores, como sucedió en la Nochevieja de 1987, cuando la cantante italiana Sabrina Salerno interpretó Boys, boys, boys, y con cada boy la expectación y otras cosas crecían porque la teta estaba cada vez más suelta. Éramos unos cutres y unos muertos de hambre. Mi tío solía tumbarse en el suelo debajo de la tele, cuando echaban patinaje artístico y nos decía que desde allí se les veían las bragas a las chicas, por ejemplo.
Pero nosotros, mis hermanos y yo, ya no le hacíamos caso. Nos daba pereza levantarnos del sofá. Nos daba tanta pereza que teníamos unos pequeños cubos de gomaespuma que tirábamos con fuerza contra el televisor cuando queríamos disipar la niebla. A veces, incluso, si atinábamos la puntería, conseguíamos cambiar de canal. Pero eso pasaba poco, porque solo había dos canales, la primera y el UHF, que casi nadie veía. De hecho, cuando te atragantabas decías: “Se me ha ido por el UHF”.
A mí me gustaban Starsky y Hutch. Starsky más que Hutch. Mi madre me hizo una chaqueta Starsky, que se pusieron de moda. Una chaqueta de lana gorda, como las que llevaba el protagonista, con cinturón y una franja con zetas o rombos en el pecho y en las mangas. Por entonces eran las madres las que nos hacían los jerseys. Jerseys a punto inglés o con ochos. Jerseys que picaban, o que quedaban raros pero no quedaban raros porque todos eran iguales, o sea distintos. Yo no me compré un jersey en una tienda hasta segundo de BUP. Era un jersey precioso, muy jipi, de algodón y de color lila. La chica que me gustaba llevaba uno igual. Yo me ponía rojo cada vez que la veía, y también estaba muy rígido, entre otras cosas porque en aquella época sudaba mucho, sudaba a todas horas, sudaba hasta en invierno, y si me movía los brazos se me veían los corronchos. Aquello con los jerseys de lana no pasaba.
Además de Starsky y Hutch me gustaba Pippi Calzaslargas. Pippi Lansgtrump tenía un mono chiquitico, y un padre pirata y un caballo grande con pintas, que levantaba a pulso. También tenía dos amigos rubios y sositos, que en realidad éramos todos nosotros. Y una casa entera para ella sola. Yo también soñaba con tener una casa entera para mí solo, pero, en lugar de con un jardín para que ramoneara Pequeño Tío (que así era como se llamaba el caballo de Pippi; del nombre del mono no me acuerdo muy bien, tal vez porque no tenía canción, como Amedio), en lugar de con un jardín, decía, con una pista de baloncesto, porque por entonces estaba convencido de que iba a jugar en la NBA y hacerme rico y mis planes eran, además de comprarme una casa para mí solo, regalarle otra al lado a mi madre y pasarle un sueldo mensual vitalicio de quinientas pesetas. Cada vez que se lo decía ella se reía mucho, pero quinientas pesetas para mí eran toda una fortuna. Después, en vez de baloncestista me hice escritor, y claro.
Por lo demás, Sabrina Salerno era bizca, aunque nadie le mirara a los ojos, y el mono de Pippi Lansgtrump se llamaba Señor Nilsson, ahora me acuerdo, bueno lo he mirado en Google, que es lo que vino más tarde, cuando internet mató a la estrella de la tele, mucho tiempo después de las Mama Chico, y el porno si descodificar de Canal Plus y los culebrones venezolanos y de Ramón Trecet diciendo dindón cada vez que un jugador metía un triple. Mucho tiempo después de aquella época en la que ya teníamos mando a distancia y un montón de canales pero la pantalla, como ahora, seguía llenándose a menudo de hormigas y niebla.